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El ‘Códex Gigas’: la Biblia más grande del mundo es la del Diablo

El 'Codex Gigas' - Foto: National Library of Sweden

El ‘Codex Gigas’ – Foto: National Library of Sweden

Es el manuscrito medieval más grande del mundo: mide 92 centímetros de alto; 50,5 de ancho, y 22 de grosor. En correspondencia a tamañas dimensiones, pesa lo suyo: 74,8 kilos. Tiene 624 páginas de papel vitela para elaborar las cuales fueron necesarias las pieles de 160 animales. Los expertos no han podido determinar si se trataba de becerros o asnos.

Todo en el Codex Gigas —del latín libro grande— tiene dimensiones astrales. Más que un libro, es una constelación. Como todo ser titánico, tiene varios nombres: Biblia del Diablo, Codex GiganteusGigas librorum, Fans Bibel, Hin Håles Bibel (La Biblia del Viejo Nick) y Svartboken (El libro negro).

También el contenido es dispar: una transcripción en latín de la Biblia Vulgata en escritura carolingio minúscula —el texto bíblico no es íntegro: faltan algunos libros como el Apocalipsis—. Como si se trata de una colección de favoritos, el redactor añadió a los libros sagrados el Chronica Boemorum (Crónica checa) de Cosmas de Praga; un compendio de curas, encantamientos mágicos y conjuros de exorcismo; dos trabajos del historiador judío Flavio Josefo; las Etimologías gramáticas del arzobispo polímata San Isidoro de Sevilla; tratados del médico Constantino el Africano, un calendario, una lista necrológica de personas fallecidas…

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Radiografía de Franz Kafka, la fiera que murió de hambre

Franz Kafka en 1884 (arriba izquierda), 1886 (arriba derecha), 1888 (abajo izquierda) y 1896 (abajo derecha)

Franz Kafka en 1884 (arriba izquierda), 1886 (arriba derecha), 1888 (abajo izquierda) y 1896 (abajo derecha)

Concedamos el merecido privilegio del axioma de partida sobre Franz Kafka al cazador de mariposas Vladimir Nabokov:

Es el escritor alemán más grande de nuestro tiempo. A su lado, poetas como Rilke o novelistas como Thomas Mann son enanos o santos de escayola.

Sin discutir ni una letra de las líneas anteriores ni pretender el irracional y jactancioso propósito de añadir otra cosa que una ofrenda personal, me entrego a la cosecha de brotes kafkianos apoyándome en el centenario de la publicación de Die Verwandlung (1815), que en español solemos conocer como La metamorfosis.

Sede de la compañía de seguros de Praga en la que trabajaba Kafka

Sede de la compañía de seguros de Praga en la que trabajaba Kafka

1. El mejor redactor de informes de seguros. Kafka (1883-1924), el primer escritor moderno, acaso el único que todavía merece ser considerado moderno, tuvo entre 1908 y 1922 un empleo donde le entregaban un sueldo que, según el mismo afirmaba, le alcanzaba para «pagar el pan». Fue empleado de la aseguradora italiana Assicurazioni Generali y luego redactor de informes en el Instituto de Seguros de Accidentes Laborales para el Reino de Bohemia.

Componía precisos memorandos —podemos imaginar cuan precisos— para que la compañía pagase o dejase de pagar indemnizaciones a trabajadores heridos en el ejercicio laboral.

Al final de la jornada, de ocho de la mañana a seis de la tarde, corría a casa de sus padres, cenaba frugalmente un apio y una zanahoria —era vegetariano— y dedicaba la noche entera a iluminar los caprichos de la tinta sobre el papel con las candelas de su mirada de golem con alma de hombre.

A veces sentía remordimientos por entregarse a una vida laboral adocenante, pero en ocasiones se mostraba indulgente y afirmaba que el trabajo libera al hombre «del sueño que lo deslumbra». Era incansable y nunca dejaba nada sin terminar o mal terminado.

"The Office Writings" - Franz Kafka Edited by Stanley Corngold, Jack Greenberg & Benno Wagner (Princeton University Press, 2008)

«The Office Writings» – Franz Kafka Edited by Stanley Corngold, Jack Greenberg & Benno Wagner (Princeton University Press, 2008)

2. ¿Inventor del casco de seguridad en el trabajo? Un libro publicado en inglés en 2008, Franz Kakfa: The Office Writings [se pueden leer extractos en Googlebooks], reunió por primera vez las prolijas evaluaciones que en horario de oficina caligrafiaba el menudo joven en cuyo interior, sin que ninguno de sus compañeros de trabajo lo sospechase, ardían todos los fuegos del infierno.

Kafka fue uno de los pioneros de la disciplina que hoy llamamos seguridad e higiene en el trabajo, que no estaba entonces regulada ni fiscalizada y que el empleado de la aseguradora consideraba necesario desarrollar para evitar los accidentes y las bajas.

La American Safety Society le concedió tres años seguidos (1910-1912) la medalla de oro por sus aportaciones a la especialidad y los desvelos que se tomaba para aconsejar medidas de protección para los obreros.

En una carta a uno de sus amigos, Kafka resumió con humor la tarea a la que se enfrentaba:

No tienes idea de lo ocupado que estoy… En los cuatro distritos que tengo a mi cargo (…) hay personas que caen de los andamios o dentro de las maquinarias… Es como si todos estuvieran borrachos, los tablones volcaran a la vez, los terraplenes se deslizaran y todo esté siempre patas arriba. Hasta las chicas de las fábricas de vajilla no dejan de volar escaleras abajo con montañas de loza… El dolor de cabeza por estos asuntos no me abandona.

En el libro Managin in the Next Society (2003), el analista Peter Drucker asegura que Kafka fue el inventor del casco rígido de seguridad para determinados oficios, pero nadie ha encontrado pruebas sobre la veracidad de la teoría.

De lo que sí ha quedado evidencia es que, de vez en cuando, el escritor redactaba artículos para el boletín de la aseguradora. Algunos —por ejemplo, una relación de indemnizaciones según el número de dedos mutilados— son dignos de aparecer en una antología de relatos.

Extracto de un artículo de Kafka sobre la prevención de accidentes en las máquinas cepilladoras de madera, 1909

Extracto de un artículo de Kafka sobre la prevención de accidentes en las máquinas cepilladoras de madera, 1909

3. «Ya no os como». Desde que cumplió 25 años, Kafka decidió no comer ningún tipo de carne animal o huevos de aves y sólo de vez en cuando se permitía unos sorbos de leche.

Durante una visita al acuario de Berlín se enfrentó a las peceras iluminadas y dijo en voz alta, hablando a los peces sin la menor afectación ni sentimentalismo:

Ahora al menos puedo miraros en paz. Ya no os como.

4. Freud, «un irremediable error». No encendía la calefacción en su dormitorio, solía mantener la ventana abierta, hacía media hora de gimnasia al día y, excepto en momentos de especial debilidad, nadaba desnudo unos kilómetros en el río varias veces por semana.

Era enclenque solamente en apariencia. Apenas dormía pero estaba habitado por una caldera que nadie apagaba. Nunca.

Algunas interpretaciones deducen que su obra literaria solo puede entenderse por el alma siempre calcinada del escritor —sus mejores amigos iban un poco más lejos y hablaban de «santidad»—.

Otros dicen que estaba colgado de mitos freudianos. Kafka se reiría de estos últimos. El psicoanálisis le parecía, según dejó escrito, «un irremediable error».

Ocho etapas de Kafka

Ocho etapas de Kafka

5. Deseo de ser indio. Algunos de los mejores relatos cortos de Kafka están relacionados con animales. Escribió sobre perros, ratones y caballos. Este texto se titula Deseo de ser indio:

Si pudiera ser un indio, ahora mismo, y sobre un caballo a todo galope, con el cuerpo inclinado y suspendido en el aire, estremeciéndome sobre el suelo oscilante, hasta dejar las espuelas, pues no tenía espuelas, hasta tirar las  riendas, pues no tenía riendas, y sólo viendo ante mí un paisaje como una pradera segada, ya sin el cuello y sin la cabeza del caballo.

El sosegado y eficaz redactor diurno de informes de accidentes laborales se convertía, en las garras del insomnio, en un feroz aullador.

El vegetarianismo, la calistenia que practicaba en desnudez ante la ventana abierta al abismo tembloroso de Praga, las brazadas en el río…, nada de aquella sanitaria agenda lograba apagar el horno que anidaba en el pecho.

6. Autómata insomne. En la madrugada, cuando el silencio era propicio, escribía con la voluntad de un lúcido autómata. A veces anota con orgullo la disposición metódica de las jornadas, repetidas en una sincronía de mareas oceánicas.

De 8.30 a 14.30 horas, trabajo de oficina en la aseguradora; regreso a casa; comida hasta las 15.30; siesta hasta las 19.30; gimnasia; acompañar a la familia durante la cena, en la que casi no probaba bocado y sólo picotea frutos secos; a las 23, comienzo de la jornada de escritura; dependiendo de la «fuerza, inspiración y suerte» puede terminar entre las 3 y las 6 de madrugada; algo más de gimnasia; a las 6, desayuno; a las 8, salida hacia la oficina…

Carta de Kafka a Felice Bauer

Carta de Kafka a Felice Bauer

7. ‘En el b.’. Además de relatos, bosquejos, divagaciones y cartas —dejó centenares—, redactaba la que acaso fue su obra más humana, los Diarios de los que en España podemos gozar gracias a una delicada edición de pertinente papel biblia y más de un millar de páginas.

Contienen legajos, cuadernos de viaje y anotaciones insomnes, circulares, absolutas, de engañosa sencillez

Los Diarios son las neurosis de K, el cotidiano fustigador de sí mismo: K yendo al prostíbulo con los amigos y escribiendo con ternura «en el b.», con una sola letra inicial para designar al burdel, como temiendo la curiosidad ajena; K. fustigando el insomnio y los sueños del insomnio; K. en los salones de teatro yiddish; K. en la correduría de accidentes laborales, comparando las arrugas en la frente del jefe con las arrugas de un billete; K. en el nocturno infierno del domicilio familiar; K. repensando los agotadores sueños, los cuellos de las señoritas, la estupidez de los amigos…

Una entrada al azar:

No puedo comprenderlo, ni siquiera creerlo. Solo de vez en cuando vivo dentro de una palabrita, en cuya matafonía (arriba, ‘stöst’, ‘empuje’), pierdo, por ejemplo, por un instante mi inútil cabeza. La primera y la última letra son el final de mi sentimiento, que es parecido al de un pez.

Otra:

La silueta de un hombre que, con los brazos alzados a medias y en posiciones distintas, se vuelve hacia una niebla densísima para penetrar en ella (…) Talmud: El que interrumpe su estudio para decir qué bello es ése árbol merece la muerte.

Una tercera:

Los descubrimientos se han impuesto al ser humano.

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