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Alejandra Vacuii: fotos en las que siempre es invierno

© Alejandra Vacuii

© Alejandra Vacuii

Por el azar de los enlaces que sugieren amigos a los que nunca he visto, encuentro las fotos de Alejandra Vacuii. De inmediato, tengo frío.

No por casualidad es ourensana, me digo. No por casualidad reside en tierra de noches largas y afiladas. No por casualidad se presenta citando al hombre, también atlántico, que se sentía transbordado de sí mismo, Fernando Pessoa:

Soy algo que fui. No me encuentro donde me siento y, si me busco, no sé quién es el que me busca. Un tedio hacia todo me agota. Me siento expulsado de mi propia alma.

Bienvenidos al desconcierto de la «quebrada pasividad» —por seguir acompañando al portugués que en tantos otros lograba desdoblarse—. Estas fotos —un caracol en la espalda de una mujer, una mano sobre la hierba que repta, un par de botas abandonadas como un mapa impreciso…— no germinan en cámaras y ópticas, no son ligaduras de luz detenida…

Estas fotos son flores de un invierno.

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Radiografía de Franz Kafka, la fiera que murió de hambre

Franz Kafka en 1884 (arriba izquierda), 1886 (arriba derecha), 1888 (abajo izquierda) y 1896 (abajo derecha)

Franz Kafka en 1884 (arriba izquierda), 1886 (arriba derecha), 1888 (abajo izquierda) y 1896 (abajo derecha)

Concedamos el merecido privilegio del axioma de partida sobre Franz Kafka al cazador de mariposas Vladimir Nabokov:

Es el escritor alemán más grande de nuestro tiempo. A su lado, poetas como Rilke o novelistas como Thomas Mann son enanos o santos de escayola.

Sin discutir ni una letra de las líneas anteriores ni pretender el irracional y jactancioso propósito de añadir otra cosa que una ofrenda personal, me entrego a la cosecha de brotes kafkianos apoyándome en el centenario de la publicación de Die Verwandlung (1815), que en español solemos conocer como La metamorfosis.

Sede de la compañía de seguros de Praga en la que trabajaba Kafka

Sede de la compañía de seguros de Praga en la que trabajaba Kafka

1. El mejor redactor de informes de seguros. Kafka (1883-1924), el primer escritor moderno, acaso el único que todavía merece ser considerado moderno, tuvo entre 1908 y 1922 un empleo donde le entregaban un sueldo que, según el mismo afirmaba, le alcanzaba para «pagar el pan». Fue empleado de la aseguradora italiana Assicurazioni Generali y luego redactor de informes en el Instituto de Seguros de Accidentes Laborales para el Reino de Bohemia.

Componía precisos memorandos —podemos imaginar cuan precisos— para que la compañía pagase o dejase de pagar indemnizaciones a trabajadores heridos en el ejercicio laboral.

Al final de la jornada, de ocho de la mañana a seis de la tarde, corría a casa de sus padres, cenaba frugalmente un apio y una zanahoria —era vegetariano— y dedicaba la noche entera a iluminar los caprichos de la tinta sobre el papel con las candelas de su mirada de golem con alma de hombre.

A veces sentía remordimientos por entregarse a una vida laboral adocenante, pero en ocasiones se mostraba indulgente y afirmaba que el trabajo libera al hombre «del sueño que lo deslumbra». Era incansable y nunca dejaba nada sin terminar o mal terminado.

"The Office Writings" - Franz Kafka Edited by Stanley Corngold, Jack Greenberg & Benno Wagner (Princeton University Press, 2008)

«The Office Writings» – Franz Kafka Edited by Stanley Corngold, Jack Greenberg & Benno Wagner (Princeton University Press, 2008)

2. ¿Inventor del casco de seguridad en el trabajo? Un libro publicado en inglés en 2008, Franz Kakfa: The Office Writings [se pueden leer extractos en Googlebooks], reunió por primera vez las prolijas evaluaciones que en horario de oficina caligrafiaba el menudo joven en cuyo interior, sin que ninguno de sus compañeros de trabajo lo sospechase, ardían todos los fuegos del infierno.

Kafka fue uno de los pioneros de la disciplina que hoy llamamos seguridad e higiene en el trabajo, que no estaba entonces regulada ni fiscalizada y que el empleado de la aseguradora consideraba necesario desarrollar para evitar los accidentes y las bajas.

La American Safety Society le concedió tres años seguidos (1910-1912) la medalla de oro por sus aportaciones a la especialidad y los desvelos que se tomaba para aconsejar medidas de protección para los obreros.

En una carta a uno de sus amigos, Kafka resumió con humor la tarea a la que se enfrentaba:

No tienes idea de lo ocupado que estoy… En los cuatro distritos que tengo a mi cargo (…) hay personas que caen de los andamios o dentro de las maquinarias… Es como si todos estuvieran borrachos, los tablones volcaran a la vez, los terraplenes se deslizaran y todo esté siempre patas arriba. Hasta las chicas de las fábricas de vajilla no dejan de volar escaleras abajo con montañas de loza… El dolor de cabeza por estos asuntos no me abandona.

En el libro Managin in the Next Society (2003), el analista Peter Drucker asegura que Kafka fue el inventor del casco rígido de seguridad para determinados oficios, pero nadie ha encontrado pruebas sobre la veracidad de la teoría.

De lo que sí ha quedado evidencia es que, de vez en cuando, el escritor redactaba artículos para el boletín de la aseguradora. Algunos —por ejemplo, una relación de indemnizaciones según el número de dedos mutilados— son dignos de aparecer en una antología de relatos.

Extracto de un artículo de Kafka sobre la prevención de accidentes en las máquinas cepilladoras de madera, 1909

Extracto de un artículo de Kafka sobre la prevención de accidentes en las máquinas cepilladoras de madera, 1909

3. «Ya no os como». Desde que cumplió 25 años, Kafka decidió no comer ningún tipo de carne animal o huevos de aves y sólo de vez en cuando se permitía unos sorbos de leche.

Durante una visita al acuario de Berlín se enfrentó a las peceras iluminadas y dijo en voz alta, hablando a los peces sin la menor afectación ni sentimentalismo:

Ahora al menos puedo miraros en paz. Ya no os como.

4. Freud, «un irremediable error». No encendía la calefacción en su dormitorio, solía mantener la ventana abierta, hacía media hora de gimnasia al día y, excepto en momentos de especial debilidad, nadaba desnudo unos kilómetros en el río varias veces por semana.

Era enclenque solamente en apariencia. Apenas dormía pero estaba habitado por una caldera que nadie apagaba. Nunca.

Algunas interpretaciones deducen que su obra literaria solo puede entenderse por el alma siempre calcinada del escritor —sus mejores amigos iban un poco más lejos y hablaban de «santidad»—.

Otros dicen que estaba colgado de mitos freudianos. Kafka se reiría de estos últimos. El psicoanálisis le parecía, según dejó escrito, «un irremediable error».

Ocho etapas de Kafka

Ocho etapas de Kafka

5. Deseo de ser indio. Algunos de los mejores relatos cortos de Kafka están relacionados con animales. Escribió sobre perros, ratones y caballos. Este texto se titula Deseo de ser indio:

Si pudiera ser un indio, ahora mismo, y sobre un caballo a todo galope, con el cuerpo inclinado y suspendido en el aire, estremeciéndome sobre el suelo oscilante, hasta dejar las espuelas, pues no tenía espuelas, hasta tirar las  riendas, pues no tenía riendas, y sólo viendo ante mí un paisaje como una pradera segada, ya sin el cuello y sin la cabeza del caballo.

El sosegado y eficaz redactor diurno de informes de accidentes laborales se convertía, en las garras del insomnio, en un feroz aullador.

El vegetarianismo, la calistenia que practicaba en desnudez ante la ventana abierta al abismo tembloroso de Praga, las brazadas en el río…, nada de aquella sanitaria agenda lograba apagar el horno que anidaba en el pecho.

6. Autómata insomne. En la madrugada, cuando el silencio era propicio, escribía con la voluntad de un lúcido autómata. A veces anota con orgullo la disposición metódica de las jornadas, repetidas en una sincronía de mareas oceánicas.

De 8.30 a 14.30 horas, trabajo de oficina en la aseguradora; regreso a casa; comida hasta las 15.30; siesta hasta las 19.30; gimnasia; acompañar a la familia durante la cena, en la que casi no probaba bocado y sólo picotea frutos secos; a las 23, comienzo de la jornada de escritura; dependiendo de la «fuerza, inspiración y suerte» puede terminar entre las 3 y las 6 de madrugada; algo más de gimnasia; a las 6, desayuno; a las 8, salida hacia la oficina…

Carta de Kafka a Felice Bauer

Carta de Kafka a Felice Bauer

7. ‘En el b.’. Además de relatos, bosquejos, divagaciones y cartas —dejó centenares—, redactaba la que acaso fue su obra más humana, los Diarios de los que en España podemos gozar gracias a una delicada edición de pertinente papel biblia y más de un millar de páginas.

Contienen legajos, cuadernos de viaje y anotaciones insomnes, circulares, absolutas, de engañosa sencillez

Los Diarios son las neurosis de K, el cotidiano fustigador de sí mismo: K yendo al prostíbulo con los amigos y escribiendo con ternura «en el b.», con una sola letra inicial para designar al burdel, como temiendo la curiosidad ajena; K. fustigando el insomnio y los sueños del insomnio; K. en los salones de teatro yiddish; K. en la correduría de accidentes laborales, comparando las arrugas en la frente del jefe con las arrugas de un billete; K. en el nocturno infierno del domicilio familiar; K. repensando los agotadores sueños, los cuellos de las señoritas, la estupidez de los amigos…

Una entrada al azar:

No puedo comprenderlo, ni siquiera creerlo. Solo de vez en cuando vivo dentro de una palabrita, en cuya matafonía (arriba, ‘stöst’, ‘empuje’), pierdo, por ejemplo, por un instante mi inútil cabeza. La primera y la última letra son el final de mi sentimiento, que es parecido al de un pez.

Otra:

La silueta de un hombre que, con los brazos alzados a medias y en posiciones distintas, se vuelve hacia una niebla densísima para penetrar en ella (…) Talmud: El que interrumpe su estudio para decir qué bello es ése árbol merece la muerte.

Una tercera:

Los descubrimientos se han impuesto al ser humano.

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El infinito Borges en 20 bocetos

Autorretrato de Borges, en tinta y papel

Autorretrato de Borges, en tinta y papel

Cuando dibujó su autorretrato mediante un solo trazo que, como el vértigo de los espejos, parece infinito, Jorge Luis Borges ya padecía una ceguera solo iluminada por manchas amarillas. Le gustaba, decía, porque el amarillo predice el infinito, la piel de los tigres y la sed del desierto.

La infinitud de Borges; su búsqueda en los libros de la verdad definitiva, sabiendo de antemano que la exploración será infuctuosa porque “el texto definitivo corresponde a la religión  o el cansancio”; su condición de centro magnético de la literatura contemporánea, del que emanan y hacia el que se dirigen, circulando en doble dirección, los brazos de un delta confuso pero indiscutible (Sebald, Magris, Amis, García Márquez, Lem, Perec, Saramago, Rushdie, Gombrovicz, Gibson, Fuentes, Eco, Barth…)…

En suma, la obra decisiva, que traza la frontera, tan precisamente definida hace unos días en Madrid por Alberto Manguel: “Existe la Literatura Antes de Borges y la Literatura Después de Borges. Borges creó su obra a medida que la iba leyendo e iba leyendo a medida que creaba su obra. Dio el poder al lector, el poder de decir qué es lo que estamos leyendo”.

Se cumplen 25 años de la muerte del escritor, una palabra que le sienta peor que un traje barato, porque escritor es quien escribe, un oficio como el de los carniceros o las floristas.

Borges falleció el 14 de junio de 1986 (cáncer hepático y enfisema) a los 86 años. Su viuda acaba de revelar que dedicó los últimos días sobre el mundo a aprender árabe, a trazar la caligrafía de un idioma que también parece proceder de los signos arcanos de la piel de los tigres y la arena torturada por el viento del desierto.

Sin otra pretensión que recordarle -como haré cada día hasta el último de mis días-, enumero algunas peculiaridades del Borges extra literario, algunas de las manchas amarillas de su paso por el mundo..

Este Top secret está dedicado al escribiente que prologó así su vida: “La patria, los azares de los mayores, las literaturas que honran las lenguas de los hombres, las filosofías que he tratado de penetrar, los atardeceres, los ocios, las desgarradas orillas de mi ciudad, mi extraña vida cuya posible justificación está en estas páginas, los sueños olvidados y recuperados, el tiempo…”.

En 1902, a los tres años

En 1902, a los tres años

1. “Nunca me alejé de esa biblioteca”. El padre, Jorge Guillermo Borges, era argentino de ancestros británicos, abogado, lector del anarco-humanista Spencer, traductor al castellano (vía inglés) de Omar Jayyam y amigo íntimo de Macedonio Fernández, autor de una obra que vindicaba la veneración del argentinismo. Jorge Guillermo era dueño de una gran biblioteca de “ilimitados libros ingleses”, recordaría el hijo. “Si se me pidiera designar el hecho principal de mi vida, diría que fue la biblioteca de mi padre. De hecho, a veces pienso que nunca me alejé de esa biblioteca”.

2. Georgie, ojos azules. Nació en el invierno austral, el 24 de agosto de 1899. Fue octomesino. El padre se apresuró a examinar los ojos del primogénito. “Son azules, como los tuyos. Está salvado”, dijo a su esposa, la uruguaya Leonor Acevedo Suárez. Los Borges padecían una ceguera endémica. La profecía falló y Georgie -como le llamaban todos es casa- perdió progresivamente la vista.

3. Dos códigos. Lingüísticamente creció en la bipolaridad: hablaba inglés con su abuela paterna, Fanny Haslam, y español con su madre. Hasta los nueve años tuvo una institutriz inglesa, miss Tink. Algunos discípulos del sicoanálisis (Borges detestaba a Freud, al que consideraba “una suerte de loco”, un hombre “trabajado por una obsesión sexual”), creyeron ver en la ausencia de fronteras entre ambos códigos idiomáticos la causa del tartamudeo de Borges, que sólo corrigió (por sí mismo) a los 45 años. Aunque adoraba la literatura en inglés, nunca tragó con la altivez del Reino Unido: “No hace falta señalar que algunos hábitos ingleses me resultan del todo ajenos: el té, la familia real, los deportes ‘varoniles’ o la devoción fanática por cada línea de Shakespeare”.

Con Norah, en el zoológico de Buenos Aires, 1908

Con Norah, en el zoológico de Buenos Aires, 1908

4. La cómplice. La mujer de su vida fue su hermana Norah, dos años menor. Atrevida, de ojos enormes y siempre abiertos (no heredó la ceguera de los Borges), fue su compañera y confidente durante quince años. Desplegaban “juegos extraordinarios” con personajes imaginarios, veían asesinos acechantes en la negrura de los espejos, se extasiaban ante la jaula del “ferocious tiger” en el zoo de Buenos Aires -el lugar favorito de Georgie-, huían de los enmascarados durante los carnavales… Norah Borges (1901-1998) fue pintora e ilustradora de estilo deliberadamente ingenuo. Estuvo casada con Guillermo de Torre, crítico y poeta ultraista español. Tuvieron dos hijos. Su hermano jamás se planteó ser padre: “Nunca quise tener hijos. Son tan incómodos, de chicos. Me habría gustado tener hijos de veinte años por lo menos, que fueran amigos”.

5. Entre compadritos. Aunque Borges nació en una casa de la calle Tucumán, cerca del centro de Buenos Aires, cuando el niño tenía dos años la familia se trasladó a un caserón del barrio de Palermo, donde, por entonces, la ciudad terminaba y daba paso a baldíos y terrenos con pequeñas villas. Allí cultivó la curiosidad por el malandreo de los compadritos, escuchó las primeras milongas,vio bailar el tango (siempre entre hombres, era demasiado osbceno para las muchachas) y desarrolló algunas de sus neuras menos loables: el descrédito hacia los españoles y los italianos, que relacionaba con la canalla perdularia. Políglota como fue, sólo Dante le hizo aprender italiano para poder disfrutar de la Divina Comedia. De España dijo, no sin razón, que es un «fragmento arrrancado de la caliente África, y tan burdamente soldado a la inventiva Europa».

6. El bicho raro de la escuela. A los seis años confesó que quería ser escritor. A los siete escribió, en inglés, un resumen de mitología griega. A los ocho, un cuento, La visera fatal. A los nueve, tradujo El príncipe feliz, de Óscar Wilde. Cuando finalmente fue enviado al colegio, a los nueve, sus padres le vistieron con traje y cuello alto de Eton. La indumentaria, los anteojos, el tartamudeo y la escasa destreza física le convirtieron en el patito feo. Siempre recordó la experiencia como siniestra.

7. El juerguista y el poeta de los perros. Dos personajes clave. Uno, Álvaro Melián Lafinur, primo del padre de Borges, era sólo diez años mayor que Georgie pero tenía la valentía y el descaro que a éste le faltaban. Conocedor de los bajos mundos, tocador de tangos (al estilo porteño, no al afectado de París popularizado por Gardel), bohemio, bebedor y mujeriego, fue para el niño como el hermano mayor que nunca tuvo. Dos, Evaristo Carriego, un poeta del pueblo, vecino del Palermo pobre que los Borges rehuían y conocedor de las manadas de perros salvajes que mandaban en las noches del barrio («beben agua de luna en los charcos», dice uno de sus veros). Murió a los 29 años de tuberculosis y sin ningún libro publicado. Todos aparecieron póstumamente. Borges, que le admiraba, le dedicó una biografía en 1929, pero el libro es un pretexto para recordar el espíritu de Palermo.

El joven Georgie

El joven Georgie

8. Los libros perdidos de Valldemosa. Durante la estancia de la familia en Europa (1914-1921), aprende latín, francés y alemán, lee a los simbolistas, a Nietzsche y Schopenhauer, a Meynrik. Descubre a tres de los autores que le acompañarán toda la vida, Thomas CarlyleGilbert K. Chesterton y Thomas de Quincey. Conoce Suiza, Italia y España. En Valldemosa (Mallorca), intima con el vicario (repasan a Virgilio en latín) y trabaja en un par de libros que nunca publicó e intentó borrar de su pasado: Los ritmos rojos, un poemario exaltado sobre la revolución bolchevique, y Los naipes del tahúr, una colección de relatos «a la manera de Pío Baroja». Vive el ajetreo vanguardista de Madrid que, muy de acuerdo con el espíritu pancista de la ciudad, se desarrolla en cafés y restaurantes. Conoce a Ramón Gómez de la Serna, de cuya suficiencia no guardará buen recuerdo, y a Rafael Cansinos Asséns, al que considerará un maestro.

9. La deriva. Antes de que la deriva y la sicogeografía situacionistas estuviesen de moda, Borges practicó la caminata con pasión. Paseaba al azar por Buenos Aires, siempre de noche y en ocasiones hasta la llegada del amanecer. Probaba a sus ocasionales compañeros apurando el paso. Casi todos abandonaban.

10.Con una pistola en la mano. El día en que cumplía 35 años, el 24 de agosto de 1934, compró una pistola, se alojó en un hotel que conocía de su infancia, bebió aguardiente, leyó una novela policiaca y estuvo a punto de suicidarse. Estaba convencido de que como escritor nunca dejaría de ser un autor de minorías. Aunque nunca habló con claridad de aquella noche en que paladeó la antesala de la muerte, cuando le preguntaron, pasados los años, por qué no se había matado, respondió: «Por cobardía».

11. El «aborrecible centinela». A partir de 1935 y durante casi toda su vida sufrió de la «atroz lucidez» del insomnio. «En vano espero las desintegraciones y los símbolos que preceden al sueño», escribió en un poema.

Con Norah, años cuarenta

Con Norah, años cuarenta

12. Cerca de la muerte. En la Navidad de 1938, poco después del fallecimiento, de su padre, sufrió un accidente que le llevó a las puertas de la muerte. Subía muy aprisa una escalera a oscuras y se golpeó la cabeza con el batiente abierto de una ventana recién pintada. El corte, infectado por la pintura, le provocó una septicemia.

13. Inspector de aves y conejos. Cuando el militar Juan Domingo Perón llegó a la presidencia de Argentina en 1946 ordenó que Borges fuese destituido como funcionario de la Biblioteca Nacional y nombrado inspector de aves y conejos en los mercados municipales. Era una venganza soez por las críticas del escritor al peronismo. Borges renuncia y se gana la vida dando conferencias, que le ayudan a vencer su enfermiza timidez y a que desaparezca el tartamudeo. Su madre y Norah son detenidas por cantar el himno nacional en la calle sin permiso. A la primera la condenan a un mes en arresto domiciliario. A Norah la ingresan en la cárcel con las prostitutas. Les da clases de francés y dibujo. En 1955, cuando cayó Perón, Borges es nombrado director de la Biblioteca Nacional.

14. Mujeriego. Borges era un conquistador nato: simpático, humilde, alto, cultísimo… Sus amores, sin embargo, nunca tuvieron permanencia. Mantuvo una larguísima amistad, no desprovista de cierto grado de flirteo, con Silvina Ocampo, que se casaría con el mejor discípulo de Borges, Adolfo Bioy Casares. Le fascinó Norah Lange, vanguardista, libre, pelirroja. Se enamoró, sin ser correspondido, de la periodista y traductora Estela Canto, que dijo de él: «Sexualmente me era indiferente, ni siquiera me desagradaba. Sus besos torpes, bruscos, siempre a destiempo, eran aceptados condescendientemente. Nunca pretendí sentir lo que no sentía». En 1967 se casó con Elsa Astete Millán, una novia de juventud a la que no había tratado en treinta años. El matrimonió duró hasta 1970. Borges nunca ahondó en las causas de la ruptura, pero destacó, con extrañeza, que «Elsa nunca soñaba».

Con María Kodama

Con María Kodama

15. La guardiana. María Kodama es la viuda, heredera testamentaria y celosa albacea del patrimonio de Borges. En la prensa argentina la llaman La guardiana por su gusto por el pleito judicial, que practica con menos asiduidad que la palabra. Hija de un inmigrante japonés y graduada por la Universidad de Buenos Aires, fue discípula y amiga del escritor desde los años sesenta.  Se casaron por poderes en 1986 en Paraguay. En 1979, antes de ser operado de una prostatitis, Borges había testado que le dejaba la mitad de su dinero en efectivo a Epifanía Fanny Uveda de Robledo, quien trabajó durante varias décadas al servicio de Borges y su madre. La otra mitad, más sus derechos de autor, iban para Kodama. En 1985 redactó un nuevo testamento que excluía a Fanny y designaba a Kodama heredera universal. Tras el matrimonio, Norah Borges calificó la unión de «diabólica».  Kodama -cuya fecha de nacimiento es incierta (según los documentos podría ser 1937, 1941 ó 1945)- preside con mano de hierro la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, se querella contra biógrafos que discuten sus maneras y vigila con celo las reediciones de Borges, que ha expurgado en alguna ocasión eliminando textos dedicados a otras mujeres.

16. El Nobel de nunca jamás. La Academia Sueca nunca quedó mejor retratada en su medianía como hurtando el Nobel de Literatura a Borges, nominado casi todos los años desde la década de los sesenta.  Se especula que en 1977 habían decidido dárselo (a medias con el español Vicente Aleixandre), pero reconsideraron la propuesta porque Borges fue a Chile a recibir una medalla que entregaba el dictador Augusto Pinochet. Cuando le preguntaron si sabía que se jugaba el Nobel, Borges dijo: «Pero fíjese que yo sabía que me jugaba el Premio Nobel cuando fui a Chile y el presidente ¿cómo se llama?… Sí, Pinochet me entregó la condecoración. Yo quiero mucho a Chile y entendí que me condecoraba la nación chilena, mis lectores chilenos». Tampoco salió muy bien parado el Ministerio de Cultura de España en 1980 cuando le dieron el Premio Cervantes pero compartido por Gerardo Diego. Hubo avalancha de llamadas de periodistas extranjeros a los servicios de consulta preguntando quién demonios era Gerardo Diego.

Borges retratado en Nueva York por Diane Arbus

Borges retratado en Nueva York por Diane Arbus

17. Político. Borges era un extraño liberal y también un extraño anarquista («la libertad plena acaba por equivaler al pleno desorden»). Sin embargo, discutió toda «apariencia de orden» en un mundo por definición venteado por el caos y gustó de las utopías humanistas. En los años cincuenta se le criticó por defender la idea de que la literatura no tiene fronteras nacionales. Respondió con una conferencia que terminaba así: «Creo que si nos abandonamos a ese sueño voluntario que se llama la creación artística, seremos argentinos y seremos, también, buenos o tolerables escritores». En 1980 -circunstancia que no suelen mencionar sus censores- la firma de Borges apareció junto con la de su amigo Ernesto Sábato en una petición pública al gobierno exigiendo que se aclarasen responsabilidades políticas y penales sobre los desaparecidos.

18. Rey del entrecomillado. Nadie mejor que Borges para entender a Borges. Un mix de entrecomillados: «Lamento decir que se han escrito cincuenta o sesenta libros acerca de mí. Pero yo no he leído ninguno de esos libros, ya que sé demasiado sobre el tema» | «Tengo la sensación de haber gastado mi fortuna en tacitas de café» | «La ceguera es una clausura, pero también es una liberación, una soledad propicia a las invenciones, una llave y un álgebra» | «Si en todos los idiomas existe la palabra felicidad, es verosímil que también la cosa exista. Algunas veces, al doblar una esquina o cruzar una calle, me ha llegado, no sé de donde, una racha de felicidad» | «Siempre llegué a las cosas después de encontrarlas en los libros» | «Soy simplemente un hombre de letras. No estoy seguro de haber pensado nada en toda mi vida. Soy un creador de sueños» | «¿Por qué voy a morirme, si nunca lo he hecho antes? ¿Por qué voy a cometer un acto tan ajeno a mis hábitos? Es como si me dijeran que voy a ser buzo, o domador, o algo así, ¿no?» | «La humildad es, en mi caso, una forma de lucidez. Prefiero, como los japoneses o los chinos, que los otros tengan razón. Detesto las polémicas» | «Yo creo que no tiene sentido hablar de lecturas obligatorias. Es como hablar de amor obligatorio o felicidad obligatoria. Uno debe leer solamente por el placer del libro» | «Cada vez que leo algo que han escrito en contra de mí, no sólo estoy de acuerdo sino que siento que yo mismo podría hacer mucho mejor ese trabajo» | «Si nos explicaran el sentido de la vida, seguramente no lo entenderíamos».

Borges retratado por Humberto Rivas, 1972

Borges retratado por Humberto Rivas, 1972

19. Provocador y disidente. Gracias a la independiente verdad de sus afirmaciones, Borges era un maestro de la provocación y la disidencia. En este momento de gustos masivos y top ten aborregantes, leer sus juicios (los “juegos de un tímido”, como gustaba de llamarlos) es una pura necesidad y una infalible medicina contra los pensamientos dirigidos. Otro mix: «Un argentino es un individuo, no un ciudadano. Es lícito decir que la mejor tradición argentina es superar lo argentino» | «No es imposible que Adolf Hitler tenga alguna justificación; sé que los germanófilos no la tienen» | «Qué raro es pensar que todos los hoteleros de Suiza debe su fortuna a Byron y a los otros románticos» | «Soy demasiado tímido para ser un buen lector de novelas. Me siento perdido entre tanta gente. Cuando era joven me gustaba olvidarme entre las multitudes de Dickens, de Hugo o de los rusos; ahora me siento tan incómodo en esas turbas como en una sesión académica, en un banquete o en una fiesta de fin de año» | (Federico García Lorca era) «un andaluz profesional (que practicaba) un fraudulento arte popular con metáforas».

20. Borges golea a la Web. Los sueños literarios de Borges anteceden a la World Wide Web. Eso dicen algunos, emparentando a Internet con el relato La Biblioteca de Babel, que dibuja un lugar de infinitas habitaciones hexagonales que contienen todos los libros escritos o por escribir y sus mareantes permutaciones, y al network con El Aleph, el punto que contiene todo lo conocido. Los vaticinios de Borges ganan por goleada: Google indexea un trillón de páginas (la unidad seguida de 12 ceros): ése puede ser el tamaño aproximado de Internet. La biblioteca de Borges no entiende de ceros, es eterna: «Todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto (…) No hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos (…) Sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito».

Ánxel Grove