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El blues nunca fue una monarquía

Restos de la cabaña de Muddy Waters

Restos de la cabaña de Muddy Waters

Quizá sólo sea necesario un tablón podrido de madera y esos árboles bíblicos, marchitos como esqueletos, para definir el blues, una música, una forma de vida, que, como dice el historiador del género Ted Gioia, «procede de otro mundo», un lugar donde el hombre no es distinto al perro porque ambos tienen una misma posibilidad de redención: el aullido.

La cabaña —que, huelga decirlo, ya no existe— estaba en medio de una gran plantación algodonera, la Stovall, no lejos de Clarksdale, en el estado de Misisipí. La familia Stovall, dueña de tierras, hombres, mujeres y destinos, terminó cambiando el algodón por la promoción inmobiliaria en Chicago.

Algo inconcebible o algo bendito, una furia geodésica o una divina peste en el agua de las fuentes, debe tener el lugar, porque allí, un villorio que a principios del siglo XX andaba por las 10.000 almas, nacieron  Eddie Boyd, Willie Brown, Eddie Calhoun, Sam Cooke, John Lee Hooker, Son House, Ike Turner y Junior Parker. En uno u otro momento del primer tercio de la centuria, en el pueblo vivieron también Robert Johnson, Muddy Waters y Howlin’ Wolf. Conozco grandes capitales sobradas de amor propio cuyos elencos de héroes locales perderían por paliza cien de cada cien partidos.

Si hay una capital mundial del blues, está en Clarksdale, donde el divino Misisipí traza meandros porque quiere retrasar en lo posible el desagüe en el Golfo de México. No es necesario que sepas que un poco al oeste discurre un río para que sientas su poder. Cuando vibra con el viento, la corriente levanta polvo a millas de distancia. Si se desborda el cauce, ya puedes montarte en el mejor caballo.

En la cabaña vivía el hombre que toca la guitarra y canta esta canción, grabada allí mismo, frente a la madera seguramente ya podrida por entonces y los esqueletos disfrazados de árboles, en 1942.


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Darrell Banks, un inmenso cantante de ‘soul’ fugaz, trágico y olvidado

Darell Banks

Darell Banks

El soul, la única música que durante los años sesenta competía con el rock —en mi opinión, ganando la batalla casi siempre por menos pose y más temperatura—, abunda en personajes sombríos que cayeron demasiado pronto en el camino y de los que apenas quedó recuerdo. Fueron figuras ardientes en lo bueno y en lo malo.

Uno de esos dorados pero fugaces intérpretes fue Darrel Banks. Dejó un patrimonio escueto de siete singles y dos elepés antes de que lo matase, a los 35 años, una bala disparada por un agente de policía fuera de servicio.

Había nacido en Mansfield (Ohio), pero se crió en Buffalo (New York) y aprendió a cantar como casi todos los grandes del soul: dando gracias a dios en los coros gospel de las iglesias. De la intensidad de toda plegaria mantuvo el tono de arrebatada entrega que se palparía en sus grabaciones seculares.

Empezó rugiendo en un pequeño sello discográfico de Detroit con Open the Door to Yor Heart, una canción que le atribuyeron como composición propia por un error de oficina al registrarla —la había escrito un autor legendario e influyente, Donnie Elbert, que decidió que la cosa rodase porque era colega de parranda de Banks—. El tema, un sincopado medio tiempo algo acelerado, se convirtió en un éxito y llegó al número dos de las listas de ventas de rhythm and blues y algunos críticos calificaron a Banks como una de las voces más expresivas del momento.

A esta sacudida apasionada siguieron unas cuantos sencillos más, reunidos en 1967 en el álbum Darrel Banks Is Here [se puede escuchar en esta lista de YouTube]; el fichaje por el sello Volt, filial del imperio Stax, casa madre del mejor soul, y la edición, dos años más tarde, de un segundo elepé, el maravilloso Here to Stay.

"Here to Stay" (1969)

«Here to Stay» (1969)

Las buenas críticas que destacaban el estilo impecable de Banks, a quien se consideraba uno de los intérpretes con más futuro de la música negra, no suavizaron el carácter del cantante, arisco y camorrista. El final fue como un ritual repetido en la nónima de tragedias de los vocalistas de soul muertos a balazos —Sam Cooke y Marvin Gaye son los más conocidos—.

Una noche de febrero de 1970 Banks esperaba, a la salida del trabajo, a su mujer, camarera de un bar de Detoit. Vivían separados desde hacía meses porque ella no soportaba los arranques de mal genio del marido. Banks no sabía que a ella la estaba esperando también su nuevo novio, el policía Aaron Bullock. Las palabras subieron de tono, el cantante zarandeó a la mujer y el policia trató de impedirlo. Banks esgrimió un arma, pero Bullock fue más rápido en disparar la suya. La bala atravesó el cuello del baladista y lo mató en el acto.

Con el  estampìdo del balazo mortal una cortina de olvido e injusticia cayó sobre el cantante: los diarios tardaron ocho días en dar cuenta del suceso porque la Policía de Detroit quiso silenciar todo lo posible la implicación de uno de los suyos en un caso de adulterio finalizado en homicidio.

Banks, que permaneció enterrado en una tumba sin nombre hasta que fans de todo el mundo recaudaron dinero para una lápida, se desvaneció musicalmente: sus discos fueron inencontrables durante décadas hasta que el modélico sello inglés Ace Records, una fabrica de reedición de tesoros, publicó, hace unos meses, la recopilación I’m The One Who Loves You – The Volt Recordings [se puede acceder a las canciones en esta lista de YouTube].

Ánxel Grove

Graham Parker & The Rumour vuelven a tocar juntos tres décadas después

Graham Parker & The Rumour, 1978 y 2012

Graham Parker & The Rumour, 1978 y 2012

Entre las dos fotos hay una eternidad. La de arriba muestra a seis tipos orgullosos en el año caliente de 1978. Los mismos aparecen abajo en una imagen de hace sólo unas semanas. Los 34 años de distancia son palpables: canas, camisas de señores respetables y pose amable. Un solo factor común: las Rayban con las que Graham Parker —al frente en ambas fotografías— oculta la mirada.

La buena noticia musical de este otoño es la reunión de Graham Parker & The Rumour, que vuelven a tocar juntos por primera vez desde 1981. Editan disco, Three Chords Good —a la venta el 19 de noviembre— y se embarcan en una gira de quince conciertos en los EE UU.

Entre 1976 y 1981 fueron los mejores: nadie les ganaba en afilada intensidad y solidez. Aunque por mercadotecnia y temporalidad les metían en el muy variado movimiento de la new wave británica, tenían poco que ver con el movimiento y estaban más cerca del arrebato soul.

Empleado diurno de una gasolinera, Parker (1950) cantaba por las noches con bandas de aficionados. En 1975 se animó a enviar una maqueta a Stiff Records, una pequeña discográfica con olfato para detectar que se estaba produciendo un cambio en el modelo de la música pop: el inmovilismo de las macrobandas de los años setenta conduicía a la esclerosis y era necesaria sangre nueva.

Los seis álbumes de Graham Parker & The Rumour

Los seis álbumes de Graham Parker & The Rumour

Entre 1975 y 1981, los discos de Parker te conducían a la creencia de que Sam Cooke y Otis Redding habían regresado de entre los muertos. Eran carnosos, hablaban en el idioma nocturno de la pasión, se derretían como miel y punzaban.

Parte de la responsabilidad era del sólido grupo de acompañamiento, The Rumour, un quinteto que provenía de la tradición del pub-rock inglés más inflamado y en el que destacaba el guitarrista Brinsley Schwarz, un maestro de la emoción contenida y uno de los mejores instrumentistas de su generación.

Ya conté en otra entrada de este blog como la media docena de discos de Graham Parker & The Rumour dejó en estado de shock al gremio. Bruce Springsteen —que colaboró en algún disco del inglés— llegó a declarar sobre Parker: «canta y compone tan bien que resulta intimidante».

"Three Good Chords"

«Three Good Chords»

Del nuevo disco de Graham Parker & The Rumour han asomado la ridícula cubierta y un par de canciones (una de ellas se puede escuchar en streaming aquí). La sensación no es la misma —falta furía—, pero las melodías con impecables.

Sea como sea, les perdono la falta de pegada sólo por escucharles de nuevo. Fueron la mejor máquina de matar del soul blanco y aquel carácter letal no ha podido perderse.

Ánxel Grove




El regreso del gran Bobby Womack a los 68 años


Quizá recuerden la secuencia. A mi entender es la mejor que ha dirigido Quentin Tarantino.

Es la cabecera de créditos de Jackie Brown (1997) y no dice mucho en favor de las dotes como cineasta del deslenguado director que la tensión dramática la sostengan la presencia robusta de la gran actriz Pam Grier, musa de la blaxploitation, y la soberbía canción que suena de fondo, Across 110th Street.

La pieza ya había sido el tema central, 25 años antes, de la película del mismo título (no en España, donde los traductores hicieron de las suyas, volvieron a pensar que los espectadores necesitamos anzuelos semánticos y la llamaron Pánico en la calle 110).

El poder de la canción es de alto calibre. En 2007 volvió  a ser elegido como tema musical principal de American Gangster (Riddley Scott), un thriller sobre el negocio de la heroína en Nueva York en los años setenta.

El hombre que canta Across 110th Street, la canción tantas veces reclamada por su capacidad de sugerencia, cumplirá 68 años en marzo.

Si la semana pasada dediqué la sección Top Secret que publicamos cada lunes al fallecido cantante Howard Tate, muerto en el semi olvido de una residencia de ancianos, hoy le toca a un trovador de la misma escuela -la hondura sagrada del soul-, Bobby Womack.

Bobby Womack

Bobby Womack

Esta vez no se trata de dar cuenta de un póstumo obituario. La buena nueva es que Womack, después de una docena de años sin conseguir los medios o la confianza empresarial para grabar un disco, está a punto de editar The Bravest Man in the Universe, anunciado para abril por la discográfica británica XL Recordings.

El álbum, ya terminado, está coproducido por Damon Albarn (Blur, Gorillaz) y Richard Russell, el fundador de XL y colaborador de, entre otros, Radiohead, The White Stripes, Dizzee Rascal, M.I.A., Vampire Weekend y Adele.

Womack, bregado con sus cuatro hermanos en los coros gospel de los oficios dominicales, fue descubierto hace cincuenta años por Sam Cooke, que ficho al grupo para su empresa editora, SAR Records, donde los chicos grabaron como The Valentinos.

Single de los Valentinos

Single de los Valentinos

En 1964 les favoreció la ceguera que padecía el Reino Unido, donde los Rolling Stones se colocaron por primera vez en el número uno de los hit parade de las canciones más vendidas con It’s All Over Now, compuesta por Womack y editada por los Valentinos unos meses antes. La versión original era sólida, salvaje. La de los Stones, amanerada y sin aristas.

Descorazonado por la dureza del camino contra la industria y sus caprichos, Womack se refugió en el trabajo de guitarrista de estudio. Tenía una de las técnicas más depuradas de la época. Zurdo, como su amigo y admirador Jimi Hendrix, tocaba con las cuerdas al revés (las graves, abajo).»Tocas como una persona caminando de espaldas», le decía Hendrix.

Acompañó a Aretha Fraklin (de Womack es la inolvidable guitarra de Chain of Fools), Ray Charles, James Brown y Wilson Pickett, cedió una de sus canciones a Janis Joplin y es una de las piezas claves del histórico There’s a Riot Goin’ On (Sly & The Family Stone, 1971), la gran puerta de entrada al funk de los años setenta.

Bobby Womack

Bobby Womack

Los movimientos de Womack desde entonces han sido erráticos. En 1971 firmó un excelente disco, Communication (con la caliente That’s the Way I feel About Cha), pero a partir de ahí pareció naufragar e incluso regresó al seguro refugio de los circuitos de gospel.

Hace dos años colaboró con Gorillaz en la canción Stylo, les acompañó en algunos conciertos en directo y cimentó la relación con Albarn que ha dado lugar al disco de renacimiento.

No he escuchado aún The Bravest Man in the Universe y admito que algunos detalles (el dúo con la desleída Lana Del Rey, por ejemplo) me hacen temer lo peor, pero a Womack le concedo el crédito de haber compuesto y cantado una de las canciones más tensas y dramáticas de la música negra, Across 110th Street, un medio tiempo de tenso suspense sobre la historia de un hijo del gueto, un soul-hablado que comunica tanto como varias películas juntas.

Ánxel Grove