Europa inquieta Europa inquieta

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Chechenia: 20 años del comienzo de una guerra olvidada… que Putin no olvida

Un grupo informe de soldados mal equipados, la mayoría de ellos alcohólicos y forajidos. En realidad más mercenarios que soldados. Saquean casas, comen perros y cortan orejas de los enemigos para enseñárselas a los reporteros. Es la ‘columna Chamanov’ y era la primera guerra chechena. Con motivo del veinte aniversario del comienzo del cruel conflicto he vuelto a ver aquel documental, una pieza espeluznante y al mismo tiempo una obra maestra de periodismo.

En diciembre de 1994 la Rusia del melifluo Boris Yeltsin invadía Chechenia, una exrepública socialista del Cáucaso. Comenzaba una guerra que duraría dos años y que no resolvería nada. Una guerra que convirtió la región en un Estado fallido y que, escribe Jesús M. Pérez en su muy recomendable blog Guerras Posmodernas, transformó la causa de la independencia en una causa yihadista.

Imagen de Grozni esta semana, tras la 'batalla' entre policías e islamistas (EFE)

Imagen de Grozni esta semana, tras la ‘batalla’ entre policías e islamistas (EFE)

Solo cinco años después vendría una segunda parte, más sangrienta y definitiva, en la que un inflexible y recién llegado Vladímir Putin arrasó (1999) a sangre y fuego la levantisca región. Para los soldados rusos, bisoños y temerosos, Chechenia fue un matadero; para los chechenos, un calvario: así lo recordaba el fallecido Julio Fuentes en su emotivo Réquiem por Grozni. Veinte años después, Chechenia es una región de Rusia gobernada de forma cuasi dictatorial por un presidente elegido en las urnas y aliado de Moscú.

El rebrote de la violencia en la capital (el jueves murieron, en un ataque terrorista, diez policías y nueve rebeldes) coincide estos días con el nuevo órdago dialéctico de Putin a Occidente, a quien acusa de casi todos los males de Rusia y en concreto, en este caso, de «haber apoyado a los separatistas chechenos durante las pasadas décadas». Un pulso por la hegemonía en la región que ha devuelto a una cierta actualidad (horrorosas dos palabras) aquel conflicto olvidado, hoy oscuro y agazapado, pero cuajado por fogonazos de violencia.

Las raíces de Europa en diez libros

No es una colección especialmente económica me refiero a su precio pero en español hay poquitas cosas así. Es también bastante breve, diez libros, y quizá alguno eche en falta un abanico ideológico más variado. Os hablo de la serie Las raíces de Europa, de la editorial Encuentro, que hace unos años publicó los discursos europeístas de De Gaspieri y próximamente hará lo propio con textos de Adenauer.

Encuentro es una editorial pulcramente conservadora en la órbita de la democracia cristiana de anteayer. Una corriente ideológica que aquí en España no es muy reconocida (ni tiene tanto ascendente entre las nuevas generaciones) y que en Europa, salvo excepciones, ha perdido fuerza en nuestros días sobrepasada por otras más atlantistas y tecnófilas. Una cosa ya más de otro siglo, quizá.

Alcide De Gaspieri (biografiasyvidas.com)

Alcide De Gaspieri (biografiasyvidas.com)

Se trata de libros sobre todo políticos, autobiografías como la canónica de Jean Monnet o la de Robert Schumann, ambos padres de esta patria. Hay otras obras más recientes, como la de Vaclav Havel, y alguna de contenido más intelectual, como La unidad de la cultura europea, del poeta T. S. Elliot. Es verdad que todos los autores están muertos (y la mayoría muertos hace mucho), pero todos son esenciales para la comprensión de una etapa de la historia de la integración.

La etapa, justamente, del prestigio de las élites. Cuando estas no estaban denostadas por su vulgar posicionamiento político y su falta de sentido de Estado. No voy a hacer una defensa de sus posiciones, pero si estáis pensando en qué Europa queréis para el futuro no está de más acercarse a estos viejunos. No los he leído a todos, pero sí a bastantes de ellos. Y la sensación, para que os hagáis una idea, es que su magisterio es una guía no explícita por la que hay que transitar: una deliciosa molestia.

PD: Aquí están todos los libros editados por Encuentro en esta colección.

PD2: Sobre De Gaspieri os recomiendo leer el texto de la conferencia que este pasado noviembre dictó Charles Powell, director del Instituto Elcano, con motivo del 60º aniversario de la muerte del estadista italiano. Un perfil evocador de su cosmopolitismo y su europeísmo (que como recuerda Powell en España es poco conocido). Aunque De Gaspieri murió antes de que se firmara el Tratado de Roma, contribuyó con sus iniciativas que quedaron en la cuneta a sellar el compromiso franco-alemán posterior.

 

 

 

Martí Font: «La caída del Muro de Berlín no acabó con Europa, sino que la rehízo»

— Alemania quiere ser Suiza

En un tono jovial, de café y sobremesa céntrica en Madrid, J. M. Martí Font reflexiona sobre los 25 últimos años de historia del país de sus desvelos. Alemania es hoy una nación satisfecha y apática, orgullosa de su pasado reciente y a la vez temerosa de su excesivo poder. Un pueblo que se dice a sí mismo, con algo de pesadumbre: «¡Y lo bien que estábamos nosotros sin liderar!».

— Me decía un embajador estadounidense que, cuando alternaba con diplomáticos y políticos alemanes, les solía advertir: «Ya veréis cuando os toque liderar, ya veréis»

La paradoja del éxito de Alemania es que, tras la caída del Muro de Berlín y la reunificación, su papel rector en Europa viene más forzado por la coyuntura exterior que por la voluntad interior. El alemán es un pueblo que ama el proyecto europeísta como pocos, pero aunque puede, no siente la urgencia de encabezarlo. Es algo profundamente trágico cuando se tiene que hacer de líder a regañadientes. Que se lo digan a Obama.

Martí Font sabe de lo que habla. Y de lo que escribe. Ahora libros, antes crónicas de corresponsal para El País. París y, sobre todo, Berlín, la «Pompeya del siglo XX». Despedido de Prisa, ha escrito un par de libros sobre Alemania, pues tuvo la fortuna —que también hay que buscarla— de estar en el centro del mundo un 9 de noviembre de 1989. El muro cayó y con los años él escribió una obrita de título revelador: El día que terminó el siglo XX (Anagrama, 1999). Ahora, a propósito del aniversario del colapso de la RDA, regresa con otra (Después del Muro, publicada en Galaxia-Gutenberg) en la que aborda las últimas dos décadas y media.

— 1989 es el punto que nos marca el presente, es un antes y un después. El gran error es pensar que el mundo real era el mundo de la Guerra Fría, cuando en realidad ese mundo era irreal, estaba congelado. Europa antes de la caída del Muro era un engendro raro occidental, y Europa no es occidental.

—  Claro, esa fecha significó la reconciliación de las dos Europas

—  No solo eso, es que el error es pensar que había dos Europas. Dile a un checo o un húngaro que estaban en otra Europa, a ver con qué cara te mira

© I. Montero Peláez

Cuesta ponerse en la piel de un periodista español en la Alemania aún dividida. Más todavía desde este presente aniquilado para la profesión, en el que salir de una redacción un día es más improbable que peregrinar a Tombuctú. Pero Martí Font cuenta las anécdotas justas para iluminar el relato de los hechos, y nada más. Su propósito es fundamentalmente ensayístico. Ni una concesión al «yo estuve allí» tan recurrente en los momentos estelares de la humanidad.

— Cuando pensamos que Alemania es un país pacífico, yo no recuerdo así aquellos primeros años de la unificación. El atentado contra el hoy todopoderoso ministro Schäuble, o contra Oskar Lafontaine en Colonia, que estuvo a milímetros de ser degollado en un mitin en el que yo estaba presente

Martí Font escribe en su libro, y confirma de palabra, que «Alemania es la campeona del mundo del recuerdo». Y es verdad. Aunque todavía no está del todo en paz consigo misma (¿qué país lo está realmente?), los alemanes están razonablemente satisfechos de cómo han superado los traumas de su historia reciente. Nunca más la culpa colectiva (por el Holocausto) ni el dichoso ‘muro mental’.

— España debería aprender…

— Y Polonia, por ejemplo, que tiene problemas parecidos, también

— Por supuesto. Además, ahora Polonia y Alemania viven en una luna de miel permanente. En el pasado se odiaron, pero ya no

Ese es uno de los grandes logros de Alemania, recuperar la influencia sobre su hinterland sin resultar odiosamente avasalladora. Tan plácidamente es aceptada su hegemonía entre los países vecinos que algunos, como la misma Polonia, temen menos su poder que su inactividad. Hay ciudades del Este de Alemania, Font lo cuenta en un capítulo, que han pasado del despoblamiento sobrevenido tras el fin del comunismo a vivir una segunda juventud gracias a los miles de polacos que cruzan la frontera para establecerse en ellas. Es el caso de Löcknitz, un pequeño pueblo de la región de Mecklemburgo-Pomerania, situado a escasos 20 minutos de la frontera polaca y donde el precio de la vivienda es cinco veces inferior.

— Hay un dato muy importante que ejemplifica la normalidad con la que Alemania ha asumido la unificación, y es que desde hace ya dos años el flujo de personas de Este a Oeste es el mismo que de Oeste a Este. Alemania tiene problemas (demográficos, de falta de fuerza de trabajo especializada, etc.), pero el proceso de unificación, salvo en pequeñas dosis y para ciertas personas, se ha completado del todo

— Quizá por eso, en parte, los alemanes están satisfechos con sus gobernantes

— Sí, ellos, al contrario que en España o Francia, creen en sus representantes, se sienten de verdad representados. En Alemania no existe la desafección con el sistema político. Los ciudadanos conocen a sus gobernantes, es un poco como sucede en Estados Unidos con la política local

— Además, está Merkel

— Lo de ‘mamá Merkel’ es digno de estudio. Llegó muy débil al poder, pero se ha ido construyendo a sí misma una vez alcanzado este. Merkel no hace promesas, sino que dice «voy a cuidar de las cosas» y luego actúa.

— ¿Y cómo sobrevive un político si no hace promesas?

— Pues a través de la buena gestión

Esto, la buena gestión, es quizá lo primero que le viene a la cabeza a cualquiera que piense en lo que hoy es Alemania: un país desmilitarizado, desinteresado del liderazgo global, receptor de inmigración sobradamente preparada y felizmente reconciliado. Un país todavía impregnado de las bondades del pietismo, pero que parece demasiado grande para Europa y demasiado pequeño para el mundo.

– Y a todo esto, ¿Francia?

– Los alemanes empiezan a no fiarse de Francia…

 

 

El debate sobre el pasado en Europa del Este se parece bastante al nuestro

Comentaba el otro día que las comparaciones son casi más paralizantes que odiosas. Y mientras escribía el post recordé un libro que había leído este verano que lo pone en duda. El libro se titula En busca del significado perdido. Y su autor es el mítico Adam Michnik. Publicado por la editorial Acantilado en 2013, se trata de una recopilación de artículos del intelectual polaco en los que analiza el pasado reciente de Polonia y las contradicciones, decepciones y frustraciones de los países del Este de Europa.

Son las suyas reflexiones que los españoles deberíamos atender, porque salvando todas las distancias, las cuitas de los polacos con su propio pasado (la dictadura comunista) son muy parecidas a las que tenemos nosotros con el nuestro (la dictadura franquista). Tanto que, cuando leía el libro, ví con claridad que España –tradicionalmente ajena de lo que sucede más allá de la frontera de Francia con Alemania– tiene en determinados aspectos más en común con los las naciones del Este del continente que con los países vecinos.

Presos, en 1942, en las obras de construcción de la cárcel de Carabanchel. (E. Amberley).

Presos, en 1942, en las obras de construcción de la cárcel de Carabanchel. (E. Amberley).

Polonia, como España, está inmersa en un debate profundo y antipático sobre la interpretación de su pasado. Ambas sociedades salieron, cada una a su modo, de largas dictaduras de signo contrario. Ambas sociedades, además, no han terminado de resolver satisfactoriamente las connivencias, las cesiones, las alianzas oportunas y las disidencias que se produjeron durante los años finales de cada régimen. Leyendo a Michnik uno se da cuenta de que existen lugares comunes y figuras que emergen siempre que una nueva generación revisa el pasado.

«He observado que, por regla general, los que se indignan no son las auténticas víctimas, sino los que se han arrogado los derechos de éstas», dice en un pasaje especialmente lúcido Michnik. Por decir algo parecido a propósito de los que ponían el grito en el cielo cuando derribaron la madrileña cárcel de Carabanchel, Fernando Savater fue menospreciado y acusado de blando con la dictadura (él, que estuvo preso allí por cuestiones políticas). «Su memoria viene de la ideología, no de la experiencia», decía al final de aquel memorable artículo.

De algo parecido le han acusado a Michnik en Polonia por decir con bastante sensatez, y en un proceso que parece repetirse en toda Europa tarde o temprano, que «resulta significativo que entre los partidarios de la revancha haya un número tan escaso de auténticos próceres de la oposición democrática». Una carencia que aquí en España, con tanto antifranquista criado a posteriori ocupando puestos de responsabilidad no deja de tener su parte casi económica…

El recuerdo del pasado en Polonia (y en España) está monopolizado por lo que Michnik llama la figura del ‘lustrador’. Un tipo o tipa con prédica en la opinión pública, que se dedica a ejercer de policía moral, de inquisidor, rastreando en las biografías de aquellos que se comprometieron en el tránsito hacia la democracia para buscarles cualquier mínima complicidad con el enemigo (franquista o comunista).

La escurridiza figura del ‘lustrador’, lejos de ser una guía para comprender mejor el pasado reciente, es un síntoma de que la lectura histórica está condicionada por adscripciones viscerales, demasiado tajantes y moralistas. Como dice, y creo que dice bien, Cees Nooteboom en una entrevista publicada este domingo en El País: «Alemania superó bien su pasado, España aún no». Los próximos años, con las sorpresas políticas que bien podrían llegar, parece que comienza a surgir un tiempo nuevo en España, con nuevas reglas tanto para el presente como, espero, para el pasado. Mientras tanto, tengamos en cuenta las experiencias polacas.

 

Reflexiones históricas (e historiográficas) sobre la caída del Muro de Berlín

Le pedí de nuevo ayuda a la profesora Montserrat Huguet para un artículo pausado sobre la dimensión política e histórica de la caída del Muro de Berlín. El reportaje lo he escrito para el periódico y completa un magnífico especial, empeño feliz de mi compañero Alejandro Herrera, que se publica el viernes que viene. Utilicé las respuestas de Montserrat para perfilar algunos argumentos que por mí mismo no hubiera sabido plasmar con esa brillantez. No me parecía justo, eso sí, dejar el grueso de sus reflexiones en la bandeja de entrada. Espero que os guste este aperitivo del aniversario que viene.

Pregunta: ¿Sigue hoy interpretándose el derribo del Muro de Berlín como un parteluz entre dos periodos diferentes de la historia contemporánea? ¿Por qué sí o por qué no?

Respuesta: Sí, en la mayoría de los textos de Historia del Mundo Actual o de Historia Reciente, la caída del Muro de Berlín sigue siendo un antes y un después por lo que se refiere a las ‘épocas de la Historia Contemporánea. Resulta hasta cierto punto sencillo utilizar una fecha universalmente reconocible, 1989, para señalar un cambio de ‘época. No obstante, al entrar en el discurso sobre la historia del siglo XX e ir viendo la naturaleza de las transformaciones de las sociedades contemporáneas en el ‘último tercio, los historiadores matizan siempre esta fecha, apuntando que la transición social en Occidente corresponde a una década antes, al igual que por ejemplo los cambios tecnológicos que preludian nuestro tiempo. De manera que 1989 puede ser una fecha de referencia para mostrar el punto y final de un tipo de relaciones internacionales marcada por la existencia de dos sistemas enfrentados, el occidental y el comunista, pero no sirve para explicar los procesos de evolución interna en los flancos atlánticos, la evolución de las relaciones entre las antiguas metrópolis y antiguas colonias, ahora potencias emergentes, o los procesos de mundialización, que son previos a 1989 y que hicieron también su trabajo en la caída del muro.

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P: 2. ¿Cómo se interpretó la caída del Muro entonces y cómo se reinterpreta hoy a la luz de los nuevos archivos y las nuevas corrientes historiográficas?

R: La Caída del Muro fue interpretada como la Victoria de Occidente o, si se prefiere, como la derrota del experimento comunista. Matices al margen, el liberalismo interpretó 1989 como el fracaso de un experimento que algunos se habían empeñado en llevar adelante y otros, incluida la historia propagandística, en ensalzar. Desde este punto de vista se trataba de la justicia llevada a término, en cuanto con el fin del comunismo casaba el sufrimiento de décadas de opresión, control y hasta terror de millones de personas al otro lado del Telón de Acero. Para los historiadores en general, también aquellos de influencia marxista, solo cabía explicarse razonadamente el porqué de la caída del Comunismo. Algunos hallaron respuestas en las disfunciones internas del sistema y otros optaron por ver en la presión del capitalismo mundializado una especie de tenaza que acabó rompiendo la pieza comunista. Desde luego, a la luz de las nuevas fuentes, archivos documentales, grabaciones y fotografías, etc… ya muchas de ellas accesibles, sobre todo en Alemania, y que permiten a los historiadores ver el Comunismo desde dentro, se puede decir que la Historia del Comunismo y de la Caída del Muro, sobre las que ya se han escrito muchas obras importante, está por rehacer. Desde las historiografías de la postmodernidad pueden añadirse enfoques renovados como los de la Historia Cultural, que seguramente pueden dar resultados excelentes.

P: 3. ¿Políticamente, cómo ha transformado, si lo ha hecho, a la democracia liberal el fin de la ilusión comunista?

R: Durante los años noventa el así llamado fin de la utopía comunista o modelo comunista a secas fue un argumento muy utilizado por los más activos defensores de las virtudes globales del liberalismo, y no solo de la democracia liberal, sino del Sistema del Capitalismo liberal en su forma más moderna, el Neoliberalismo. La omnipresencia de un modelo ‘único, el Capitalista, expresaba a juicio de sus defensores el ‘éxito pleno y definitivo del modelo liberal y del Capital. El Comunismo, en sus diversos modelos nacionales, se mantenía activo sin embargo en países como Cuba, China o Corea del Norte, y los partidos políticos de raíz comunista no desaparecían pese al escaso voto en las urnas. El nacimiento de terceras vías o de movimientos sociales que pretendían denunciar o acabar con los males de los excesos del Capital, fueron opciones recurrentes en la vida pública de todos los países de democracia liberal durante las dos décadas pasadas. De la ilusión comunista apenas parecían quedar resquicios, pero los movimientos sociales de izquierdas y, en algunos países la irrupción de fuerzas populistas de orientación comunista o populista, véase el caso de Venezuela o Bolivia, sugerían que, de una manera u otra, se iba a seguir dando la crítica al modelo de la Democracia Liberal.

P: 4. ¿Fue la caída del Muro el ‘evenement’ por excelencia del siglo? ¿Un hecho de tal magnitud e intensidad que obligó a recuperar el concepto de ‘acontecimiento’ entre los historiadores?

R: Sin duda, la Caída del Muro, no por más deseada fue menos impredecible y sorpresiva. Desde luego, cuando se produjo impacto en la mentalidad de quienes miraban al Este acostumbrados a la existencia del así llamado Mundo Comunista. En los primeros años recibió la condición de Hito, que en historia significa el punto de referencia en el tiempo en torno al que miramos, ordenamos e interpretamos los acontecimientos. La Caída del Muro fue un hito tan relevante para la generación que no había vivido la II Guerra Mundial, como para la generación que había protagonizado los acontecimientos de la Guerra lo fue el día en que se puso fin a la misma, aunque ello fuse sinónimo de que la Guerra había terminado en todos los escenarios a la vez. Pero, como suele suceder, a 1989 le saldría un serio competidor, 2001, y el 11S, cuyos efectos a escala mundial tuvieron un rango parangonable en el sentido de cambiar las estrategias del sistema internacional, resucitando los temores al enemigo y hacienda que se desplegasen las estrategias defensivas del nuevo milenio. Teniendo en cuenta que la generación más joven en buena parte del mundo desconoce siquiera la existencia del Comunismo en la historia del siglo XX, y de conocerla tiene ella unos referentes excesivamente vagos, la caída del Muro pierde cada vez más fuerza en su condición de hito.

IMAGEN: Postdamer Platz, en noviembre de 1989 (igrid Marotz)

¿Parques temáticos sobre la historia europea? Puy du Fou como ejemplo

En la redacción, a la vuelta del verano, mi compañera Melisa me habló con entusiasmo de sus vacaciones en Francia. Veinte días en familia, recorriendo un trocito del país vecino y visitando lugares pintorescos, como el parque temático histórico de Puy du Fou, en la comarca de la Vendée. Una experiencia envidiable de la que espero poder disfrutar algún día, y que ella revivió –plena de datos, fotografías e impresiones– en su blog.

Hay varias conversaciones recurrentes entre historiadores: la de cómo hacer para acercar la historia a los ciudadanos sin resultar ni aburrido ni elitista es una de las que con más frecuencia se repiten. Se ha avanzado mucho: propuestas museísticas con reforzada intención didáctica (sobre todo en el campo de la arqueología); recreaciones hechas por profesionales (estas solían estar impulsadas más por aficionados entusiastas) o recorridos históricos que escapan a la obsesión por el dato descontextualizado tan caro a los licenciados en Turismo (aprovecho para recomendaros las rutas por Madrid de mi amigo Pedro, historiador especializado en Historia de la capital que tantísimo sabe).

De lo que no tenía noticia, y me ha sorprendido, es que existiera un verdadero parque temático histórico como el de Puy du Fou (mi idea de estos lugares estaba quizá condicionada por Terra Mítica y engendros pesadillescos similares). Pero lo que para nada me ha causado sorpresa es que algo así hubiera sido pensado y construido en Francia. ¿Por qué? Creo que ya lo he comentado alguna vez aquí: la relación de Francia con su pasado, sin ser modélica (en ningún país lo es), sí que resulta envidiable si se compara sin ir más lejos con la nuestra.

Puy du Fou

Uno de los espectáculos, en este caso medieval, en Puy du Fou (MADRE RECIENTE)

Puy du Fou es una especie de sofisticado ‘lugar de memoria’ (comparte parte de ese espíritu que Pierre Nora dio a su magna obra: no por casualidad el parque se fundó casi en las mismas fechas en las que el gran historiador comenzó a elaborar sus ‘lieux’), sito precisamente en una de las comarcas galas que más ríos de tinta (y de sangre) ha generado. La rebelión de los campesinos de la Vendée viene enfrentando a la derecha y la izquierda desde la Revolución francesa, y en este sentido no deja de ser significativo que el fundador del parque sea un político y eurodiputado conservador (ha sido descrito como un Le Pen ‘a la izquierda’ de Le Pen) con importantes vínculos familiares en la región.

No quiero seguir por este camino. Como deslizaba Melisa en su post, no parece que esta condición política sea un inconveniente para disfrutar de los espectáculos propuestos, salvo –supongo– que seas una especie de jacobino irredento. Pero ese es otro tema. Lo que me pregunté al saber de la existencia de Puy du Fou es por qué no existen más propuestas similares, en España, claro, pero también en otros lugares de Europa. Si algo tenemos los europeos es historia, demasiada historia a veces, por lo que no sería complicado extraer de la línea del tiempo unos cuantos acontecimientos (sin evitar lo trágico, no hace falta a estas alturas edulcorar nuestros pasados) que, limados por el tamiz de la recreación, suscitaran en la gente el deseo de saber más… y sobre todo de saber mejor.

Los europeos somos incapaces de encontrar un nexo pretérito que nos una (las celebraciones del centenario del comienzo de la I Guerra Mundial han tenido un perfil taimado, muy poco transnacional). Las historias nacionales han atomizado tanto el conocimiento del pasado que revertir esa situación llevará muchos años, si es que alguna vez se consigue del todo. No se trata, como decía con algo de fatalismo el otro día el ya jubilado Álvarez Junco, de que seamos incapaces de llegar a cierto grado de consenso sobre la historia, sino de imaginar para las generaciones futuras nuevas posibilidades con las que alumbrar un pasado de verdad común. A mí, que me paso casi todo el tiempo entre libros, esta idea de sembrar Europa de pidifús me parecería muy positiva.

¡Los nazis del ‘plan Kalergi’ me persiguen!

(O a mí ya casi que me lo está pareciendo).

No es que uno sufra de manía persecutoria, pero de unos meses a esta parte las pintadas callejeras sobre el asfalto del carril bici, las aceras, las paredes… exhortando a frenar el genocidio de la raza blanca (sic) y otras majaderías propias de Cuarto Milenio (no ya por neonazis, sino por estúpidas) me están empezando a resultar algo más que molestas. Hará como ocho meses escribí un artículo sobre Coudenhove-Kalergi, una figura exótica de la prehistoria común europea. Casi al instante recibí una avalancha ingrata de insultos, comentarios xenófobos y enlaces pringosos a los textos de la mitología revisionista que distorsionaban hasta límites caricaturescos la figura del conde europeísta.

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Una de las pintadas alusivas al ‘plan Kalergi’, en una acera de mi barrio. (N.S.)

Ingenuamente, pensaba que todos estos relatos adulterados eran solo cosa de Internet, donde sobreviven en sentinas alimentadas por su propio odio y por falsedades asumidas acríticamente. Pero no. Resulta que los conspiranoicos andan por los barrios periféricos de Madrid, al menos escribiendo sobre renglones torcidos alusiones a hechos históricos que distorsionan hasta el delirio. Es algo nuevo, al menos para mí. Hasta hace poco las pintadas neonazis eran muy básicas, fácilmente desactivables y con unos objetivos burdos, pero evidentes. Ahora, en cambio, añaden un toque de sofisticación historicista peligroso.

He intentado un precario trabajo de campo. Por aquello de hacerme una idea de si la gente sabe quién fue Kalergi he asaltado a varios vecinos del barrio. Les he enseñado las pintadas y les he preguntando si les suena de algo el apellido. Ninguno tenía ni idea de quien fue. Pero ni la más remota. Lo grave no es el desconocimiento de nuestras raíces europeas, que también, sino que son precisamente aquellos que quieren acabar con la UE tal y como la conocemos, los más radicalizados y fanatizados, los que mayor empeño ponen en aprender del pasado común… distorsionándolo con un fin político.

Yo no sé si esto del ‘plan Kalergi’ (básicamente, y para que no tengáis que buscar: que el conde habría elaborado un proyecto secreto para acabar con la ‘raza blanca’ en el continente que hoy, vete tú a saber por qué, tendría continuidad) es algo pasajero, o producto de una nueva ola de pensamiento neonazi, que bebe de fuentes menos ranciamente patrióticas y más europeas (Kalergi es mucho más conocido en centroeuropa que en nuestro país). Pero el hecho de que el personaje sea casi un desconocido para la inmensa mayoría, hace más complicado desactivar este tipo de mentiras. Quizá, si tuviéramos esa asignatura de historia europea de la que tantas veces he escrito, tendríamos más argumentos para neutralizarlas.

Notas aéreas de un viejo periodista europeo

No voy aquí, ahora, a descubrir yo a Manuel Chávez Nogales. Mi amigo David Yagüe ya compartió su fascinación por él en este nuestro blog sobre cosas literarias. Y también lo hicieron en algún momento Trapiello, Espada, imagino que Muñoz Molina… qué se yo. En mi caso, 2006 fue el año del primer contacto. Y aunque alguno de los libros reeditados no me resultan tan brillantes como dicen por ahí los nuevos apologetas me estoy refiriendo en concreto a La agonía de Francia, la enfática crónica de su huida del París ocupado, nada suyo me ha resultado jamás accesorio o caduco. Estos días ando con La vuelta a Europa en avión, como siempre bellamente editado por Libros del Asteroide, que aclaro: no me paga.

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(Fuente: manuelchavesnogales.info)

Un porcentaje de los elogios hacia Chávez Nogales son, en realidad, lamentos por el periodismo perdido. Es bastante probable que si el maestro estuviera vivo hoy, y fuera más o menos joven, sería carne de cañón del teletipo. Pero Chávez Nogales vivió y contó una época muy concreta: la de la guerra civil europea, y como otros periodistas intrépidos de aquella hora, lo contó con una honestidad nada balbuciente y con un tenaz espíritu europeo. Su lucidez, que ya quisiéramos algunos ahora, le llevó a identificar las grandes fuerzas emergentes, así como las brechas ideológicas que poco después de su muerte murió en los albores de la Segunda Guerra Mundial desgarrarían el continente.

Chávez Nogales hace en este libro, que os recuerdo que está escrito a finales de los años veinte, de flâneur aéreo. Seducido por la modernidad (porque entonces viajar en avión era una de las cosas más modernas que uno podía hacer), el reportero que ya disfrutaba en España de fama merecida recorre Europa desde España hasta Rusia, haciendo observaciones agudas y burguesas de todo lo que va viendo, ya sea el lánguido aburrimiento a las orillas del lago Leman, las prisas berlinesas, con sus cabarets y tugurios literarios, o el demediado Moscú de los soviets, que capta con una celeridad sorprendente:

El comunismo ha transtornado todos los valores humanos, está formando una nueva humanidad, y sin embargo no ha podido cambiar este panorama de Moscú con su sentido feudal, sus viejas murallas (…) sus barrios silenciosos en los que perdura aquel encanto burgués de otro tiempo.

Si tenéis curiosidad por saber qué opinaba un periodista español de los mejores sobre la Europa de su tiempo, os dejo varias píldoras, y ya paro.

  • Sobre Europa: «Al mes de estar danzando por Europa, uno no sabe si conserva o ha perdido aquel estricto sentido de la moralidad pública que se tiene en Celtiberia».
  • Sobre los catalanes: «El catalán es tradicionalista. Por encima de esos libres juegos de la inteligencia a los que se entrega, ama la tradición».
  • Sobre París: «Frente a las grandes aglomeraciones de casas que arbitrariamente se disponen en las ciudades, París se ofrece como el más feliz resultado de una sedimentación de siglos. Es la impresión más grata de París la de que está bien hecho, bien trabajado, bien terminado. Se da uno cuenta en seguida de que ésta es nuestra gran fuerza, la fuerza de Occidente, lo que no tendrán nunca los americanos. (…) Sólo por esta cuidadosa ponderación, París es la primera ciudad de Europa».
  • Sobre Viena: «La vida galante de Viena conserva, estilizado, el ritmo de la opereta. Europa se americaniza, se charlestoniza. Los negros han tomado París, y Berlín es una colonia yanqui. Viene es lo único europeo que queda en Europa».
  • Sobre el periodismo: «El talento periodístico no significa sino capacidad de expresión breve, precisa, eficaz. «Mi técnica periodística no es una técnica científica. Andar y contar es mi oficio».
  • Sobre Suiza: «Cuando se piensa que esta gente tan sosegada, tan prudente, tan correcta y discreta está aquí atrincherada en el cogollo de Europa, dentro de sus pequeños egoísmos municipales, desagrada un poco».
  • Sobre la Sociedad de Naciones y el nacionalismo: «A la Sociedad de Naciones se la puede atacar por muchas razones; por esta de que cuesta cara, no. La subsistencia de este grupo de gentes de buena fe, con un fervoroso sentido internacional en el cogollo de estos feroces nacionalismos del centro de Europa, bien vale lo poco que cuesta aunque ese gasto no evite el otro, el de los acorazados. Sobre todo, para nosotros, españoles, tan aislados, tan encerrados dentro de nuestro casticismo, es indispensable».
  • Sobre el comunismo (en Rusia): «Ser comunista en Rusia es como pertenecer a una clase aristocrática. Los comunistas han formado desde luego una especie de aristocracia que es la que rige hoy los destinos de Rusia. El acceso a esta clase es tan difícil como el acceso a cualquier aristocracia. No es comunista todo el que quiere».

M. Huguet, historiadora: «Europa debe buscar relatos de historia comparada que superen el marco de las historias nacionales»

Como periodista estoy pendiente demasiado fastidiosamente pendiente de la actualidad europea. Cada minúsculo acontecimiento elevado a la magnitud de cambio histórico fundamental. El trabajo diario de periodista oculta muchas rutinas y predispone, si no se le pone remedio, a la miopía. Como historiador, busco otra forma de enfrentarme con los hechos, dotándolos de armazón teórico y de una perspectiva (temporal y temática) distinta, espero que más profunda, y no lo digo por superioridad intelectual: camino a menudo por ambas orillas.

En este afán, siempre tengo presente, valga la redundancia, las lecciones de la Historia del Tiempo Presente, aquella disciplina historiográfica que trabajé siendo alumno del fallecido profesor Julio Aróstegui y por la que siempre me he sentido atraído. Como ya escribí hace unos meses, considero urgente desde el campo de la historiografíauna aproximación a Europa (a la Europa de las últimas dos décadas) que ayude a pulir autoengaños, analice las conexiones de las diferentes memorias del continente y actualice el discurso heredado de la guerra fría, que aún pervive incluso en nuestro lenguaje politológico diario (el recurso a los postsoviético, del que suele quejarse Anne Applebaum).

De todo esto tenía ganas de hablar con una de las mayores especialistas en Historia del Presente que hay en España, la historiadora Montserrat Huguet, profesora de la Universidad Carlos III y autora de un buen puñado de trabajos sobre el tema. Con modestia Montserrat me escribió que las respuestas no eran importantes, que las preguntas eran lo principal, y que no hacía falta que las publicara si consideraba que no me encajaban.

Pregunta. Cuando hablo de la historia del tiempo presente a personas que no son historiadores suele haber cierta confusión, y me cuesta explicar los argumentos que la hacen diferente al periodismo o a la historiografía contemporánea convencional. ¿Cuál cree usted que sería la mejor definición?
Esa confusión se da en muchos historiadores también. No es fácil entender la idea del presente como historia porque se aparta de lo que suponemos es de sentido común: la compartimentación del tiempo en pasado, presente y futuro, de modo que la historia solo pueda ser una narración del ayer. El problema es el modo en que está arraigada la forma del tiempo en la concepción de la vida humana con la que nos manejamos cotidianamente. Ahora bien, si partimos de la idea de inexistencia del presente en sí mismo, pues todo presente que se identifica como tal ya ha dejado de serlo, entonces nos resulta más sencillo comprender la idea de una historia del tiempo presente. ¿Qué investiga o narra la historia del presente? Empecemos por excluir lo que no hace. No narra la historia reciente o del mundo actual –aunque muchos historiadores denominen historia del tiempo presente a sus relatos históricos correspondientes a las décadas que siguieron a la II Guerra Mundial. Propiamente dicha, la Historia del Tiempo Presente se ocuparía de identificar las singularidades históricas con las que se identifican las generaciones en curso, los elementos que definen la época, la naturaleza del cambio histórico. Se trata pues de una historia muy conceptual que completa los discursos de otras formas dentro de la historia contemporánea.

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P. ¿En qué punto se encuentra hoy la historiografía que aborda el tiempo presente? La historia actual depende, más que otro tipo de historia, de la coyuntura política y del acceso a fuentes. En este sentido, ¿qué trabas tiene el historiador del tiempo presente hoy en día?
La historiografía que aborda las cuestiones del tiempo presente arrancó en Europa –España no la seguiría hasta más tarde– en Alemania, Francia o Gran Bretaña, durante los años ochenta. Tuvo un momento muy destacado, en la década de los años noventa porque convenía a la identificación de las transformaciones globales de la sociedad de la información y del conocimiento. Algunos historiadores se volcaron en indagar a propósito de este tipo de relato histórico que permitía tocar aspectos de la teoría de la historia tales como la memoria o la relación entre el tiempo y el espacio. Las formas y soportes del discurso en sí mismo eran objetivos a indagar y estupendos investigadores españoles dieron algunas de las claves más interesantes en esta manera de mirar la historia. Por no olvidar ningún nombre fundamental de quienes han teorizado sobre el presente como historia, cito solo al profesor Julio Aróstegui, lamentablemente desaparecido. Hoy sin embargo en España se ha enfriado el empuje inicial de aquella investigación que habría de dar nombre a esta rama de la historia. Muchos de los así llamados representantes de esta corriente, hacen en realidad historia reciente o actual, historia internacional, historia comparada referida a épocas recientes, etc –estudios indispensables por otra parte y hartamente complicados. Pero no abunda el interés por ahondar en la historización del presente en curso o de los presentes pasados.

P. La historia del tiempo presente es una disciplina historiográfica relativamente joven, ¿cómo ha ido evolucionando en los últimos años? ¿Qué nuevos retos que hace una década no presenta, hoy son cuestiones ineludibles?
Han sido no pocos los avances en este terreno de la historia en tanto disciplina de estudio. Destaca a mi juicio la toma de conciencia de sujetos renovados propios del presente consensuado por las sociedades, tales como el género, la identidad del grupo, la cultura, la sociedad internacional, etc. que décadas atrás apenas rozaban el relato histórico. También se han dedicado muchas páginas a la diferenciación y complementariedad entre los conceptos de memoria e historia, a la polémica sobre si la implicación del sujeto histórico en la narración de su propia historia, al relativismo y valor de las voces de autoridad en el discurso. Importantísimos los debates que minimizan el peso de las nociones de neutralidad y verdad en favor de las de implicación y verosimilitud en los discursos de la historia en curso. Incluso, se han incorporado nuevos formatos al relato del presente: los audiovisuales y la red. Sin embargo, pese a todos estos cambios en los modos de hacer de la Historia del Presente, queda aún lo más importante: que el historiador sea capaz de aunar teoría y relato de la experiencia, en un discurso sencillo y útil, capaz de llegar al gran público.

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P. Con el cuestionamiento, que no es nuevo, pero sí más enfático, de la Transición española, ¿de qué forma puede contribuir la historia actual a su problematización histórica? ¿Con qué herramientas?
Las historias de la Transición española, tanto la oficial –trazada al hilo de los acontecimientos y que forma el núcleo del dogma– como los intentos siguientes de relectura de los procesos y la revisión de los discursos elaborados con fines de identificación nacional en el tiempo de la Transición, obedecen a lo que es habitual en la historia escrita de todas las naciones. Hasta aquí España no se ha comportado de modo distinto al resto de los países de su entorno en los discursos ofrecen primero un relato y afianzan creencias en la mentalidad colectiva hasta que, pasado un tiempo generacional más o menos establecido, dichos discursos son revisitados y vueltos a escribir. El proceso siguiente, ya en curso por otra parte, pasa por la comparación de las experiencias españolas, por su inserción en discursos de tipo general, que afectan a otros países en el último tercio del siglo XX. Puesto que dos de las generaciones que protagonizaron la Transición son generaciones aún vivas, resulta muy útil a su estudio la metodología de la Historia del Presente. Sin ir muy lejos, la Historia del presente ha depurado el uso de testimonios y fuentes orales que no deben perderse o recuperado archivos en formato no escrito. La cuestión de los archivos es vital. España es un país muy singular en este aspecto en relación a su entorno, precisamente por el celo de la custodia sobre los archivos públicos que los hace inaccesibles incluso para tiempos que hoy ya son remotos. Esta peculiaridad, de la que también se quejan amargamente los hispanistas extranjeros, obstruye y retarda la tarea de la Historia.

P. Y hablando de Europa, ¿cómo analizan los historiadores del tiempo presente los acontecimientos del continente en los últimos años? ¿La crisis de la deuda, la troika, etc. son hechos que podrían servir para configurar un nuevo esqueleto histórico?
Aunque a los no historiadores pueda parecerles extraño, los historiadores del presente no actúan frente a la actualidad en curso a modo de reporteros inquietos. Son los periodistas quienes tienen esa función, indispensable por otra parte para los historiadores. Los historiadores saben que los «hitos» reseñables en el presente, por ejemplo la crisis de la economía mundial de finales de la década pasada, que se ha cebado peculiarmente con las regiones meridionales de Europa, tal vez o tal vez no están constituyendo el centro sobre el que hacer pivotar su relato. Y no es que el paso del tiempo minimice la importancia de las cosas invariablemente, en absoluto. Lo que los historiadores han de evaluar son los rasgos que harán perdurable en la memoria y en el relato histórico unos hechos con respecto de otros. Europa, es bien sabido, no vive su mejor momento histórico por lo que hace al proyecto político y el diseño económico con que fue edificada a mediados del siglo XX. Al historiador le preocupa en este caso entender si esta fragilidad de la invención Europa se corregirá conduciéndola hacia los viejos cauces, o bien no es más que la antesala de un modelo nuevo, de una refundación adecuada a las condiciones actuales del continente o su disolución sin más. La larga historia de Europa enseña que todo es posible. Los modelos del pasado más o menos remoto están ahí, para ofrecernos posibilidades de prospectiva. Y luego está el peso de lo imprevisto, el gran sujeto de la historia con el que nadie cuenta pero que siempre se presenta a la hora de la cena. La Historia del Presente mira con respeto y atiende cada vez con más interés los efectos de lo no previsto en el desarrollo de la historia, de ahí que piense en la incertidumbre como un factor principal en la previsión del relato.

P. Las narrativas sobre el pasado europeo son dispares y están tan atomizadas como sus ciudadanos. El sur contra el norte, las élites contra los ciudadanos, los deudores contra los acreedores. ¿cómo modelar una historia común del presente que atienda a todos los sujetos y actores y que al tiempo no sea solo una revisión más compleja del discurso periodístico?
Cada país europeo tiene su propio relato nacional. En cada relato se perciben los elementos narrativos que ayudaron a constituir las naciones de acuerdo al momento histórico en que se realizaron. Aunque parezcan diferentes entre sí, casi todos los relatos nacionales guardan gran similitud entre sí, pues la mayoría se fraguó en el siglo del Liberalismo y de las Revoluciones. En todos ellos se percibe por ejemplo la presencia de un enemigo exterior –el país vecino, por ejemplo– que da sentido al esfuerzo nacional. Para modelar una historia presente en la que los miembros de Europa se reconozcan y sientan cómodos es preciso primero organizar relatos de historia comparada que superen el marco de las historias nacionales. En la historia comparada emerge lo que une y separa, los elementos singulares y los comunes, los así llamados estratos de la experiencia histórica, con sus múltiples protagonistas y dinámicas. Desde la historia comparada puede eliminarse la tendencia de las historias nacionales a mirarse como excepción.

Albania, de la nada a casi la Unión Europea

Lo poquito que sé de Albania lo aprendí en la literatura de Ismail Kadaré y en reportajes de periódicos (crónicas sobre las rarezas del país que me resultan especialmente inhóspitas, tremendas, casi como sueños: como las novelas del propio Kadaré). Aquel código de honor ancestral, aquella dictadura oscurantista, lo más parecido a una Corea del Norte en mitad de Europa. Hoy bueno, desde hace unos días Albania es ya oficialmente y tras tres intentos país candidato a ingresar en la UE. ¿Qué ha pasado en este pequeño país balcánico, aislado, rural, vuelto sobre sí mismo, para que haya pasado de la nada a casi Europa unos pocos lustros?

Una mujer se sube a un tren en marcha en Albania (EFE)

Una mujer se sube a un tren en marcha en Albania (EFE)

Albania es todavía hoy un sistema «híbrido», como lo denomina un completo informe del think tank Fride de 2010. Un país que desde 1992 todavía no ha conseguido organizar unas elecciones que cumplan al cien por cien con los estándares internacionales y cuyos niveles de corrupción son tan altos como bajos son los de libertad de prensa. Así, según el Barómetro sobre Corrupción Global de 2007, el 70% de los entrevistados había pagado algún soborno a un funcionario público. Un porcentaje, según Fride, «mucho más alto que en otros países de los Balcanes y que sitúa a Albania a la altura de Camboya«.

Albania, cuya población es mayoritariamente musulmana y ortodoxa, es el país más pobre de los Balcanes, una región ya de por sí descabalgada respecto al resto de vecinos europeos. Su renta per capita apenas supera los cuatro mil dólares, y su entramado industria sigue siendo casi inexistente. Como contraste a esto, los albaneses han mostrado un apoyo sin fisuras a la futura incorporación al club europeo (un 87% de los casi tres millones de habitantes se muestran favorables a ingresar en la UE).

Una adhesión que, a pesar del importante paso dado este mes junio, a buen seguro tardará en concretarse. La razón es que, aunque el paso al estatus de país candidato ha sido logrado gracias al voto unánime de los 28, pesos pesados de la Unión ya han hecho saber que no están dispuestos a facilitar el ingreso del país… al menos en los próximos años. Francia, Alemania, República Checa o Reino Unido son los estados más renuentes a la incorporación de Albania, y sin su apoyo y a pesar de las reformas emprendidas en el último lustro el gobierno socialdemócrata de Edi Rama lo tiene muy difícil.

Con todo, el informe de la Comisión Europea previo a la concesión del nuevo estatus que comporta más ayudas económicas de la UE de las que hasta el momento recibía alude a los avances experimentados en la gobernanza del país sin dejar de hacer una radiografía exacta de lo que según los funcionarios comunitarios queda por hacer:

Albania will need to 1) continue to implement public administration reform with a view to enhancing professionalism and depoliticisation of public administration; 2) take further action to reinforce the independence of judicial institutions; 3) make further determined efforts in the fight against corruption, including towards establishing a solid track record of proactive investigations, prosecutions and convictions; 4) make further determined efforts in the fight against organised crime, including towards establishing a solid track record of proactive investigations, prosecutions and convictions.

Albania ha sido tristemente conocida, durante estas décadas de abrupta transición al capitalismo luego de varias décadas de comunismo autárquico del siniestro Enver Hoxa, por sus altos niveles de crimen organizado y narcotráfico todavía hoy el Financial Times llama al país la «capital europea del cannabis». Aunque ser candidato a entrar en la UE no es la panacea (y si no que se lo pregunten a la eterna aspirante Turquía), este nuevo impulso, según los expertos, servirá de acicate para situar un estado todavía débil a la altura del resto del continente.

NOTA: Como los europeos, de momento, seguimos teniendo un mes de vacaciones, el blog permanecerá cerrado durante todo julio, salvo que Alemania o Francia ganen el Mundial o haya algún acontecimiento como mínimo igual de relevante. Si os quedáis huérfanos de información europea y por alguna extraña casualidad esto os entristece, podéis seguir los artículos de Dídac, los temas de CC/europa, el blog La UE del revés, etc. Una de las primeras cosas que os prometo a la vuelta será una pormenorizada lista con todos ellos.