Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Voy al «2 de Mayo» con el corazón «partío»

Ahora que puedo escribir como si fuera libre, diré que, habiendo estudiado Historia en los manuales franquistas de Bruño, aún tengo el corazón «partío» por las distintas versiones que, desde entonces, me han ido dando del 2 de mayo de 1808.

Ya nos lo advirtió el bueno de don Antonio Machado:

«Una de las dos España ha de helarte el corazón»

¿Quién se sublevó el 2 de mayo de 1808 contra el invasor francés y por qué?

Como en las portadas de los diarios (que son «el segundero de la Historia«), también cuando hablamos del 2 de Mayo de 1808 cada historiador, cada político, cada periodista o cada lector arrima el ascua a su sardina.

En este blog trato de acercarme a los titulares de la prensa con cierto espíritu crítico, naturalmemente, sesgado hacia el lado del que cojeo. Faltaría más.

Lo mismo me ocurre con los libros llamados respetuosamente de Historia. Hay interpretaciones de los hechos para todos los gustos. Incluso hay «hechos» y «no hechos«.

La Historia la escriben, desde luego, los vencedores. Con esa prevención debemos acercarnos a esta maravillosa versión censurada de la realidad antigua que llamamos Historia. Porque no hay una Historia sino muchas historias.

En este sentido, el discurso de exaltación nacionalista de la lideresa madrileña -perteneciente al Estado noble, pues es condesa de Murillo– me ha hecho cierta gracia. Mañana lo darán los diarios impresos (que suelen dan las noticias de ayer).

El diario Público la veía venir y hoy ha dedicado su portada a Esperanza Aguirre . Por lo que se ve, la dueña del 2 de Mayo tiene una peculiar idea de «nación«. Se parece más a la que nos impuso, por la fuerza de las botas, el dictador Francisco Franco (sólo superado, quizás, en sus felonías por el mismísimo rey felón Fernando VII) que a la que consagra hoy en democracia, por la fuerza de los votos, nuestro Tribunal Constitucional.

El Mundo, que últimamente no oculta su pasión por la condesa-lideresa, ha preferido mandar hoy en su portada con la idea de «nación» ligada, precisamente, al Tribunal Constitucional:

El Constitucional se inclina por aceptar que Cataluña se defina como nación

El segundo tema, a tres columnas, es sorprendente:

Compromisarios del PP piden «retomar la bandera de la regeneración democrática»

Desde luego, falta le hace al PP regenerarse democráticamente por dentro.

Pero, volviendo a la fiesta que celebramos hoy en Madrid, me cuesta asumirla como propia si aquella rebelión frustrada resultó que se hizo -como dicen algunos historiadores- con este grito terrorífico y frivolón:

«¡Vivan las cadenas!»

Un amigo me decía hoy que le recordaba otro grito: el del general franquista Millán Astray en pleno ardor guerrero:

«¡Viva la muerte!»

No me extraña que los grandes ilustrados de la España de las luces (y entre todos, el grandísimo Francisco de Goya) tuvieran también el corazón «partío» entre los ideales de «libertad, igualdad y fratenidad» de la Revoluciónon francesa, que decían defender las tropas napoleónicas, y la lucha contra un ejército invasor que siempre acaba cabreando a los nativos.

Imagino que en Irak debe haber hoy más de un demócrata sincero que tiene el corazón dividido, tan «partío» como lo fuera el de Goya, entre los ideales democráticos que Bush dice defender y las tropas norteamericanas que invaden su país y cabrean y humillan a sus compatriotas. Lo mismo les pasó en Vietnam. Y es que parece que los imperios no aprenden eso de que «la letra con sangre no entra» y que «sarna con gusto no pica»

El País, en cambio, hoy huye del 2 de mayo como del diablo, en su portada, y la dedica a tope a rejonear al PP. Parece que le ha cogido gusto a la crisis interna de Rajoy y Esperanza Aguirrel y sigue hurgando en ella:

Diputados del PP se ofrecieron a Zaplana para desbancar a Rajoy

Sin embargo, el lunes le dedicó una página noble al artículo de Antonio Elorza, que copio y pego al final de este post.

Y en páginas sólo de Madrid publica un bonito reportaje sobre la «gesta patriótica» y el «día sin curro». Como fuera de Madrid no puede leerse este suplemento, ragalaré al lector unos párrafos franquistas recogidos por Rebeca Carranco .

Legislación de la Enseñanza Media, dictada por Franco el 14 de abril de 1939. Sobre el 2 de Mayo decía:

«Se estudiará la gloriosa y españolísima guerra de la Independencia (…) con un sentido español, antiexótico, tradicional, católico y monárquico (…) No se debe olvidar que la Historia de España en esos primeros años, además debe sentirla (el alumno) como medio de sentir la patria»

Algo malo debía encerrar aquel 2 de mayo de 1808 si era algo tan bueno para la Dictadura de Franco

Por cierto, ¿quienes eran, dónde estaban y qué hicieron los generales, coroneles y comandantes de todo el Ejército español que traicionaron y dejaron morir a los capitanes Daoíz y Velarde?

¿Quienes eran, el 3 de Mayo, los héroes y quiénes, los traidores?

Me quedo con la costurera heróica Manuela Malasana (o ¿Malasagne?) y sus tijeras y con la Carmen de España y no la de Merimé. El romanticismo y el oportunismo político se encargaron, luego, de fantasear de lo lindo sobre la España de charanga y pandereta mientras la otra, la España de las luces, era perseguida y fusilada por el absolutismo y la Santa Inquisición.

Es un poco tarde. Mañana veremos lo que dicen de la fiesta de hoy, en sus portadas, «los segunderos de la historia«, con minúscula..

IGNACIO ESCOLAR

en Público (27/04/2008)

La historia la reescriben los que pagan las exposiciones. O, por lo menos, lo intentan en sus discursos inaugurales. Habla la mecenas, Esperanza Aguirre: «Si los españoles se rebelaron contra Napoleón fue precisamente porque ya tenían conciencia de que España era una nación, de que era una gran nación y por eso no podía soportar que nadie le impusiera su voluntad».

Visto así, con los ojos de la lideresa, la revuelta del 2 de mayo tiene mucho que ver con la peor cara de la nación romántica, con el lado más siniestro del patriotismo: el pueblo paga con sangre los errores de sus gobernantes.

Si damos por bueno el espíritu nacional de Aguirre, el 2 de mayo es la historia de una traición; de cómo cientos de desharrapados de Madrid entregaron su vida en defensa del rey felón que en ese mismo momento, mientras los soldados de Murat arcabuceaban a los madrileños, estaba negociando con Napoleón en Bayona cuánto valía su patria.

Fernando VII abdicó a cambio de un castillo y de una pensión anual de cuatro millones de reales, un acuerdo que el corso jamás cumplió. Napoleón, como Roma, tampocopagaba traidores.

Pero lo importante en aquella jornada no fue el rey sino el orgullo: el orgullo individual, no el orgullo patrio, que fue un invento posterior construido sobre la sangre de las víctimas.

De todos los falsos tópicos sobre el 2 de mayo el más recurrente y peligroso es aquel en el que cae Aguirre, que caricaturiza la revuelta como la respuesta de una nación unida en armas como un solo hombre, los irreductibles íberos que resisten ahora y siempre al invasor.

Lo explica bien el escritor Arturo Pérez-Reverte, comisario de la exposición estrella del bicentenario: «El cabreo, un cabreo muy español, fue el origen de todo.

Ese día la gente no se echó a la calle para luchar por la patria, por la independencia, sino porque estaba cabreada con unos extranjeros que actuaban con chulería, que no pagaban en las tabernas, que molestaban a sus mujeres».

«Nuestro Álamo»

Para Reverte, según una interesante entrevista publicada hace unos meses en La Vanguardia, la revuelta del 2 de mayo de 1808 «es nuestro Álamo».

«Un combate de gente desarmada, humilde, que se enfrenta al ejército más poderoso del mundo, que dará lugar a un movimiento que tiene consecuencias imprevisibles y gravísimas para Europa y para Napoleón.

Un ejercicio de heroísmo y coraje donde se adivina por vez primera el germen sutil de esas dos Españas: la oscura y reaccionaria y la que mira a la modernidad.

El drama terrible de la inteligencia, del lúcido, desde Moratín a Goya, que se pregunta dónde están los suyos; que se debate entre la modernidad que quiere para su país y el sentimiento que le une a los que

luchan en la calle».

Arturo Pérez-Reverte también afirma, y estoy de acuerdo con él, que pocas fechas de la historia de España han sido tan manipuladas desde entonces por los distintos regímenes, partidos e ideologías.

Por eso me sorprende ver al escritor en la misma foto que el político que con mayor descaro quiere hoy instrumentalizar el aniversario en su propio beneficio: Esperanza Aguirre Gil de Biedma, presidenta de la Comunidad de Madrid y condesa de Murillo.

Como recordó Gallardón el viernes, «en 1808 no se fusiló a ningún aristócrata».

Debate ideológico

A pesar del debate ideológico en el que tanto insiste, la tesis de Aguirre no es nueva. Bebe de la tradición franquista, que martilleó nuestro pasado para que todo encajase en una sola unidad de destino en lo universal.

Según defiende la presidenta de Madrid en un artículo que ayer publicó en El Mundo, «la única respuesta capaz de explicar aquella rebelión popular es aceptar que los españoles de 1808 tenían plena conciencia de que España era una realidad histórica en la que se sentían enraizados, a la que se sentían unidos y de la que se sentían dueños».

Cómo no, tras la doctrina siempre viene la moraleja y el artículo de Aguirre termina con ella: «Por eso hoy, 200 años después, cuando algunos quieren ignorar, esconder o negar la existencia de España como nación, recordar y honrar el ejemplo de los madrileños de 1808 es un deber ineludible».

Y arriba España, antes de que se rompa. Telemadrid ya prepara una serie sobre el 2 de mayo donde lo mismo nos cuentan que la revuelta fue para pedir primarias en el PP.

Esperanza Aguirre manipula el aniversario del 2 de mayo a su favor del mismo modo en que reinterpreta una de sus consecuencias directas: la Constitución de Cádiz, la primera constitución española digna de tal nombre (antes fue el Estatuto de Bayona, el intento de Napoleón por traer a España la revolución con bayoneta pero sin guillotina).

Aguirre, si puede, celebrará el aniversario liberal por todo lo alto. La fecha acompaña. La Pepa cumplirá dos siglos el lunes 19 de marzo de 2012. Si Zapatero apura su segunda legislatura hasta el final, este bicentenario será apenas unas semanas después de que se celebren las próximas elecciones generales.

La Pepa ya ha sido reivindicada por el PP, un partido que hoy se manifiesta en defensa de la Iglesia, en defensa de los caducos privilegios del antiguo régimen que aún quedan en España, pero que, en su último programa, dice asumir «la tradición del liberalismo español surgido de la Constitución de Cádiz».

Para Aguirre, el guiño liberal es doble e igual de desenfocado. Como si el neoliberalismo económico de Margaret Thatcher tuviese algo que ver con aquel artículo tan bello de la Constitución de 1812, ése que dice que «la Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios», incluidos los españoles del hemisferio sur a los que la seguridad privatizada apalea en el Metro de Madrid.

FIN

El Dos de Mayo y la nación

El vacío institucional provocado por la renuncia de los ‘poderes constituidos’ ante el invasor francés alumbró un proyecto de soberanía nacional en libertad. El enemigo es tanto la tiranía exterior como la interior

ANTONIO ELORZA en El País 28/04/2008

En Los emblemas de la razón, Jean Starobinski proporcionó una interpretación sugerente del cuadro de Goya sobre los fusilamientos del Tres de Mayo. En cuanto hombre de la Ilustración, y de acuerdo con la visión ya plasmada en los tapices, el pintor no siente estima alguna por la gente del pueblo, presentada desde el ángulo que prevalecerá hasta el holocausto, como masa anónima a punto de ser masacrada en un acto de barbarie, por añadidura racional en su forma de organización. Al rebaño informe de quienes van a ser fusilados, del cual surge únicamente el grito del hombre con la camisa blanca, se contrapone el orden del pelotón de fusilamiento napoleónico. La reacción del afrancesado cultural que es Goya anticipa la de su álter ego en el otro extremo de Europa, Pierre Bezujov en Guerra y paz. El esquema de El sueño de la razón se invierte: no son los seres monstruosos, símbolos de la reacción, quienes se adueñan de la escena cuando la razón duerme, sino una variante perversa de la razón lo que provoca el efecto destructor. Sólo queda el recurso de dar a conocer la trágica y aleccionadora escena, el conocimiento de esa realidad hecho posible por la luz que procede de la gran linterna que la ilumina. Una vez más encontramos una fórmula recurrente en Goya: lux ex tenebris.

No basta con expulsar a los franceses, hay que evitar el regreso al pasado y eso precisa una Constitución liberal

Antonio de Capmany en 1808: «De cada una de estas pequeñas naciones se compone la gran Nación»

En Los fusilamientos, la nación está ausente, y otro tanto sucede con la idea de libertad. Nos encontramos lejos de la imagen de otro fusilamiento célebre en la historia de nuestra pintura, el de Torrijos y sus compañeros, por Antonio Gisbert: la nobleza y determinación de sus semblantes, la unión de sus manos, expresa la confianza en el próximo advenimiento de la libertad política. Pero eso no significa que la jornada del Dos de Mayo se encuentre al margen de la entrada en escena del Estado-nación que viene a consagrar la Constitución de 1812. La resistencia al invasor hace inevitable la introducción del tema de la independencia, que aparece significativamente el 10 de mayo en el Diario de Madrid, periódico al servicio de los ocupantes que al parecer se encontraban dispuestos a garantizar «la integridad e independencia de la nación». En lo sucesivo ambos términos se encuentran indisolublemente unidos en la prensa y en los manifiestos patrióticos.

El 6 de junio de 1808, la Junta Suprema de Sevilla se dirige a Napoleón exigiéndole la restitución a España de Fernando VII con la familia real, y que «respete los derechos sagrados de la Nación, que ha violado, y su libertad, integridad e independencia». El luego escéptico José Blanco White escribe para el emperador con intención análoga: «Mira cual de la Patria en el regazo / su altivo amor de independencia crece». Las declaraciones en este sentido se suceden a partir de ese momento y en los meses centrales del año 1808, especialmente a partir de la victoria de Bailén, se ven envueltas en un esquema ideológico muy definido.

La lucha en curso tiene por objetivo la independencia, pero no basta acabar con la tiranía exterior, ya que el desastre de la ocupación francesa recuerda la previa existencia de una tiranía interior ejercida por una variante corrompida del absolutismo, «el despotismo ministerial». «Antes que Bonaparte enviase sus legiones a la España éramos esclavos de Godoy», advierte cierto doctor Mayo en su Política popular (agosto de 1808). La consecuencia es clara: no basta con expulsar a los franceses. Hay que evitar el regreso al pasado, y eso sólo puede alcanzarse mediante una Constitución que garantice la libertad política. Un notable, Juan Pérez Villamil, lo explica: «La nación española con esta gran turbación debe entrar en un nuevo ser político» mediante una Constitución que destierre «el monstruo del despotismo», de acuerdo con el principio de que «los reyes son para el pueblo y no el pueblo para los reyes». La reflexión ilustrada sobre el significado de la crisis conducía inequívocamente al liberalismo político.

En su Centinela contra franceses (1808), Antonio de Capmany da un paso más y, al reflejar el origen policéntrico de la insurrección, expresa la articulación entre unidad y pluralismo que la caracteriza y que sería recogida en la Constitución de 1978: «Cada provincia se esperezó y sacudió a su manera. ¿Qué sería ya de los españoles si no hubiera habido aragoneses, valencianos, murcianos, andaluces, asturianos, gallegos, etcétera? Cada uno de estos nombres inflama y envanece, y de estas pequeñas naciones se compone la masa de la gran Nación…».

En apariencia, este alumbramiento del constitucionalismo en un país atrasado como España no debiera haber sido posible. Me lo recordaba hace sólo semanas un especialista del tema, Jean-René Aymes, insistiendo en la interpretación desfavorable para el liberalismo que hace medio siglo difundiera «la escuela navarra». No es cuestión de insistir en la crítica de obras recientes muy celebradas que borran ese enlace entre levantamiento, independencia y búsqueda de la libertad. El caso recuerda lo que John K. Galbraith escribiera del abejorro en su American Capitalism: de acuerdo con la ley de Newton, por su corpachón no le tocaba volar, y sin embargo vuela. Obviamente, hay que buscar una explicación y ésta existe, lo mismo que para dar cuenta de la inseguridad que afecta a una parte de la élite ilustrada, puesta a optar entre su adhesión al modelo francés de modernización, reforzado en ocasiones por su procedencia, el despotismo ilustrado, frente a quienes aun lamiendo las propias cadenas, como Blanco White, optan por una causa nacional que además abre la perspectiva de forjar en lo político otra España. Eso sin contar con los que se ven forzados por la geografía de la guerra a cambiar de posición (Meléndez Valdés, Alcalá Galiano, Lista). Recordemos que en el propio cuadro de Goya donde en un medallón es conmemorado el Dos de Mayo, hubo antes la efigie de José Bonaparte.

El vacío institucional provocado por la renuncia de los «poderes constituidos» ante el invasor fue la oportunidad que hizo posible el protagonismo de la soberanía nacional y del proyecto de libertad. Pero si esto fue así, es porque en las minorías ilustradas, desde el reinado de Carlos III, había germinado el liberalismo, con un fuerte acento crítico frente a toda posibilidad de que llegara a puerto la política de reformas del despotismo ilustrado. Por supuesto, no existía un sujeto colectivo que entonces permitiera hablar de nación como titular de la soberanía. Sí existía, en cambio, una conciencia en las élites de identidad nacional que venía de muy atrás y que la voluntad de reforma acentúa, incluso en desconfiados como Forner. La experiencia negativa del reinado de Carlos IV, a pesar de la censura, mantendrá vivo el guadiana de las Luces.

Además, España no era una simple superestructura estatal por encima de las verdaderas naciones subyacentes, lo cual no impide que en el Antiguo Régimen se encuentren asimismo bases para los futuros nacionalismos periféricos (fuerismo vasco, insurrecciones catalanas). De entrada, ya a lo largo de la Reconquista, con Hispania como referente geográfico empapado de contenido político, el propio pluralismo de los reinos la consagraba como punto de convergencia. Entre los cuatro títulos de emperador usados por Alfonso VI, dos tienen un origen concreto, «emperador en Toledo» y el significativo «emperador de las dos religiones», y los otros dos apuntan a ese péndulo de lo unitario y lo plural: «emperador de toda España» y «emperador constituido sobre todas las naciones de España». Buen anuncio de un futuro, en el cual el concepto de España irá tomando densidad, acompañado de un claro reconocimiento desde el exterior, sobre todo cuando hay que designar al sujeto colectivo que experimenta la crisis de fines del siglo XVI. España es ya protagonista trágico personalizado en ese hito del teatro prenacional que es la Numancia de Cervantes, y objeto de preocupación esencial para quienes se sienten españoles, de los arbitristas y Quevedo al «descuido de España lloro, porque el descuido de España me duele», de Feijoo.

La nación española no es un proyecto frustrado que nace de un imperio a punto de perderse en las Cortes de Cádiz. El sobresalto de 1808 la convierte en nación política. Otra cosa es que a lo largo del siglo XIX la construcción del Estado-nación español sufra una sucesión de estrangulamientos que desemboca en su crisis.

Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.

Zapatero «compensa» (El País) o «remata» (El Mundo)

¿»Crack mundial» o «terremoto en Perú»?. O viceversa

Ayer no se pusieron de acuerdo a la hora de mandar en portada. El Mundo apostó por su «Crack mundial» (arriba) y dejó para el fondo de su primera página el terremoto de Perú. El País lo hizo al revés: abrió su portada con el terremoto de Perú y relegó a segunda noticia la crisis financiera-bursátil.

Hoy, en cambio, parece que se han puesto de acuerdo. Ambos titulan su primera con la crisis financiera y bursátil (arriba) y dejan en segundo lugar al terremoto en Perú.

El País dedica un editorial (edificante contra la corrupción) al periodo de Fraga al frente de la Xunta de Galicia.

También recomiendo la lectura de este artículo (que copio y pego a continuación) de profesor Antonio Elorza en El País, para que nadie se duerma o emborrache con los espejismos del nacionalismo.

Pasaporte para Plimlico

ANTONIO ELORZA en El País, 18/08/2007

La joven militante de Nafarroa Bai estaba entusiasmada. Cuando en Euskal Telebista le preguntaron por su opinión ante el hecho de que en las fiestas de Bayona imperase la misma vestimenta que en los sanfermines, con el pañuelo rojo sobre la blusa blanca, no dudó en contestar: «Es algo muy hermoso. Eso prueba que somos hermanos. ¡Somos un mismo pueblo!». Más o menos, lo que el verdugo estaliniano Beria le contaba a su hijo, resaltando la necesidad de la lectura del libro clásico de Alejandro Dumas, en cuyas páginas al parecer exhibían su valor los héroes de la patria caucásica: «Los tres mosqueteros eran gascones, y los gascones son vascos, y los vascos son georgianos». La única diferencia entre ambas captaciones mitológicas, traídas por los pelos, reside en que la recomendación del segundo de Stalin no parece haber incrementado el número de víctimas de su barbarie, en tanto que la aparentemente ingenua creencia en la entidad imaginaria Euskal Herria las cuenta ya por centenares y no lleva camino de extinguirse.

En realidad, esto es lo que se encontraba en juego al plantearse la posibilidad de que los socialistas navarros y Nafarroa Bai formasen Gobierno después de las últimas elecciones. En política, como en otros asuntos de la vida, encontrarse a mitad de camino significa poco: importa saber cuál es la dirección que se ha tomado. A comienzos de los ochenta, acompañar a los antiguos etarras liderados por Mario Onaindía tenía pleno sentido, en la medida que resultaba inequívoca su orientación hacia la democracia. La historia de Euskadiko Ezkerra vino a probar el acierto de tal diagnóstico. En cambio, servir de escabel a nacionalistas radicales o no radicales, rechazando tal adscripción, como hace en la actualidad Ezker Batua, no supone otra cosa que actuar de forma oportunista, a cambio de unas migajas de poder, fortaleciendo la hegemonía del nacionalismo. Análogas consideraciones pueden aplicarse a una asociación PSN-NaBai acordada a ciegas. Es por supuesto muy importante que la formación dirigida por Patxi Zabaleta haya renunciado a la lucha armada, y condene en consecuencia la práctica del terror, pero eso en modo alguno agota el tema de su posible consideración como partido de gobierno en Navarra. Detrás de la cortina de NaBai, conviene tener en cuenta lo que piensa el verdadero protagonista, Aralar. Hubiera sido más tranquilizante que desde su posición como segundo grupo votado, NaBai planteara algo tan lógico como encabezar la alianza con el PSN, si de lo único que se trataba era de hacer una gestión «de progreso» y «de cambio», objetivo perfectamente alcanzable a la vista del balance de UPN. Pero si de entrada la coalición daba por buena la primacía del tercero en discordia, ello confirmaba de modo indirecto que sus metas eran otras, en la línea de la concepción mitológica expuesta por la militante anónima en Bayona. Se trataría ante todo de avanzar hacia lo que su nombre indica, Navarra’tik Nafarroa’ra, de la Navarra actual a la Nafarroa abertzale, con el euskera por emblema y el horizonte abierto a la materialización de la imaginaria Euskal Herria independiente, de rasgos idénticos a la que busca el nacionalismo radical, con ETA a la cabeza. Con toda la cautela del mundo, pues Patxi Zabaleta y los suyos son conscientes de que parten de una posición minoritaria y hay que caminar a pequeños pasos, ante todo hacia esa primera vinculación entre la CAV y el ex reino, contando con el favor de un PSN que, siguiendo el ejemplo de los mayores, ve con buenos ojos la colaboración con un grupo independentista. Más allá de los números, con el cocktail de independientes y ésta o aquella vicepresidencia, esto es lo que estaba en juego, y lo que ha quedado en la sombra. Con evidente ventaja a medio plazo para los abertzales navarros, y descrédito para quienes han mostrado al mismo tiempo sus ansias de poder y su vacío en cuanto a estrategia política. Una vez más, el PSOE no ha sabido, o no ha querido, explicar nada.

El desafortunado episodio viene a recordar una vez más que en el caos que caracteriza a su política autonómica, la responsabilidad del Gobierno de Zapatero es tanto mayor cuanto que el PSOE dispone de unos planteamientos de base perfectamente definidos desde Santillana sobre el tema, nunca utilizados, y que en toda esta maraña de tratos y contratos, los planteamientos de los demás jugadores son conocidos de antemano, en cuanto a las principales opciones: para nadie es un misterio lo que buscan ERC, ETA o Aralar. Como consecuencia, resulta inexplicable que se prolonguen negociaciones sobre contenidos de fondo innegociables. En el caso más inmediato, antes que invitar a NaBai a resignarse en la forma a un papel de segundón que va a lo suyo, hubiese bastado acotar el posible programa común en el tema vasco, en verdad y no de cara a la galería, para saber en dos días si la coalición resultaba viable. Y si lo fundamental era no perder votos en las generales del próximo año, apaga y vámonos desde el primer momento: el castigo que reciba el PSOE en Navarra por tal fiasco estará más que merecido. Sólo que los socialistas navarros partían de una posición centrada en la pugna entre navarrismo conservador y abertzales, que ahora queda inutilizada. Como en Cataluña o en Euskadi, pierde el PSOE, pierde la democracia.

En una vieja película inglesa de humor, protagonizada por el gran Stanley Holloway, los habitantes del barrio de Plimlico descubrían, al realizar unas obras, que un rey les había otorgado una carta de independencia en la Edad Media. La primera reacción consistía en una oleada de entusiasmo, al modo de la tan citada militante de Nafarroa Bai. El repliegue sobre la identidad imaginaria produce una satisfacción infinita. Lo malo es que suele asentarse sobre el rechazo irracional de otra identidad realmente existente, en nuestro caso las identidades duales de vascos y catalanes, y se orienta hacia la destrucción, antes que a la difícil labor de edificar en el vacío. Lo ponen de manifiesto los análisis de Thomas Jeffrey Miles para la reciente política cultural del nacionalismo catalán: su propósito no ha consistido en el despliegue creciente del «idioma propio», sino en la «descastellanización», en la asimilación forzada del otro, de acuerdo con un nacionalismo étnico, no cívico, mediante el cual una élite trata de imponer sus ideas y sus intereses al conjunto de una sociedad, presentándolos además como expresión de la misma.

Es un rasgo común a nuestros nacionalismos periféricos, ensimismados cada uno con su Plimlico, que en vez de impulsar la construcción nacional les legitima en apariencia para buscar ante todo la destrucción del otro, de todo lo que huele a «España», con la consiguiente quiebra de los equilibrios conseguidos en el Estado de las autonomías. Amparándose en la bipolaridad PSOE-PP, los nacionalismos se han hecho con esa forma de poder simbólico cuya característica principal, según Pierre Bourdieu, consiste en excluir toda puesta en cuestión de sus planteamientos, generando una forma de pensamiento autoritario. Aquel que critique la última deriva del catalanismo, observable en la gestación del Estatuto, seguirá la misma suerte ya conocida por los no nacionalistas en Euskadi.

El costoso fracaso en Navarra debiera servir para que el Gobierno y el PSOE quebrasen ese círculo vicioso, recuperando el papel de gestión y regeneración de la democracia constitucional que les fuera conferido por los electores tras la era Aznar. No reside el problema en el pluralismo de la «nación de naciones», sino en el campo libre dejado a unos discursos nacionalistas que se presentan como portadores de la única legitimidad y excluyen todo diálogo ilustrado. El ejemplo del Plimlico escocés, surgido por obra y gracia de Tony Blair, prueba que la angelización de los nacionalismos, y el desconocimiento de su potencial disgregador, son susceptibles de llevar de la forma más estúpida a un riesgo de fractura en Estados democráticos dotados de una existencia secular.

Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.

Zapatero «agita»: un verbo inédito en El País

Ambos diarios coinciden hoy en los sujetos de las dos noticias que consideran más importantes para sus lectores, pero discrepan, como es habitual, en el verbo que les atribuyen.

Zapatero «nombra»…

en El Mundo.

Zapatero «agita»…

en El País.

Por un momento, pensé que me había confundido de diario.

Rectifiqué en cuanto leí la segunda noticia del día. Ambos coinciden en que el sujeto es «el fiscal» pero el de El País acusa de corrupción a cargos del PP y, en cambio, el de El Mundo habla de falta de pruebas en el 11-M.

Me tranquiliza comprobar que cada uno sigue en su sitio. El uso que ha hecho El País del verbo «agitar», tan pedrojotero, ha debido ser una veleidad de fin de semana para jalear a Zapatero que parece encantado de haberse conocido después de vencer al pobre Rajoy en el debate del Congreso. Tampoco es para tanto.

Interesante artículo de Antonio Elorza sobre uno de los males de España:

Ciudadanía

ANTONIO ELORZA en El País

07/07/2007

«¿Quieres Marín que yo cante, al clero y la monarquía? ¡No comprendes ignorante, que esa canción no es la mía! ¡Que vaya el Nuncio y les cante!». La coplilla republicana, citada por Ramón Sender en su Mr. Witt en el cantón ilustra muy bien una cuestión actual: los límites que a sí misma construye la política opositora del Partido Popular. Es como si sus dirigentes creyeran en la prioridad de blindar a un núcleo duro de electores de derecha, reforzando hasta el límite su voluntad de oponerse a todas y cada una de las medidas del Gobierno, sin darse cuenta de que en la España actual, como en el resto de las democracias europeas, las elecciones se ganan en el centro y el maniqueísmo por principio se paga con la derrota. Puede resultar muy gratificante el espectáculo de unas masas enfervorizadas en la plaza de Colón gritando consignas y aireando pancartas de satanización, si bien lo que por una parte se consolida, por otra se pierde al suscitar el rechazo de una masa de ciudadanos que tal vez está descontenta, y muy descontenta, con aspectos decisivos de la política gubernamental, pero que no por ello se encuentra dispuesta a regresar al pasado.

La campaña contra la asignatura de ciudadanía constituye un óptimo ejemplo de ese irreflexivo espíritu de Cruzada que desde las pasadas elecciones viene animando a los populares. En lejanos tiempos de amistad, un encumbrado historiador decía a propósito de una pareja de historiadoras americanas que eran «antídotos contra la lujuria». La consideración de la mujer ha cambiado y la frase carecería de sentido en lo relativo a la belleza o fealdad. La caracterización sigue en cambio vigente aplicada al caso: el cardenal Rouco y sus seguidores ofrecen verdaderos antídotos contra una opción de voto razonable en un país laico como el nuestro.

Cuando durante siglos la Iglesia convirtió la enseñanza de la religión en un ejercicio de catequesis autoritaria, y todavía hoy se opone con éxito a su racionalización, al bloquear un imprescindible estudio del hecho religioso o de historia de las religiones, los feroces ataques contra la introducción de los adolescentes al conocimiento de la democracia tienen un inevitable efecto bumerán. Vienen a recordar que en el fondo de la mentalidad de la derecha española, con la Iglesia al frente y al fondo, anida la concepción tradicionalista de la ciudadanía como algo ajeno a lo que según ellos debiera ser el núcleo de la organización social, la condición de creyente. En el hermoso mosaico de la iglesia romana de Santa Pudenciana, del siglo V, la nueva religión se alza, simbolizada por la figura de Cristo, adoptada la barba de Zeus, al acoger la aportación de la filosofía griega. Nuestro catolicismo político no alcanza a entenderlo.

La gracia más repetida consiste en afirmar que la nueva asignatura es un remake de la franquista Formación del Espíritu Nacional, lo cual de nuevo nos hace pensar que las convicciones democráticas de nuestros militantes de derecha son bien débiles, ya que asimilan sin más un contenido fascista con el que puede ofrecerse para servir de fundamento a un comportamiento activo dentro de una sociedad regida por la soberanía nacional y enmarcada por el Estado de derecho. Como si hubiera conflicto alguno entre ser ciudadano y católico; lo de repartir las esferas entre el César y Dios, por este orden, no es un invento de los laicos. Por lo demás, si nos atenemos a la estimación implícita de aquello van a ser unas cuantas tonterías, sin otro contenido que formar futuros votantes socialistas, vamos a parar a una situación de pura y simple ignorancia. Claro que la ignorancia siempre viene bien a la hora de montar sucedáneos de cruzadas.

Es como si Rajoy y su entorno hubieran decidido desde el 14-M hacer de la conquista del centro un objeto imposible. Primero, con el interminable apoyo al espantajo de la teoría de la conspiración con ETA de guinda, luego con el ejercicio de la oposición como si se tratara de descalificar al Gobierno sin excepción ni pausa, dejando así escaparse las grandes ocasiones para mostrar los errores de Zapatero, y permitiendo a éste montar su supervivencia y eludir la responsabilidad de sus actos con sólo denunciar la cerrilidad de sus adversarios. Ejemplo reciente: las muertes del Líbano. Rajoy no es nulo, pero sí romo: nunca puede vencer, salvo si el terror nos invade a todos.

Fin

¿Defiende El Mundo a los acusados por el 11-M?
Pruebas falsas de un abogado para implicar a ETA

Debo reconocer que si el diario El País me aburre, el diario El Mundo me cabrea. No lo puedo disimular. Con Pedro Jota me cuesta practicar la «taqiyya» (simulación) de nuestros antepasados musulmanes de Al Andalus.

Ultimamente, El Mundo también me sorprende. Hace algún tiempo, llegué a pensar que podría ser capaz de predecir algunos titulares del gusto de Pedro Jota, pero ahora veo que su fantasía y su capacidad para retorcer la realidad (¿mi realidad?) son inagotables.

No podría competir profesionalmente con él, porque compruebo que el ventajista lleva escondida una herradura dentro del guante. Así cualquiera. Yo no puedo competir con esas armas en combate tan desigual. Me creo incapaz de traspasar los límites éticos que me enseñaron mis padres, sin incurrir, al menos, en un enorme coste sicológico por el remordimiento.

A lo que vamos. Prácticamente todos los titulares de portada de El Mundo sobre el 11-M (la mayoría están arhivados en este blog) parecen estar destinados a defender a los islamistas, acusados de cometar la terrible matanza, y a dirigir las sospechas hacia ETA, la policía, el Gobierno y, de paso, hacia los jueces y fiscales encargados de la instrucción del sumario.

¿Por qué?

¿Cual es la intención de Pedro Jota?

¿A quién beneficia su empecinada y extravagante posición?

A menudo encuentro comentarios y mensajes de lectores muy respetables de este blog que me piden que me olvide de comparar los titulares de El Mundo con los de El País y que los sustituya por los del ABC o La Vanguardia . Me resisto.

El Mundo no es de mi agrado (en este blog no soy equidistante, ni lo prentendo), pero es importante saber lo que dice, nos guste o no, porque es el segundo diario de pago más leído de España, después de El País.

(Ya se sabe que, contando gratuitos y de pago, y aunque esté feo que yo lo diga aquí, 20 minutos es el diario más leído de España con gran diferencia sobre El País, al que le damos una vuelta, y sobre El Mundo, al que le damos dos vueltas. Fin del corte publicitario).

El titular que ha puesto hoy Pedro Jota, por ejemplo, parece una retorcida y extremadamente peligrosa columna salomónica.

Sus amigos ven a «El Tunecino» como un fanático «sin nivel» para montar el 11-M

Este repulsivo titular tiene mucha miga y no poca mala leche. Es inteligente, no hay duda, pero también es malvado. Refuerza directamente la piedra angular sobre la que descansan todas las teorías conspiratorias conocidas hasta hoy, en cualquier parte del mundo, para explicar a los más simples el porqué de una gran catástrofe.

La explicación dada por los científicos al comportamiento de los creyentes en las teorías conspiratorias es convincente:

«creen que a grandes efectos deben corresponder grandes causas»

A mucha gente le cuesta creer que unos «moros» desarrapados y «sin nivel» puedan causar la muerte de 191 personas y producir casi dos mil heridos. O derribar las Torres Gemelas de Nueva York. O matar al presidente Kennedy. Las teorías conspiratorias generadas por estos y otros casos similares tienen este denominador común:

no se aceptan causas pequeñas, insignificantes, para catástrofes descomunales como las descritas

.

Por tanto, para los más proclives a tragarse las más absurdas teorías conspiratorias, tiene que haber algo más, aunque esté muy escondido, de tamaño equivalente al de la tragedia que ocasiona.

Cuando Pedro Jota destaca en su gran titular de portada que El Tunecino era una fanático «sin nivel» para montrar el 11-M» está alimentando precisamente el núcleo esencial, la piedra angular, de su teoría conspiratoria. Y su feligreses más simplones se la tragan como si nada.

Entendemos y aceptamos el desastre del sunami o de la erupción de un volcán, causados por el rugido terrorífico del centro de la Tierra.

Grandes causas para grandes efectos

Pero a muchas personas, incluso cultas, les cuesta mucho aceptar que un asesino miserable, o un grupúsculo de ellos, puedan estar capacitados (tener «nivel«) para matar a un gran personaje, cambiando el rumbo de la historia de Estados Unidos, o a doscientos ciudadanos que viajan en tren, provocando el cambio de Gobierno en un país como España. Y están dispuestos a tragarse ruedas de molino, siempre que éstas sean de un tamaño tan descomuncal como la catrástrofe que tratan de atribuirle los Pedro Jotas de turno.

Para competir en interés y espectacularidad con estos titulares-dogmas de El Mundo, El País no tiene nada que hacer. Tiene la batalla perdida de antemano. Las huestes de Polanco deben abandonar la competición con El Mundo por el interés, la sorpresa o la espectacularidad y concentrarse más en ganar la batalla de la credibilidad.

Eso es, precisamente, lo que intentamos hacer nosotros, de buena fe, en 20 minutos, y con la ayuda impagable de nuestros lectores y comentaristas.

Ahí va un gran artículo del profesor Elorza. Largo, pero interesante. Perece escrito para los lectores de este blog. Si no me creen, hagan la prueba: leánlo.

Guerra de palabras

ANTONIO ELORZA en El País

21/02/2007

Uno de los reportajes más famosos en la historia del periodismo durante la Segunda República fue el realizado por Ramón J. Sender sobre la matanza de anarquistas en Casas Viejas para el diario La Libertad. El valor de la serie de artículos no se ve alterado, pero su significación política sí, al tener en cuenta que el periódico republicano era a la sazón propiedad de Juan March, y que por consiguiente resultaba de la máxima utilidad servirse del suceso para atizar un fuego en el cual ardiese el Gobierno presidido por Manuel Azaña. Otro tanto sucedía con el diario izquierdista La Tierra, en cuyas páginas colaboraban anarcosindicalistas y comunistas cargando un día tras otro contra el régimen, debidamente subvencionados por la derecha monárquica para tan santa labor. Los ejemplos pueden multiplicarse, y no sólo en la década de los años treinta. Aún están frescos los casos del afectuoso tratamiento dado por la prensa conservadora a Julio Anguita, un hombre de bien en la izquierda por cuanto impedía toda alianza electoral con el PSOE, o, en el campo opuesto, y ya en fecha muy reciente, las facilidades otorgadas al primer mediocre que se muestre dispuesto a embestir contra todo aquel que se atreva a ejercer la crítica del Gobierno.

La comprensión de la prensa, especialmente en tiempos revueltos como el actual, requiere algo más que una lectura atenta y el consiguiente análisis de contenido sobre editoriales y artículos de opinión. Hay que mirar al otro lado del espejo, para saber qué imágenes de la realidad ofrece por sí mismo ese espejo, y con frecuencia para evitar que tomemos las deformaciones por representaciones veraces. Cierto que demasiadas veces la tarea se torna imposible, bien por acumulación de obstáculos, bien por escasez de datos. Así, resulta difícil entender por qué, si nos atenemos a la identidad de sus defensores, la OPA de Gas Natural sobre Endesa era progresista, y en cambio la resistencia de los eléctricos, retrógrada. Desde que se ha consolidado, es un decir, el Estado de las autonomías, quedan en la sombra las razones de determinadas tomas de posición en éste o aquel diario sobre asuntos que las conciernen. Al margen de los alineamientos políticos, cabe sospechar que los recursos a disposición de las comunidades autónomas pueden intervenir, lo mismo que sucede a escala internacional con el oro de Arabia Saudí, pero no hay periodismo de investigación que sea capaz de hincarle el diente a semejante materia. Pensemos en el escándalo cuidadosamente tapado de la recalificación de los terrenos de la Ciudad Deportiva del Real Madrid, con la consecuencia de unos monstruos sobre el perfil urbano de la capital que deberían ser llamados para la posteridad Torre Beckham, Torre Ronaldo, o cosa parecida, con otros tantos ceros sobre sus últimos pisos que tendrían la función de dejar huella indeleble del total fracaso deportivo registrado en el mandato de Florentino Pérez. Por cierto, la absoluta nulidad del financiero en su gestión deportiva del equipo blanco, ocupado como estaba en la venta de camisetas, pasó prácticamente desapercibida para los grandes medios. Para entenderlo, los estudiantes de periodismo tienen que acudir a la lectura de Quevedo, y en particular a su «Poderoso caballero es don dinero…».

En una palabra, la línea política y económica de periódicos, radios y televisiones en España requiere, para ser entendida, un esclarecimiento que se nos escapa acerca de las redes de intereses políticos y económicos que modulan el contenido de la información. Eso sí, hay casos en que lamentablemente todo es tan claro como inexplicable: pensemos en el papel del vértice de la Iglesia católica a la hora de movilizar las conciencias contra el Gobierno y no sólo contra su laicismo, vía Cope y empresas asociadas. Pero es la excepción que confirma, por demasiado visible, una regla de opacidad.

Para quien observa el fenómeno desde el exterior en España, estando no obstante en condiciones de apreciar sus manifestaciones más significativas, lo que Umberto Eco llamó un día «la estructura latente» de la información, se presenta como la articulación de un trabajo profesional bien realizado de cientos de periodistas que recopilan, ordenan y transmiten los datos de la información, y, por encima del mismo, un entramado piramidal que interviene sobre el resultado de la labor anteriormente descrita para conferir al producto el sesgo ideológico deseado. Tanto en la prensa, como en la radio o en la TV, por los resultados puede intuirse la presencia de una trama de técnicos de la comunicación, a quienes no sería impropio calificar de comisarios políticos, encargados de encontrar un titular que disminuya el impacto de una noticia adversa, resalte un día tras otro un mensaje que a pesar de ser falso debe quedar grabado en la cabeza de los lectores -tal es la regla de oro en las campañas de intoxicación sobre el 11-M y la pista etarra-, o eche tierra sobre una noticia incómoda. Es lo que en una vieja canción del mejor de los grupos revolucionarios chilenos, los Quilapayún, era expresado aludiendo al trato dado a la noticia de la muerte de un trabajador: «Se destina cuarta plana, letra chica, y a un rincón». Un examen cuidadoso de la prensa madrileña para los últimos meses nos permitiría comprobar hasta qué punto es alcanzado un virtuosismo en la presentación de la noticia que hace que el mismo suceso pueda sugerir de inmediato interpretaciones opuestas entre sí, desde los titulares a las notas en apariencia más inocuas, pasando por la jerarquía establecida en primera plana entre temas en apariencia dispares, como pueden ser el procesamiento de un político en Euskadi y un asunto de corrupción. El deber de la polémica impone su ley.

Nada tiene de extraño que semejante clima afecte a los artículos de opinión y no sólo reflejen esa deriva maniquea, sino que jueguen con excesiva frecuencia el papel de amplificadores. Ciertamente, cabe registrar importantes diferencias entre uno y otro sector de opinión. Lo que representan las opiniones vertidas en Libertad Digital y en general por los medios de la Cope no tiene contrapartida en el área gubernamental. La voluntad pertinaz de descalificar brutalmente y destruir la imagen del adversario les singulariza en este poco grato escenario. De ahí el acierto de quienes se han negado a compartir la recepción pública de un premio con alguien cuyo discurso desborda día a día los confines de la opinión democrática. Pero la tendencia a la exageración sí es un denominador común. En estas mismas páginas, tras un canto a las excelencias del procedimiento mediante el cual fuera adoptado el Estatuto catalán, olvidando como era de esperar que el bajo porcentaje de votantes registrado hubiera invalidado el referéndum en otros países democráticos, se proclama por un excelente constitucionalista que un rechazo de fondo a dicho Estatut por el Tribunal Constitucional supondría nada menos que un «golpe de Estado». Como si la democracia consistiera en alcanzar una solución favorable a determinados fines, y no en un procedimiento para alcanzar soluciones dentro de un marco jurídico previamente fijado, con independencia de que nos satisfagan o no, e incluso de que sus consecuencias políticas resulten o no beneficiosas. La inconstitucionalidad de capítulos importantes del Estatuto catalán supondría sin duda un problema muy grave: nada tiene que ver con la regularidad del proceso político mediante el cual fue alcanzado el texto hoy vigente. La advertencia sería aplicable a la totalidad de temas de actualidad en los cuales, desde la inculpación de un político al caso De Juana Chaos al acatamiento a las decisiones de los jueces, viene seguido inmediatamente de su descalificación en el caso de que aquéllas disgusten al emisor de la opinión, con excesiva frecuencia un político de relieve. Las idas y venidas en torno al llamado «proceso de paz» no han hecho sino llevar este problema hasta una situación límite.

Ahora bien, ante este estado de cosas, la existencia de un denominador común en muchos comportamientos no debe sugerir la equidistancia. La comparación entre las dos grandes manifestaciones contra el terrorismo basta para comprobar hasta qué punto la iniciativa de la agresividad pertenece a la oposición conservadora. No estamos en una coyuntura parecida a la del 36 bajo ningún concepto, pero el hecho de esgrimir un bosque de banderas nacionales contra el presidente del Gobierno, bajo el patrocinio del Partido Popular, es ya en el plano simbólico un hecho de extrema gravedad. Casi nada, empero, si se confirma la tendencia registrada en la prensa filopopular durante esta fase preliminar del juicio del 11-M. El más pesimista no podía imaginar los esfuerzos desplegados desde el primer momento para sugerir que la instrucción fue un fracaso técnico, llegando hasta el punto de refrendar la validez de las respuestas de los acusados, saludando sus protestas de inocencia y destacando en titulares lo bien que resisten a la presión de los interrogatorios, sin dejar nunca de insistir sobre el tópico de que la citada instrucción está plagada de lagunas. Los voceros del islamismo radical deben estar agradecidos a unos líderes de opinión que parecen empeñados en exculpar por todos los medios a Al Qaeda de lo sucedido el 11-M.

Sólo que en sus réplicas el Gobierno parece muy satisfecho con semejante exasperación, fruto de la deriva extremista que cobra fuerza en el partido de Rajoy (¿de Rajoy?). Nada justifica en la vida económica y social de España semejante oleaje de superficie, que en muchas de sus formas de expresión viene a decirnos que siguen vivos los odios de una guerra muy lejana en el tiempo. Toca, pues, a José Luis Rodríguez Zapatero y a su Gobierno, incluido el nuevo ministro de Justicia, tomar la iniciativa para que ese estúpido incendio del resentimiento no siga propagándose. En términos futbolísticos, jugando al fuera de juego y evitando ir una y otra vez al choque.

Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política. FIN

Zougan rebate… y la fiscal no logra

Hoy, por raro que parezca, no estoy de acuerdo con el chiste siempre genial de El Roto. Está de moda atizarle a la tele por la basura que emite, como si la responsabilidad del mando no estuviera en las manos del receptor. Voy a defender a ese electrodoméstico maravilloso que ha presidido todos nuestros hogares hasta que ha sido destronado recientemente por Internet.

Después de comprobar tanta oferta de telebasura, de libre y voluntaria recepción, me imagino por dónde va El Roto cuando nos recomienda romper la pantalla del televisior para ver la realidad. ¿Acaso la realidad -¡Ay!- nos muestra si son molinos o gigantes quienes nos acometen y perturban?

Incluso en el peor de los casos permitidos por la Ley, matar al mensajero no vale como solución. Da igual si se expresa a través de la prensa, la radio, la televisión o cualquier otro medio de comunicación y/o entretenimiento.

Alguno de mi edad dirá, y no le faltará razón, que yo he vivido muchos años de la televisión, que mi reación es corporativa, en defensa del gremio periodístico, y que se me ve el plumero. No oculto que pueden tener algo de razón. Desde el primer día que la ví, en un escaparate del Paseo de Almería (y se recibía en árabe), a mi me gustó y me gusta la tele, casi tanto como la radio (incluidos los anuncios).

Siempre me pareció un invento maravilloso que puede ser utilizado, como toda herramienta, tanto para el bien como para el mal. Durante más de 20 años he hecho casi de todo en TVE. Algún día lo contaré, como aventuras del «bloguero cebolleta«: desde monaguillo con el padre Sustaeta, cuando estudiaba Arquitectura, presentador de la Televisión Escolar, cuando pasé a estudiar Periodismo, contratado por un empleado de Adolfo Suárez, investigador y «preguionista» de la serie «España, siglo XX» (o sea, «negro» de Pemán) hasta director de los telediarios (TD 1, TD 2, TD 3, Fin de Semana, Buenos Días, etc.), cientos de programas de la TVE-1 y TVE-2, moderador de los debates preelectorales, entrevistador de los candidatos presidenciales… hasta que me despidió, hace 10 años, un empleado de José María Aznar, disgustado, quizás, por las preguntas que le hice a su jefe político.

Con todo, la tele ha sido, y aún es, fantástica. Ahora que han recordado sus 50 años de vida, hemos podido comprobarlo, no sin nostalgia. Pero su reinado está tocando a su fín. Lo dice muy bien mi vecino de blog, Arsenio Escolar: Internet ya está desplazando a los medios de comunicación tradicionales, sobretodo entre los jóvenes en cuyas manos está el futuro de este mundo.

¡Viva la tele! y ¡Viva Internet!

De bandidos y soldados

PABLO SALVADOR CODERCH en El País

17/02/2007

En este país deshilachado, todos chillan ansiar la paz, esto es, «la situación y relación mutua de quienes no están en guerra» (RAE, primera acepción). Pero a casi nadie se le ocurre reconocer que esto último es cabalmente lo que hay: un conflicto armado irregular y de baja intensidad en el País Vasco que habrá costado ya en torno a un millar de muertos y un millón de amordazados.

Una primera explicación del disparate consistente en afirmar que no hay paz, pero que tampoco estamos en guerra se encuentra en la raíz misma de toda propaganda bélica, según la cual los nuestros son soldados, pero los contrarios, bandidos. Otra es la también incongruente tendencia de nuestra izquierda militante a detestar la milicia. Y una tercera es la querencia, precisamente animal, de nuestra derecha a tildar a casi todos sus adversarios, mejores y peores, de bandoleros.

Ernst Jünger, un soldado alemán que escribía con perfección glacial y que ocupó Francia, vio bien esta paradoja cuando anotó, más o menos, que el empeño de quienes persiguen ultrajar a los soldados llamándoles bandidos resulta al fin frustrado, pues al tiempo que rebaja a los primeros, enaltece a los segundos, confundiendo a todos.

La confusión alcanza al derecho y la Justicia, pues la pretensión de que cabe afrontar un conflicto armado con las leyes y tribunales propios de los tiempos de paz degrada a la justicia y desfigura a quienes la administran: los códigos penales de las comunidades que viven tiempos de paz están diseñados para perseguir a los delincuentes comunes y, sobre todo, para proteger a los ciudadanos injustamente acusados, pero no funcionan bien para acometer al adversario en un conflicto armado, sucio y traicionero, como es el del País Vasco.

La idea de que las instituciones de un país pacífico sirven sin más para dirimir conflictos civiles en los cuales una parte de la población tiene a otra por enemiga oscila entre la ingenuidad y la farsa.

Desde luego, nuestras instituciones legales no están preparadas para afrontar conflictos de tal índole, no fueron -digámoslo francamente- diseñadas para ir a la guerra, mucho menos para una guerra civil: la Constitución Española de 1978 hace punto menos que imposible declarar estados de excepción (art. 116); el Código Penal y su valor básico de garantía de la legalidad se da de bofetadas con gran parte de la legislación antiterrorista; y, finalmente, el tribunal encargado de la aplicación de esta última, la Audiencia Nacional, se parece demasiado a los viejos tribunales de excepción prohibidos por la Constitución misma (art. 117.6).

Así, en el caso del preso etarra Iñaki De Juana Chaos, con veinte años de prisión a sus espaldas por haber matado a mucha gente y en huelga de hambre desde poco después de que una sentencia del pasado mes de noviembre le condenara a otros doce por un delito de amenazas, las decisiones judiciales de la Audiencia son muy forzadas.

Pero en el fondo, las cosas están claras: como con razón sostiene ETA, De Juana es un prisionero de guerra, y como bien defiende el Estado Español, a un prisionero de guerra de verdad jamás se le libera antes de que finalice el conflicto y, por añadidura y una vez alcanzada la paz, puede resultar acusado de ser un criminal de guerra, algo que probablemente el interesado debería temer mucho más que a la propia Audiencia Nacional: algunos soldados son también bandidos.

En el caso más parecido y ya casi resuelto del conflicto de Irlanda del Norte, los británicos establecieron con toda claridad, en 1971, el internamiento indefinido sin juicio previo de los miembros del Ejército Republicano Irlandés (IRA), aplicaban además leyes penales de excepción y cuando, en 1981, hubieron de afrontar la huelga de hambre de Bobby Sands (1954- 1981), miembro del IRA, y de otros nueve compañeros suyos, simplemente les dejaron morir: «El señor Sands», declaró la Dama de Hierro en el Parlamento por antonomasia, «era un criminal convicto. Decidió quitarse la vida.

Fue una elección que su propia organización no permitió adoptar a muchas de sus víctimas». Es cierto que el conflicto norirlandés ha sido cinco o seis veces más sangriento que el vasco, pero también lo es que, desde entonces, las cosas quedaron definitivamente claras. Aún y así hicieron falta muchos años para que, en 1998, se abriera el camino de la paz que hoy, después de muchos quiebros, parezca un logro irreversible.

La claridad facilita a los gobiernos de turno ponerse de acuerdo con su oposición a la hora de definir qué es esencial para acabar una guerra de la manera menos mala posible y qué cosas se dejan a la arena de la discusión política cotidiana. Por eso, jamás he entendido por qué vemos los conflictos de los demás como lo que son y decimos ver los nuestros, en cambio, como simples problemas de bandidaje. Prefiero de antiguo la claridad y aunque me separan muchas cosas de este gobierno, está ahí, y creo que le ha correspondido la responsabilidad de buscar soluciones al conflicto: su deber es definir los límites de actuación del Estado ante un enfrentamiento que no es ni sólo legal, ni sólo político, sino -todavía y además- armado y explicárselo así a la gente.

Pero la política de la oposición, del Partido Popular, es desastrosa: persigue hasta en la calle recuperar el poder antes que defender al Estado y acabar la guerra. No se puede ir por el mundo voceando que todos los demás son bandidos o cómplices suyos. No es verdad.

Pablo Salvador Coderch es catedrático de Derecho Civil de la Universitat Pompeu Fabra. FIN