Archivo de la categoría ‘En blanco y negro’

«La Navidad no es solo un día, es una actitud» (‘De ilusión también se vive’)

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De ilusión también se vive (MIracle on 34th Street, 1947)

( ©Fox )

Estamos tan ocupados intentando aplastar a los demás y haciendo que todo vaya más deprisa y que esté más brillante y que cueste menos que la Navidad y yo nos sentimos perdidos. La Navidad no es solo un día, es una actitud.

Estas líneas de diálogo fueron pronunciadas por primera vez hace 70 años. Las decía el personaje de Kris Kringle (Edmund Gwenn) en Miracle on 34th Street, dirigida por George Seaton y traducida aquí, cuando se estrenó tres años después, en enero de 1950, como De ilusión también se vive. Es el clásico en blanco y negro navideño más querido y más emitido por las televisiones después de ¡Qué bello es vivir! (1946).

En esta historia de un anciano que se pasea por una de las calles, y por entre sus almacenes comerciales y tiendas, más concurridas de Nueva York convencido firmemente de que él es el mismo Santa Claus llama la atención que su crítica consumista, así como su apología navideña, siga siendo tan actual.

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Las adorables «hermanas» Bette Davis y Joan Crawford (¿Qué fue de Baby Jane?’, 1962)

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¿Que fue de Baby Jane?

De entre todas las películas sobre exniños prodigio que al paso de los años se han convertido en birrias humanas, encapsuladas en un recuerdo de gloria fugaz, ¿Qué fue de Baby Jane? (What Ever Happened to Baby Jane?, 1962), protagonizada por las (ficticias) hermanas Hudson, es de las más grandes.

En la disputa, y a un lado del ring, la Baby Jane del título (Bette Davis), una exniña prodigio de angelicales ricitos dorados entonando melosas canciones con las que cautivar al público, la imagen idílica que tenía Norteamérica sobre la ingenuidad e infancia más candorosa; y al otro lado  del cuadrilátero, su hermana Blanche (Joan Crawford) que también experimentó tiempos muchísimo mejores, cuando era una actriz cotizadísima hasta que un fatal accidente de coche la hizo pasar de grácil y esbelta mozuela a mujer condenada a pasar el resto de su vida en una silla de ruedas, siempre dependiente del cuidado de los demás. Lo que ocurrió es que a lo largo de toda su convivencia y amor fraternal lo que se gestaron fueron celos y rencores. Un pasado amargando su presente, y por ello se dedicarán a lo largo de prácticamente toda la historia a putearse mutuamente.

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‘Ámame esta noche’ (1932), y dos secuencias musicales clásicas que no deberías perderte

Amame esta noche 1932

Como ya saben, en 1927 a Al Jolson se le oyó hablar y cantar en El cantor de jazz (The Jazz Singer), el largometraje que revolucionó el cine por ser el primero destinado al gran público, en plan masivo, con sonido. A partir de ese momento las estrellas del cine mudo tuvieron que adaptarse o desaparecer si su voz o ademanes interpretativos (ya no era necesario que gesticularan tanto) no resultaban del todo gratos a los espectadores.

El público en su gran mayoría, y sobre todo en Estados Unidos, empezó a asociar cine con musical. En los años siguientes prácticamente toda película que deseara ser comercial debía de contener tanto una subtrama romántica como escenas musicales.

Pero si El cantor de jazz, dirigida por Alan Crosland, era una película plana,  más bien mediocre, otros como Rouben Mamoulian innovaron en el lenguaje cinematográfico. Ámame esta noche (Love Me Tonight, 1932) vista hoy también puede parecer obsoleta, aburrida o previsible;  y lo es… pero en su momento experimentó con la variedad de planos y travellings, con bellísimos montajes visuales, con el ralentí o acelerando las imágenes.

En Ámame esta noche el pueblo llano se retrataba de manera viva y trabajadora, mientras que la nobleza recibía un tratamiento de decadencia, representando por viejos y muertos. Y dispuestos a romper barreras, sus protagonistas eran un pícaro sastre (Maurice Chevalier) y una princesa joven y bonita, la viuda de un hombre de ¡75 años! la muy… astuta (Jeannette MacDonald).

Un hombre de la clase baja y una mujer de la alta alcurnia destinados a conocerse y enamorarse entre canción y canción en esta especie de cuento de hadas. Para aumentar las dosis de picardía en ese Hollywood precode (antes de la aplicación de la censura del Código Hays, a partir de 1934), ella tiene varias escenas en camisón, y él le canta más de una canción con doble sentido sexual.

La secuencia inicial es magistral. El despertar de un barrio de París progresivamente y al compás de los sonidos característicos del lugar creando una singular melodía. Un prodigio de imaginación, y de como relacionar imágenes con música. Todo un descubrimiento para los que no la conozcan. Una oportunidad más de rememorarla para los que hayan visto la película.

Son poco más de 3 minutos extraordinarios.

 

 

El segundo video corresponde a otra de las secuencias inolvidables. Ilustra como una canción pegadiza, en este caso Isn’t romantic?, o séase ¿No es romántico? (con música original de Richard Rodgers y letra de Lorenz Hart), podría convertirse también en esa época en un éxito viral. A partir de su «espontánea» gestación en un local de un rincón anodino  trascendía fronteras y se convertía en todo un hit reversionado de varias formas (además conectaba por primera vez, y sin ellos saberlo, románticamente a los personajes de la MacDonald y Chevalier).

La secuencia, única en su momento por la novedad que suponía también el montaje de canción e imágenes, dura un poco más, casi 6 minutos, pero es impagable ¡y además lleva subtitulos en español!

 

 

 

‘Sin conciencia’ (1951), un Bogart menos conocido pero memorable

Sin conciencia 1951

Lo advertí en el primer post, el de presentación. Aquí en El cielo sobre Tatooine voy a dar amplia cabida al cine denominado “clásico” (luego ya pondré algún desnudo de Scarlett Johansson para compensar el descenso de visitas). Esas pelis viejunas de hace 20 años o más, muchas de ellas realizadas en blanco y negro, incluso mudas, en colores desgastados o versiones restauradas (y es que yo, cuando veo que aparece un blu ray de un clásico que me gusta con las palabritas “edición restaurada” o “remasterizada” no vean como me pongo).

Tengo la (fallida) teoría de que quien ama de verdad, con el corazón, el cine ama a los clásicos. También otra, que no es mía, pero me la apropio, de que el cine clásico debería  empezar a verse desde nuestra más tierna infancia para que perdure en la generaciones venideras, pegado a nuestros recuerdos de pequeñitos, a nuestra particular educación sentimental y vivencias como una antigua serie o canción de antaño. Así que este post esta también dedicado a todos los niños y niñas a partir de 3 o 4 años, aunque no la película que recomiendo en sí, que es de cine negro norteamericano y se les escaparían matices.

Cuando se habla de grandes obras maestras del noir o de las mejores películas de Bogart, nadie (al menos que conozca) acostumbra a citar Sin conciencia (The Enforcer, 1951). El director acreditado es Bretaigne Windust, pero los cronistas aseguran que a los pocos días dejó el rodaje y se hizo cargo el maestro Raoul Walsh.

Hay varios aspectos impactantes en Sin conciencia. Uno de ellos es la idea de que la trama criminal gire alrededor de una banda de crimen organizado que se dedica a cometer asesinatos por encargo, con términos tan profesionales como referirse a “contrato” por el pedido y “objetivo” a la víctima (“contract” y “hit” en el original en inglés). El asesinato perfecto, sin móviles ni conexión entre unas víctimas y otras. Sólo la de sus variopintos clientes que pagan suculentas sumas de dinero por los servicios. Una empresa entregada al negocio de matar e inspirada en hechos reales.

Sin concienciaNaturalmente esto no nos parece nada nuevo, sobre todo hoy en día. Es más, sería ridículo calificarlo de original o sorprendente. Pero en ese Hollywood en blanco y negro de a inicios de la década de los cincuenta del pasado siglo, la propuesta se presentaba como totalmente novedosa, o al menos para el cerebro de esa banda de asesinos, Mendoza (Everett Sloane).

Todo ha cambiado mucho y el espectador ha perdido su ingenuidad por el camino (o la ha cambiado por otro tipo de ingenuidad). Pero el otro aspecto continúa siendo igual de excepcional, antes y ahora: el tratamiento oblicuo, sin mostrar, de esas muertes. Apenas veremos un par de cadáveres en pantalla, nunca un asesinato en primer plano o plano general y, pese a ello, un par de escenas forman parte de lo mejor que ha dado el cine negro en su brillante época dorada.

Una de ellas es la “ejecución” de un inocente taxista en una barbería (y quedaban aún años para que El Padrino irrumpiera con toda su fuerza en las pantallas), cortando la escena en el momento justo. La otra, impresionante, nos muestra un montón de zapatos, viejos, enfangados y esparcidos en una mesa; el único vestigio que queda de la cantidad de víctimas que la organización homicida ha cometido a lo largo de sus años de fechorías. Su “enterrador” hacía desaparecer los cuerpos en un pantano. Toda la vida de esas personas y el dolor de su aparición que debió de significar para los que les conocían resumido, ejemplarmente, en el horror de ese encuadre.

Es además una de las mejores interpretaciones de Humphrey Bogart, un representante de la ley local llamado Martin Ferguson en su lucha desesperada, con las horas contadas de una sola noche, ante la repentina muerte de su principal y único testigo, para hallar la prueba o el testigo que permita llevar a la silla eléctrica al despiadado Mendoza. Y una oportunidad más de ver a ese gran secundario que fue Zero Mostel, aquí como ‘Big Babe” Lazick, aparentemente un respetable ciudadano, y en su otra faceta un empleado dispuesto a ganar dinero fácil aunque sea matando.

Lo sublime también es que en menos de hora y media logre condensar un relato tan trepidante y cargado de información, sin que resulte denso ni difícil de seguir, recurriendo a un breve flashback seguido de un largo flashback (con Ferguson repasando todo los informes que tiene sobre el caso para intentar dar con esa prueba), y un final que sin duda haría las delicias del mismísimo Hitchcock. De hecho el director de fotografía fue el no menos genial Robert Burks, el preferido de Hitch desde Extraños en un tren, también de 1951.

Puntuación:

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