Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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El 11-M sale hoy en El País, pero no en El Mundo
Aquí pasa algo…¡Viva la Constitución!

Estoy en Almería, muy cerca del mar y muy lejos de Internet. La conexión es pobre, pero un amigo me ha traido los diarios desde la capital y, despues de verlos, no me he podido resistir a comentar las portadas de hoy, aunque sea un gran día de fiesta.

Ahora consigo, por fin, conectarme y voy a pegar aquí todo lo que he escrito. Tiene razón Pericles al destacar los titulares de hoy en su último comentario.

Pocos días podemos señalar, desde la pérdida del poder por el trío Pinocho (Aznar-Acebes-Zaplana), en los que El Mundo no haya incluido el 11-M entre sus titulares de portada.

Hoy, Día de la Constitución, es uno de ellos.

Tiene, además, la peculiaridad de que es también uno de esos raros días en los que El País sí cita el 11-M en alguno de sus titulares de portada.

Se trata, pues, de un día señalado en la breve historia del análisis que hacemos de las portadas de ambos diarios en este blog.

Coincide, además, con una fecha emocionante para los demócratas (y para los que puedan disfrutar del puente): 6 de Diciembre, Día de la Constitución.

El Mundo abre su portada, a cuatro columnas con este gran titular:

Prisión para un policía de la trama de la Goma 2 y para sus denunciantes

El País abre a dos columnas:

Prisión incondicional para los policías que urdieron un montaje sobre el 11-M

Aunque se trata de la misma noticia, El Mundo –sin mentir, ahí está la gracia- mete en la cárcel solo a un policía mientras que El País –sin mentir, tampoco- mete en la cárcel a más de un policía (“los policías que urdieron…”) y además los mete de manera “incondicional”.

Como vemos, El Mundo destaca “la trama de la Goma 2” y El País destaca “un montaje sobre el 11-M”.

Pero ya sabemos, por experiencia, que una cosa es la portada –la más cara de todas, el escaparate del diario- y otra, las páginas interiores, mucho más baratas.

En su página 12 (par), a 4 columnas, El Mundo sí encarcela (”sin fianza”) a otros dos policías (“acusados de revelar una trama mafiosa”) aunque, por arte de magia –y no de mafia- no aparece por ningún lado el “11-M” ni a quien revelan esta presunta “trama mafiosa”.

El País concede al mismo asunto una página completa (la 23, impar) en la que sí alude al 11-M.

El Mundo huye de la palabra “montaje” –¡qué palabra tan socorrida y jugosa!- al informar de la prisión para los policías que le “revelaron” la presunta relación de etarras con islamistas pero la utiliza, en cambio, para otra “denuncia” de Cartagena, su confidente favorito, a una columna:

Cartagena denuncia que la “operación Nova” fue un montaje de la Policía

Ambos coinciden en ilustrar su portada con foto de “civiles” con tricornio reclamando derechos. Hoy es un buen día para apoyar la desmilitarización de la Guardia Civil cuya función, sobretodo en democracia, –y como su propio nombre indica- es civil y no militar.

Es proverbial el abuso que los españoles hacemos de los oxímoros y con qué frecuencia nos equivocamos con ellos.

Algunos me vienen a la memoria: Guardia Civil (es militar), alférez provisional (o sea, para toda la vida), tolerancia religiosa (imposible), justicia militar (más imposible, si cabe), médico militar (o cura o mata), etc.

Y no digamos cuando adjudicamos algún título a los famosos: Fernando VII, “El Deseado” (el rey felón, el mayor cabrón de nuestra historia reciente), Juan Carlos I, “El Breve” (y ya lleva 31 años de reinado, uno de los más largos de nuestra historia).

O sea, que no acertamos ni una.

Con ser llamativa la diferencia de tratamiento que ambos diarios hacen del caso del montaje policial para ligar a ETA con el 11-M (y contárselo a El Mundo), me ha llamado más la atención la cobertura que hacen del nuevo éxito de la Iglesia Católica, que ha tumbado también al ingenuo Zapatero, equiparando la enseñanza de los dogmas y creencias religiosas, en la escuela pública, con la enseñanza de las ciencias, las artes o las letras.

El Mundo da un perfil muy bajo al nuevo triunfo de los obispos.

No le dedica ni una sola palabra en su portada.

Cuando los obispos pancarteros exigían religión obligatoria por las calles, y dinero de los impuestos de todos para financiar el lavado de cerbero que hacen a los niños en la escuela pública, El Mundo les sacaba a todo trapo y en primera página.

Cuando, por fin, consiguen lo que perseguían, amenazando desde el púlpito y desde las calles, El Mundo lo rebaja a 3 columnas en página interior y con un sesgo que merece indulgencia plenaria:

El Gobierno reduce en 35 horas la presencia de Religión en la ESO

Sumario:

Educación desoye al Consejo Escolar y acepta que la materia cuente para pasar curso

El País, en cambio, que daba las protestas eclesiásticas en pequeño, ahora destaca en su primera el triunfo de la Iglesia Católica, a dos columnas:

La religión contará para repetir curso en secundaria y tendrá dos alternativas

Obsérvese que Pedro Jota Ramírez eleva la primera consonante de la presunta asignatura sobre creencias y dogmas a la categoría de mayúscula (“Religión”) mientras que Javier Moreno, el director de El País (que es químico), prefiere darle aún el tratamiento de minúscula (“religión”).

Creo que se equivoca El País al decir en castellano que “tendrá dos alternativas».

En nuestra lengua, existe algo, cualquier cosa, y también su alternativa, en singular. No soy de letras, pero me parece que es imposible tener dos alternativas a la religión. En lugar de la palabra “alternativas” deberían haber escrito “opciones”, “posibilidades”, etc.

Ya nos hubiera gustado a mis hijos o a mi tener como alternativa a la peligrosa asignatura de “religión” (¿podría acaso considerarse como abuso infantil?) otra que fuera, por ejemplo, “ateismo” o bien –por qué no- varias opciones como clases para el carné de conducir, urbanidad, democracia en acción, más música, etc.

Creo que deberíamos enviarle a Zapatero (a quien se le ve el plumero en cuanto tropieza con los curas) el dibujo filosófico que el El Roto publica hoy en El País para que lo enmarque y lo cuelgue en su despacho.

¡Que gran sistema financiero el de la Iglesia!

Cobras a los clientes en este mundo y prometes pagarles en el otro, si lo hubiera.

Y, además, es difícil que quiebre porque no le faltan clientes potenciales.

Disminuyen los creyentes y las vocaciones sacerdotales en los países más avanzados (que no suman ni 800 millones de habitantes) pero aumentan en los países más atrasados (que suman más de 5.000 millones).

También les recomiendo, hablando de curas y ya que es fiesta laica, el artículo esclarecedor publicado por Julián Casanova en El País con el título:

Moral, religión y política

JULIÁN CASANOVA 06/12/2006

Leídas desde la distancia, hay noticias que parecen auténticas bromas. Éstas, por ejemplo. Los obispos critican la decisión de un colegio público de Zaragoza de suprimir el festival de Navidad. La Conferencia Episcopal acusa al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero de abrir «viejas heridas de la Guerra Civil». Y el cardenal arzobispo de Toledo, Antonio Cañizares, es nombrado por mayoría absoluta académico numerario de la Real Academia de la Historia.

No tiene mucha importancia, la verdad, que un colegio público suprima el festival de Navidad, como tampoco debería tenerla el hecho de que en otros colegios públicos se celebren todo tipo de fiestas religiosas en homenaje a los patronos y vírgenes de la localidad. Son manifestaciones externas de un problema irresuelto por la democracia en España, que lo vamos a tener con nosotros durante muchos años. La enseñanza de la religión, católica o de cualquier otro credo, no debería impartirse en las escuelas.

La intolerancia no está en el supuesto laicismo del Gobierno o de algunos ciudadanos, sino en un sistema de enseñanza concertada que condena a las escuelas públicas a un creciente deterioro casi insalvable. Ni siquiera tienen la libertad de suprimir, sin bronca, un festival de Navidad.

Al final, son más importantes los villancicos que la calidad de la enseñanza, la disciplina en las aulas o lo que aprenden los alumnos en las asignaturas de lengua, matemáticas o historia. Y lo que le preocupa a la Iglesia católica no es si la enseñanza pública va bien o mal, sino los «síntomas de menosprecio e intolerancia en relación con la presencia de los signos religiosos en los centros públicos», según puede leerse en la pastoral «Consideraciones morales ante la situación actual de España».

Una broma parece también que la Iglesia acuse al Gobierno, a los izquierdistas y a los historiadores todavía pagados con el oro de Moscú, de «abrir viejas heridas de la Guerra Civil». Lo que se debate es la historia, que se conoce bastante bien, por cierto, y lo que todavía queda por resolver, entre otras cosas, es el reconocimiento moral a los miles de republicanos asesinados sin registrar, que nunca tuvieron ni tumbas conocidas ni placas conmemorativas.

La Iglesia sabe, porque las pruebas son incontestables, que apoyó y bendijo aquella masacre. Lo puede reconocer, y hacer un gesto público y definitivo, o seguir refugiándose en su condición de víctima, recordando a sus también miles de mártires. Si nos atenemos a las diversas declaraciones que sus obispos han realizado en este año de recuerdo y conmemoraciones, ellos no tienen ningún problema con el pasado. Ni con el de la guerra que la Iglesia convirtió en santa y justa ni con el de la larga dictadura que legitimó. Son otros quienes abren las heridas ya cicatrizadas.

Eso es lo que piensa también el cardenal Antonio Cañizares, arzobispo de Toledo y primado de España, abanderado de la cruzada contra el laicismo del Gobierno socialista y recién elegido académico de la historia. El cardenal cree que la recuperación de la memoria histórica, que dirige y manipula Zapatero, resulta peligrosa por «remover» el pasado y porque la Guerra Civil la causó, ya se sabe, la Segunda República y su proyecto reformista y laico, sobre el que la «objetividad histórica» ya ha dejado claro su veredicto: fue un «fracaso».

Conozco perfectamente esa «objetividad histórica» a la que se refiere el nuevo académico. Es la que propagaron los vencedores de la guerra, amos y señores de la historia durante la dictadura de Franco, y la que vocean ahora los nuevos propagandistas, periodistas y falsos historiadores desde la emisora de radio de los propios obispos. No es eso, sin embargo, lo que se escucha en los congresos de historia a los que acuden los mejores profesionales y especialistas, en las aulas de las mejores universidades del mundo o lo que puede leerse en las revistas científicas.

Para nosotros, los historiadores, la República, la Guerra Civil y la dictadura de Franco son objeto de investigación y estudio, donde tenemos que demostrar fidelidad con las fuentes y rigor con las interpretaciones, que podemos y debemos discutir y debatir. Y las opiniones, personales o políticas, las dejamos para otros foros. El cardenal Antonio Cañizares puede ser un perfecto académico, que para eso está la Real Academia de la Historia, para que se sienten allí los mejores, pero debería informarse mejor sobre lo que la mayoría de los historiadores especialistas han escrito en las últimas décadas sobre la República y la Guerra Civil y saber separar, ahora que ya es académico, el conocimiento histórico de la moral y de la política.

Sorprende, en fin, a la luz de esas tres noticias, que la religión y la libertad sigan todavía en España direcciones tan opuestas. Las declaraciones de los representantes de la Iglesia Católica en los dos años y medio del Gobierno de Zapatero podrían recopilarse en un manual de cómo utilizar el engaño y la propaganda para auxilio espiritual y material de la derecha política.

La Iglesia despliega toda su infantería y la pone al servicio del Partido Popular. El objetivo: echar a Zapatero, a los socialistas y recuperar las riendas del Gobierno. Les gusta, a la Iglesia y a la derecha española, amasar el poder y mantenerlo. Les va de maravilla cuando lo tienen y si lo pierden, utilizan todos los medios a su disposición, que son muchos, para recuperarlo.

La Iglesia ha encontrado un auténtico filón en la «intolerancia del laicismo que promueve el Gobierno». Por ahí va a atacar una y otra vez, para defender sus privilegios, hasta que logre derribarlo. No hace falta ser un adivino para saberlo. Basta con conocer un poco nuestra historia más reciente, la misma que ahora se supone que estamos removiendo.

(Julian Casanova es Hans Speier Visiting Professor en la New School for Social Research de Nueva York)

FIN.

Menos mal que tenemos aún vigente la Constitución de 1978.

Feliz puente y ¡Viva la Constitución!

En mi casa, como cada año en este día, ya hemos brindado por ella.

«Vuelve el Rajoy de las grandes ocasiones…» ¿Información u opinión?

Cada día disimulan menos algunos colegas a la hora de separar los hechos (que son «sagrados») de las opiniones (que son «libres«). A mi me lo enseñaron así, pero parece que esta regla de oro del buen periodismo está pasando de moda.

Me consta que, tarde o temprano, el lector inteligente percibe cuando un periodista mete la cuchara, por muy sutil que sea, a favor de sus intereses personales o de su empresa.

Todos tratamos de guardar las formas separando, más o menos claramente, los hechos de las opiniones.

Y cuando necesitamos apoyar nuestra visión o interpretación de los hechos con alguna opinión contundente, buscamos a alguien que opine como nosotros, e incluimos su frase entre comillas con nombre, apellidos y cargo de quien la dice.

Durante años, he sido el típico español «hombre de la calle» más citado por el New York Times, el Wall Street Journal, el International Herald Tribune, etc.

Los colegas de mi mujer, que aterrizaban en España en busca de historias, necesitaban atribuir las opiniones -que muchas veces resumen un acontecimiento mejor que una ristra de hechos- a alguna fuente local.

Y ahí estaba yo, citado por todo lo alto, cuando opinaba como ellos. Si mi opinión no coincidía con la del periodista en cuestión, sencillamente buscaban otra fuente que cuadrara mejor con la historia que querían contar. Quien esté libre de citas precocinadas que tire la primera piedra.

La lectura de esta presunta información de la portada de El Mundo de hoy me ha recordado, por contraste, el esfuerzo que hacían los colegas extrajeros por parecer objetivos y por separar los hechos de las opiniones. Aquí parece que esa regla ya no se lleva.

Ni el titular ni los dos primeros párrafos sobre «el Mariano Rajoy de las grandes ocasiones» tienen desperdicio.

Cármen Remírez de Ganuza empieza así su fervoroso artículo de opinión con apariencia tipografica de fría crónica informativa (léase en tono de arenga castrense):

«Volvió ayer a la política nacional el Mariano Rajoy de las grandes ocasiones. El orador parlamentario contra el plan Ibarretxe, el protagonista de la concentración patriótica y liberal de diciembre pasado en la Puerta del Sol reapareció ayer en Madrid para solemnizar, a cuatro días del 28º aniversario de la Carta Magna, su mayor apuesta de Estado y de reforma constitucional.

El líder del PP no se limitó a presetnar una alternativa a la política territorial de Zapatero. Ni siquiera se entretuvo en enumerar la relación de «retoques» o «ajustes`parciales» de la Carta Magna y de reoformas legislativas propuestas en la Conferencia del PP clausurada ayer como «correciones» necesarias sobre los «desajustes» del Estado autonómico». Sigue en página 16. Editorial en página 5.

Y ahí acaban las tres columnas de primera página dedicada «al Rajoy de las grandes ocasiones» sin que me haya enterado de qué es lo que ha dicho. Sólo sabemos que el orador «reapareció«, que «no se limitó a…» y «ni siquiera se entretuvo en…».

Desde luego, a mi me enseñaron que lo más sabroso, o lo que más engancha al lector, de un acontecimiento (el qué, quién, cómo, cuando, dónde y por qué) debía ir en el primer párrafo, ni siquiera en el segundo. El segundo debería contener el resumen de todas las historias anteriores relacionadas con el suceso en cuestión.

Lleva -eso sí- un dato en el sumario:

«Propone 17 cambios constitucionales…»

En cambio, en el titular de portada de El País se quedan en 14:

Rajoy propone 14 retoques a la Constitución ante el «Estado residual» de Zapatero

Además del editorial sobre la reaparición del «Rajoy de las grandes ocasiones», El Mundo dedica este segundo editorial a temas tan de su agrado como el mismo titular:

«Montaje», «Conspiración» y Goma 2

Su retórica vale tanto para un roto que para un descosido. Se puede leer a gusto del lector.

Basta con cambiar el nombre de los diarios: donde dice El País, ponemos El Mundo y donde dice ABC ponemos la COPE.

La vehemencia del editorialista -y la hemeroteca- le traiciona.

En página interior, El Mundo ilustra su tesis conspirativa sobre la conspiración de la conspiración con reproducciones de los diarios citados, tratados, como yo hago a veces, con el photoshop.

Como la reproducción se lee muy mal, copino y pego los titulares:

Los «siameses» atacan de nuevo

Naturalmente, lo que han hecho con el photoshop es una chapuza. Es posible que, con las prisas, hayan utilizado un bligrafo y fotocopia. Pero no seré yo quien les de clases técnicas de algo que acabo de aprender de mis hijos.

El País:

La policía destapa un nuevo montaje para alimentar la teoría conspirativa del 11-M

ABC:

Detenidos cuatro policías por tráfico de drogas y explosivos y por simulación de delitos

Sumario:

Dos de los agentes de la trama estaban en contacto desde meses con un diario nacional para elaborar un montaje conspirativo que encubriera sus delitos

——

Por ser domingo, te tenido tiempo de ir al cine («El Perfume») y de leer los diarios. Dos artículos recomiendo. Uno es éste de Santos Juliá, publicado en el suplmento Domingo de El País:

Víctima y verdugo

Santos Juliá

03/12/2006

«UNA UTILIZACIÓN de la memoria histórica’ guiada por una mentalidad selectiva abre de nuevo viejas heridas de la Guerra Civil y aviva sentimientos encontrados que parecían estar superados»: así se expresa la Conferencia Episcopal en la Instrucción pastoral aprobada en su última sesión plenaria. Nada más justo, a primera vista: todas las memorias selectivas de acontecimientos traumáticos avivan sentimientos encontrados. El problema es que todas las memorias son, por definición, selectivas: no hay memoria sin olvido, memoria de lo que consuela, olvido de lo que desasosiega.

¿Cuál es la memoria y cuál el olvido de los obispos españoles en relación con esa Guerra Civil cuyas heridas ven ahora a punto de reabrirse? Por lo que se refiere a lo segundo, la cosa está bien clara. Los obispos han olvidado que fue la Iglesia católica la que elaboró, a las pocas semanas de iniciarse la guerra, el sagrado relato de la cruzada contra el invasor. Las palabras con las que se describe una guerra nunca son inocentes, y cruzada no lo fue. Significó que se combatía en nombre de Dios y que para el infiel no quedaba más destino que el exterminio. El alcance de las matanzas ocurridas en la zona bajo control de los militares que se rebelaron contra la República se debe precisamente a que desde las primeras semanas actuaron como cruzados de una guerra santa.

En su administración de la memoria, la jerarquía católica ha olvidado además que, por celebrar el fin de la guerra como triunfo de la cruz y al recibir -también en la abadía de Montserrat- al caudillo de aquella guerra como salvador de la religión y de la patria, la represión sobre los vencidos se aplicó a conciencia y sin respiro. Liquidar, exterminar, erradicar, limpiar, barrer, depurar: ése fue el léxico empleado por los obispos en sus cartas pastorales. Es por completo seguro que sin ese aliento sagrado empujando sus velas, el nuevo Estado construido tras la victoria no habría podido acometer una represión tan cruel y duradera. Quizá convendría recordar a los autores de esta Instrucción pastoral que el cura delator que lleva a la muerte al protagonista de aquel memorable relato de Ramón J. Sender, Réquiem por un campesino español, no fue un personaje de ficción, sino una figura repetida cientos, miles de veces en la España de la guerra y de la inmediata posguerra.

Sobre estos olvidos ha construido la jerarquía de la Iglesia católica su más reciente memoria. En los pontificados de Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI, el Vaticano resistió las presiones procedentes del Estado católico español encaminadas a beatificar a sacerdotes y religiosos asesinados durante la Guerra Civil. En la transición, los obispos pasaron de puntillas sobre el pasado, sacudiendo el polvo de su identificación con lo que ahora denominan púdicamente «régimen político anterior». Luego, la memoria comenzó a hacer de las suyas y lo único que la jerarquía católica ha recordado ha sido a sus muertos, elevados a los altares. Cada vez que un religioso asesinado durante la guerra es beatificado, la Iglesia ejerce una memoria, como no podía ser menos, selectiva y recuerda su papel de víctima, la hecatombe que sufrió durante los primeros meses de la guerra, cuando miles de católicos fueron asesinados por el mero hecho de serlo.

Haciendo buena la definición de Carl Schmitt, que veía en la Iglesia universal una complessio opositorum, la Iglesia católica española fue durante la Guerra Civil víctima y verdugo. Su memoria selectiva la lleva a olvidar lo segundo para celebrar ritualmente lo primero. Podría, si no quiere seguir desempeñando un papel principal en este peligroso juego de las memorias enfrentadas, recordar lo segundo sin olvidar lo primero. En ese caso, tendría que publicar otra Instrucción pastoral reconociendo haber bautizado como cruzada la Guerra Civil y haber impulsado, invocando a los mártires de una guerra santa, el extermino del enemigo por un Estado que se definía a sí mismo como católico.

Entonces, a lo mejor, los obispos españoles -que han cerrado bajo siete llaves la memoria del Concilio Vaticano II- podrían recuperar algo de autoridad para impartir «orientaciones morales ante la situación actual de España». Mientras no lo hagan, la memoria selectiva de los demás -cada cual tiene derecho a la suya- sólo recordará que de los males que han afligido a la nación española durante los dos últimos siglos, el más terrible fue el de la represión del laicismo y de otros venenos similares ejercida por los clérigos en la Guerra Civil y en los años sin fin de aquel Estado católico que con tanta euforia emprendió los trabajos de depuración una vez la guerra terminada.

FIN

Y el otro es de Javier Pradera, publicado en el mismo suplemento:

Borrar el pasado

Javier Pradera

03/12/2006

DOS AÑOS Y MEDIO DESPUÉS de abandonar el poder ejercido a lo largo de dos mandatos, el PP continúa embelleciendo su etapa de gobierno y satanizando la actuación socialista durante el periodo inicial de esta legislatura. Todavía vivos los ecos de la cinta de FAES que atribuía a ETA el atentado del 11-M, el vídeo del PP sobre la inseguridad ciudadana bajo el Gobierno de Zapatero -en contraste con los idílicos tiempos populares- tal vez podría haber sembrado «la conmoción y el pavor» en la sociedad española si no fuera porque dos de sus secuencias corresponden a violentos conflictos callejeros de 1996 y 2002 (filmados cuando eran ministros del Interior Mayor Oreja y Rajoy, a las órdenes del presidente Aznar) y otra tercera reproduce una refriega entre narcotraficantes colombianos en Medellín. Por lo demás, el instrumento de comunicación preferido por los populares para glorificar su pasado y borrar las máculas que pudieran afearlo son las intervenciones parlamentarias, las declaraciones a la prensa y los discursos a los militantes de sus satisfechos líderes.

El lenguaje reconciliatorio de Aznar -paz, diálogo, generosidad- durante la tregua de ETA en 1998 contrasta con las diatribas lanzadas desde la oposición por el PP en el actual alto el fuego terrorista

El vídeo -esta vez del PSOE- sobre «cómo actuó el PP cuando estaba en el Gobierno» durante el anterior alto el fuego de ETA ha sido una piedra lanzada a las cristalinas aguas de ese inventado pasado. Por supuesto, hay obvias diferencias entre las treguas de 1998 y 2006: junto al pacto de ETA con el PNV y EA firmado en secreto hace ocho años, la principal desemejanza es que el PSOE dio entonces su apoyo a José María Aznar y el PP se lo niega ahora a Zapatero. El reconciliador lenguaje utilizado por los populares desde el Gobierno también choca con sus feroces diatribas desde la oposición -directamente o por intermedio de los portavoces de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT)- contra la política socialista. El vídeo resucita las melifluas declaraciones del presidente Aznar -en actos públicos o en entrevistas de prensa- sobre «el proceso de paz», las exhortaciones a «la generosidad, la comprensión y el perdón» para favorecer la reconciliación, el final dialogado de la violencia, la discreción y la reserva en los contactos con la banda, la eventual reinserción de los presos sin necesidad de que hagan una condena explícita de sus crímenes, el reconocimiento del Movimiento Vasco de Liberación, etcétera. Hasta Miguel Ángel Rodríguez sostuvo -antes de la tregua- que «no debería haber ni vencedores, ni vencidos»; Mayor Oreja tampoco consideraba indispensable para el diálogo con ETA la entrega de las armas.

La redomada doblez de los dirigentes del PP les lleva ahora a reprochar al presidente del Gobierno el incumplimiento de algunos requisitos establecidos por la resolución del Congreso de mayo de 2005 para iniciar un final dialogado de la violencia con ETA; en aquella ocasión, sin embargo, Rajoy consideró una traición a los muertos esa moción y votó en contra. La hipocresía del PP no se manifiesta sólo a la hora de borrar el propio pasado; también le facilita la tarea de lanzar a la vez pronósticos contradictorios sobre el futuro.

De un lado, los populares expresan o respaldan la paranoide convicción según la cual estaría todo el pescado vendido; las manifestaciones organizadas al alimón por la AVT y el PP denuncian que Zapatero se ha rendido ya ante ETA: el presidente del Gobierno y la banda habrían suscrito un compromiso formal para poner en marcha un proceso que significaría la capitulación del Estado democrático de derecho ante el terrorismo, y que acabaría ineluctablemente con la anexión de Navarra al País Vasco, la ruptura de España y la independencia de Euskal Herria. De otro lado, la dificultad de mantener esa hipótesis conspirativa tras el desmentido dado por los hechos durante los meses transcurridos desde la declaración del alto el fuego aconseja al PP hacer también suya de manera oportunista la alternativa opuesta: la ruptura de la tregua sería un fracaso personal del presidente Zapatero que arruinaría sus oportunidades electorales. Se diría que el PP, desbancado del poder tras el atentado terrorista del 11-M, apuesta por reconquistarlo como una consecuencia lateral de la reanudación de los atentados mortales de ETA.

FIN