He aprovechado estos días de vacaciones para visitar diversas zonas vinícolas, desde Borgoña hasta Alemania pasando por Galicia. Y en esta última he encontrado uno de los viñedos más fantásticos que sea capaz de recordar, un viñedo que produce emoción.
Está en la zona del Salnés. Es una finca pequeña, poco más de hectárea y media, pero encierran toda la historia de Rías Baixas.
Su propietaria, Lola, sobrepasa los 70 años, aunque parece que tiene muchos menos. En su familia el viñedo y el vino ha sido siempre cosa de mujeres. Su madre, Genoveva, es la gran creadora de la finca, la que la mejoró y la mantuvo, la que fue capaz de transmitir a su hija toda la pasión por el vino.
Lola, en la fotografía con Rodrigo Méndez, elaborador de Leirana, fue capaz de aguantar con esta finca, con sus viejas cepas y sus bajos rendimientos, con sus altos costes de mantenimiento, con la dificultad de encontrar mano de obra para trabajarla.
Antes teníamos una cuadrilla de gente de por aquí que trabajaba muy bien, eran mayores pero sabían muy bien lo que hacían. Pero ahora la mayoría se ha ido a descansar
Nos dice sonriendo mientras señala al cielo e intuimos que ese es el lugar de descanso de la mayor parte de la cuadrilla.
Los que vienen ahora le gustan menos
Es tan difícil encontrar gente que a veces tengo que mirar a otro lado para que parezca que no me entero de lo que hacen mal. Yo les digo que toda la uva que no esté perfecta que la tiren, que más vale poco bueno que mucho malo, pero no siempre me hacen caso. Tengo que ir hablando con unos y con otros para que hagan lo que les digo, pero sin enfadarme que se me marchan
Cepas que en algunos casos tienen casi 300 años, cepas que se retuercen en el tiempo, que se han quedado casi huecas, que se mantienen por ese halo invisible que notas nada más bajar del coche y pisar la tierra.
Cepas de Albariño y Caiño, casi a partes iguales, demostrando que esta uva forma tanta parte de la historia de la zona como la variedad blanca, que ahora casi monopoliza el cultivo.
Lola tiene tanta fe en sus uvas que durante años ha guardado botellas de los vinos que elaboraba en casa, tanto del Albariño como del Caiño.
Hemos probado estas dos variedades elaboradas de forma artesanal hace más de 30 años. Lola sabe la edad porque se elaboraron en la bodega vieja y la nueva tiene ya 30 años.
Puede que yo esté un poco loca pero siempre me ha gustado guardar botellas para ver como cambian con los años y me gusta tener botellas que hizo mi madre
Los vinos son sorprendentes. El Caiño de más de 30 años parece haber detenido el tiempo. Si me lo ponen a ciegas y me dan 100 oportunidades de decir su procedencia estoy seguro de que no hubiera acertado y, sin embargo, la marcada personalidad de la uva se nota perfectamente, pero yo nunca hubiese pensado que estos vinos fueran capaces de vivir tantos años.
El Albariño también de más de 30 años mantiene su acidez. Está todavía vivo y sorprende su complejidad tan diferente de esa linealidad que sigue la mayor parte de los nuevos albariños gallegos.
Gente como Lola te devuelve la ilusión y te hace ver que no todo está perdido en el mundo del vino español. Espero que pronto se puedan probar en el mercado los vinos de esta finca, mientras tanto hay que tener la suerte de que algún amigo los conozcA y te lleve hasta allí.