Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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¿Mercado y moral? Imposible

Hay palabras que no pegan ni con cola. ¿Mercado y moral? Lo he sentido claramente al leer hoy el artículo de mi admirado Gabriel Jackson en El País titulado «Sobre la moral y el mercado».

Estoy completamente de acuerdo con él en que «el mercado, si no se regula, es inmoral». En cambio, disiento con el maestro Jackson en una cosa. Al hablar de la competencia de mercado, afirma, como los clásicos teóricos, que «el objetivo es obtener beneficios».

Así reza en todos los manuales de Economía. Y asi lo enseñamos también en la Facultad. Sin embargo, en la vida real, como periodista atento a los acontecimientos económicos, he comprobado en muchas ocasiones que las decisiones empresariales en un mercado competitivo no se adoptaban para lograr beneficio a corto , medio o largo plazo. (Ya sabemos que el mercado suele penalizar el pensamiento a medio y largo plazo. Para eso está, por supuesto, el Estado).

El objetivo de esos empresarios era otro. Lo primero para ellos era el tamaño, antes incluso que el beneficio. Tomaban decisiones con el objetivo de crecer, aunque ello disminuyera sus beneficios y la solidez de la empresa.

Una vez que el tamaño era considerado suficientemente grande (nunca es suficientemente grande para algunas mentes enfermizas), entonces el objetivo era otro: el reconocimiento social y el aplauso de sus paisanos. Es decir, tomaban decisiones para conseguir (en sentido figurado) una estatua en la plaza de su pueblo. Ni benefico ni tamaño: sólo estatua y aplauso fervoroso. La moral es, desde luego a mi juicio, ajena a estas decisiones.

Este es el artículo cuya lectura recomiendo:

Sobre la moral y el mercado

GABRIEL JACKSON en El País 13/07/2008

La historia económica reciente del «primer mundo» -los países de Europa occidental y del norte, los países anglófonos, Japón, Taiwan, Singapur y Corea del Sur- ha demostrado a las claras que el capitalismo de libre mercado es el sistema económico más productivo del que dispone la humanidad. Entre 1945 y el final del siglo XX, todos esos países mejoraron la calidad de su producción agraria e industrial y el nivel de vida de la mayoría de sus habitantes. Sus Gobiernos permitieron diversos grados de iniciativa económica privada y mostraron distintos niveles de preocupación oficial por la educación, la salud y la seguridad económica permanente de sus ciudadanos. Y todos ellos obtuvieron resultados mucho mejores que los países gobernados por regímenes centralizados y autoritarios, de tipo soviético, o por dictaduras militares y oligárquicas.

La crisis económica de EE UU es el fruto de tantas políticas de desregulación

La crisis de las hipotecas basura prueba que el mercado es amoral

Sin embargo, el capitalismo de libre mercado tiene un defecto muy peligroso que puede hacer que se venga abajo todo el edificio. El mercado, si no se regula, es completamente amoral. La competencia de mercado decide qué productos son los más atractivos para los consumidores, qué ejecutivos gestionan mejor las complejas relaciones humanas dentro de la empresa, qué abogados protegen con más eficacia sus intereses en la interpretación de los contratos y las leyes fiscales, qué anunciantes atraen el mayor número de clientes, etcétera. La competencia de mercado influye también enormemente en los salarios y otras condiciones de empleo en todos los niveles de la empresa. Pero el objetivo es obtener beneficios en la producción y el intercambio de bienes y servicios, con el mínimo control posible por parte de Gobiernos y sindicatos. El mercado no se preocupa por el destino de los individuos, salvo en sus funciones de trabajadores y consumidores.

Entre los años treinta y alrededor de 1970, la izquierda democrática del Primer Mundo logró, con bastante éxito, añadir al capitalismo de mercado el complemento de grandes inversiones públicas en calidad de vida: educación, sanidad, vacaciones remuneradas y seguridad social. Asimismo, en la época de Franklin Roosevelt, el Gobierno de Estados Unidos, consciente de que el mercado era amoral, aprobó diversas leyes que exigían transparencia y libertad de información en las actividades de banca e inversiones, e impuestos progresivos sobre la renta y las plusvalías para sufragar los servicios sociales y limitar hasta qué punto los ricos se hacían cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres bajo el capitalismo descontrolado.

La derecha democrática, por su parte, criticó el «Estado del bienestar» por considerarlo demasiado caro y se opuso prácticamente a cualquier regulación de los mercados capitalistas diciendo que era poner obstáculos a la «libertad de empresa» o al funcionamiento del «libre mercado».

Durante las presidencias de Ronald Reagan y los dos Bush, la derecha estadounidense consiguió recortar cada vez más los servicios sociales y evadir los controles de la banca y la Bolsa establecidos en los decenios anteriores. Una manera frecuente de no cumplir las normas existentes era llenar las comisiones federales supervisoras de conservadores que no creían en la legitimidad de las normas.

La actual crisis económica de Estados Unidos, que ahora está extendiéndose (esperemos que con menos gravedad) a Europa y los países de la costa del Pacífico, es en gran parte resultado de la desregulación llevada a cabo desde 1970. El colapso multimillonario más espectacular -aunque en absoluto el único- causado por las recientes políticas de desregulación es la crisis de las hipotecas basura. Como la desregulación permitió que una serie de «instituciones financieras» rebautizadas y vagamente definidas, no sujetas a las leyes bancarias, entrasen en el mercado de la vivienda, éstas se dedicaron a ofrecer con libertad hipotecas basura, documentos que no tienen que cumplir los criterios bancarios tradicionales. Además, transforman esas hipotecas en «valores» que pueden vender como si fueran inversiones legítimas, pero en las que el comprador (y a menudo el vendedor) no saben exactamente qué hipotecas, ni por cuántos dólares, entran en cada paquete como «valores». Muchos banqueros, y muchos empleados de firmas que negocian tradicionalmente en valores para grandes inversores privados, han reconocido que no sabían con exactitud qué «valor» estaba detrás de una hipoteca basura «valorada».

Esa ignorancia, no obstante, no les impidió compartir el entusiasmo mientras la burbuja crecía ni ser responsables de las pérdidas de miles de millones de dólares y de las numerosas bancarrotas de las empresas a las que están o estaban asociados.

Para mencionar un efecto de onda expansiva relativamente suave de la caída de las hipotecas basura: en el segundo trimestre de este año, la caja de ahorros y préstamos Washington Mutual perdió casi el triple de dinero que en el segundo trimestre de 2007. Nadie ha explicado por qué los responsables de la mayor caja de ahorros del país invirtieron tanto dinero en hipotecas basura, pero las pérdidas acumuladas han puesto en peligro la existencia del equipo directivo actual. Para sofocar la revuelta de los accionistas, los directores han recurrido a una gran empresa privada de renta variable, de la que recibirán miles de millones en capital nuevo y a la que venderán acciones del banco a un precio un 26% inferior al precio de mercado el día del acuerdo. Mientras tanto, sin consultar a sus accionistas actuales, han rechazado una oferta de compra de JPMorgan Chase que habría pagado un precio más favorable a los titulares. Todo ello es perfectamente «legal» en el mercado desregulado e incluso puede considerarse una operación del «libre mercado».

La crisis de las hipotecas basura es un ejemplo perfecto de la amoralidad del mercado. Los que vendieron esos «valores», en su mayoría, no intentaban robar a nadie. En general, no dijeron mentiras deliberadas. Su trabajo consiste en vender y obtener un beneficio. Si el cliente no protege sus propios intereses, es problema suyo. Los únicos que serán castigados seguramente por esta conducta son aquellos de quienes se puede demostrar que se deshicieron de manera consciente de sus propios «valores» al mismo tiempo que los recomendaban ardientemente a sus clientes. Si se les habla de su responsabilidad profesional respecto al público, cuentan lo mucho que han contribuido a obras benéficas, o lo importante que fue para ellos crear un negocio inmobiliario en una ciudad que no tenía ninguno, o que esos grandes beneficios y esas primas anuales fueron fundamentales para conseguir el mejor tratamiento médico posible para su madre o su tía.

Toda prosperidad y justicia social en el mundo depende, a la hora de la verdad, de la honestidad y la transparencia de las actividades económicas. Es cuestión de leyes y de moral. Tiene que haber leyes que protejan a los que no son especialistas, los que no son ricos y los profesionales de las finanzas que desean actuar con decencia y necesitan tener la seguridad de que sus competidores van a atenerse a unas normas justas y claras.

Pero las leyes, para ser viables en una sociedad compleja, deben ser lo bastante flexibles como para dejar margen a esa complejidad, y dicha flexibilidad significa también que quienes desean eludir las normas, muchas veces, se las arreglan para hacerlo «legalmente». Por consiguiente, no es posible defender un sistema amoral como el «mejor» sistema para la sociedad en general. Es preciso que exista un sentido de la responsabilidad personal y profesional. Y es preciso que se responda ante las autoridades de un sistema político democrático.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Gabriel Jackson es historiador estadounidense.

«Dos mujeres sin odio», en El País. ¡Enhorabuena, Pablo!
Etarras, en El Mundo, corrupción del PP, en El País

La lectura de este reportaje, en El País de hoy, me ha hecho olvidar el análisis comparativo de las portadas y me ha reconciliado con mi profesión de periodista, tan desprestigiada por los propagadores interesados del odio.

Prefiero que lean a Pablo Ordaz. Dejo mis comentarios para otro día.

¡Enhorabuena, Pablo!.

REPORTAJE

Dos mujeres contra el odio

La madre del etarra De Juana fue cuidada antes de morir por la viuda de un comandante del Ejército asesinado por ETA

PABLO ORDAZ – San Sebastián en El País

– 11/02/2007

Todas las tardes, dos mujeres mayores se sientan frente a frente en el salón de un piso del barrio de Amara de San Sebastián. Son vecinas y consuegras. Una de ellas le va dando con una cucharilla y mucha paciencia un yogur de café a la otra, enferma de Alzheimer. La primera es viuda de un comandante asesinado por ETA en 1977. La segunda es la madre del terrorista Iñaki de Juana Chaos.

Madrid otorgó en 1977 a De Juana un diploma por su «valiente lucha» contra un incendio

El padre del terrorista hizo la guerra con las tropas de Franco y ganó cuatro medallas

La escena se repite cada día durante el último año y medio hasta que, el 27 de enero, Esperanza Chaos Lloret muere. Tenía 83 años y había nacido en Tetuán, donde su padre, un militar del Ejército español, estaba destinado entonces. Luego se casaría con un médico, Daniel de Juana Rubio, oriundo de Miranda de Ebro (Burgos), que también hizo la guerra como teniente asimilado en las tropas de Franco, por lo que fue condecorado con una medalla de campaña, dos cruces rojas y una cruz de guerra. De todo ello da fe un carné de Falange Española y de las Jons expedido el 16 de octubre de 1943 donde aparece sonriente a sus 35 años. Daniel de Juana y Esperanza Chaos tuvieron dos hijos, Altamira y José Ignacio, que nacieron y se criaron en una casona de Legazpia donde el doctor pasaba consulta a los trabajadores de Patricio Echeverría, una de las principales acerías de Guipúzcoa. La vivienda estaba al lado de la casa cuartel de la Guardia Civil y por las tardes José Ignacio jugaba al fútbol con los hijos de los guardias.

-Soy Chacho, hola mamá.

Durante las dos últimas décadas, unas veces los lunes y otras los miércoles, el terrorista Iñaki de Juana Chaos, encarcelado en las prisiones más alejadas de Euskadi por asesinar a 25 personas -entre ellas 17 guardias civiles-, empleaba esa fórmula, casi siempre la misma, para iniciar la conversación con su madre. Los cinco minutos reglamentarios de charla versaban sobre cuestiones banales, el tiempo o un jersey verde que el terrorista quería que su madre le hiciera llegar, pero jamás hablaban de política y mucho menos de ETA. Sencillamente porque Esperanza Chaos, a la que en familia llamaban Nina, nunca justificó los crímenes de su hijo ni formó parte del colectivo de apoyo a los presos de ETA. Tampoco llegó a saber jamás qué o quiénes influyeron en él para que, a principios de los 80, abandonara su trabajo en la Ertzaintza y se fugara a Francia.

Cuentan personas que la quisieron mucho que Esperanza se cayó redonda al suelo el 16 de enero de 1987 cuando le contaron que a su hijo lo acababan de detener en Madrid. La fotografía que al día siguiente vio publicada en los periódicos no se parecía en nada a las que de él guardaba en el álbum familiar. En ellas aparece de corbata en el bautizo de su sobrina o jurando marcial la bandera española tras el periodo de instrucción en Alcalá de Henares. Nada en la trayectoria del hijo hacía presagiar un futuro cercano a ETA. Más bien al contrario. Cuando De Juana regresó del servicio militar llevaba consigo un diploma, expedido por el Ayuntamiento de Madrid el 27 de mayo de 1977, en reconocimiento por su valiente lucha contra un incendio que sufrió la capital entre el 15 y el 20 de abril de aquel año. Más tarde, ingresó en la segunda promoción de la policía autonómica vasca. «Aún faltaban unos años», recuerda un familiar, «para que De Juana, muy propenso siempre a los amoríos, se ennoviara con una enigmática mujer llamada Helena y residente en Bayona».

El caso es que Esperanza Chaos jamás volvió a ver a su hijo en libertad. Ya por entonces viuda, inició una difícil carrera por mantener viva su relación con su hijo al tiempo que rechazaba una y otra vez las invitaciones para integrarse en el colectivo de apoyo a los presos de ETA. La madre del terrorista más famoso recorrió más de 300.000 kilómetros en coche -le aterrorizaba el avión- para ver a su hijo preso. Su llegada a las distintas cárceles, según recuerdan funcionarios de prisiones, nunca pasó desapercibida. «Venía como a una boda, con anillos y collares, elegante y alegre, siempre educada y cordial con nosotros, nada que ver con el carácter frío ni la mirada agresiva del hijo ni mucho menos con la actitud desafiante de la mayoría de los familiares de presos de ETA». En una ocasión, un guardia civil, aun sabiendo a quién iba a visitar, se atrevió a pegar la hebra con ella.

-De Tetuán, ¿eh? O usted es hija de funcionario o de militar.

-De militar, agente.

-Pues permítame que la acompañe.

La última vez que vio a su hijo fue el 7 de julio de 2005, en la cárcel madrileña de Aranjuez. Esperanza ya apenas podía caminar. Había seguido manteniendo la costumbre de mandarle 150 euros mensuales, que rebañaba con trabajo de su pensión, e incluso llegó a hablar con un taxista de San Sebastián para que fuera a recogerlo en cuanto obtuviera la libertad. Pero entre las nieblas del Alzheimer y una mano oportuna que apagaba la televisión en el momento justo, Esperanza se fue alejando de la realidad de su hijo en huelga de hambre.

Las dos ancianas están sentadas frente a frente. Una se quedó viuda el 2 de enero de 1977, a las ocho y media de la mañana. Tres pistoleros de ETA se apostaron frente a su marido, el comandante del Ejército José María Herrera, y lo acribillaron con disparos de metralleta en la misma puerta de su casa. Pasado el tiempo, el hijo del militar se casó con una muchacha llamada Altamira de Juana. La anciana enferma es precisamente la madre de Altamira y de Iñaki de Juana Chaos.

Lo que une a estas dos mujeres, más allá de la familia o incluso de la fatalidad de una vida marcada por ETA, es el interés común, tácito, de que el odio no prolongue el trabajo de las pistolas. El País Vasco también está lleno de historias así. Madres de hijos que matan y mujeres de hombres que mueren tejiendo una red invisible de afecto imposible de fotografiar, indetectable para el radar de los telediarios.

Al día siguiente del fallecimiento de la madre del terrorista, las asociaciones vinculadas a los presos de ETA publicaron en Gara hasta 10 esquelas en su memoria. Una de ellas aparecía firmada por «Helena», la enigmática mujer de Bayona. En todas se refieren a Esperanza Chaos como «la madre de un preso político vasco». Tal vez ignorando, o tal vez no, que la única familia política de Esperanza Chaos era, lo que son las cosas, la viuda de un militar asesinado por ETA.

FIN

Etarras, en El Mundo; «Yihadistas», en El País

Manjón: «Alguien está intentando prender una mecha guerracivilista»

EL PAÍS – Madrid – 11/02/2007

Dos de las asociaciones de víctimas surgidas a raíz de los atentados del 11 de marzo de 2004 coincidieron ayer en expresar su confianza en la Justicia para llegar hasta el final y depurar las responsabilidades penales por los 192 asesinatos, incluido el geo Francisco Javier Torronteras. En entrevistas separadas publicadas por Efe, las presidentas de la Asociación 11-M Afectados de Terrorismo, Pilar Manjón, y de la Asociación Ayuda a las Víctimas del 11-M, Ángeles Domínguez, presentan distintas actitudes ante el juicio, sobre todo en lo que respecta a la calidad de la investigación y la posible implicación de ETA en la matanza.

Manjón sostiene que «alguien está intentando manipular» el juicio «prendiendo una mecha casi guerra-civilista». Manjón afirma que confía en la Justicia: «Si no, me hubiera ido al viaducto y me hubiera tirado. Ya no tengo nada que perder. Y tampoco tengo prisa. Si hubiera dejado de confiar en la Justicia no habría estado siguiendo este sumario día a día y soportando lo que en esta asociación se soporta». De la misma forma, Domínguez responde: «Es lo único que me queda, confiar en la Justicia».

En cuanto a las dudas sembradas por el PP y sus medios afines sobre la posible conexión de ETA con la matanza, Manjón se limita a decir que «quien tenga las pruebas de la implicación de ETA, que las aporte». En este sentido, considera que «alguien aquí está jugando a que cuanto peor mejor. Socialmente se percibe una crispación (…) Desde medios de comunicación hasta partidos políticos, políticos concretos».

Carencias del sumario

Manjón, que perdió un hijo en el atentado, no cree que haya «puntos oscuros» en el sumario, pero sí considera que faltan cosas por saber: «Satisfechos del todo no estamos, nos falta por encontrar a los inductores, nos falta por encontrar a quien pagó el atentado y se está deteniendo a gente permanentemente. Esto no se ha terminado de investigar, ni nosotros lo pretendíamos. El resto, poquito a poco, ¿qué prisa tenemos ya?».

Domínguez sí pone en duda que el sumario haya investigado todo lo necesario: «Se han vertido diferentes informaciones y no entiendo por qué no se investigan. Lo que no se puede es tener dudas. Hay que investigar todas las posibles vías». Preguntada expresamente por la implicación de ETA, responde: «Ni la descarto ni la incluyo. Yo lo único que puedo decir es que los que están ahora en la cárcel no están capacitados. Yo no digo que no hayan participado como mano de obra, pero son personas sin cualificar, son delincuentes comunes, son traficantes de droga…».

Ambas son preguntadas si se sienten manipuladas políticamente como víctimas del terrorismo. Manjón es tajante: «Jamás, por nadie, ni tampoco lo van a conseguir». Domínguez, por su parte, responde: «Yo sí que me he sentido manipulada, se nos ha utilizado de alguna forma, no en beneficio nuestro, sino a nivel político».

FIN

La sociedad dividida

Santos Juliá en El País

11/02/2007

Por vez primera, la sociedad aparece partida ante el terrorismo

YA LO HAN CONSEGUIDO, ya han logrado que la sociedad aparezca partida en dos. La ocasión de visualizarlo no podía ser más propicia: manifestar en la calle la repulsa contra ETA. Contamos con una larga tradición de manifestaciones contra el terrorismo: aquella, tan lejana aunque no han pasado más de treinta años, que reunió en el centro de Madrid a quienes, desafiando el miedo y la pesadumbre, salieron a la calle a despedir los cadáveres de los abogados laboralistas asesinados por la ultraderecha; aquella otra, enorme, bajo la única bandera de las manos blancas que trajeron los estudiantes de la Autónoma cuando los de ETA mataron a su profesor Francisco Tomás y Valiente; y aquella, emotiva y unitaria, de la incredulidad y la rabia contenida por el asesinato de Miguel Ángel Blanco; y en fin, aunque ya se veía venir que en el futuro las cosas serían de otra manera, la convocada por el Gobierno del PP en solitario, pero aceptada por toda la oposición, que salió a la calle en protesta por el atentado islamista del 11 de marzo de 2004.

Los muertos eran gentes de derecha o de izquierda, o ciudadanos que se encaminaban a su trabajo, militares, profesores o concejales; los terroristas podían ser madrileños, vascos o de origen marroquí: no importaba ni la calidad de los asesinados ni la procedencia de sus asesinos. Importaba salir a la calle, manifestar el rechazo, acompañar a las víctimas, apoyar a los diferentes Gobiernos en sus políticas contra el terror. Eso era lo que importaba y, por tanto, sobraban gritos y banderas, bastaba el silencio. Éramos conscientes de nuestra superioridad como defensores de un Estado de derecho atacado por el terror. No hacía falta nada más: una actitud, una presencia. A ningún predicador radiofónico, a ningún medio de información se le ocurría hacer miserable política partidista con ocasión de aquellos crímenes.

Algo se ha quebrado, tal vez de manera irreversible, con la negativa de la oposición a sumarse a la manifestación convocada por los dos sindicatos mayoritarios y asociaciones de ecuatorianos y apoyada por el partido del Gobierno con motivo del último atentado criminal de ETA. Los convocantes accedieron a incluir en las pancartas la consigna reivindicada por la oposición, pero enseguida se vio que la exigencia del PP no era más que una cortina de humo. Su propósito era otro: echar por delante al antes inclusivo Foro Ermua y convocar otra manifestación que sirviera para ahondar la división de la sociedad ante la ofensiva terrorista.

Y en esta ocasión, lo nunca visto: con la excusa de una manifestación contra el terrorismo, un mar de banderas de España agitándose no contra el terrorismo, sino contra el Gobierno y contra quienes salieron a la calle quince días antes. Ante la perplejidad y la fatiga de una buena parte de la opinión, el Partido Popular ha emprendido un camino de no retorno hacia la confrontación mientras el Gobierno parece haber perdido el sentido y el rumbo, incapaz de recomponer un discurso que dé cuenta de lo ocurrido desde que se iniciaron las negociaciones con ETA y saque las consecuencias de una política que despertó tantas expectativas y condujo a tantas frustraciones.

Que los partidos políticos se lleven a matar podría ser recibido por la opinión con un encogimiento de hombros, o con asco y hastío, si no fuera porque los problemas que suscita esa conducta pueden conducir al desastre. De hecho, por vez primera en lo que llevamos de democracia, la sociedad aparece partida ante este resurgir del terrorismo. Y tan grave como esto: instituciones que se creían sólidas dan muestras de emprender el mismo rumbo: magistrados y jueces se han liado la toga a la cabeza y van descendiendo uno a uno los mismos peldaños que los políticos. Por no hablar de los medios de comunicación que se dedican cada mañana a ahondar el abismo de la exclusión y la intolerancia.

Bueno, por ese hueco podemos despeñarnos todos. No es verdad, como acaba de decir el presidente del Gobierno en su más panglosiano discurso, que el «futuro siempre será mejor», como si la historia estuviera regida por una ley de progreso universal. El futuro puede ser peor: de hecho, lo ha sido en ocasión no muy lejana: a la belle époque siguió, casi sin solución de continuidad, la Gran Guerra. Basta con proponérselo. Y hoy, desde jueces que hacen política hasta políticos que utilizan el aparato judicial, desde seudovíctimas del terrorismo que se han edificado un pedestal hasta periodistas que han confundido su oficio con el de agitadores panfletarios, hay demasiada gente que se lo ha propuesto.

FIN

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Sábado, 10 de febrero de 2007

Etarras en El Mundo, corrupción del PP, en El País

Viernes, 9 de febrero de 2007

Más de lo mismo:

Etarras en El Mundo, corrupción del PP, en El País

Mentira sobre mentira

ERNESTO EKAIZER

EL PAÍS

09-02-2007

Aznar ignoró tanto los informes del CNI, sobre las inexistentes armas de destrucción masiva, como los dictámenes de los asesores de Exteriores, acerca de la posible ilegalidad de la guerra. Él sabía muy bien lo que se hacía.

La participación de Aznar en la venta de la guerra, por tanto, no se limitó a ser comparsa. Un aspecto de esa campaña fue aterrorizar a la opinión pública. Sadam, decían, estaba a punto de fabricar bombas atómicas.

Fue el 5 de marzo de 2003 cuando Aznar habló en el Congreso. «Permítanme detallar algunos ejemplos extraídos de los informes de los inspectores [de la ONU]… Con respecto al programa de armas nucleares, Irak ha intentado, en los últimos años, hacerse con tubos de aluminio de alta calidad, aptos para enriquecer uranio. Además, ha intentado hacerse regularmente con stocks de ese mismo mineral». Aznar mintió al Congreso. La realidad: los inspectores nunca afirmaron tal cosa, todo lo contrario. Sí lo sostuvo la Administración de Bush. Aznar manipuló los hechos.

He aquí la prueba. El 7 de marzo de 2003, El Baradei, director de la OIEA, dijo ante el Consejo de Seguridad -en el cual España promovía la resolución de la guerra- que no existían pruebas de que Irak estuviese usando tubos de aluminio. «No hay pruebas de que Irak esté reactivando su programa nuclear. La OIEA ha progresado en su investigación sobre los informes según los cuales Irak intentó comprar uranio a Níger. Basándose en un profundo análisis, la OIEA ha concluido con la ayuda de expertos independientes que estos documentos no son auténticos. Por tanto, las acusaciones son infundadas». La ministra Ana Palacio estaba sentada en la misma mesa de El Baradei.

Nadie es perfecto. La rotunda declaración de El Baradei, en la que también solicitó más tiempo para desarmar a Sadam, podía haber hecho reflexionar a Aznar. ¿Por qué no? Pero Aznar persistió.

Evidencia a la vista. El 16 de marzo de 2003, Aznar pone el rostro en las Azores junto a Bush y Blair. Y la víspera de empezar la guerra, Aznar debate con Zapatero.

«Se equivoca su señoría. Las armas de destrucción masiva existen y las verá. Créame que Sadam no tiene las armas de destrucción masiva para hacer colección, las tiene para poder usarlas, y está dispuesto a utilizar el terrorismo. Además, está dispuesto a acceder en cuanto pueda a elementos con un componente nuclear», insistió Aznar.

Por esto, es mentira sobre mentira afirmar ahora que «cuando yo no lo sabía, nadie lo sabía». El Baradei avisó con tiempo.

¿Y Rajoy? «Toda la comunidad internacional cree que Irak tiene, porque además las ha utilizado, armas de destrucción masiva, salvo el PSOE», declaró el entonces vicepresidente en el Congreso el 11 de junio de 2003. ¡Toma castaña!

FIN

«Vuelve el Rajoy de las grandes ocasiones…» ¿Información u opinión?

Cada día disimulan menos algunos colegas a la hora de separar los hechos (que son «sagrados») de las opiniones (que son «libres«). A mi me lo enseñaron así, pero parece que esta regla de oro del buen periodismo está pasando de moda.

Me consta que, tarde o temprano, el lector inteligente percibe cuando un periodista mete la cuchara, por muy sutil que sea, a favor de sus intereses personales o de su empresa.

Todos tratamos de guardar las formas separando, más o menos claramente, los hechos de las opiniones.

Y cuando necesitamos apoyar nuestra visión o interpretación de los hechos con alguna opinión contundente, buscamos a alguien que opine como nosotros, e incluimos su frase entre comillas con nombre, apellidos y cargo de quien la dice.

Durante años, he sido el típico español «hombre de la calle» más citado por el New York Times, el Wall Street Journal, el International Herald Tribune, etc.

Los colegas de mi mujer, que aterrizaban en España en busca de historias, necesitaban atribuir las opiniones -que muchas veces resumen un acontecimiento mejor que una ristra de hechos- a alguna fuente local.

Y ahí estaba yo, citado por todo lo alto, cuando opinaba como ellos. Si mi opinión no coincidía con la del periodista en cuestión, sencillamente buscaban otra fuente que cuadrara mejor con la historia que querían contar. Quien esté libre de citas precocinadas que tire la primera piedra.

La lectura de esta presunta información de la portada de El Mundo de hoy me ha recordado, por contraste, el esfuerzo que hacían los colegas extrajeros por parecer objetivos y por separar los hechos de las opiniones. Aquí parece que esa regla ya no se lleva.

Ni el titular ni los dos primeros párrafos sobre «el Mariano Rajoy de las grandes ocasiones» tienen desperdicio.

Cármen Remírez de Ganuza empieza así su fervoroso artículo de opinión con apariencia tipografica de fría crónica informativa (léase en tono de arenga castrense):

«Volvió ayer a la política nacional el Mariano Rajoy de las grandes ocasiones. El orador parlamentario contra el plan Ibarretxe, el protagonista de la concentración patriótica y liberal de diciembre pasado en la Puerta del Sol reapareció ayer en Madrid para solemnizar, a cuatro días del 28º aniversario de la Carta Magna, su mayor apuesta de Estado y de reforma constitucional.

El líder del PP no se limitó a presetnar una alternativa a la política territorial de Zapatero. Ni siquiera se entretuvo en enumerar la relación de «retoques» o «ajustes`parciales» de la Carta Magna y de reoformas legislativas propuestas en la Conferencia del PP clausurada ayer como «correciones» necesarias sobre los «desajustes» del Estado autonómico». Sigue en página 16. Editorial en página 5.

Y ahí acaban las tres columnas de primera página dedicada «al Rajoy de las grandes ocasiones» sin que me haya enterado de qué es lo que ha dicho. Sólo sabemos que el orador «reapareció«, que «no se limitó a…» y «ni siquiera se entretuvo en…».

Desde luego, a mi me enseñaron que lo más sabroso, o lo que más engancha al lector, de un acontecimiento (el qué, quién, cómo, cuando, dónde y por qué) debía ir en el primer párrafo, ni siquiera en el segundo. El segundo debería contener el resumen de todas las historias anteriores relacionadas con el suceso en cuestión.

Lleva -eso sí- un dato en el sumario:

«Propone 17 cambios constitucionales…»

En cambio, en el titular de portada de El País se quedan en 14:

Rajoy propone 14 retoques a la Constitución ante el «Estado residual» de Zapatero

Además del editorial sobre la reaparición del «Rajoy de las grandes ocasiones», El Mundo dedica este segundo editorial a temas tan de su agrado como el mismo titular:

«Montaje», «Conspiración» y Goma 2

Su retórica vale tanto para un roto que para un descosido. Se puede leer a gusto del lector.

Basta con cambiar el nombre de los diarios: donde dice El País, ponemos El Mundo y donde dice ABC ponemos la COPE.

La vehemencia del editorialista -y la hemeroteca- le traiciona.

En página interior, El Mundo ilustra su tesis conspirativa sobre la conspiración de la conspiración con reproducciones de los diarios citados, tratados, como yo hago a veces, con el photoshop.

Como la reproducción se lee muy mal, copino y pego los titulares:

Los «siameses» atacan de nuevo

Naturalmente, lo que han hecho con el photoshop es una chapuza. Es posible que, con las prisas, hayan utilizado un bligrafo y fotocopia. Pero no seré yo quien les de clases técnicas de algo que acabo de aprender de mis hijos.

El País:

La policía destapa un nuevo montaje para alimentar la teoría conspirativa del 11-M

ABC:

Detenidos cuatro policías por tráfico de drogas y explosivos y por simulación de delitos

Sumario:

Dos de los agentes de la trama estaban en contacto desde meses con un diario nacional para elaborar un montaje conspirativo que encubriera sus delitos

——

Por ser domingo, te tenido tiempo de ir al cine («El Perfume») y de leer los diarios. Dos artículos recomiendo. Uno es éste de Santos Juliá, publicado en el suplmento Domingo de El País:

Víctima y verdugo

Santos Juliá

03/12/2006

«UNA UTILIZACIÓN de la memoria histórica’ guiada por una mentalidad selectiva abre de nuevo viejas heridas de la Guerra Civil y aviva sentimientos encontrados que parecían estar superados»: así se expresa la Conferencia Episcopal en la Instrucción pastoral aprobada en su última sesión plenaria. Nada más justo, a primera vista: todas las memorias selectivas de acontecimientos traumáticos avivan sentimientos encontrados. El problema es que todas las memorias son, por definición, selectivas: no hay memoria sin olvido, memoria de lo que consuela, olvido de lo que desasosiega.

¿Cuál es la memoria y cuál el olvido de los obispos españoles en relación con esa Guerra Civil cuyas heridas ven ahora a punto de reabrirse? Por lo que se refiere a lo segundo, la cosa está bien clara. Los obispos han olvidado que fue la Iglesia católica la que elaboró, a las pocas semanas de iniciarse la guerra, el sagrado relato de la cruzada contra el invasor. Las palabras con las que se describe una guerra nunca son inocentes, y cruzada no lo fue. Significó que se combatía en nombre de Dios y que para el infiel no quedaba más destino que el exterminio. El alcance de las matanzas ocurridas en la zona bajo control de los militares que se rebelaron contra la República se debe precisamente a que desde las primeras semanas actuaron como cruzados de una guerra santa.

En su administración de la memoria, la jerarquía católica ha olvidado además que, por celebrar el fin de la guerra como triunfo de la cruz y al recibir -también en la abadía de Montserrat- al caudillo de aquella guerra como salvador de la religión y de la patria, la represión sobre los vencidos se aplicó a conciencia y sin respiro. Liquidar, exterminar, erradicar, limpiar, barrer, depurar: ése fue el léxico empleado por los obispos en sus cartas pastorales. Es por completo seguro que sin ese aliento sagrado empujando sus velas, el nuevo Estado construido tras la victoria no habría podido acometer una represión tan cruel y duradera. Quizá convendría recordar a los autores de esta Instrucción pastoral que el cura delator que lleva a la muerte al protagonista de aquel memorable relato de Ramón J. Sender, Réquiem por un campesino español, no fue un personaje de ficción, sino una figura repetida cientos, miles de veces en la España de la guerra y de la inmediata posguerra.

Sobre estos olvidos ha construido la jerarquía de la Iglesia católica su más reciente memoria. En los pontificados de Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI, el Vaticano resistió las presiones procedentes del Estado católico español encaminadas a beatificar a sacerdotes y religiosos asesinados durante la Guerra Civil. En la transición, los obispos pasaron de puntillas sobre el pasado, sacudiendo el polvo de su identificación con lo que ahora denominan púdicamente «régimen político anterior». Luego, la memoria comenzó a hacer de las suyas y lo único que la jerarquía católica ha recordado ha sido a sus muertos, elevados a los altares. Cada vez que un religioso asesinado durante la guerra es beatificado, la Iglesia ejerce una memoria, como no podía ser menos, selectiva y recuerda su papel de víctima, la hecatombe que sufrió durante los primeros meses de la guerra, cuando miles de católicos fueron asesinados por el mero hecho de serlo.

Haciendo buena la definición de Carl Schmitt, que veía en la Iglesia universal una complessio opositorum, la Iglesia católica española fue durante la Guerra Civil víctima y verdugo. Su memoria selectiva la lleva a olvidar lo segundo para celebrar ritualmente lo primero. Podría, si no quiere seguir desempeñando un papel principal en este peligroso juego de las memorias enfrentadas, recordar lo segundo sin olvidar lo primero. En ese caso, tendría que publicar otra Instrucción pastoral reconociendo haber bautizado como cruzada la Guerra Civil y haber impulsado, invocando a los mártires de una guerra santa, el extermino del enemigo por un Estado que se definía a sí mismo como católico.

Entonces, a lo mejor, los obispos españoles -que han cerrado bajo siete llaves la memoria del Concilio Vaticano II- podrían recuperar algo de autoridad para impartir «orientaciones morales ante la situación actual de España». Mientras no lo hagan, la memoria selectiva de los demás -cada cual tiene derecho a la suya- sólo recordará que de los males que han afligido a la nación española durante los dos últimos siglos, el más terrible fue el de la represión del laicismo y de otros venenos similares ejercida por los clérigos en la Guerra Civil y en los años sin fin de aquel Estado católico que con tanta euforia emprendió los trabajos de depuración una vez la guerra terminada.

FIN

Y el otro es de Javier Pradera, publicado en el mismo suplemento:

Borrar el pasado

Javier Pradera

03/12/2006

DOS AÑOS Y MEDIO DESPUÉS de abandonar el poder ejercido a lo largo de dos mandatos, el PP continúa embelleciendo su etapa de gobierno y satanizando la actuación socialista durante el periodo inicial de esta legislatura. Todavía vivos los ecos de la cinta de FAES que atribuía a ETA el atentado del 11-M, el vídeo del PP sobre la inseguridad ciudadana bajo el Gobierno de Zapatero -en contraste con los idílicos tiempos populares- tal vez podría haber sembrado «la conmoción y el pavor» en la sociedad española si no fuera porque dos de sus secuencias corresponden a violentos conflictos callejeros de 1996 y 2002 (filmados cuando eran ministros del Interior Mayor Oreja y Rajoy, a las órdenes del presidente Aznar) y otra tercera reproduce una refriega entre narcotraficantes colombianos en Medellín. Por lo demás, el instrumento de comunicación preferido por los populares para glorificar su pasado y borrar las máculas que pudieran afearlo son las intervenciones parlamentarias, las declaraciones a la prensa y los discursos a los militantes de sus satisfechos líderes.

El lenguaje reconciliatorio de Aznar -paz, diálogo, generosidad- durante la tregua de ETA en 1998 contrasta con las diatribas lanzadas desde la oposición por el PP en el actual alto el fuego terrorista

El vídeo -esta vez del PSOE- sobre «cómo actuó el PP cuando estaba en el Gobierno» durante el anterior alto el fuego de ETA ha sido una piedra lanzada a las cristalinas aguas de ese inventado pasado. Por supuesto, hay obvias diferencias entre las treguas de 1998 y 2006: junto al pacto de ETA con el PNV y EA firmado en secreto hace ocho años, la principal desemejanza es que el PSOE dio entonces su apoyo a José María Aznar y el PP se lo niega ahora a Zapatero. El reconciliador lenguaje utilizado por los populares desde el Gobierno también choca con sus feroces diatribas desde la oposición -directamente o por intermedio de los portavoces de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT)- contra la política socialista. El vídeo resucita las melifluas declaraciones del presidente Aznar -en actos públicos o en entrevistas de prensa- sobre «el proceso de paz», las exhortaciones a «la generosidad, la comprensión y el perdón» para favorecer la reconciliación, el final dialogado de la violencia, la discreción y la reserva en los contactos con la banda, la eventual reinserción de los presos sin necesidad de que hagan una condena explícita de sus crímenes, el reconocimiento del Movimiento Vasco de Liberación, etcétera. Hasta Miguel Ángel Rodríguez sostuvo -antes de la tregua- que «no debería haber ni vencedores, ni vencidos»; Mayor Oreja tampoco consideraba indispensable para el diálogo con ETA la entrega de las armas.

La redomada doblez de los dirigentes del PP les lleva ahora a reprochar al presidente del Gobierno el incumplimiento de algunos requisitos establecidos por la resolución del Congreso de mayo de 2005 para iniciar un final dialogado de la violencia con ETA; en aquella ocasión, sin embargo, Rajoy consideró una traición a los muertos esa moción y votó en contra. La hipocresía del PP no se manifiesta sólo a la hora de borrar el propio pasado; también le facilita la tarea de lanzar a la vez pronósticos contradictorios sobre el futuro.

De un lado, los populares expresan o respaldan la paranoide convicción según la cual estaría todo el pescado vendido; las manifestaciones organizadas al alimón por la AVT y el PP denuncian que Zapatero se ha rendido ya ante ETA: el presidente del Gobierno y la banda habrían suscrito un compromiso formal para poner en marcha un proceso que significaría la capitulación del Estado democrático de derecho ante el terrorismo, y que acabaría ineluctablemente con la anexión de Navarra al País Vasco, la ruptura de España y la independencia de Euskal Herria. De otro lado, la dificultad de mantener esa hipótesis conspirativa tras el desmentido dado por los hechos durante los meses transcurridos desde la declaración del alto el fuego aconseja al PP hacer también suya de manera oportunista la alternativa opuesta: la ruptura de la tregua sería un fracaso personal del presidente Zapatero que arruinaría sus oportunidades electorales. Se diría que el PP, desbancado del poder tras el atentado terrorista del 11-M, apuesta por reconquistarlo como una consecuencia lateral de la reanudación de los atentados mortales de ETA.

FIN