Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Zapatero «compensa» (El País) o «remata» (El Mundo)

No hay respiro ni para recordar a los muertos

De banderas e himnos

LUIS YÁÑEZ-BARNUEVO en El País

12/03/2007

El reciente abuso de los símbolos comunes de España, como la bandera y el himno, y de la propia palabra de nuestro país, en concentraciones partidistas de carácter político, ha despertado polémica y el lógico descontento e incomodidad a quienes no compartimos ese modo de usar nuestros símbolos para arremeter unos españoles contra otros.

Es inevitable que nos retrotraigan a épocas oscuras de nuestro pasado. Recordemos las concentraciones convocados por el Caudillo en la Plaza de Oriente, la última en septiembre de 1975, siempre en contra de una imaginaria conjura «judeo-masónica-marxista» y siempre con un millón de personas presentes, ni uno más ni uno menos, cuando todo el mundo sabe que en dicha plaza, incluyendo sus aledaños, ¡no caben más de cien mil! No, no es que oficial ni públicamente las convocatorias de ahora hagan referencia a tal conjura, sí a alguna otra, ni se aclame al Caudillo, afortunadamente desaparecido, pero el clima, los gritos, las pancartas e incluso el aspecto físico de los asistentes, además de los citados símbolos, recuerdan a millones de españoles aquellos mal llamados tiempos.

Cuando murió el dictador y se inició tímidamente el proceso que luego se conoció como «transición democrática», no fue tema baladí el de las negociaciones entre los reformistas del tardofranquismo y los representantes de la oposición democrática para ponernos de acuerdo sobre si la democracia que íbamos a recuperar iba a ser una monarquía o una república, si ello debería ser sometido a referéndum de los españoles, si la bandera roja y gualda iba a ser la oficial o por el contrario recuperábamos la tricolor de la II República y con ella el himno de Riego, aquel general patriota que fue fusilado en defensa de la libertad. La oposición entendió que lo importante era garantizar que la nueva democracia lo fuera de verdad, no tutelada, no heredera del franquismo, que tuviéramos una nueva Constitución, lo que no estuvo claro hasta después de las primeras elecciones del 15 de junio de 1977 y una vez que se despejaron esas incógnitas, gracias sobre todo a la actitud del propio rey Juan Carlos, que lo que se instauraba era una monarquía parlamentaria, sin poderes ejecutivos. Los demócratas procedentes de la lucha antifranquista y del exilio fueron los más generosos, nunca pidieron venganza, ni siquiera justicia histórica. Entendieron que había que mirar hacia delante y construir un sistema institucional garantista, en el que no sólo se reconocieran las libertades y derechos sino que éstos estuvieran protegidos y salvaguardados de cualquier contingencia.

La Constitución, no confesional y por tanto laica, consagró la separación de la Iglesia y el Estado, la profesionalización y despolitización de las fuerzas armadas y de seguridad y la independencia del poder judicial. Los demócratas terminamos cediendo en lo referente a la bandera y al himno, lo que no fue fácil de explicar a los antiguos republicanos y gente de la izquierda en general, para los que la bandera bicolor se había identificado hasta la náusea con Franco, que consideró a España, la bandera y el himno como propios y a sus enemigos políticos como enemigos de España. Durante las primeras décadas de la democracia los símbolos pudieron, poco a poco, ir siendo asumidos por todos y no patrimonializados por nadie, salvo las cada vez menos nutridas convocatorias de Fuerza Nueva y Blas Piñar, de manera que la bandera y el himno se utilizaron, como debe ser, en los actos comunes y no partidistas, en los oficiales y solemnes, y en las victorias deportivas, culturales o artísticas internacionales.

Muchos contribuyeron a ese clima de convivencia, sin discutir los símbolos comunes, empezando por el Rey, siguiendo por los sucesivos presidentes del Gobierno, hasta que llegó Aznar, y terminando por el protagonista de todo, el pueblo español, que con gran sentido práctico, los respetaba y los respeta, aunque no los utilizara ni los utiliza para cualquier cosa. El primer síntoma de ruptura de ese consenso implícito llegó con la decisión del presidente Aznar, que a la vuelta de un viaje a México, donde había visto una bandera monumental del país azteca en la Plaza del Zócalo de México DF, mandó poner una rojigualda igual o más grande en la Plaza de Colón de Madrid. La historia no pasaría de ser una anécdota freudiana si no es porque en democracia los equilibrios del subconsciente colectivo no deben tocarse sin riesgo de provocar reacciones contrarias. Y éstas vinieron de la mano de manifestaciones izquierdistas en las que, cada vez en mayor número, ondeaban banderas republicanas.

El retorno a la politización de la jerarquía eclesiástica, la quiebra de la independencia de determinados sectores del poder judicial, la eclosión de programas de extrema derecha en algunos medios de comunicación con actitudes que creíamos superadas después de la desaparición de diarios como El Alcázar o Arriba, y sobre todo la estrategia opositora de la cúpula del PP desde que perdiera las elecciones de 2004, y todas las que la han seguido, han hecho emerger comportamientos revanchistas en ciertos colectivos que ahora ven la oportunidad de expresarse en la calle con la parafernalia descrita. Quizá sin darse cuenta, ¿o sí?, de que están despertando paralelismos revanchistas de otro signo que, si no lo evitamos, tarde o temprano se manifestarán también con idéntica agresividad y sectarismo.

Pero lo que más me preocupa es el uso y abuso de la palabra y el concepto de España. Con motivo del agrio debate sobre el Estatuto de Cataluña, un eurodiputado del PP español me dijo: «¿No crees que deberíamos defender a España?». Me quedé perplejo y le contesté: «España se defiende sola». Y es que la imagen de España, en el mundo y entre la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles, no está en cuestión, cuenta con un prestigio y un reconocimiento acorde con su historia y con su presente de país pujante, emprendedor, que avanza y es admirado por muchos. Sólo los inseguros de sí mismos necesitan envolverse en la bandera y gritar «España, España»; pero nuestro país no lo necesita, es más, lo creo contraproducente. Decía Molière que «la amistad exige un poco de misterio, nombrarla a cada momento es profanar su nombre». Sin tanta grandilocuencia, pienso que en España hay que pensar y actuar para hacerla más fuerte y solidaria, pero no nombrarla en vano porque eso es justamente lo que la debilita.

Eso sí, algunos españoles, y en particular los políticos, necesitamos grandes dosis de mesura, de sensatez y de voluntad firme para cortocircuitar esa tendencia cainita que de vez en cuando nos asalta. No dejemos que esa minoría de exaltados de uno u otro signo se imponga a la inmensa mayoría. Que todos puedan defender sus ideas o expresar sus críticas sin agredir a los demás.

Luis Yáñez-Barnuevo es eurodiputado socialista.

A falta de votos, buenas son togas (III)


«Es triste tener que luchar por cosas evidentes».

Más o menos, así era la cita de Dürrenmatt. Cada vez que me enfrento a un episodio de extrema politización de la Justicia la recuerdo y me invade una gran tristeza.

Lamento que la transición política haya sido una obra inacabada por nuestra generación. Por miedo o por prudencia, nunca nos atrevimos a tocar a la justicia procedente de la Dictadura. Quedó incólume. ¡Qué gran error!

Miren, si no, a ese miembro conservador del Tribunal Constitucional que atacó la Constitución (Roberto García-Calvo y Montiel, ex gobernador civil y jefe del Movimiento de Almeria, con leyenda negra incluida tras su no investigación del asesinato del estudiante Javier Verdejo) y nunca fue recusado por ello.

Aún nos falta aprobar esa asignatura pendiente de la transición (troncal, por cierto) para garantizar una mayor estabilidad democrática, dignidad y seguridad jurídica a las generaciones venideras.

No soy nada experto en cuestiones jurídicas pero los editoriales de ambos diarios, que copiaré a continuación, dan cuenta de la gravedad del asunto que ocupa sus portadas.

No es la primera vez que pongo este triste título. Ya lo hice cuando el escándalo de la juez Gallego del ácido bórico el pasado noviembre. Y antes con el escándaloso caso del Juez Hidalgo y su sentencia contra los policias del caso Bono

También recuerdo un 2º asalto sobre votos y togas poco después. Es un problema muy grave, recurrente y de difícil arreglo si no profundizamos en la democracia con más democracia.

Vuelven banderas victoriosas

JAVIER PRADERA en El País

07/02/2007

La manifestación celebrada el pasado domingo en Madrid, convocada por la organización vizcaína Foro Ermua y seguida masivamente por dirigentes, militantes y votantes del PP, tuvo un triple lema oficial: Por la libertad. Derrotemos juntos a ETA. No a la negociación. Según el comunicado leído al término del acto, la convocatoria no era «ni de derechas, ni de izquierdas, ni de centro»: esa milagrosa exoneración de las servidumbres del espacio político se remonta a la retórica falangista.

Sin embargo, buena parte de la asistencia -tal y como estaba previsto en el guión de los organizadores- desvió el teórico objetivo de la marcha entre la plaza de Colón y la plaza de la Independencia (el gusto por la hipérbole mentirosa de la Comunidad madrileña multiplicó por ocho el número de concurrentes, como en los tiempos heroicos de la Plaza de Oriente) para exigir a gritos la dimisión del presidente del Gobierno y cubrirle de improperios en las pancartas: Zapatero, embustero; ZP, traidor; ETA-Zapatero-Quién está detrás del 11-M; Al poder llegaste en tren. Queremos saber de la mano de quién. El presidente del Foro Ermua ya había lanzado la víspera -en la tercera de Abc- una misteriosa advertencia al presidente del Gobierno: «Esta es la última vez que se lo diremos: mañana será tarde y a partir de ese momento dejaremos que sea aplastado por la pavorosa rueda que él mismo ha puesto en movimiento».

La consigna de unidad democrática, coactivamente dirigida contra las demás fuerzas parlamentarias después de insultarlas, no es la única maniobra de doble vínculo del PP. Un bosque de banderas españolas -la izquierda abertzale también suele cubrir el horizonte con un telón de ikurriñas- y la emisión del himno nacional por la megafonía que amenizaba el acto (una circunstancia no prevista pero tampoco excluida por el decreto 1.560/1997 regulador de la Marcha de granaderos) sirvieron a los populares para recabar de manera partidista el monopolio de los símbolos identitarios compartidos por todos y para expulsar a sus adversarios políticos -demonizados como enemigos existenciales- del marco institucional. Esa desleal estrategia del principal partido de la oposición, orientada a excluir al Gobierno socialista y a la mayoría parlamentaria que le respalda de la lucha común contra el terrorismo, ha marcado obscenamente toda la legislatura.

Primero fueron las acusaciones veladas y las insidias maliciosas -vertidas por los portavoces del PP en el Parlamento y por los periodistas a su servicio en El Mundo y en la radio de los obispos- sobre las fantasiosas connivencias, encubrimientos y complicidades de los socialistas con el atentado del 11-M, supuestamente planeado por oscuras fuerzas concertadas -ETA, entre otras- para llevar a Zapatero al poder. Tras la declaración del alto el fuego permanente declarado por la banda terrorista el 22 de marzo de 2006, los nueve meses transcurridos sin atentados con resultado de muerte fueron interpretados por los populares como una prueba segura de que el presidente del Gobierno estaba pagando a ETA la factura pendiente por su sangrienta ayuda prestada a su victoria electoral el 14-M: el reconocimiento del principio de autodeterminación y la anexión forzosa de Navarra al País Vasco.

Pero el atentado de Barajas no sólo hizo volar por los aires el aparcamiento de la T-4, sino también la lectura paranoide de la tregua realizada por el PP: el comunicado de ETA descargó toda la responsabilidad del crimen sobre el Gobierno por haber establecido «como tope» para el diálogo «los límites de la Constitución española y la legalidad». Con el descaro de los apostadores que se niegan a reconocer sus equivocaciones, Rajoy fabricó un sofístico dilema para acertar siempre como hacen los trileros: «Si usted no cumple [las exigencias de ETA], le pondrán bombas, y si no hay bombas, es porque ha cedido». En cualquier caso, los dirigentes del PP -inasequibles al desaliento- han decidido regresar a la víspera del atentado del 30 de diciembre acusando al Gobierno de traicionar a los muertos, capitular ante el terrorismo, desactivar el Estado de derecho y preparar la ruptura de España.

FIN