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Martí Font: «La caída del Muro de Berlín no acabó con Europa, sino que la rehízo»

— Alemania quiere ser Suiza

En un tono jovial, de café y sobremesa céntrica en Madrid, J. M. Martí Font reflexiona sobre los 25 últimos años de historia del país de sus desvelos. Alemania es hoy una nación satisfecha y apática, orgullosa de su pasado reciente y a la vez temerosa de su excesivo poder. Un pueblo que se dice a sí mismo, con algo de pesadumbre: «¡Y lo bien que estábamos nosotros sin liderar!».

— Me decía un embajador estadounidense que, cuando alternaba con diplomáticos y políticos alemanes, les solía advertir: «Ya veréis cuando os toque liderar, ya veréis»

La paradoja del éxito de Alemania es que, tras la caída del Muro de Berlín y la reunificación, su papel rector en Europa viene más forzado por la coyuntura exterior que por la voluntad interior. El alemán es un pueblo que ama el proyecto europeísta como pocos, pero aunque puede, no siente la urgencia de encabezarlo. Es algo profundamente trágico cuando se tiene que hacer de líder a regañadientes. Que se lo digan a Obama.

Martí Font sabe de lo que habla. Y de lo que escribe. Ahora libros, antes crónicas de corresponsal para El País. París y, sobre todo, Berlín, la «Pompeya del siglo XX». Despedido de Prisa, ha escrito un par de libros sobre Alemania, pues tuvo la fortuna —que también hay que buscarla— de estar en el centro del mundo un 9 de noviembre de 1989. El muro cayó y con los años él escribió una obrita de título revelador: El día que terminó el siglo XX (Anagrama, 1999). Ahora, a propósito del aniversario del colapso de la RDA, regresa con otra (Después del Muro, publicada en Galaxia-Gutenberg) en la que aborda las últimas dos décadas y media.

— 1989 es el punto que nos marca el presente, es un antes y un después. El gran error es pensar que el mundo real era el mundo de la Guerra Fría, cuando en realidad ese mundo era irreal, estaba congelado. Europa antes de la caída del Muro era un engendro raro occidental, y Europa no es occidental.

—  Claro, esa fecha significó la reconciliación de las dos Europas

—  No solo eso, es que el error es pensar que había dos Europas. Dile a un checo o un húngaro que estaban en otra Europa, a ver con qué cara te mira

© I. Montero Peláez

Cuesta ponerse en la piel de un periodista español en la Alemania aún dividida. Más todavía desde este presente aniquilado para la profesión, en el que salir de una redacción un día es más improbable que peregrinar a Tombuctú. Pero Martí Font cuenta las anécdotas justas para iluminar el relato de los hechos, y nada más. Su propósito es fundamentalmente ensayístico. Ni una concesión al «yo estuve allí» tan recurrente en los momentos estelares de la humanidad.

— Cuando pensamos que Alemania es un país pacífico, yo no recuerdo así aquellos primeros años de la unificación. El atentado contra el hoy todopoderoso ministro Schäuble, o contra Oskar Lafontaine en Colonia, que estuvo a milímetros de ser degollado en un mitin en el que yo estaba presente

Martí Font escribe en su libro, y confirma de palabra, que «Alemania es la campeona del mundo del recuerdo». Y es verdad. Aunque todavía no está del todo en paz consigo misma (¿qué país lo está realmente?), los alemanes están razonablemente satisfechos de cómo han superado los traumas de su historia reciente. Nunca más la culpa colectiva (por el Holocausto) ni el dichoso ‘muro mental’.

— España debería aprender…

— Y Polonia, por ejemplo, que tiene problemas parecidos, también

— Por supuesto. Además, ahora Polonia y Alemania viven en una luna de miel permanente. En el pasado se odiaron, pero ya no

Ese es uno de los grandes logros de Alemania, recuperar la influencia sobre su hinterland sin resultar odiosamente avasalladora. Tan plácidamente es aceptada su hegemonía entre los países vecinos que algunos, como la misma Polonia, temen menos su poder que su inactividad. Hay ciudades del Este de Alemania, Font lo cuenta en un capítulo, que han pasado del despoblamiento sobrevenido tras el fin del comunismo a vivir una segunda juventud gracias a los miles de polacos que cruzan la frontera para establecerse en ellas. Es el caso de Löcknitz, un pequeño pueblo de la región de Mecklemburgo-Pomerania, situado a escasos 20 minutos de la frontera polaca y donde el precio de la vivienda es cinco veces inferior.

— Hay un dato muy importante que ejemplifica la normalidad con la que Alemania ha asumido la unificación, y es que desde hace ya dos años el flujo de personas de Este a Oeste es el mismo que de Oeste a Este. Alemania tiene problemas (demográficos, de falta de fuerza de trabajo especializada, etc.), pero el proceso de unificación, salvo en pequeñas dosis y para ciertas personas, se ha completado del todo

— Quizá por eso, en parte, los alemanes están satisfechos con sus gobernantes

— Sí, ellos, al contrario que en España o Francia, creen en sus representantes, se sienten de verdad representados. En Alemania no existe la desafección con el sistema político. Los ciudadanos conocen a sus gobernantes, es un poco como sucede en Estados Unidos con la política local

— Además, está Merkel

— Lo de ‘mamá Merkel’ es digno de estudio. Llegó muy débil al poder, pero se ha ido construyendo a sí misma una vez alcanzado este. Merkel no hace promesas, sino que dice «voy a cuidar de las cosas» y luego actúa.

— ¿Y cómo sobrevive un político si no hace promesas?

— Pues a través de la buena gestión

Esto, la buena gestión, es quizá lo primero que le viene a la cabeza a cualquiera que piense en lo que hoy es Alemania: un país desmilitarizado, desinteresado del liderazgo global, receptor de inmigración sobradamente preparada y felizmente reconciliado. Un país todavía impregnado de las bondades del pietismo, pero que parece demasiado grande para Europa y demasiado pequeño para el mundo.

– Y a todo esto, ¿Francia?

– Los alemanes empiezan a no fiarse de Francia…

 

 

Reflexiones históricas (e historiográficas) sobre la caída del Muro de Berlín

Le pedí de nuevo ayuda a la profesora Montserrat Huguet para un artículo pausado sobre la dimensión política e histórica de la caída del Muro de Berlín. El reportaje lo he escrito para el periódico y completa un magnífico especial, empeño feliz de mi compañero Alejandro Herrera, que se publica el viernes que viene. Utilicé las respuestas de Montserrat para perfilar algunos argumentos que por mí mismo no hubiera sabido plasmar con esa brillantez. No me parecía justo, eso sí, dejar el grueso de sus reflexiones en la bandeja de entrada. Espero que os guste este aperitivo del aniversario que viene.

Pregunta: ¿Sigue hoy interpretándose el derribo del Muro de Berlín como un parteluz entre dos periodos diferentes de la historia contemporánea? ¿Por qué sí o por qué no?

Respuesta: Sí, en la mayoría de los textos de Historia del Mundo Actual o de Historia Reciente, la caída del Muro de Berlín sigue siendo un antes y un después por lo que se refiere a las ‘épocas de la Historia Contemporánea. Resulta hasta cierto punto sencillo utilizar una fecha universalmente reconocible, 1989, para señalar un cambio de ‘época. No obstante, al entrar en el discurso sobre la historia del siglo XX e ir viendo la naturaleza de las transformaciones de las sociedades contemporáneas en el ‘último tercio, los historiadores matizan siempre esta fecha, apuntando que la transición social en Occidente corresponde a una década antes, al igual que por ejemplo los cambios tecnológicos que preludian nuestro tiempo. De manera que 1989 puede ser una fecha de referencia para mostrar el punto y final de un tipo de relaciones internacionales marcada por la existencia de dos sistemas enfrentados, el occidental y el comunista, pero no sirve para explicar los procesos de evolución interna en los flancos atlánticos, la evolución de las relaciones entre las antiguas metrópolis y antiguas colonias, ahora potencias emergentes, o los procesos de mundialización, que son previos a 1989 y que hicieron también su trabajo en la caída del muro.

muro

P: 2. ¿Cómo se interpretó la caída del Muro entonces y cómo se reinterpreta hoy a la luz de los nuevos archivos y las nuevas corrientes historiográficas?

R: La Caída del Muro fue interpretada como la Victoria de Occidente o, si se prefiere, como la derrota del experimento comunista. Matices al margen, el liberalismo interpretó 1989 como el fracaso de un experimento que algunos se habían empeñado en llevar adelante y otros, incluida la historia propagandística, en ensalzar. Desde este punto de vista se trataba de la justicia llevada a término, en cuanto con el fin del comunismo casaba el sufrimiento de décadas de opresión, control y hasta terror de millones de personas al otro lado del Telón de Acero. Para los historiadores en general, también aquellos de influencia marxista, solo cabía explicarse razonadamente el porqué de la caída del Comunismo. Algunos hallaron respuestas en las disfunciones internas del sistema y otros optaron por ver en la presión del capitalismo mundializado una especie de tenaza que acabó rompiendo la pieza comunista. Desde luego, a la luz de las nuevas fuentes, archivos documentales, grabaciones y fotografías, etc… ya muchas de ellas accesibles, sobre todo en Alemania, y que permiten a los historiadores ver el Comunismo desde dentro, se puede decir que la Historia del Comunismo y de la Caída del Muro, sobre las que ya se han escrito muchas obras importante, está por rehacer. Desde las historiografías de la postmodernidad pueden añadirse enfoques renovados como los de la Historia Cultural, que seguramente pueden dar resultados excelentes.

P: 3. ¿Políticamente, cómo ha transformado, si lo ha hecho, a la democracia liberal el fin de la ilusión comunista?

R: Durante los años noventa el así llamado fin de la utopía comunista o modelo comunista a secas fue un argumento muy utilizado por los más activos defensores de las virtudes globales del liberalismo, y no solo de la democracia liberal, sino del Sistema del Capitalismo liberal en su forma más moderna, el Neoliberalismo. La omnipresencia de un modelo ‘único, el Capitalista, expresaba a juicio de sus defensores el ‘éxito pleno y definitivo del modelo liberal y del Capital. El Comunismo, en sus diversos modelos nacionales, se mantenía activo sin embargo en países como Cuba, China o Corea del Norte, y los partidos políticos de raíz comunista no desaparecían pese al escaso voto en las urnas. El nacimiento de terceras vías o de movimientos sociales que pretendían denunciar o acabar con los males de los excesos del Capital, fueron opciones recurrentes en la vida pública de todos los países de democracia liberal durante las dos décadas pasadas. De la ilusión comunista apenas parecían quedar resquicios, pero los movimientos sociales de izquierdas y, en algunos países la irrupción de fuerzas populistas de orientación comunista o populista, véase el caso de Venezuela o Bolivia, sugerían que, de una manera u otra, se iba a seguir dando la crítica al modelo de la Democracia Liberal.

P: 4. ¿Fue la caída del Muro el ‘evenement’ por excelencia del siglo? ¿Un hecho de tal magnitud e intensidad que obligó a recuperar el concepto de ‘acontecimiento’ entre los historiadores?

R: Sin duda, la Caída del Muro, no por más deseada fue menos impredecible y sorpresiva. Desde luego, cuando se produjo impacto en la mentalidad de quienes miraban al Este acostumbrados a la existencia del así llamado Mundo Comunista. En los primeros años recibió la condición de Hito, que en historia significa el punto de referencia en el tiempo en torno al que miramos, ordenamos e interpretamos los acontecimientos. La Caída del Muro fue un hito tan relevante para la generación que no había vivido la II Guerra Mundial, como para la generación que había protagonizado los acontecimientos de la Guerra lo fue el día en que se puso fin a la misma, aunque ello fuse sinónimo de que la Guerra había terminado en todos los escenarios a la vez. Pero, como suele suceder, a 1989 le saldría un serio competidor, 2001, y el 11S, cuyos efectos a escala mundial tuvieron un rango parangonable en el sentido de cambiar las estrategias del sistema internacional, resucitando los temores al enemigo y hacienda que se desplegasen las estrategias defensivas del nuevo milenio. Teniendo en cuenta que la generación más joven en buena parte del mundo desconoce siquiera la existencia del Comunismo en la historia del siglo XX, y de conocerla tiene ella unos referentes excesivamente vagos, la caída del Muro pierde cada vez más fuerza en su condición de hito.

IMAGEN: Postdamer Platz, en noviembre de 1989 (igrid Marotz)