Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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El creador de Facebook no me pareció gilipollas

En octubre de 2008 conocí personalmente a Mark Zuckerberg, el creador de Facebook y (con 24 años) el multimillonario más joven del mundo. Almorzamos frente a frente en el comedor de la Fundación Rafael del Pino en Madrid.

Mark Zuckerberg, entre Patricia Gabaldon y José A. Martínez Soler en octubre de 2008

Después de un par de horas de charla informal y de debate profesional, el joven Mark no me pareció tan gilipollas como le ponen en la película «La red social» que he visto este fin de semana.

No me pareció un tipo tan tímido, huraño, introvertido y soso como le muestran en el cine.  Por el contrario, su charla fue animada y amena y sus reacciones a mis comentarios (algo burlones) fueron simpáticas y rápidas.

Dicen en mi pueblo que no hay ministro tonto ni torero cobarde. Tampoco hay -creo yo- multimillonario humilde. Por eso, quizás, lo que más me llamó la atención en Mark Zuckerberg fue su arrogancia, impropia en un chaval de la edad de mi hija Andrea, aunque haya pasado por la Universidad de Harvard (como yo) y por la Phillips Academy de Exeter (New Hampshire), frente a Riverwoods donde entonces vivía mi suegra, Geraldine Westley.

Uno de los compañeros de mesa y matel -otro emprendedor local- se ofreció a hacernos una foto con su móvil (de ahí la mala calidad de la imagen adjunta). Entonces le dije a Mark que esa fotografía le haría muy famoso en Almería.

«¿Por qué en Almería?», me preguntó.

«Pues porque estarás a mi lado y porque yo nací en Almería, frente a Africa, donde presumo de ser gloria local desde que salí por la tele»,  le respondí.

El joven multimillonario soltó una carcajada. En la foto aún se pueden apreciar los restos de aquella risa.

Mark Zuckerberg, creador de Facebook, con José A. Martínez Soler, creador de la editora de 20 minutos.

El almuerzo del fundador y presidente de Facebook con un grupo reducido de emprendedores españoles, con los que él quería compartir experiencias, fue organizado por la Fundación Rafael del Pino, en su sede de Madrid. No se trataba de una conferencia de prensa sino de un encuentro de caracter privado y, como yo era el único pediodista presente, me comprometí a no publicar el contenido del debate/tertulia para que todos pudieramos hablar como si fueramos libres. Así lo hice. Tampoco se dijo nada especialmente exclusivo ni relevante digno de un titular de prensa. Cada uno de nosotros le contamos nuestra aventura empresarial y él nos resumió la suya. Yo presumí, naturalmente, de haber creado la empresa editora de 20 minutos, un diario líder y una web tan gratuitos como Facebook, aunque con algunos menos usuarios (por el momento, claro).

Cuando comparamos notas sobre nuestras experiencias más o menos locas (yo le gano en fracasos, quizas por mi edad), me sorprendió que él hubiera vivido precisamente en la Kirkland House, un colegio mayor de la Universidad de Harvard (Mass., EE.UU.), la misma House (que sale en la peli) a la que yo estuve afiliado cuando pasé por Harvard en 1976-1977 como Nieman Fellow de Periodismo.

También fue casualidad que Mark hiciera el bachiller en la Phillips Academy de Exeter, que yo visitaba cada año cuando iba a ver a mi suegra. La Phillips Academy es un vivero de estudiantes pijos desde donde salen disparados hacia las universidades mas prestigiosas de la Ivy League (la Liga de la Hiedra, porque sus edificios bi o tricentenarios de ladrillo macizo suelen estar cubiertos de hiedra). Con tantas coincidencias personales, la conversación fue my animada y simpática durante el almuerzo. En el postre, pasamos al debate profesional off the record donde pudieron intervenir los demás compañeros de mesa entre los que destacaban jovenes empresarios/creadores de primera fila (que no quiero citar sin su permiso).

Pese a que el personaje de Mark Zuckerberg que se muestra en «La red social», recién estrenada en España, no responde exactamente a la imagen que yo tenía de él, tras aquel breve encuentro de un par de horas en Madrid, la película me gustó y la recomiendo a todos los que estamos apuntados a Facebook e incluso a quienes tienen alergia a las redes sociales. Entre Facebook y Skype suman ya 1.000 millones de usuarios, lo que se dice pronto. En 2003, desde su habitación en la Kirkland House de Harvard, este chico inició una revolución auténtica en el modo de relacionarse de los seres humanos y merece crédito por ello.

No es, pues, de extrañar que sus colegas de universidad y sus primeros socios y amigos -que fueron quedando apartados en el camino del éxito- sintieran envidia, celos o deseos de venganza (o de sacar alguna pasta del pleito) contra quien triunfó utilizando parcialmente algunas ideas propias y otras prestadas.

Mark tuvo una idea y persiguió obsesivamente su realización hasta llegar al éxito. Y es que las ideas -sorry- son de quien las realiza y no del primero que las tiene pero es incapaz de llevarlas a cabo. Sus colegas ricos tuvieron una idea semejante, pero su obsesión estaba centrada en el campeonato de remo y no en la creación de la red social. Su mejor amigo discrepó de él, insistiendo en meter publicidad en Facebook, quizas demasiado pronto, y fue apartado de la empresa. Y su otro socio -el creador de Napster- fue despedido tras un escándalo de drogas.

La película es dura con Mark Zuckerberg. Es el resultado de un par de libros sesgados y de haber hablado principalmente con los perjudicados por la obsesión del creador de Facebook por llevar a cabo su invento a cualquier precio. Incluso al alto precio de perder el amor de su chica. Es una historia patética de éxito que vale pena ver en el cine, aunque en esta peli salgan mas molinos que gigantes… El gigante Zuckerberg no ha querido participar en la peli. No quiso hablar con los peliculeros y no es una versión autorizada por él. Creo que hizo bien. Aún es pronto.  Tiene tan solo 26 años y preside una empresa valorada en 25.000 millones de dólares. Y, además, ya es famoso en Almería. ¿Qué más quiere?

Ha muerto Gerry Westley, la abuela de mis hijos

En primer lugar, muchas gracias a todos los amigos que han enviado su mensaje de pésame a Ana -que sigue en el área de Boston, atareada con asuntos funerarios- y al resto de la familia. Es difícil responder ahora mismo, individualmente, a cada uno. Gracias.

Pese a ser una persona extraordinaria, con una inteligencia brillante, superada tan sólo por su bondad, mi suegra, Geraldine (Gerry) Westley, apenas ha salido en los papeles.

Hoy ha muerto en su residencia de Riverwoods, Exeter, N.H., a los 89 años, y mañana se publicará una pequeña esquela y un breve obituario en el diario local.

Cuando se enteró de que Barak Obama había ganado las elecciones presidenciales norteamericanas, la abuela Westley rompió a llorar.

Como este blog tiene una pestaña de asuntos y recuerdos personales (y pido perdón a quien no le interese), me atrevo a dejar aqui constancia de que mi suegra -¡y mira que suena mal este título!- ha dejado una huella de exquisita humanidad, imponente e imborrable, en toda nuestra familia y en todos cuantos la conocieron. Fue profesora de Literatura, anticuaria, especializada en utensilios de hierro, pintora, rebelde y pionera del feminismo más auténtico. Esto último lo transmitió muy bien a su hija, Ana, y a su nieta, Andrea. (¡Si lo sabré yo!)

Es una pena que no haya publicado sus escritos, o incluso sus cartas familiares, dando cuenta de la historia cotidiana reciente de Estados Unidos desde la Gran Depresión hasta nuestros días. Su prosa era brillante, cargada de humor y de fina ironía, no exenta de ternura. Vamos a hurgar en sus archivos para recuperar algunas de sus joyas literarias domésticas.

Se han salvado, eso sí, sus acuarelas y óleos.

Hace tres semanas, su hija le organizó la última exposición de pintura de su vida. Acabo de recibir los recortes de prensa y compruebo que Grandma Westley salió en los papeles y ¡en primera página!. El titular de primera del periódico de Exeter , N.H. (la ciudad de la Phillips Academy, vivero para la Universidad de Harvard y otras «Ivy League«), es muy revelador:

Reina por un día

Mientras la abuela Westley se recuperaba de una trombosis y fractura de cadera, su hija, G. Ana Westley, dejó en este óleo un vivísimo recuerdo de nuestra última visita a su residencia. Madre e hija, cada una en su mundo…

—-

Este es un detalle de la foto (disculpen la pésima calidad) que acabo de hacer al cuadro de Ana que tenemos en casa.

Gerry Westley era muy norteamerica y también muy noruega, nieta de immigrantes de la zona de Bergen . Los abuelos de su marido, Alph Westley, tembién fueron inmigrantes noruegos, pero procedentes de la zona de Stavanger. Todos ellos se instalaron en Dakota del Norte hasta que la postguerra mundial les distribuyó por todo el país. Los pueblos de Dakota aún conservan multitud de bares y clubes con el nombre de «Sons of Norway» donde conservan las tradiciones escandinavas (comida, música, artesanía, etc.).

Ahí va una anécdota para la pequeña historia de 20 minutos, en la que mi suegra creyó haber jugado un papel de protagonista.

Me gustaría registrarla y recordarla aquí, en este blog de 20minutos.es, pues tiene relación con la superviviencia y el éxito de nuestra empresa (Multiprensa y Más, S.L.) cuya primera sede social escriturada fue el sótano de mi casa.

El diario sueco Metro (hoy desaparecido) aterrizó en Madrid y Barcelona en 2001 y trató de pisarnos los talones, mediante grandes tiradas fianciadas por su casa matriz con sede en Estocolmo. Naturalmente, nos asustamos.

Ante tamaña amenaza, nuestros socios cofundadores (siete valientes Cajas de Ahorro, entre otros) debían decidir entre cerrar nuestra compañía, pionera de la prensa gratuita diaria en España, ampliar significativamente su capital, para poder financiar grandes tiradas como las de los suecos y mantener nuenstro liderazgo o bien venderla a un poderoso grupo editor extranjero o nacional.

Entre los candidatos finalistas del «road show» figuraban nuestros competidores suecos de Metro Internacional , los italianos del Grupo Rizzoli (los dueños de El Mundo de Pedro Jota) y los noruegos del Grupo Schibsted (editores desde 1830), a quienes afortunadamente vendimos finalmente nuestra compañía.

Hoy, el grupo Schibsted, (a través de 20 minutos España S.A). es el dueño del 80% de Multiprensa y Más, S.L. editora del diario líder de la prensa española 20 minutos, de la tercera web de información general de España, www.20minutos.es , de la revista mensual Calle 20 y de la red social www.nettby.es.

Cuando Ana Westley, administradora única fundadora de Multiprensa y Más S.L comunicó a su madre, Gerry Westley, nuestra intención de vender la mayoría de control de la compañía a un socio extranjero (sueco, italiano, noruego, etc.), ya ningún grupo de comunicación español había hecho una oferta creíble, obtuvo una respuesta contundente, como sólo la podría expresar una anciana emigrante noruega que sufrió la II Guerra Mundial:

«Dont even think to sell your company to the Swedish!»

(«¡Ni se te ocurra vender tu compañía a los suecos!»)

Cuando su hija le preguntó el porqué de su reacción tan airada, replicó con igual contundencia:

«Porque los suecos dejaron pasar a los nazis de Hitler hasta Noruega»

.

Finalmente, vendimos la companía a los noruegos, naturalmente por otras razones profesionales y económicas (en ese orden) que nada tenían que ver con la invasión nazi de Noruega a través de Suecia.

El presidente de 20 minutos España S.A, Sverre Munck, es de Bergen, la ciudad de donde partieron los abuelos de mi suegra hacia Dakota del Norte. Ella estaba encantada con sus raíces noruegas y ha muerto hoy convencida quizás de que, con su intervención antinazi (y antisueca) , había cambiado el rumbo de la historia de 20 minutos.

Nunca quisimos defraudarla diciéndole que nuestro editor, el grupo noruego Schisbsted, es también el dueño del primer diario de Estocolmo (Aftonbladet)y de la primera web de Suecia (www.aftonbladet.se).

Seguramente, se habría partido de la risa.

Echaremos mucho de menos a Gerry Westley.

No encuentro palabras para celebrar la excelencia -y la superioridad moral y artística- de mi suegra.

Descanse en paz.

«¡El sueño americano vive!» Y mi suegra rompió a llorar…

El 4 de noviembre, después de votar, Geraldine (Benson)Westley, la abuela americana de mis hijos (89 años) se rompió la cadera y la llevaron al hospital de Exeter (NH) donde fue operada urgentemente y con éxito.

El viernes pasado salió de la UVI y reconoció al instante el rostro de su hija, Ana Westley Benson, recién llegada al hospital procedente de Madrid.

-«¿Qué ha pasado?»

, preguntó la abuela.

-«Te has roto la cadera y ha ganado Barack Obama»,

le respondió mi esposa, en ese orden.

Grandma se olvidó de la cadera y le replicó:

-«¿Qué me dices? ¿Obama es presidente de los Estados Unidos? ¡No me lo puedo creer!»

-«Sí, mamá. Obama ha sido elegido presidente de los Estados Unidos»,

le dijo su hija mientras le mostraba la portada del diario The Boston Globe con la foto del presidente electo.

(Esta es una foto de Grandma, de hace unos años, con sus adornos de Dakota de Norte, de origen noruego).

Con la garganta aún molesta por los tubos del quirófano, la voz un poco ronca y con lágrimas brotándole ya de los ojos, contestó a su hija:

«Entonces, el sueño americano no ha muerto. ¡El sueño americano está vivo!».

Y, llena de emoción, la abuela yanqui de mis hijos rompió a llorar.

Esta señora de mirar tan dulce -que es mi suegra- tiene mucho coraje cuando se trata de defender principios éticos. Uno de los más arraigados en ella es el de luchar contra la injusticia y, por tanto, contra el racismo.

Conozco muy bien su historia y en la familia estamos muy orgullosos de ella y del abuelo, Alph Westley, que falleció poco antes de caer el Muro de Berlín y sin haber visto -¡qué lástima!- a Obama en la Casa Blanca. De ambos, recuerdo hoy algunas anécdotas que explican esas lágrimas tan emocionantes.

Hacia 1957 (escribo de memoria), mi suegro, Alph Westley, oficial de la Fuerza Aérea norteamericana, fue destinado como profesor de Telecomunicaciones a la Escuela Militar de Montgomery, la capital del estado sureño de Alabama donde hizo amistad con uno de los pocos oficiales negros de su Escuela.

Tan sólo tres años antes (1954), el Tribunal Supremo había declarado inconstitucional la segregación racial enlas escuelas.

Hacía dos años que una vecina de Montgomery, la heroica Rosa Parks, se había negado a ceder su asiento a un blanco en un autobús de su ciudad. Fue arrestada por ello. Mi familia política recuerda el rescoldo -aún muy vivo cuando se instalaron allí- que había dejado la gran protesta, liderada con éxito por el reverendo Martin Luther King, que se dio a conocer entonces gracias al boicot contra los autobuses de Montgomery durante un año.

En ese ambiente, pasó mi mujer tres años de educación pública y de hegemonía racistas. No me extrañó que, siendo aún adolescente, Ana participara personalmente en la Gran Marcha de Washington (1963), en la que el ya famoso luchador por los Derechos Civiles, Martin Luther King, pronunció su discurso histórico y promonitorio «Tengo un sueño».

Al año siguiente ganó el Premio Nobel. (Lo dejo escrito aquí para que mis hijos no lo olviden).

De 1957 a 1961, mi mujer estudiaba en una escuela pública de Montgomery, en cuyo coro cantaba (aún canta de maravilla). Por las tardes, Ana iba en autobús hasta la Escuela de Empresariales, donde su madre era profesora de Lengua y Taquigrafía.

Por las ventanas de esa Escuela, en un lugar céntrico, todos los alumnos y profesores pudieron seguir, con el estómago encogido por el miedo y la rabia, las protestas de los racistas y los antiracistas de Alabama que habitualmente acababan con violentas cargas policiales y enfrentamientos callejeros sagrientos.

(Por esas fechas, dos niñas fueron asesinadas por los segregacionistas del Ku Kux Klan, en el interior de una iglesia de Birmingham (al norte de Montgomery), a la que pegaron fuego con los fieles dentro.)

El día de 1957 en que mi esposa debutó en una obra de teatro infantil, en el salón de actos de su Escuela, fue muy especial para sus padres y sus hermanos pequeños. Quien lo probó, lo sabe. Cualquier padre que haya visto actuar a sus hijos en el Colegio lo habrá hecho con emoción contenida.

A mitad de la obra -que trataba, naturalmente, de la Guerra Civil nortamericana- los niños de Montgomery interpretaron en el escenario el asesinato del presidente Abraham Lincoln , que abolió la esclavitud en 1863.

Padres y niños del público estallaron entonces en un gran aplauso y vitorearon (no precisamente por sus dotes interpretativas) al actor que encarnaba al asesino de Lincoln.

Mi suegra saltó de su silla, subió al escenario, tomó a su hija de la mano y la sacó a rastras del coro y de aquel salón infecto, lleno de racistas. Lo explícó diciendo:

«Mis hijos no pueden participar en actos tan vergonzosos»

A partir de ese momento, Geraldine pasó a formar parte de la lista -entonces muy pequeña en Alabama– de los «nigger lovers» («amantes de los negros«), tan despreciados y vejados por los racistas del Sur.

Naturalmente, el día en que los sureños celebraban anualmente el nacimiento de la Confederación y el comienzo de la Guerra Civil (que perdieron), la familia Westley no tenía nada que celebrar en su casa acosada de Montgomery. Ana y Grieg Westley eran niños y vivieron ilusionados los preparativos del Centenario de la Guerra Civil que estalló en 1861. Las niñas debían ir vestidas como princesitas de Versalles («las bellas del Sur») y los niños, naturalmente, con traje militar color gris de soldado confederado.

Mis suegros (ambos de Dakota del Norte) se negaron a confeccionar aquellos trajes y a que sus hijos celebraran la secesión del Sur cuya Confederación defendía la legalidad de la esclavitud de los negros. De hecho, los Westley vivieron en Alabama como si los del Norte hubieran sido los perdedores de aquella Guerra Civil que habían perdido los del Sur. La victoria del Norte permitió la derogación de la esclavitud en los Estados Unidos. Por eso, el abuelo de Michelle Obama, la primera dama electa de los Estados Unidos, pudo crecer como un hombre libre hijo de esclavos.

Mi suegro Alph (en la foto, con traje militar) no le iba a la zaga a su esposa en la lucha contra el racismo. Ana recuerda el día de 1957 en que su padre había invitado a cenar en casa al oficial negro amigo suyo. Mientras tomaban el aperitivo, los vecinos del barrio comenzaron a apedrear la casa y a romper los cristales. Los niños, asustados, tuvieron que esconderse lejos de las ventanas.

A partir de entonces, la vida de la familia Westley -los «nigger lovers«- fue un infierno en Montogomery, Alabama, hasta que mi suegro fue destinado a Boston, una ciudad maravillosa del Norte, donde no te apedreaban por ser «amante de los negros».

Cuando me tocó cubrir en Atlanta (Georgia), en 1988, la Convención del Partido Demócrata que eligió candidato presidencial al gobernador Dukakis, hijo de emigrantes griegos, me acerqué con mi gran amiga (compañera de pupitre en Harvard) Katherine Jonhson al monumento donde reposan los restos de Martin Luther King.

Emocionado y silencioso ante su tumba, recordé a la valerosa familia Westley en su paso por Alabama donde coincidieron con el líder pacifista de los Derechos Civiles asesinado a tiros, como el presidente Lincoln, por racistas del Sur.

¡Que te mejores de la cadera, mi querida y admirada suegra!

¡Qué pena de profesión periodística!

¿Es información u opinión lo que puede leeerse en este párrafo de la portada de El Mundo sobre Zapatero y el G-20?