Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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El PSOE «ridiculiza», «ridiculiza» y «catea» al PP

¡Vaya bronca!

Con distintos tamaños, los tres diarios coinciden hoy al destacar en su portada el vídeo («simpático«, según Zapatero) realizado por las Juventudes Socialistas sobre la asignatura Educación para la Ciudadanía.

A una columna, sin foto, en El País:

Las Juventudes Socialistas ridiculizan al PP en un vídeo para defender la asignatura de Ciudadanía

A dos columnas, con foto, en Público:

Los jóvenes del PSOE catean al PP en Ciudadanía

A cuatro columnas, con foto a tres, en El Mundo:

El PSOE presenta a los jóvenes del PP como pijos, tontos y machistas

El líder del PP , Mariano Rajoy ha reaccionado inmediatamente y ha dicho:

«El PP es un partido de currantes y no de pijos»

El ministro Rubalcaba le ha respondido en plan castizo:

-«El que se pica, ajos come»

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Laicismo

FRANCISCO BUSTELO en El País 04/10/2007

España es un país sorprendente. Tan contentos como estábamos por haber conseguido, al fin, ser un país avanzado, y ahora resulta que tenemos pendientes problemas ya resueltos en otras partes. Buen ejemplo de ello es la llamada cuestión religiosa. Cuando se reputaba felizmente superada, ha bastado que se establezca una asignatura, Educación para la Ciudadanía, en la enseñanza reglada para que se replanteen con aspereza las relaciones entre Iglesia, sociedad y Estado. No es buena noticia, por tratarse de un asunto que en el pasado causó mucho enfrentamiento.

Lógicamente, es un tema que preocupa. Lo indica que en estas páginas de opinión se hayan publicado en poco más de quince días hasta cuatro artículos sobre el particular. (Ignacio Sotelo, La cuestión religiosa, 2/9; Bonifacio de la Cuadra, ¿Para cuándo el Estado laico?, 4/9; Suso de Toro, El fracaso del catolicismo español, 14/9, y Gregorio Peces-Barba, Sobre laicidad y laicismo, 19/9). Todos ellos revisten gran interés y merecerían glosarse por separado. Al no ser posible, cabe decir que su lectura muestra la complejidad de lo que se discute, como demuestra el que sus autores se contradigan a veces entre sí. Quizá convenga, por tanto, echar un cuarto más a espadas para intentar esclarecer en lo posible conceptos, datos y conclusiones.

Para empezar, no parece que haya conformidad de opiniones sobre qué es laicismo. Según Peces-Barba, es «una actitud enfrentada y beligerante con la Iglesia», a diferencia de laicidad, que «garantiza la neutralidad en el tema religioso, el pluralismo, los derechos y las libertades». A pesar del ilustre precedente de Bobbio, ese distingo, en mi modesta opinión, hoy únicamente confunde. Lo demuestra el artículo de Bonifacio de la Cuadra sólo dos días después, en el que defiende el laicismo y pide que en el próximo programa electoral socialista se propugne su realización. No habría, sin embargo, que cifrar muchas esperanzas en ello, a juzgar por la afirmación de Sotelo de que es «una pequeñísima minoría, tanto en el PSOE como en la sociedad española» la que quiere avanzar hacia un Estado laico. Por último, Suso de Toro nos recuerda que en España el catolicismo ha gozado de un enorme poder hasta hace poco. No lo quiere perder, pero al ser incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos se hunde en el descrédito, con lo que «la sociedad española es hoy irreligiosa». De ser cierto, mostraría las paradojas de nuestro país, donde a pesar de ser poco religioso la religión pretende marcar pautas al comportamiento general.

A la vista de lo anterior y antes de entrar a discutir si hace falta más o menos en España, convendría aclarar lo que se entiende por laicismo. La Academia lo define como la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de cualquier organización o confesión religiosa. Convendría añadir que ello entraña como consecuencia de primer orden el que con el laicismo la religión deja de ser un asunto público para circunscribirse a la esfera de lo privado. Pese a lo que digan voces interesadas, no supone atentado alguno a las creencias religiosas, que pueden sustentarse sin cortapisas, con la salvedad de que su práctica ha de limitarse a los templos y a la intimidad familiar. Lo cual, excuso decir, no está reñido con que por su arraigo (y hoy también por razones turísticas menos espirituales) se celebren en determinadas fechas procesiones y otras manifestaciones religiosas populares.

El laicismo así entendido es una pieza angular del progreso y debería considerarse como una auténtica bendición del cielo. Todos salen ganando. Como con él no existen signos externos de lo que profesa cada cual, toda persona puede pensar lo que guste, sin rendir cuentas a nadie. En cuanto a los menores de edad, pueden educarse como quieran sus padres, aunque, como es lógico, si quieren acceder a los diplomas estatales tendrán que cursar las materias establecidas en los programas oficiales, a los que los colegios religiosos pueden añadir como complemento voluntario, pero no en su lugar, toda la doctrina que quieran. Ello hace que la religión, sin menoscabo de sus valores, pierda uno de sus defectos mayores, por no decir el principal, a saber, la intolerancia. Ésta ha sido uno de los grandes males de la historia de la humanidad, y desgraciadamente sigue predominando en bastantes países, donde el laicismo brilla por su ausencia, con la consiguiente rémora para el desarrollo político, social, cultural y hasta económico. Habida cuenta, además, de que casi todas las religiones relegan a las mujeres, no es posible sin laicismo la emancipación femenina, condición indispensable para avanzar.

Como hasta hace poco España estuvo algo retrasada, a pesar de los muchos adelantos de los últimos treinta años todavía hay lagunas en nuestra modernización. Una de ellas es que no pasamos de ser un país semilaico. Aconfesional, dicen algunos, para trazar una distinción, como si aconfesionalidad y laicismo no fueran a la fin y a la postre una sola y misma cosa. El artículo 16 de la Constitución ya obró en detrimento del laicismo al privilegiar a la religión católica, privilegio, por cierto, al que en los debates parlamentarios constituyentes se opuso sin éxito Peces-Barba en nombre del PSOE. La Iglesia ha gozado así en España de un trato de favor, con una financiación pública permanente que incluso el actual Gobierno socialista ha aumentado. Todos los ciudadanos, sean cuales fueren nuestras creencias, aportamos velis nolis a través de los impuestos nuestro óbolo a una determinada religión y sólo a ella, lo que, excuso decir, está reñido con el laicismo. Para justificar ese hecho se dice que los españoles somos mayoritariamente católicos, lo que no es del todo cierto. Al interiorizarse no cabe preguntar en censos y padrones sobre las ideas religiosas y hay que recurrir a encuestas y a estimaciones indirectas como la concurrencia a los lugares de culto, el número de vocaciones sacerdotales y religiosas o la proporción de quienes en la declaración fiscal de la renta manifiestan su deseo de que se den más dineros públicos a la Iglesia. Todo ello indica, no como dice Suso de Toro que ya no somos religiosos, pero sí que los católicos cabales suponen en nuestro país del orden de un tercio o poco más de la población. Son muchos, claro está, pero no los suficientes para que la sociedad tenga que guiarse por sus ideas. El que durante siglos y siglos se hiciera no es razón para seguir haciéndolo.

Y es que el progreso suele estar reñido con la tradición. Muchas mujeres musulmanas justifican llevar el pañuelo en la cabeza, el chador tan discutido en Occidente, porque así lo hicieron sus madres y abuelas, lo que precisamente sería una razón de peso para no hacerlo. Mírese como se mire, no poder contemplar los cabellos de una mujer parece propio de otros tiempos y contrario a cualquier igualdad de género. ¿Cómo va a haber progreso si la mitad de la población tiene que ir de por vida con una suerte de disfraz para cumplir con unas tradiciones que ni siquiera figuran en el Corán? Ocurre, sin embargo, que el laicismo, como todos los avances que en el mundo han sido, encuentra mucha resistencia. Ulemas, judíos ortodoxos y obispos integristas, so pretexto de defender la pureza de sus respectivas religiones, esgrimen argumentos del pasado en un intento de parar el reloj de la historia. Sorprende, sobre todo, por su singularidad respecto de otros países parecidos, que la jerarquía católica española, con contadas excepciones, libre una batalla difícil de entender incluso para muchos fieles. Oponerse a la tolerancia en materia religiosa es tirar piedras contra el propio tejado, ya que difícilmente una religión intolerante prosperará en un país avanzado. Además, se trata de una batalla perdida. Lo mismo que es impensable que en España alguna vez, por muchos gobiernos de derechas que vengan, se prohíban el divorcio, los anticonceptivos, el aborto regulado o las parejas de homosexuales, también es inconcebible que se dispense a los alumnos de familias católicas de cursar determinadas materias, simplemente porque en ellas no se defienda el dogma. Si se permitiera que no fuera obligatoria la asignatura de Educación para la Ciudadanía, habría iguales motivos para que no se estudiara Prehistoria o Biología, cuyos contenidos no se compadecen con el creacionismo del Antiguo Testamento. Dejar que hubiera excepciones en la enseñanza sólo conduciría a un país dividido, con ciudadanos ignorantes y dogmáticos. El progreso mismo se vería cercenado.

Sorprende también que los obispos no se percaten de que el laicismo permite a la religión ser más auténtica. En lugar de intentar volver a los tiempos de antaño, podrían centrarse en contraponer valores religiosos como espiritualidad, sacrificio y solidaridad con el materialismo del mundo de hoy. Tal vez entonces habría más creyentes y los que hubiere serían mejores. Pretender, en cambio, incumplir decisiones de un Parlamento elegido por el pueblo soberano aduciendo una autoproclamada superioridad moral es un ataque a la raíz misma de la democracia y un pernicioso elemento de división de la sociedad. Hasta puede acabar con la paciencia de cualquier Gobierno, incluso del actual que, si ha pecado de algo en la cuestión religiosa, ha sido de timorato.

En suma, el laicismo puede y debe defenderse en bien de todos. Aunque no deja de ser una suposición en abierta contradicción con lo que dice Sotelo, cabe aventurar, basándose en lo que es hoy la sociedad española, que una mayoría estaría a favor de él, siempre que se hiciera sin estridencias ni precipitaciones. Habría que suprimir, todo lo paulatinamente que se quiera, las subvenciones estatales a la Iglesia, dejando, en cambio, que en la declaración fiscal de la renta se pudiese indicar en una casilla, como ya ocurre ahora, el deseo de hacer una aportación. Claro que esto requiere que tarde o temprano haya también casillas para otras religiones, ya que el laicismo exige que todas las que tienen presencia en un país reciban un trato parecido.

Con todo, el problema principal, el que conduce a la existencia de una cuestión religiosa en España, es el integrismo de algunos señores obispos, secundados por seglares tan bien intencionados como equivocados. ¿Por qué voces como las suyas no se oyen en otros países? Algo falla en España. Tal vez sea el semilaicismo en que nos desenvolvemos lo que da alas a quienes quieren un Estado semiconfesional. Habría, pues, que suscribir lo que pide Bonifacio de la Cuadra, esto es, que el PSOE deje claro, con miras a su probable nueva etapa de Gobierno, que el laicismo es uno de sus objetivos, cuyo logro, repitámoslo, redundaría en beneficio de todos. Incluida la Iglesia.

Francisco Bustelo es profesor emérito de Historia Económica de la Universidad Complutense, de la que ha sido rector.

Nuestro colega Carlos Llamas, director de Hora 25, ha muerto en Madrid víctima de un cáncer («c-á-n-c-e-r, sí, con esas seis letras«, como él mismo nos dijo cuando los médicos se lo diagnosticaron. Ha luchado duramente contra la enfermedad hasta el último minuto.

Nos queda su voz y su recuerdo, el recuerdo de un periodista entero, sagaz, apasionado, sarcástico e incapaz de disimular (lo que no se si es una virtud, en el mundo hipócrita en el que vivimos).

Desde aquí me sumo al pésame que tantos compañeros han dado a su familia y a la Cadena SER.

¿Quién mediará ahora, con idéntica autoridad y, a veces, desmesura, entre el cáustico y brillante Miguel Angel Aguilar y el educado y respetuoso Carlos Mendo, entrañables polemistas de Hora 25?

¡Joder! Charly, ya te echamos de menos

Descanse en paz.

Lo nunca visto: coinciden en sujeto y en verbos

Me froté los ojos, después del primer sorbo de café, para comprobar que estaba plenamente despierto en esta refrescante mañana de agosto. Debo reconocer que, tras abrir la bolsa de periódicos, mi mujer y yo tenems la vieja costumbre de lanzarnos, a la vez, a por El País. Quien llega tarde, empieza por El Mundo. se siente. Ahí se nos ve el plumero a los dos. (Conviene no olvidar que El País nos dio de comer durante muchos años, cuando los niños eran pequeños).

Hoy, sin embargo, nos hubiera dado igual comenzar a leer los titulares de uno o de otro porque ambos han elegido para mandar arriba, a cuatro columnas, el mismo sujeto e idénticos verbos.

Puras dimite y advierte…/strong>

Ya es raro que El Mundo y El País coincidan en el sujeto que manda en portada (Zapatero o Rajoy), pero es mucho más raro que lo hagan también con los verbos («fracasa» o «triunfa«, según los casos y las respectivas culturas corporativas de los diarios en cuestión).

Aquí pasa algo, me digo como primera reflexión mañanera.

Luego, compruebo que hoy puedo ir más tarde al trabajo, y vestido de trapillo, que me han desmontado el despacho que tengo en el Palacio de la Prensa para trasladarlo a Condesa de Venadito, 1, a un edificio con menos magia y poesía que el actual de la Plaza del Callao, pero más amplio y conveniente para el bienestar y la seguridad de los que hacemos 20 minutos, 20minutos.es y calle 20.

O sea, que estamos en pleno mes de agosto y que los directivos de los diarios de pago también se habrán tomado sus vacaciones.

Mientras los directores veranean, las portadas quedan en manos de subdirectores y redactores jefes de guardia quienes, en caso de duda, aplican criterios puramente profesionales con el menor sesgo ideológico posible. Por si acaso.

Esa puede ser una de las razones que expliquen la coincidencia de ambos diarios en el sujeto y en los verbos de sus portadas.

Mientras Pedro Jota vigila su piscina semipública en Mallorca, sus ayudantes le enmiendan la plana y titulan nada menos que como los de El País. Lo nunca visto.

En torno a la Educación para la Ciudadanía

GREGORIO PECES-BARBA MARTÍNEZ en El País 07/08/2007

El presidente del Gobierno, en el Congreso de las Juventudes Socialistas, ha contestado con contundencia a la posición de los obispos y de la jerarquía católica española contra la asignatura Educación para la Ciudadanía. Ha dicho que no se puede contraponer la fe a la ley en una sociedad democrática como la nuestra. Menos se pueden oponer las ideologías temporales sustentadas por esas jerarquías que asumen una cultura tradicional antimoderna y clerical que se opone a muchas conclusiones legales del Estado democrático, y que pretenden vender como la verdad que nos hace libres.

Ahora toca Educación para la Ciudadanía, antes fue el divorcio, el aborto, la enseñanza de la religión, el matrimonio entre homosexuales, la Ley de Educación e incluso dimensiones de la financiación que les parecen insuficientes.

Desde una arrogancia extrema, una sensación de impunidad y un insufrible sentido de superioridad, derivada de que administran «verdades superiores», llevan años desafiando a las autoridades legítimas, a la Constitución y a la ley intentando imponer sus criterios frente al interés general y a la soberanía popular residenciada en el Parlamento. Frente a esas actitudes, el Gobierno ha tenido una política de moderación. Ha evitado las confrontaciones y ha retirado los aspectos más delicados del programa de Educación para la Ciudadanía, aunque están aprobados por leyes del Parlamento. Ninguna de esas actitudes ha calmado la beligerancia de los cardenales y de los obispos, que siempre buscan nuevos conflictos para la confrontación. La inmediata contestación a las palabras del presidente, con un tono desafiante, es el último signo de su rebelión frente a la Constitución y a la legalidad. El cardenal Cañizares ha acusado al Gobierno de ir contra la sociedad y ha defendido el papel de la Iglesia como impulsora de los derechos humanos. (sic) La inocencia histórica basada en el olvido de todo lo que han hecho les permite esa buena conciencia, aunque esté construida desde la mentira histórica. Mantienen firme su arraigada idea de que son depositarios de verdades que están por encima de las coyunturales mayorías y de la soberanía popular, en un documento colectivo que publicaron en 1988.

En definitiva, sólo aceptan la democracia con la boca chica, y fundamentalmente para lo que les favorezca. Por su actitud ante muchas leyes que son expresión de la mayoría parlamentaria se ve que en el fondo permanecen con los principios anti-ilustrados, que se expresaron en los documentos pontificios del siglo XIX, desde la Mirari Vos de 1.832 a la Libertas de León XIII. Con este espíritu declararon Cruzada al levantamiento militar, legitimaron con sus gestos la idea de que Franco respondía ante Dios y ante la historia y respaldaron la represión terrible que se produjo contra los vencidos.

El paréntesis de aire fresco de Juan XXIII y de Pablo VI fue sólo eso, como lo fue la etapa del cardenal Tarancón. Desde entonces han vuelto a las andadas en la Iglesia universal con Juan Pablo II y Benedicto XVI, con especial repercusión en España frente a la mayor neutralidad de otras iglesias europeas, que están en su sitio y no fuera de toda contención como la actual Iglesia española.

Muy falta de rigor intelectual, la Iglesia jerárquica aplica continuamente la técnica de los dos raseros y de las dos medidas. Impulsa y apoya la formación del espíritu nacional, asignatura obligatoria durante el franquismo, que extendía la ideología corporativa y falangista de aquel régimen y aceptaba que la enseñanza de la religión fuera obligatoria para todos creyentes y no creyentes, y ahora exige la enseñanza de la religión en horario escolar y evaluable, y también rechaza que no tenga alternativa; en su confusión ataca al divorcio y al aborto y sigue sin condenar la pena de muerte. Parece, aunque no lo confiesen, que su modelo es Irán donde el islamismo, la religión manda sobre las autoridades y sobre el propio presidente de la República y donde la pena de muerte no sólo está vigente sino que se aplica con abundancia. Naturalmente sin aceptar el islamismo, es imposible seguir su modelo en los contenidos, aunque sí les gustaría poder aplicar sus formas.

En este tema de la Educación para la Ciudadanía tienen el seguidismo inexplicable del Partido Popular, que está haciendo de fuerza de choque de esta cruzada contra la recta formación democrática de los ciudadanos. Están tirando piedras contra su propio tejado para favorecer una mentalidad clerical que les dificultará mucho gobernar cuando los ciudadanos les reclamen. Es tal su ceguera y su decisión para expulsar al Gobierno socialista y para ocupar el poder que apuestan por este escenario con hegemonía de la Iglesia-institución sin pensar el daño que hacen así a la España civil. Está visto que los que se llaman liberales como la Esperanza Aguirre apoyan estas campañas que Stuart Mill, el granliberal, repudiaría si viviese. Una mezcla de ignorancia y de inconsciencia respecto al daño que producen y de rencor hacia las actuales autoridades les llevan a este peligroso seguidismo, que ninguna derecha europea seria puede apoyar.

Además de la falta de fundamentos intelectuales para justificar el rechazo de la Educación para la Ciudadanía, con posturas que contradicen la evolución de la modernidad, con la secularización de la moralidad, con la tolerancia, con el pluralismo y con la idea de la persona centro del mundo y centrada en el mundo, su oportunismo y su falta de rigor desmerecen su postura ante los sectores ilustrados y libres que son mayoritarios en la sociedad española. Se aprovechan de su inmunidad, que es impunidad, y juegan sucio ante un poder político que no quiere enfrentarse con la jerarquía. En su insensatez están alentando un imposible movimiento de objeción de conciencia que carece de cualquier posibilidad de prosperar, ocultando que realmente propugnan la desobediencia civil, que puede conducir a quienes les sigan, entre los padres de familia, a un muy grave perjuicio puesto que sus hijos no podrán acabar el nivel de enseñanza correspondiente sin Educación para la Ciudadanía ni obtener el grado.

Me dicen que un sacerdote de Toledo está haciendo una tesis doctoral sobre mi obra, que se titularía, según las buenas fuentes que me han informado, «De la destrucción de la verdad al totalitarismo. El pensamiento de Gregorio Peces-Barba». Me cuesta creer que sea cierto, pero me aseguran que lo es. Prefiero discutir de ideas y no interferir en temas personales, pero me parece que están volviendo a las andadas de condenar a quienes les llevan la contraria. Ya otros españoles anteriores, como Fernando de los Ríos o Manuel Azaña, entre muchos más, sufrieron en su tiempo las embestidas de una jerarquía montaraz. En un discurso pronunciado en enero de 1850 en la Asamblea Legislativa sobre la libertad de enseñanza, Victor Hugo identificó con precisión a esta Iglesia que rechaza la modernidad: «Impide a la ciencia y al genio ir más allá del misal y quiere enclaustrar el pensamiento en el dogma. Todos los pasos que ha dado la inteligencia en Europa, los ha hecho a su pesar. Su historia está escrita en el reverso de la historia del progreso humano. Se ha opuesto a todo… no hay un poeta, un escrito, un filósofo, un pensador, que acepten. Y todo lo que ha sido escrito, descubierto, soñado, deducido, ilusionado, enajenado, inventado por los genios, el tesoro de la civilización, la herencia común de las inteligencias, lo rechazan…».

No pueden ni deben seguir por ese camino ni tensar tanto la cuerda. Son responsables de la agitación que impide la paz social y beligerantes contra la política del Gobierno y contra cualquier progreso. Deben sosegarse y permitir el desarrollo normal de la sociedad civil, sin sus constantes interferencias, sin hostigar a los heterodoxos ni despreciar a las conciencias individuales que no coinciden con sus planteamientos. Deben tener más respeto a los disidentes y evitar maldecir y condenar todo el tiempo. Si este nuevo clima no se consigue en la próxima legislatura, habrá que abordar el tema de la acción y de la situación de la Iglesia y establecer un nuevo estatus, que les sitúe en su sitio y que respete la autonomía de la autoridad civil.

Gregorio Peces-Barba Martínez es catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid.

Endesa «culpa» a la Administración y los partidos «acusan» a Endesa

Ciudadanía: el verdadero ‘mal’

PERFECTO ANDRÉS IBÁÑEZ en El País 26/07/2007

Un obispo ha denunciado la aceptación de la asignatura Educación para la Ciudadanía como forma de directa colaboración con «el mal»; y sostenido que su establecimiento es más constrictivo de lo que lo fueron las clases de religión del franquismo. Como suena. Además, menudean las incitaciones de esa procedencia a una suerte de «guerra santa» o revuelta incivil contra la implantación de tal materia escolar, lo que permite pensar que el doble exabrupto traduce una posición institucional reflexivamente adoptada.

La primera sensación es de estupor, dada la enormidad de las afirmaciones. Pero si se piensa en la peripecia histórica del vigente status de ciudadanía, la impresión será distinta. Porque éste, en su versión actual, como atributo de hombres libres con derecho a autodeterminarse en lo que atañe a su conciencia, se abrió camino en lucha tenaz con las fuerzas dominantes de la sociedad estamental, incluida la Iglesia.

Es una obviedad de necesario recuerdo que la milenaria institución tiene un nutrido y poco brillante palmarés de oposiciones radicales, con frecuencia cruentas, al reconocimiento de, prácticamente, todos los derechos que forman el actual patrimonio constitucional. Y se sabe bien que el Estado liberal, como incipiente marco del ciudadano y espacio de ciudadanía, se formó trabajosamente ganando parcelas de autonomía frente a diversos tipos de intervenciones invasivas en la esfera del sujeto. Una de ellas, de singular peso, la eclesiástica, regularmente al amparo del «poder temporal». De ahí que la primera piedra del orden jurídico-político del Estado de derecho fuera la separación de éste de la moral; que no hace falta decir con qué clase de obstáculos tuvo que medirse. En un suma y sigue, al que como es de ver, todavía podrían faltarle muchos renglones…

Así las cosas -aunque no guste a quienes permanecen anclados en una perspectiva político-cultural ancien régime y aspiran a una forma de gobierno confesional de la polis- en sociedades como la nuestra y en contextos como el europeo de hoy, la esfera pública sólo puede ser laica. Lo que significa tanto libertad de religión como inmunidad frente a cualquier imposición que guarde relación con ella. Es decir, derecho humano fundamental a decidir libremente en la materia; y deber del Estado de prestar las bases, la cultural incluida, para la autonomía de esa decisión.

Es el planteamiento que late en las recomendaciones de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, que en nombre de la «tolerancia en una sociedad democrática» aconseja elaborar programas escolares en los que el hecho religioso reciba un tratamiento acorde con la posición del Estado constitucional en la materia: «cursos sobre las religiones y sobre la moral laica con una presentación diferenciada y cuidadosa» de las primeras.

No se descubre nada diciendo que las sociedades democráticas, esencial y afortunadamente plurales, descansan sobre una red de valores básicos compartidos que es lo que permite con-vivir a personas con adscripciones y actitudes diversas, muy especialmente en materia de religión (antigua acreditada fuente de guerras y conflictos). Por otra parte, es asimismo claro que estos marcos de convivencia han debido construirse con alto coste; despejando el terreno de imposiciones despóticas, con la consecuente pérdida de poder para los gestores de tal clase de situaciones opresivas. Cuesta, pero cabría entender que el recuerdo de éstas sea motivo de añoranza para quienes fueron sus beneficiarios. Ahora bien, lo que no puede admitirse es el subrepticio recurso a semejante tipo de oscuros precedentes como fuente de supuestos derechos adquiridos. Algo así es lo que hay tras la estrategia que se comenta, abiertamente dirigida a replantear las relaciones Estado-Iglesia conforme a un retroparadigma que debió quedar enterrado con los inolvidables «cuarenta años» y que no tiene nada que ver con la Constitución.

Vale, por más que preocupe, que alguien tenga dificultades personales para aceptar en conciencia los principios, laicos por definición, que están en la base del «contrato social» en acto. Pero la experiencia histórica y actual demuestra que su vigencia efectiva es la única garantía acreditada de la pacífica convivencia de sujetos diversos y el mejor antídoto contra fundamentalismos. Así las cosas, ¿con qué razón democrática podría cuestionarse la legitimidad del Estado constitucional para velar por el conocimiento y difusión de aquéllos?

La Iglesia puede ver pecado en el divorcio, en la no consideración del feto como persona, en alguna moral sexual, en la investigación con células-madre y en tantas cosas como ella decida. Pero no imponer esa óptica, ni obstaculizar el cumplimiento por el Estado de su deber constitucional de difundir en la ciudadanía la cultura de los valores que permiten vivir en paz con la diferencia. Por otra parte, educar a los escolares en la serena aceptación de esas y otras opciones como legítimas en el plano de la vida civil; sin prejuzgar ni excluir su valoración religiosa, ni poner obstáculos a que ésta se produzca y opere en el terreno que le corresponde ¿no es acaso dotarles del bagaje necesario para mantener una relación respetuosa y enriquecedora consigo mismos y con los demás? ¿No es contribuir a que vivan y dejen vivir con dignidad?

Cuando, como en el caso del obispo aludido, la respuesta a estas preguntas es agresivamente negativa, mal asunto. Porque entonces se impone otra: ¿es la Educación para la Ciudadanía lo intolerable o, más bien, la condición de ciudadano igual con plenitud de derechos, como modelo político-jurídico de subjetividad, lo que no se soporta? Alguien tendría que decirlo de una vez, sin subterfugios.

Perfecto Andrés Ibáñez es magistrado.

Aznar en portada: ¡mira como tiemblo!

Hace un mes y pico me pregunté en este blog si los presidentes de grandes empresas nombrados por Aznar eran intocables. Llegué a pensar que el presidente Zapatero pecaba de cierta inguenuidad al considerar intocables a los miembros de esta quinta columna del PP incrustada, por decisión discrecional de Aznar, en los poderes económicos reales de España.

De vez en cuando, el ex presidente Aznar cabalga de nuevo en la portada de su diario favorito. Hoy lo hace dando una palmada en el hombro y jaleando al presidente de Endesa,

Manuel Pizarro, a quien alaba por su actuación frente a las «zancadillas de los poderosos«. Pizarro fue puesto ahí por Aznar y ha sido respetado en su cargo -no sabemos por qué- por un bisoño Zapatero.

Los accionistas de la nobleza eléctrica siempre han sido muy sensibles a las sugerencias del poder político, que tiene en sus manos el futuro de un sector tan estratégico y de beneficios tan garantizados por el Estado.

Si el Gobierno socialista no utiliza su poder de convicción para neutralizar a claros enemigos políticos que se deben a quien les nombró, sabrá por qué lo hace. Yo no.

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Zapatero «agita»: un verbo inédito en El País

Ambos diarios coinciden hoy en los sujetos de las dos noticias que consideran más importantes para sus lectores, pero discrepan, como es habitual, en el verbo que les atribuyen.

Zapatero «nombra»…

en El Mundo.

Zapatero «agita»…

en El País.

Por un momento, pensé que me había confundido de diario.

Rectifiqué en cuanto leí la segunda noticia del día. Ambos coinciden en que el sujeto es «el fiscal» pero el de El País acusa de corrupción a cargos del PP y, en cambio, el de El Mundo habla de falta de pruebas en el 11-M.

Me tranquiliza comprobar que cada uno sigue en su sitio. El uso que ha hecho El País del verbo «agitar», tan pedrojotero, ha debido ser una veleidad de fin de semana para jalear a Zapatero que parece encantado de haberse conocido después de vencer al pobre Rajoy en el debate del Congreso. Tampoco es para tanto.

Interesante artículo de Antonio Elorza sobre uno de los males de España:

Ciudadanía

ANTONIO ELORZA en El País

07/07/2007

«¿Quieres Marín que yo cante, al clero y la monarquía? ¡No comprendes ignorante, que esa canción no es la mía! ¡Que vaya el Nuncio y les cante!». La coplilla republicana, citada por Ramón Sender en su Mr. Witt en el cantón ilustra muy bien una cuestión actual: los límites que a sí misma construye la política opositora del Partido Popular. Es como si sus dirigentes creyeran en la prioridad de blindar a un núcleo duro de electores de derecha, reforzando hasta el límite su voluntad de oponerse a todas y cada una de las medidas del Gobierno, sin darse cuenta de que en la España actual, como en el resto de las democracias europeas, las elecciones se ganan en el centro y el maniqueísmo por principio se paga con la derrota. Puede resultar muy gratificante el espectáculo de unas masas enfervorizadas en la plaza de Colón gritando consignas y aireando pancartas de satanización, si bien lo que por una parte se consolida, por otra se pierde al suscitar el rechazo de una masa de ciudadanos que tal vez está descontenta, y muy descontenta, con aspectos decisivos de la política gubernamental, pero que no por ello se encuentra dispuesta a regresar al pasado.

La campaña contra la asignatura de ciudadanía constituye un óptimo ejemplo de ese irreflexivo espíritu de Cruzada que desde las pasadas elecciones viene animando a los populares. En lejanos tiempos de amistad, un encumbrado historiador decía a propósito de una pareja de historiadoras americanas que eran «antídotos contra la lujuria». La consideración de la mujer ha cambiado y la frase carecería de sentido en lo relativo a la belleza o fealdad. La caracterización sigue en cambio vigente aplicada al caso: el cardenal Rouco y sus seguidores ofrecen verdaderos antídotos contra una opción de voto razonable en un país laico como el nuestro.

Cuando durante siglos la Iglesia convirtió la enseñanza de la religión en un ejercicio de catequesis autoritaria, y todavía hoy se opone con éxito a su racionalización, al bloquear un imprescindible estudio del hecho religioso o de historia de las religiones, los feroces ataques contra la introducción de los adolescentes al conocimiento de la democracia tienen un inevitable efecto bumerán. Vienen a recordar que en el fondo de la mentalidad de la derecha española, con la Iglesia al frente y al fondo, anida la concepción tradicionalista de la ciudadanía como algo ajeno a lo que según ellos debiera ser el núcleo de la organización social, la condición de creyente. En el hermoso mosaico de la iglesia romana de Santa Pudenciana, del siglo V, la nueva religión se alza, simbolizada por la figura de Cristo, adoptada la barba de Zeus, al acoger la aportación de la filosofía griega. Nuestro catolicismo político no alcanza a entenderlo.

La gracia más repetida consiste en afirmar que la nueva asignatura es un remake de la franquista Formación del Espíritu Nacional, lo cual de nuevo nos hace pensar que las convicciones democráticas de nuestros militantes de derecha son bien débiles, ya que asimilan sin más un contenido fascista con el que puede ofrecerse para servir de fundamento a un comportamiento activo dentro de una sociedad regida por la soberanía nacional y enmarcada por el Estado de derecho. Como si hubiera conflicto alguno entre ser ciudadano y católico; lo de repartir las esferas entre el César y Dios, por este orden, no es un invento de los laicos. Por lo demás, si nos atenemos a la estimación implícita de aquello van a ser unas cuantas tonterías, sin otro contenido que formar futuros votantes socialistas, vamos a parar a una situación de pura y simple ignorancia. Claro que la ignorancia siempre viene bien a la hora de montar sucedáneos de cruzadas.

Es como si Rajoy y su entorno hubieran decidido desde el 14-M hacer de la conquista del centro un objeto imposible. Primero, con el interminable apoyo al espantajo de la teoría de la conspiración con ETA de guinda, luego con el ejercicio de la oposición como si se tratara de descalificar al Gobierno sin excepción ni pausa, dejando así escaparse las grandes ocasiones para mostrar los errores de Zapatero, y permitiendo a éste montar su supervivencia y eludir la responsabilidad de sus actos con sólo denunciar la cerrilidad de sus adversarios. Ejemplo reciente: las muertes del Líbano. Rajoy no es nulo, pero sí romo: nunca puede vencer, salvo si el terror nos invade a todos.

Fin

ETA «abandona», la Guardia Civil «halla» y Zapatero «felicita»

Para El Mundo se trata de una noticia menor. Por eso, Pedro Jota le da la categoría de un simple sumario:

Dos etarras abandonan un coche con 130 kilos de explosivos cerca de la frontera de Portugal

En páginas interiores, esta noticia, que tanto alivio produce en los ciudadanos, va a cuatro columnas y en página par:

«ETA abandona un coche…»

El País manda con ella en su portada a cuatro columnas, arriba, y con foto del coche que llevaba los explosivos. En su interior, amplía esta información con dos páginas completas.

El País prefiere a la Guardia Civil como sujeto principal de la noticia y le atribuye el verbo «hallar«:

«La Guardia Civil halla en Ayamonte un coche…»

En su segunda página titula a tres columnas:

Zapatero felicita a las fuerzas de seguridad por su «magnífico trabajo»

Es imposible encontrar la felicitación de Zapatero entre las noticias de El Mundo. Es una noticia de Agencia, que llega a todo el mundo excepto al de Pedro Jota. Descansará en su papelera.

Yo sí quiero felicitar también a la Guardia Civil por haber montado esos controles de carretera tan molestos, a veces, cuando vas con prisas, y tan eficientes como se demostraron ayer. ¡Enhorabuena!

Como vemos por los titulares de portada, El País no se anda con chiquitas a la hora de informar sobre los obispos que «proclaman la guerra total».

El Mundo, mucho más suave con los jerarcas eclesiásticos, prefiere atribuirles el verbo «recurrirán» sin utilizar el lenguaje bélico sino el legalista más reverente.

En páginas interiores, se mantiene la preferencia belicista en El País que pone a los obispos la voz del lobo feroz:

«Los obispos batallarán sin tregua…»

En cambio, El Mundo atribuye a los obispos la vocecita dulce de Caperucita Roja :

«Los obispos instan a usar «todos los medios legítimos » contra…»

El Estado se somete a la Iglesia. ¡Nunca más!

Las relaciones entre la Iglesia católica y el Gobierno español parecen ir de maravilla (para la Iglesia, claro).

Así se desprende del besamanos y la posición genuflexa y solícita del ministro de Asuntos Exteriores ante su colega el cardenal Bertone, ministro de Exteriores vaticano, y que publica hoy El Mundo (pág. 14)sobre este titular:

Moratinos busca el apoyo del Vaticano

La postura del besamanos no puede más ridícula, tratándose de un miembro de un gobierno que presume de laico.

Y de las sonrisas complacientes de ambos, mejor no hablar.

Esta imagen tan obsequiosa de un ministro español ante un colega del gobierno de otro Estado (minúsculo, por cierto, y lógicamente el de menor tasa de natalidad del mundo) me ha recordado un vieja polémica repetida en Boston por mi familia política.

El debate nacional debió ser extraordinario, en vísperas de la primera visita del flamante presidente John F. Kennedy al Vaticano.

Kennedy, por su origen irlandés, era católico, pero presidía un Gobierno laico y representaba a un país con católicos, protestantes, judíos, musulmanes, ateos, etc.

¿Besaría Kennedy, el presidente del país más poderoso del mundo, la mano (o el anillo) del Papa, jefe de otro Estado?

¿Se presentaría Kennedy inclinado, genuflexo o sometido ante el Papa , como católico, o le saludaría de pie, estrechando su mano, como a cualquier otro colega jefe de Estado?

Hubo gran expectación. Kennedy se mantuvo firme (impasible el ademán) al estrechar la mano de su colega el Papa y no genuflexo ante su líder religioso.

Nuestro pobre Moratinos no debió conocer o recordar aquella gran polémica que sacudió a los Estados Unidos al rendirse, como lo ha hecho, ante su satisfechísmo colega vaticano.

¡Qué pasada!

¿Cómo no van a estar contentos los obispos de la COPE si el Gobierno de Zapatero les reconoce públicamente dinero y santidad?

Esta información de El Mundo sobre las enmiendas del Consejo Escolar al proyecto de real decreto del Gobierno sobre enseñanzas mínimas en la ESO, completa la imagen entregada y vencida de Moratinos ante la Iglesia .

Las enmiendas quieren sacar la religión fuera de clase y ampliar la asignatura «Educación para la Ciudadanía», pendiente en España desde hace siglos.

El periodista de El Mundo, muy en la línea de su director, que mezcla información con opinión, sin pudor ni distinción, nos dice que las propuestas del Consejo Escolar «tienen visos de caer en saco roto».

El titular, con tipografía propia de una información sobre hechos, tiene en cambio un contenido bastante opinativo y hasta en latín:

«Vade retro», Religión

Los datos quedan para el sumario:

El Consejo Escolar pide que la materia se dé fuera de clase y que Educación para la Ciudadanía cite a la familia homosexual

«Con la Iglesia hemos topado», amigo Zapatero. Ya estás fallando…

Atentos, porque la religión (cualquier religión) lleva más veneno dentro que la guerra de Irak.

Salir de Irak fue una broma comparado con salir del Vaticano.

Ahora estamos hablando de sacar la religión católica fuera del aula escolar, como hacen en otros países más avanzados en democracia y tolerancia que el nuestro. Dentro de muy poco tiempo el conlficto se agravará con la enseñanza en clase -de igual a igual en derechos- de la religión islámica, protestante, judía, etc. Esas demandas de trato igual ya están proliferando -y con razón- en estos momentos.

Iglesia-Estado: ¡Qué triste es luchar por cosas evidentes!

Los obispos amenazaron ayer al Gobierno laico de España con la desobediencia civil, la movilización callejera, la objeción de conciencia, etc., contra leyes del Estado si sus demandas sobre la enseñanza privilegiada de la religión católica en la escuela no eran atendidas a su gusto.

«Con la Iglesia hemos topado», amigo Zapatero. Ahí quiero verle.

Sacar a nuestras tropas de Irak, y enfrentarse por ello al mayor imperio del mundo, fue una minucia, si lo comparamos con la que se le viene encima al Gobierno si mantiene sus principios éticos y su programa político y no cede a las amenazas y chantajes de los dueños de la COPE.

Entiendo que Rajoy, Acebes y Zaplana sean (o se sientan) prisioneros de la COPE y de elmundobórico.es, porque en ello les puede ir un puñado de votos de la derecha exaltada. Y que sean fieles aliados de la Iglesia. Su doctrina -dicen- está inspirada por el humanismo cristiano.

En cambio, no puedo entender el pánico que les entra a los líderes socialistas (ya sean creyentes o ateos) cuando reciben la más mínima presión, amenaza o chantaje de los obispos más montaraces y cavernícolas de la Iglesia católica. Se arrugan a la primera de cambio.

He recomendado a varios colegas por sms que no se pierdan el chiste que Forges publica hoy en El País:

Después de verlo, una colega y, sin embargo, amiga, me ha contestado con este mensaje:

«¡QUÉ TRISTE VOLVER A LOS TIEMPOS EN QUE LA VERDAD Y LO IMPORTANTE SÓLO LO DECÍAN LOS HUMORISTAS!»

Me ha recordado una frase parecida de Dürremat (creo que en «Frank V«) que decía (más o menos):

«Es triste una época en la que hay que luchar por las cosas evidentes»

La información sobre el presunto pacto educativo Iglesia-Estado sólo es publicada hoy en El Mundo y, por los mensajes cruzados y velados que envía de una parte a la otra, creo que vale la pena leerla.

Tiene algunos párrafos de opinión -como de costumbre, sin citar fuentes- que caen fueran de cualquier manual de periodismo para principiantes.

Este, por ejemplo, es uno de ellos:

«El trato es tan favorable para la Iglesia que los obispos no podrán negarse a aceptarlo»

¿Quien envía a quién este mensaje tan valorativo de la presunta oferta del Gobierno a la Iglesia?

¿Va desde el Gobierno a la Iglesia?

¿Va desde la Iglesia – con 2.000 años de diplomacia continuada- al Gobierno socialista -tan bisoño y asustadizo en estas lides?

El País -salvo por el magnífico artículo de Fernando Savater de hace un par de semanas- parece no enterarse de lo

que se juega la democracia española (y buena parte de sus lectores) con el gravísimo asunto de la enseñanza de la religión en las escuelas laicas de España, en lugar confinar tan sagrado ministerio -como ocurre en los países más avanzados del mundo- a la familia, a la parroquia, a la mezquita o a la sinagoga.

Dedica la información sobre la cumbre de los obispos, reunidos en Madrid, a la «preocupación moral» que sienten por la situación politica de España y por la unidad nacional.

Preocupación moral e indignación me produjeron a mi las palabras guerracivilistas de un obispo fascista (¿de Cartagena?) que leí en «Morir en Madrid»:

«Benditos los cañones si en la brechas que ellos abren florece el Evangelio»

¿Es esta la doctrina cristiana que quieren inculcar a mis hijos en la escuela laica?

¡Válgame dios!

Nada de esto aparece hoy en las portadas, tan diferentes, de ambos diarios.

Tan sólo comparten un tema en portada.

El Mundo, a una columna:

En ex espía ruso, a punto de morir envenenado en Londres mientras seguía una pista del asesinato de Anna Politkovskaya

El País, a tres columnas:

El envenenamineto de un ex agente ruso en Londres resucita la sombra del KGB

Sumario:

El coronel exiliado investigaba el asesinato de la periodista Politkóvskaya

Sobre el asesinato de nuestra colega rusa, Juan Goytisolo publica hoy un artículo interesante en El País. (Pongo el enlace, en lugar de copiarlo como hacía antes, por si el acceso fuera gratuito a partir de hoy).

Ladran, Sancho, luego cabalgamos
Los pecados se estudian en casa; los delitos, en clase

El largo silencio de los obispos me tenía preocupado. Llegué a pensar que Zapatero les había prometido más dinero de la cuenta, al subir del 0,5 al 0,7 % ciento en el «cepillo» confesional del IRPF.

También me traía un poco mosca el poco ruido eclesiástico en torno a esta asignatura que tenemos pendiente en España, desde los tiempos de Maria Castaña: Educación para la Ciudadanía.

La jerarquía católica ha roto el silencio con el peculiar estilo que le caracteriza cuando algo roza su cartera o su clientela: llamando a la desobediencia civil contra las leyes del Estado.

Solo El Mundo lo da en portada, a una columna:

Los obispos llaman a la desobediencia civil contra la nueva asignatura Educación para la Ciudadanía

Dentro lleva cuatro columnas, arriba, con una gran foto muy bien elegida del arzobispo de Granada en la que luce la típica sonrisa de la gracia de dios.

El País lo da en su interior con una foto pequeña y menos sonriente del mismo arzobispo rebelde.

La actitud tan irreverente del sector fundamentalista de la Iglesia católica me perturba y, a veces, me da miedo. Pero un Gobierno laico no puede dejarse asustar por estos fanáticos religiosos. No estamos en Irán, Arabia Saudita o Israel.

La arenga del arzobispo me ha recordado un artículo precioso e imprescindible de mi admirado Fernando Savater, publicado en El País de hace un par de semanas y que copio y pego aquí mismo:

En defensa propia

FERNANDO SAVATER

EL PAÍS – Opinión – 12-08-2006

Aunque el trazo grueso y la exageración truculenta son el pan nuestro de cada día en los comentarios políticos de los medios de comunicación españoles, las descalificaciones que ha recibido la proyectada asignatura de Educación para la Ciudadanía superan ampliamente el nivel de estridencia habitual. Los más amables la comparan con la Formación del Espíritu Nacional franquista y otros la proclaman una «asignatura para el adoctrinamiento», mientras que los feroces sin complejos hablan de «educación para la esclavitud», «catecismo tercermundista» y lindezas del mismo calibre. Muchos convienen en que si entra en vigor esta materia, el totalitarismo está a la vuelta de la esquina: como una imagen vale más que mil palabras -en especial, para los analfabetos, claro-, el suplemento piadoso Alfa y Omega del diario Abc ilustraba su denuncia de la Educación para la Ciudadanía con una fotografía de un guardia rojo enarbolando el librito también bermejo del camarada Mao. En fin, para qué seguir.

Con tales planteamientos, no puede extrañar que algunos clérigos y otros entusiastas recomienden nada menos que la «objeción de conciencia» docente contra semejante formación tiránica (desde que no hay leones en la arena, los voluntarios para el martirio se van multiplicando). Quienes abogamos desde hace años profesionalmente -es decir, con cierto conocimiento del tema- por la inclusión en el bachillerato de esta asignatura que figura en los programas de relevantes países democráticos europeos podríamos sentirnos ofendidos por esta retahíla de dicterios que nos pone quieras que no al nivel abyecto de los sicarios propagandistas de Ceaucescu y compañía. Pero lo cochambroso y raído de la argumentación empleada en estas censuras tremendistas demuestra que su objetivo no es el debate teórico, sino el más modesto de fastidiar al Gobierno y halagar a los curas integristas, por lo que haríamos mal tomándolas demasiado a pecho.

La objeción más inteligible contra esta materia viene a ser que el Estado no debe pretender educar a los neófitos en cuestiones morales porque ésta es una atribución exclusiva de las familias. Como ha dicho monseñor Rouco, la asignatura culpable no formaría a los estudiantes, sino que les transmitiría «una forma de ver la vida», que abarcaría «no sólo el ámbito social, sino también el personal». Francamente, no me resulta fácil imaginar una formación educativa que no incluya una forma de ver la vida, ni una educación de personas que omita mencionar la relación entre la conciencia de cada cual y las normas sociales que comparte con su comunidad. Pero de lo que estoy convencido es de que la enseñanza institucional tiene no sólo el derecho sino la clarísima obligación de instruir en valores morales compartidos, no para acogotar el pluralismo moral, sino precisamente para permitir que éste exista en un marco de convivencia. Los testigos de Jehová tienen derecho a explicar a sus hijos que las transfusiones de sangre son pecado; la escuela pública debe enseñar que son una práctica médica para salvar vidas y que muchas personas escrupulosamente éticas no se sienten mancilladas por someterse a ellas. Los padres de cierta ortodoxia pueden enseñar a sus hijos que la homosexualidad es una perversión y que no hay otra familia que la heterosexual; la escuela debe informar alternativamente de que tal «perversión» es perfectamente legal y una opción moral asumible por muchos, con la que deben acostumbrarse a convivir sin hostilidad incluso quienes peor la aceptan.

Los alumnos deben saber que una cosa son los pecados y otra los delitos: los primeros dependen de la conciencia de cada cual; los segundos, de las leyes que compartimos. Y sólo los fanáticos creen que no considerar delito lo que ellos tienen por pecado es corromper moralmente a la juventud. Por otro lado, es rotundamente falso que la moral sea un asunto estrictamente familiar: no puede serlo, porque nadie vive solamente dentro de su familia, sino en la amplia interacción social, y no serán sólo sus parientes quienes tengan

que soportar su comportamiento. Hace tiempo escribí que las democracias deben educar en defensa propia, para evitar convertirse en semillero de intransigencias contrapuestas y de ghettos incomunicados de dogmas tribales. Nada veo hoy en España ni en Europa que me incline a cambiar de opinión.

Resulta verdaderamente chocante que la oposición considere la Educación para la Ciudadanía un instrumento doctrinal que sólo puede beneficiar al Gobierno. Deberían ser los más interesados en preparar futuros votantes bien formados e informados que no cedan a seducciones demagógicas. En un artículo que analiza muy críticamente la situación política actual en nuestro país («Cómo se estropean las cosas», Abc, 18/7/06), Álvaro Delgado-Gal se pregunta: «¿Estamos los españoles educados democráticamente? La pregunta es pertinente, ya que la buena educación democrática no se adquiere así como así, ni florece, como las malvas, en terrenos poco trabajados». No parece por tanto que tronar contra la asignatura que pretende remediar estas carencias sea demasiado lógico.

Al menos los críticos deberían distinguir entre la necesidad de este estudio, que es evidente, y la orientación temática que finalmente reciba, sobre la que puede haber mayores recelos y objeciones. En cualquier caso, la menos válida de éstas es sostener que cada familia tiene el monopolio de la formación en valores de sus vástagos… mientras se expresa preocupación por la posible apertura de escuelas de orientación islámica en nuestro país. O nos preocupa el silencio de Dios o nos alarma el guirigay de los dioses, pero todo a la vez, no. Los mismos que reclaman homogeneidad entre los planes de estudio de las diferentes autonomías no pueden negar al ministerio su derecho a proponer un común denominador ético y político en que se base nuestra convivencia. También por coherencia, quienes exigen a Ibarretxe que sea lehendakari de todos los vascos y no sólo de los nacionalistas no deberían censurar que Gallardón se comporte como alcalde de todos los madrileños y no sólo de los heterosexuales. Por lo tanto, produce cierta irritada melancolía que el líder de la oposición, tras una conferencia en unos cursos de verano dirigidos por el cardenal Cañizares, afirmase (según la prensa) que «la laicidad y la Educación para la Ciudadanía llevan al totalitarismo». Vaya, hombre: y seguro que la electricidad y el bidé son causantes de la decadencia de Occidente.

Sin duda, hay muchos malentendidos en torno a la asignatura polémica que deberán ser cuidadosamente discutidos. Como vivimos en una época enemiga de las teorías, cuyo santo patrono es Campoamor («nada es verdad ni mentira, todo es según el color…, etc.»), es de temer que predomine ante todo el afán práctico de lograr comportamientos recomendables. Pero a mi juicio, la Educación para la Ciudadanía no debería centrarse en fomentar conductas, sino en explicar principios.

Para empezar, en qué consiste la ciudadanía misma. Podríamos preguntárselo a los inmigrantes, por ejemplo, pues lo que vienen a buscar en nuestros países -sean más o menos conscientes de ello- no es simplemente trabajo ni aún menos caridad o amparo, sino precisamente ciudadanía; es decir, garantía de derechos no ligados a la etnia ni al territorio sobre los que poder edificar su vida como actores sociales. Los neófitos oyen hablar a todas horas de las carencias de nuestro sistema, pero no de sus razones ni de la razón de sus límites. La ciudadanía exige constituir un «nosotros» efectivo que no sea «no a otros», por utilizar el término propuesto antaño por Rubert de Ventós. Ser ciudadano es estar ligado con personas e instituciones que pueden desagradarnos: obliga a luchar por desconocidos, a sacrificar nuestros intereses inmediatos por otros de gente extraña pero que pertenece a nuestra comunidad, y a asumir como propias leyes que no nos gustan (por eso es imprescindible intervenir en política, ya que luego el «no en mi nombre» es un subterfugio retórico y equívoco). Vivir en democracia es aprender a pensar en común, hasta para disentir: algo que con la moda actual de idolatrar la diferencia no resulta precisamente fácil ni obvio.

No soy de los que dan por hecho el despedazamiento de España a corto plazo, pero la verdad es que también veo apagarse más luces de las que se encienden. Con una izquierda cautiva de los nacionalistas y una derecha cautivada por los obispos, la imbecilización política del país es más que probable. Afortunadamente, gran parte de la ciudadanía no se siente obligada al cien por cien a alinearse con unos o con otros. Hay votantes del PSOE que consideran injustificable la mesa de partidos que nadie se molesta en justificar y votantes del PP que prefieren el teléfono móvil a las palomas mensajeras, a pesar del comprobado parentesco de éstas con el Espíritu Santo. A los hijos de todos estos relapsos les vendrá muy bien aprender Educación para la Ciudadanía, aunque no sea la panacea mágica de nuestros males. Para tantos otros, ay, llega la asignatura demasiado tarde.

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

La metedura de video del PP sobre violencia en los tiempos de su propio gobierno recibe un distinto tratamiento informativo.

El País, arriba, a cuatro columnas, recoge la imágenes de 1996 y 2002 -con Rajoy de ministro de Interior- que han dejado en ridículo a los dirigentes del PP.

El Mundo pasa de puntillas sobre el caso y publica un cuarto de columna con este titular tan taurino:

Palmas y silencios ante el vídeo de la polémica

No puedo remediar el interés con el que sigo el caso de elmundobórico.es y los dos jueces (Garzón y Gallego).

Me recuerda bastante al caso Bono/caso Hidalgo , en el que aparecen polémicos jueces, dudosas falsificaciones, ataques a policías, y todo ello, casualmente, en beneficio de las tesis conspirativas del PP sobre ETA en el 11-M.

Por eso, copio y pego este interesante artículo de Javier Pradera en El Pais de hoy en el que aclara algunos puntos oscuros de «elmundobórico.es»:

Un viaje de ácido bórico

Javier Pradera

Al tiempo que cuatro jefes policiales son imputados por varios delitos, el PP pide una comisión de investigación parlamentaria para dilucidar las responsabilidades políticas del Gobierno.

EL TRAYECTO RECORRIDO por el caso del ácido bórico entre el juzgado número 5 de la Audiencia Nacional -cuyo titular es Baltasar Garzón- y el juzgado número 35 de Madrid -a cargo de Gemma Gallego- ha sido un viaje psicodélico que ha transportado al sumario desde la realidad verificable hasta la incontrolada fantasía. Más allá de las implicaciones procesales de un conflicto menor de orden policial-administrativo, seguramente sin trascendencia penal, la transformación alucinógena sufrida por la causa judicial al cambiar de manos la instrucción de sus diligencias se debe a un maligno virus político: el obstinado empeño del PP -con Eduardo Zaplana a la cabeza- y de un grupo afín de periodistas y locutores por atribuir la dirección de la matanza del 11-M a un batiburrillo criminal formado por ETA, agentes de servicios de inteligencia extranjeros y miembros de las fuerzas de seguridad teledirigidos por el PSOE.

Ni uno sólo de los abundantes indicios reunidos por la policía, analizados por la fiscalía e incorporados por el juez Juan del Olmo al sumario de los trenes de la muerte avaló esa extravagante tesis. Los maliciosos fabricantes de la teoría de la conspiración, sin embargo, no se resignan al terco desmentido de los hechos y ofrecen todo tipo de conjeturas absurdas y paranoides como interpretación alternativa a la explicación sumarial del 11-M, descargando sobre los demás la imposible tarea de probar la falsedad de sus retorcidas fantasías. En ese recalentado escenario, El Mundo y la radio de los obispos recibieron el pasado septiembre la filtración de un informe elaborado el 21 de marzo de 2005 por tres peritos de la policía sobre una sustancia intervenida en diciembre de 2004 a Hassan el Haski (imputado por los atentados de Casablanca y Atocha); el papel filtrado a la prensa era una copia del original impresa y firmada el 11 de julio de 2006 por sus autores (un dato omitido por la difusión periodística). Ese documento de trabajo de los expertos, sin embargo, no había pasado en su día de manera íntegra al informe oficial enviado al juez. Los jefes de la Comisaría de Policía Científica reprodujeron fielmente la respuesta de los peritos a la pregunta que les había sido dirigida (la sustancia analizada era ácido bórico), pero suprimieron sus extravagantes observaciones acerca de una posible conexión entre el islamismo y ETA basada sólo en que también se encontró ácido bórico en 2001 durante el registro de un piso franco de la banda armada en Salamanca.

El juez Garzón, que se hizo cargo del asunto el pasado septiembre como instructor de un sumario donde figuraba como imputado Hassan el Haski, llegó a la conclusión de que los jefes de la Comisaría de Policía Científica habían actuado correctamente, pero que los tres peritos podían ser culpables de un delito de falsificación por la copia impresa y firmada el 11 de julio de 2006 que sería luego filtrada a la prensa. Garzón se inhibió de la causa por razones de competencia, no sin advertir antes de la manipulación política llevada a cabo por los tres peritos para «generar una apariencia sin sustento real alguno» que permitiera vincular a ETA con el 11-M. Tras hacerse cargo a comienzos de octubre de la instrucción del caso, la juez Gallego -candidata de la conservadora Asociación Profesional de la Magistratura para una vocalía del nuevo Consejo del Poder Judicial- ha tomado medidas diametralmente opuestas a las decisiones adoptadas por Garzón: la exoneración de los tres peritos y la imputación de los jefes policiales por falsedad documental y falso testimonio.

El PP no ha querido perderse la fiesta del desquite de los tres peritos. Como portavoz del Grupo Popular, Eduardo Zaplana ha asomado de nuevo la cabeza para exigir una comisión de investigación sobre el caso del ácido bórico. Se reanuda así el baile parlamentario en torno al 11-M: ahora se trata de sostener que el Gobierno ordenó a la policía borrar los indicios sobre la conexión de ETA con el atentado. Pero se pongan como se pongan la juez, el PP, El Mundo y la radio de los obispos, continúa siendo indiscutible que el ácido bórico no es un explosivo, sino sólo un producto de limpieza utilizado por cientos de miles de amas de casa.

Me ha salido un poco largo. Pero es domingo y aún me dejo en el tintero la página 48 de El País de hoy, en la que anuncia mejoras en su versión digital elpais.com que estrenará mañana lunes.

Me apuesto algo a que se parece un poco a 20minutos.es. ¡Ojo al parche!

Arsenio suele decir que «quien te copia te homenajea».

Pues, así sea. Gracias, colegas de elpais.com, por homenajearnos.

Y suerte en el ciberespacio abierto y libre para todos. Dicen que, como nosotros, van a aceptar comentarios en todas sus informaciones. Veremos lo que aguantan… en libertad.

Mañana comentaré otra perla publicada por El Pais en su página 45 del sábado. En esa rara información (ELPAIS.es duplica su audiencia en un año), el ex líder de la prensa española reconoce a sus dos principales competidores digitales (elmundo.es y 20minutos.es) pero nos atribuye unos datos sacados de la manga.

Me preocupa que El País nos tema como competidores que vamos pisándole los talones digitales. Era mejor vivir con su indiferencia. Así pudimos alcanzarle y superarle en medio millón de lectores en papel.

A veces, me pregunto, como los niños, ¿que es mejor: mala atención o indiferencia?

Mañana comentaré los datos que da El País. Los míos están en la oficina.

P.S. Me acabo de enterar por Periodistadigital que ha salido un libro del general Rodríguez Galindo sobre el GAL en el que incluye historias curiosas de Pedro Jota Ramírez, hoy director de El Mundo.