Archivo de la categoría ‘En blanco y negro’

Nadie es perfecto, excepto Billy Wilder: 60 años ‘Con faldas y a lo loco’

En blanco y negro

Érase una vez una comedia de hollywood que se proyectó en absoluta primicia en uno de esos pases previos que se acostumbran a organizar para valorar las reacciones de los espectadores. El de esta película fue un desastre.

Los cronistas cuentan que asistieron varios centenares de espectadores de una pequeña localidad, la mayoría de mediana edad. En la sala silencio, como si estuvieran asistiendo a un drama solemne. Algunos se retorcían, cansados, en su butaca e incluso más de uno abandonó el cine. Pero al menos una persona sí que se rió, una sola vez. La película había tenido un rodaje tumultuoso, y también se había pasado del presupuesto inicial. Sin embargo, el esfuerzo parecía haber sido en vano. Todo pudo haber empezado y acabado allí.

Con faldas y a lo loco (1959)

( ©MGM )

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‘La diligencia’ de John Ford, un trayecto que llega a los 80 años

En blanco y negro

Un carruaje surcando los vastos parajes del lejano Oeste. En su interior un doctor bonachón y borrachuzo, un viajante de whisky, un banquero estafador, un jugador profesional, la joven esposa embarazada de un oficial de la caballería y una chica de saloon con un corazón de oro. A esta media docena de viajeros se le sumará un séptimo, un pistolero evadido de la cárcel.

Las imágenes de La diligencia (Stagecoach, 1939) de John Ford forman parte esencial de la memoria cinematográfica de la misma manera que, en esos años 30 del pasado siglo y en blanco y negro, lo son la rubia Fay Wray en manos del gigantesco gorila King Kong, Chaplin deslizándose entre los engranajes de una fábrica en Tiempos modernos, Los hermanos Marx haciendo de las suyas en Sopa de ganso y Una noche en la ópera o Marlene Dietrich como cabaretera con sombrero de copa, vestido de picardías ajustado, medias negras, liguero y zapatos de tacón en El ángel azul.

La diligencia (Stagecoach, 1939)

( ®Criterion )

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Optimismo en tiempos revueltos (‘Sucedió una noche’, 1934)

El clásico de la semana

«El optimismo es radical. Es la elección difícil, la elección valiente». Así empieza el artículo de Guillermo del Toro publicado en la recopilación de ensayos de la revista Time bajo el título de The Art of Optimism e impulsados por la cineasta Ava DuVernay.

Entre las frases para convencernos y conducirnos al lado más optimista de las cosas que va desgranando el escrito del director mexicano encontramos otras como «El optimismo es nuestro instinto para inhalar mientras nos sofocamos». Durante los años de la Gran Depresión, a partir de la Crisis de 1929, Frank Capra debía pensar del mismo modo. Las dificultades y las miserias sociales, económicas y morales bien podían verse desde otra perspectiva, más alentadora.

Sucedió una noche (1934)

( ®Sony )

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La irresistible mística de los rostros: 90 años de ‘La pasión de Juana de Arco’

En blanco y negro:

Dejemos que sean los primeros planos o planos detalle de los rostros los que nos hablen, sin diálogos, sin sonido. Que los decorados se reduzcan a la mínima expresión y si predomina el vacío, con un fondo en blanco, aún mejor.

El horror al vacío en los encuadres, a que «no pase nada» en la historia, a que no haya efectos de sonido para sobresaltarnos o llamarnos la atención sentenciaría hoy en día al suicidio creativo, relegado a mero experimento audiovisual, una obra como La pasión de Juana de Arco (La passion de Jeanne d’Arc, 1928) del danés Carl Theodor Dreyer. Claro que estamos hablando de una película de 1928, pero sustentarse en la sobriedad, en las caras y figuras de sus intérpretes (y sin maquillaje) o en mostrar lo menos posible para comunicar más era rompedor incluso en esos tiempos del cine silente.

La pasión de Juana de Arco (1928)

( ®The Criterion Collection )

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‘El cebo’, 60 años de un clásico atípico con asesino de niñas

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Basta con decir «película con asesino de niñas» para que a cualquier amante del cine le venga a la memoria M, el vampiro de Düsseldorf, la obra maestra de 1931 dirigida por Fritz Lang, uno de los mejores directores de la historia del cine. Es lo que tiene ser pionero en tratar un tema nuevo o desde un punto de vista innovador. O en ser el primero en tratarlo de manera magistral.

Pero inmediatamente a la excepcional obra protagonizada por Peter Lorre le debería seguir la imagen de El cebo (1958). Una inusual perversión del cuento de Caperucita Roja con un lobo feroz aficionado a engatusar niñas rubias con trufas de chocolate y burdos trucos de farándula. Pequeñas inocentes que luego aparecerían muertas en los bosques, en lugares cercanos a las carreteras de los idílicos parajes suizos.

El cebo 1958

( ©Divisa red )

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Buscando la luz y la sombra, 50 años del fallecimiento de Dreyer

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«Creo en los placeres de la carne y en la soledad irremediable del alma». Y en que el cine es arte. La primera frase se corresponde con una de las frases de Gertrud (1964) y la segunda con la visión profundamente artística que tenía el propio Carl Theodor Dreyer de la obra cinematográfica. La conmemoración de su fallecimiento, el 20 de marzo de 1968, a los 79 años, en Copenhague solo debe servir de mera excusa para recordar a uno de los grandes maestros indiscutibles del «séptimo arte».

Era muy consciente de que una película requería del trabajo de mucha gente, pero era un artista el que debía imponer su visión creativa. Periodista aventurero, también crítico de cine y escritor, una de las mejores y más agudas apreciaciones que se han dicho sobre Dreyer es que su aportación fue similar a la de la filosofía o la mística. Está considerado el padre del cine europeo y su obra inspiró a otros grandes cineastas como Ingmar Bergman, Robert Bresson, Andrei Tarkovski e incluso al austríaco Michael Haneke o a su compatriota danés Lars Von Trier. Pese a que figura entre los mejores directores de toda la historia, algunas de sus películas más destacadas no fueron recibidas durante su estreno, ni siquiera en los festivales especializados, con el mismo consenso de elogios que se le dedican desde hace décadas.

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90 años de una obra maestra, ‘Y el mundo marcha’

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John Sims se trasladó a Nueva York dispuesto a cumplir sus sueños, pero en la gran metrópoli era simplemente uno más de «las siete millones de personas que creen que el mundo depende de ellos». En el trabajo también se desvaneció perdido en otro número, el 137 sin destacar entre el resto de contables de la empresa para la que trabajaba. Ni siquiera el haber nacido en una fecha señalada, el 4 de julio en Estados Unidos, parecía que llamara al fortunio. Eso sí, la vida quiso obsequiarle al menos trayéndole pronto un amor a primera vista, a Mary, que muy pronto se convertiría en su esposa.

El golpe definitivo al sueño americano, y a todos los sueños, lo dio King Vidor hace 90 años con Y el mundo marcha (The Crowd, 1928). El nacimiento, la infancia, la muerte de un ser muy próximo, las ansias de juventud, el trabajo, el amor, los hijos. Todo el espectáculo de la vida, alegre o trágico, condensado en esta obra extraordinaria.

Cine en blanco y negro, y cine mudo, y sin embargo igual de vigente hoy en día con millares de millones de individuos intentando ser alguien, sobresalir de entre la «multitud» (la que alude directamente el título, «the Crowd». original) en sus facetas personales, laborables o artísticas, mostrándose únicos por su manera de vestir, por el perfume que usan, por sus aficiones, manifestando que son una voz y una alma que existe a través de las redes sociales, Twitter, Facebook, Instagram o las que lleguen.

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Tarzán se hace centenario, en el cine

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Johnny Weissmüller, excampeón olímpico de natación, es la imagen asociada en cine a Tarzán. Fuera en sus películas en blanco y negro o en color, una docena entre 1932 y 1948 y todas debiendo incluir la palabra «Tarzán» en su título, se convirtió en el verdadero rey de la jungla. Los que interpretaron después al célebre héroe creado por Edgar Rice Burroughs se quedaron en sucedáneos. El más reciente, un esforzado Alexander Skarsgård en La leyenda de Tarzán (2016) que por muchos efectos digitales y acción se quedaría a una diferencia abismal de la popularidad o los logros de las arcaicas cintas con Weissmüller.

El grito, el no menos famoso alarido de victoria de macho alfa simio, se oyó un poco antes, en 1929 y fue en Tarzán el tigre que protagonizó Frank Merrill. Era una película muda a la que se le añadió un sonido, más bien un fallido intento de gritito. Distaba muchísimo de esa potencia, de esa exhibición pulmonar inspirada en los cantos tiroleses, de las pelis de Weissmüller. Las comparaciones son odiosas, y en este caso aún mucho más (al final del texto pueden ver dos ilustrativos vídeos para contrastar). Y antes que ellos estuvo el pionero, Elmo Lincoln (con el joven actor Gordon Griffith para las escenas de la niñez) con Tarzán de los monos (Tarzan of the Apes), estrenada hace ya la friolera de 100 años, el 27 de enero de 1918 en Estados Unidos (cuatro años después de la primera de las novelas publicadas en libro, y cinco años y tres meses de la primera historia impresa en la revista pulp All Story Magazine).

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El primer orgasmo femenino en el cine, el de Hedy Lamarr en ‘Éxtasis’

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Hedy Lamarr - Éxtasis (1933

( ©Slavia-Film, Gustav Machatý )

Hace 85 años. Un primer plano de un rostro femenino, bellamente esculpido, tumbado en la cama. Los ojos cerrados y los labios entreabiertos. Se intuye la excitación de su respiración, sus manos y brazos intentando suavizar los gemidos causados por el placer. A Hedy Lamarr se le recordará por ser una de las actrices más bellas de su generación, «la más bella» según algunos, aunque de entre las poco más de una veintena de largometrajes que protagonizó en Hollywood ninguna mereciera una calificación de diez. Sansón y Dalila (1949), La extraña mujer (1948), Cenizas de amor (1941), Fruto dorado (1940), Esta mujer es mía (1941) o Argel (1935) entre ellas. Pero las escenas que la hicieron inmortal, en el cine, estaban en Éxtasis (Ekstase, 1933), una producción checo-austríaca dirigida por el praguense Gustav Machatý.

Fue la primera película comercial y no pornográfica en mostrar el desnudo integral de una mujer y, ya puestos en el asunto, también un orgasmo, más o menos. Tanto su personaje, como el de su amante, un viril ingeniero interpretado por el alemán Aribert Mog, se mantienen completamente vestidos en el lecho. Caricias, besos y si hubo algo más, no se vislumbra. Hedy aún era menor de edad, 17 años, y dicen que mintió al director para lograr el papel. Éste le entregó un primer guion de apenas 5 páginas y que daban para casi hora y media de metraje. Se rodó en tres idiomas (checo, alemán y francés), aunque, con unas imágenes y una puesta en escena muy deudora del cine mudo, pocos diálogos y frases contenía.

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Bajo ‘La sombra de una duda’ de Hitchcock

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La sombra de una duda (Shadow of a Doubt, 1943)

( ©Sony )

Del falso culpable al falso inocente. Hitchcock consagraba por primera vez el protagonismo de una de sus películas al villano. Le atrajo la idea de poner a un ser abyecto, el mal, en un apacible pueblo de esos en los que nunca ocurre nada o casi nada. En este caso un seductor asesino de viudas, Charlie (Joseph Cotten) para quien el cerco, con la policía y un par de detectives pisándole los talones, se le va estrechando. Su respiro será buscar refugio en casa de su hermana (Patricia Collinge), los Newton, en Santa Rosa (California). Quien le recibirá especialmente con los brazos abiertos es su sobrina (Teresa Wright), apodada «Charlie» en su honor y una joven que le idolatra.

La sombra de una duda (Shadow of a Doubt, 1943) tuvo su primicia mundial hace 75 años, un 12 de enero en Nueva York, y ponía en escena el contraste entre el bien y el mal, el asesino y el inocente, el perverso y el ingenuo, materializado en dos personajes similares. Charlie, que mata por dinero y por placer, tiene su reverso luminoso en la muchacha. De hecho, Hitchcock presentó a ambos personajes del mismo modo, tumbados en la cama.

En la escena de Charlie/Joseph Cotten, este se encuentra recostado en un discreto motel de segunda categoría y lo que destaca son montones de billetes de dólares esparcidos en la mesilla de noche y por el suelo. En la de Charlie/Teresa Wright la vemos recostada en su confortable habitación del hogar familiar. Ella tampoco tiene aún necesidad imperiosa de ponerse a trabajar, de la misma manera que su tío tampoco necesita matar para conseguir más dinero. Lo que se resalta de ella es que la joven Charlie está cansada de su día a día anodino, así como el carácter ingenuo y soñador, pensando que puede ser una visita de su amado tío la que le puede sacarla de su tedio. Con la llegada de Charlie, tío, a Santa Rosa será el humo negro del tren lo que anuncia la llegada de algo anormal, maligno, en ese lugar bucólico donde nunca pasa nada.

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