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El blues nunca fue una monarquía

Restos de la cabaña de Muddy Waters

Restos de la cabaña de Muddy Waters

Quizá sólo sea necesario un tablón podrido de madera y esos árboles bíblicos, marchitos como esqueletos, para definir el blues, una música, una forma de vida, que, como dice el historiador del género Ted Gioia, «procede de otro mundo», un lugar donde el hombre no es distinto al perro porque ambos tienen una misma posibilidad de redención: el aullido.

La cabaña —que, huelga decirlo, ya no existe— estaba en medio de una gran plantación algodonera, la Stovall, no lejos de Clarksdale, en el estado de Misisipí. La familia Stovall, dueña de tierras, hombres, mujeres y destinos, terminó cambiando el algodón por la promoción inmobiliaria en Chicago.

Algo inconcebible o algo bendito, una furia geodésica o una divina peste en el agua de las fuentes, debe tener el lugar, porque allí, un villorio que a principios del siglo XX andaba por las 10.000 almas, nacieron  Eddie Boyd, Willie Brown, Eddie Calhoun, Sam Cooke, John Lee Hooker, Son House, Ike Turner y Junior Parker. En uno u otro momento del primer tercio de la centuria, en el pueblo vivieron también Robert Johnson, Muddy Waters y Howlin’ Wolf. Conozco grandes capitales sobradas de amor propio cuyos elencos de héroes locales perderían por paliza cien de cada cien partidos.

Si hay una capital mundial del blues, está en Clarksdale, donde el divino Misisipí traza meandros porque quiere retrasar en lo posible el desagüe en el Golfo de México. No es necesario que sepas que un poco al oeste discurre un río para que sientas su poder. Cuando vibra con el viento, la corriente levanta polvo a millas de distancia. Si se desborda el cauce, ya puedes montarte en el mejor caballo.

En la cabaña vivía el hombre que toca la guitarra y canta esta canción, grabada allí mismo, frente a la madera seguramente ya podrida por entonces y los esqueletos disfrazados de árboles, en 1942.


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El primer disco de Clapton tras salir de la heroína

"461 Ocean Boulevard" - Eric Clapton, 1974

"461 Ocean Boulevard" - Eric Clapton, 1974

Adolescente prodigio del blues entendido como idioma británico —primero con los Yardbirds y luego con John Mayall & The Bluesbreakers—, dios del vuelo astral y sólido con Cream, integrante del primer supergrupo, autor de la canción de amor más arrebatada del rock, hilador de desgracias, venerado y respetadísimo guitarrista para todos los públicos

La carrera de Eric Clapton, que en 2013 cumple medio siglo sobre los escenarios, tiene demasido matiz como para ser abarcable con una sola mirada. El carácter frágil del personaje, la mala sombra que parecía abocarle a la desdicha, algunos movimientos musicales erráticos y la acomodación reciente en el estatus de playboy, artista de masas y habitante de las revistas de papel couché tampoco contribuyen a que sea posible separar el agua del aceite, las grandes obras de las medianías.

De la tortuosa discografía del guitarrista de Surrey —demasiado desordenada, como si Clapton buscase en el zig zag un refugio contra sus demonios interiores—, rescato hoy una pieza menor: 461 Ocean Boulevard, un disco editado en julio de 1974 al que pocas veces se resalta bajo la compleja sombra de una obra marcada por la incotinencia.

Eric Clapton, 1974

Eric Clapton, 1974

El disco es humilde y apocado: no hay estremecedores solos de guitarra, la producción es de bajo nivel y los músicos parecen tocar sentados, sin necesidad de desmelenarse.

Algo de eso hay: Clapton acaba de salir de una radical rehabilitación para desengancharse del consumo esnifado de heroína —en su biografía jura que nunca se la metió por vía endovenosa—, que le llevó a gastar unos 20.000 euros semanales y no abandonar un encierro de tres años. Todos le daban por acabado tras la edición de Layla and Other Assorted Love Songs (1970), una obra inolvidable que pareció maldecir a sus intérpretes. Con 461 Ocean Boulevard  logró confiar en sí mismo otra vez.

Aunque la historia se quedó con I Shoot the Sheriff, versión de una canción de Bob Marley que se convirtió en el primer número uno de las listas de ventas que conseguía Clapton, 461 Ocean Boulevard contenía mejores canciones. Mi favorita es Get Ready, un sorprendete lamento soul, que Clapton compuso a medias con Yvonne Elliman.

Pese al tono de alivio del álbum —al que contribuyó que se gestase en la blanca mansión de las afueras de Miami que aparece en la cubierta—, el peligro seguía poniendo zancadillas a Clapton y sus colaboradores. La heroína fue sustituida por el mucho más lento pero no menos letal alcohol. Carl Radle, bajista y mano derecha de Clapton, bebía incansablemente —murió seis años más tarde de cirrosis hepática—. Clapton también le dió duro a la botella y tuvieron que pasar más de quince años para que abandonase la dependencia.

Ánxel Grove