Barcelona romana: Barcino, 13 a. C.

Ruinas del Templo de Agusto en Barcelona ( MUHBA / Visit Barcelona)

La historiadora Isabel García Trócoli debuta en la novela histórica con una obra ambientada en la fundación de la Barcelona romana. La Ciudad Condal ha sido objeto de numerosas ficciones históricas en casi todas las épocas posibles, pero quizá la romana haya sido la más olvidada por los escritores.

Ahora con Rubricatus, García Trócoli viene a solventar ese vacío. La autora, como historiadora y arqueóloga, es buena conocedora del pasado y, además, colabora como guía en el Museu d’Història (Muhba) de Barcelona.

La autora se asoma a XX Siglos para compartir con nosotros su visión de aquellas dos Barcelonas («la indígena y la romana»), cómo ha recreado aquella época en su obra y algunas interesantes ideas sobre la novela histórica. No os lo perdáis.


Rubricatus: Barcino, 13 a.C.

Por Isabel García Trócoli | Historiadora y novelista | @GTrocoli

Entre los turistas que visitan Barcelona, se ha puesto de moda subir a una colina, el turó de la Rovira, desde donde hay unas vistas magníficas de la ciudad y de su entorno. Bajo las baterías antiaéreas republicanas y las barracas del franquismo, hay sepultado un poblado layetano. Me gusta subir allí e imaginar a los últimos indígenas viendo a los ingenieros de IV Macedónica, groma en mano, proyectar la colonia en el llano. Rubricatus retrata esa época desconocida y fascinante de la fundación de la Colonia Julia Augusta Faventia Paterna Barcino.

El descubrimiento de esas Barcelonas, la indígena y la romana, sorprende a locales y a foráneos. Bajo el barrio gótico se extienden más de cuatro mil metros cuadrados de excavaciones de talleres, calles y casas romanas. Tras recorrerlas, el público queda extasiado y quiere saber más. Recuerdo haber pensado, hace bastantes años: “Ojalá alguien publicara una novela histórica sobre el nacimiento de esta ciudad”. Pues bien, aquí está.

Barcelona, jurídicamente hablando, nace el día en que unos magistrados romanos refrendan la ley municipal. En Rubricatus me he atrevido a retratar a Augusto presidiendo el acto fundacional, antes de volver a Roma (por Dión Casio sabemos que regresó ese mismo año de Hispania). No en vano Barcino lleva el título de Augusta. Sin embargo, sería injusto olvidar que en la colina de Montjuïc –mons Iovis para Pomponio Mela- existió un poblado layetano, el Barkeno de la numismática. Existía ya quinientos años antes de la colonia y constituye el verdadero origen de la ciudad actual. La Barkeno prerromana nació y prosperó gracias al Rubricatus (actual Llobregat), una verdadera arteria comercial con el interior. El río “rojo” desembocaba entonces en una pequeña bahía cuyas playas estarían hoy día alejadas tres kilómetros del mar. O sea que Cornellà (del fundus Cornelianus, ¡oh! ¡más romanos!) tenía playa. Vaya, vaya.

Uno de los objetivos de Rubricatus ha sido recrear el entorno y la vida, hace dos mil años, de una conurbación de tres millones de habitantes, una de las áreas más densamente pobladas de Europa. Todo empezó con no más de tres mil almas. Rufo Festo Avieno nos habla de la bondad del territorio de Barcino, de su seguro puerto y su abundante agua dulce. San Paciano, uno de los primeros obispos de la ciudad, informa que allí se vivía en la opulencia y que no faltaban lugares de reposo para la vejez junto al mar. No obstante, los autores clásicos son parcos en información sobre el período de cambio de Barkeno a Barcino. Afortunadamente disponemos de los datos de la arqueología.

Es curioso que, en la actualidad, denominamos “área metropolitana” al hinterland de la antigua Barcino. Lo mismo sucede con el área centuriada por los ingenieros de la IV Macedónica, la X Gémina y la VI Victrix. Esa parcelación se fosilizó en los caminos de época medieval sobre los que, a su vez, trabajó Ildefonso Cerdà cuando tuvo que proyectar el “ensanche” barcelonés. Algunas calles de la ciudad actual lo eran ya hace veinte siglos. Las legiones citadas, que conocemos porque dejaron una inscripción en el puente romano que, aún hoy, se alza en Martorell (antigua Ad Fines) sobre el Rubricatus, no sólo fueron las responsables de la construcción de Barcino, sino también de Caesaraugusta. Habrían sido los veteranos licenciados tras las guerras cántabras los colonos que habitaron esas ciudades. El padre del protagonista, Gayo Celio, sería uno de ellos. Lo conocemos gracias a la epigrafía: fue el primer magistrado conocido, duunviro quinquenal y constructor de la primera muralla.

Los análisis polínicos y bioarqueológicos son claros: el llano de Barcelona era un tupido bosque de robles y encinas que llegaba hasta las marismas costeras (existe una estación de metro llamada “Llacuna”); por el Tibidabo correrían osos y ciervos, y los habitantes de la colonia consumirían ostras y anchoas, además de preferir la carne de cerdo y de cordero. Por Ausonio sabemos que el garum de Barcino se distinguía porque contenía erizos de mar. No se vivía nada mal, por lo que parece. Aún faltaba mucho para la contaminación y los atascos.

El hecho de ser historiadora me ha permitido un acceso fácil a la documentación, sobre todo arqueológica y epigráfica. Hasta ahora los habitantes de Barcino eran simples nombres cincelados en lápidas. Rubricatus les otorga vida y voz, por ejemplo, Fabia Tertula, la nutrix (ama de cría), es la primera mujer de Barcelona de la cual conocemos su profesión; el comerciante de vino Julio Aniceto es un viejo conocido de los arqueólogos especializados en ánforas romanas del Bajo Llobregat, por no hablar de Annia Layetana, esposa de Mamilio Primero (¿una indígena casada con un romano? ¡Qué interesante!).

Lo más difícil ha sido la recreación de los layetanos, de los cuales no sabemos prácticamente nada, excepto por la arqueología. Para poder imaginar sus rituales me he basado en pueblos coetáneos y cercanos, como los celtas, pero también en la etnografía catalana y en las noticias de San Paciano sobre las costumbres paganas de algunos cristianos de la ciudad (como la celebración de fiestas donde se visten de animales).

Cuando me documentaba sobre temas militares, fui a dar en Castra Vetera (Xanten, Alemania) con el cenotafio del centurión Marco Celio, muerto en el desastre de Varo, y dedicado por su hermano Publio. Eso me permitió redondear la trama, aunque se desconoce si los Celios de Barcino y los de Germania estaban emparentados. Es inquietante, y bello a la vez, cuando hallas en la trama de la Historia un hilo que combina armoniosamente con la urdimbre de tu ficción. Y eso es lo que sucedió, de manera que Lucio Celio, el protagonista, participará en la batalla de Puentes Largos antes de volver definitivamente a Barcino.

Después de esta primera incursión en la novela histórica, viniendo del campo de la historia, debo decir que he encontrado particularmente difícil saber dónde está el equilibrio entre la profundidad de detalle que te exige un lector versado y la ligereza en la lectura que prefiere el gran público. Cuando dudaba, pensaba en mis referentes, la gran Mary Renault o Colleen McCullough y me relajaba: nunca llegaré a escribir como ellas, pero no olvido que fueron esas autoras quienes moldearon mi gusto por la novela histórica de calidad.

 

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4 comentarios

  1. Dice ser Maria Gomez

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    10 junio 2017 | 10:05

  2. Dice ser Javito

    Para evitar que la gente tenga una imagen equivocada, hay que decir que esas columnas no se saben si son del Templo de Augusto al 100%, no existe nada que lo confirme.

    10 junio 2017 | 15:40

  3. Dice ser mrjuansande

    CORRIJO, en aquel entonces no era Barcelona, y hoy barcelona es España y seguirá siéndolo.

    11 junio 2017 | 07:08

  4. Dice ser wert

    Era cuando Barcelona era independiente y una nación plurinacional reino del pasado.

    11 junio 2017 | 10:14

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