Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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Chantal Mouffe y el populismo necesario

El término ‘pospolítica’ asociado a la Unión Europea no es nuevo. Aparece en textos más o menos académicos a poco que uno escarbe. La ‘postpolítica’ no es más que el estadio en el que ahora mismo nos encontraríamos. El de la disolución del conflicto político, donde las fronteras ideológicas entre la izquierda y la derecha cada vez están más difuminadas. La ‘postpolítica’ sería la versión refinada de aquello que algunos resumen en las siglas PPSOE.

Viene esto a cuento de una extensa entrevista con Chantal Mouffe. Una entrevista antigua, publicada en el mes de mayo por The European, y en la que la politóloga explica por qué defiende el populismo como una salida válida a la despolitización del espacio europeo. A los lectores del blog no os sonará nuevo. El argumento de que debemos aprender de los populistas ya ha aparecido en varios posts y en boca de personas más formadas y autorizadas para decirlo que yo.

Alexis Tsipras, líder de Syriza (EFE).

Alexis Tsipras, líder de Syriza (EFE).

Pero la Mouffe va más allá de reclamar la equiparación de las formas para exigir, como renovadora de las tesis de Carl Schmitt que es, el retorno del conflicto. Asegura en su línea de que el populismo es una dimensión necesaria de la política democrática que un populismo de izquierda (left-wing populism) es «la única vía para luchar contra el creciente éxito de los partidos populistas de derechas en Europa».

Una solución radical (entendiendo por radical lo que ella entiende, claro). Si el objetivo es «repolitizar» Europa algo que de tan reclamado y tan comentado está casi a punto de convertirse en lugar común hay que 1) crear un proyecto con el que los ciudadanos puedan identificarse 2) abandonar la neutralidad institucional y 3) recuperar la dimensión afectiva y pasional de la política. Dice:

Para mí, la política democrática tiene que ver con la creación de un demos, un poder colectivo. Esto es lo que el populismo está tratando de hacer y por esto no considero que el populismo sea algo necesariamente antidemocrático. Sin embargo, necesitamos preguntarnos cómo este demos necesita ser creado para así fomentar estas políticas democráticas. La gente debe saber si no quiere una Europa neoliberal.

Cito el pensamiento de Mouffe, con la que a veces he estado de acuerdo, no porque lo comparta, sino porque entrelíneas de su discurso se pueden vislumbrar las ideas políticas de algunos partidos, caso de Podemos, al que habitualmente se le endosa el adjetivo populista creyéndolo un insulto, cuando en realidad es muy posible que sus miembros lo exhiban con orgullo razonado.

* La entrevista completa (en inlgés) con Chantal Mouffe.

* La versión PDF de uno de sus libros más celebrados, El retorno de lo político.

Jaume Vallcorba, una educación europea

Lo mío con Acantilado fue amor a primera lectura, aunque luego pasó bastante tiempo antes de atreverme a comprar una de sus ediciones. Las miraba, las deseaba, pero a mi huraña condición de maniático ahorrador (porque euros para libros sí tenía, para fundar una editorial no, pero para libros sí) le dolía gastarse un dineral en cada uno de aquellos volúmenes primorosos. Después lo he racionalizado diciéndome que quería posponer el momento.

Dos títulos de Acantilado que andan por casa. (N.S).

Dos títulos de Acantilado que andan por casa. (N.S).

Era falso: por aquel entonces los sacaba y leía de la biblioteca, algo ajados y ya profanado ese papel color hueso que tanto placer da aprisionar. En fin, que tardé bastante en tener mi primer Acantilado (¡afán de posesión!), pero cuando llegó –La filial del infierno en la tierra, qué maravilla– ya no paré… hasta llegar a pensar, con cierta satisfacción, que trabajaba únicamente para poder comprar los libros editados por Jaume Vallcorba.

Porque mi educación europea, mi cortísima erudición, le debe casi todo a los autores que Vallcorba publicaba y que ya no hará más. Me alegra observar que es un pensamiento común, que no estoy solo. He leído homenajes agradecidos que destacan en este hecho: los libros de Acantilado nos abrieron a lo mejor de la república de las letras que ha dado nuestro continente en 500 años. Así lo escribe, por ejemplo, Ramón González Férriz en su cariñoso elogio del finado en Letras Libres, y así lo afirmo también yo, aunque sea algo peor y algo más tarde.

¿No sabéis por dónde empezar y queréis una selección de libros? Os daré la mía, aunque itinerarios haya tantos como lectores. A todos los Joseph Roth, claro, y a todos los Zweig, por supuesto, añado un poquito de Danilo Kis, otro poquito de Montaigne (un mucho, en realidad), otra cucharada de Philippe Ariès, Tucholsky (la cita que encabeza el blog la extraje de un compendio de sus crónicas), Fumaroli, Schnitzler o Zbigniew Herbert. Ensayo, novela, poesía. A todos ellos, y a muchos más, los leí con una emoción inédita y guardo su forma y su fondo como un tesoro íntimo. Aunque ya lo dicho, lo estupendo, lo que más reconforta, es saber que no soy el único.

A Santos Segurado, que tanto los habría disfrutado.

 

 

Daniel Utrilla: «Gorbachov y Yeltsin eran débiles y manejables. Putin no lo es»

Soy casi casi la némesis de Daniel Utrilla. Y perdón por la primera persona y por ponerme delante, pero mi disculpa es sencilla: soy seguramente más burro que él, salvo cuando se trate de ingerir hectolitros de vodka. Cometo periodismo digital, jamás he cruzado los Urales y prefiero Dostoievski a Tólstoi. Nos une el Real Madrid y Josep Pla, lo que no es poca cosa. También una forma antigua de entender el periodismo, que él logró practicar y yo –»la prisa venció a la prosa»– apenas alcancé a leer.

Daniel parece (desde la simpatía de lector agradecido) un tipo agudo y observador. Daniel es, eso sí que es seguro, un fantástico cronista. Sus piezas en El Mundo, periódico para el que trabajó de corresponsal en Moscú durante una década, son pequeñas joyas del oficio. De aquella experiencia objetiva nació su delicioso tocho subjetivo sobre Rusia, A Moscú sin Kaláshnikov (Libros del K.O., 2014), del que con entusiasmo apenas disimulado os hablé antes del verano. Esta conversación, pues, tiene su origen en aquella fascinación.

Pregunta. No sé si darle el pésame antes por Di Stéfano o por Shevardnadze… o por ambos al mismo tiempo.
Cuando el pasado 7 de julio me enteré que había muerto Di Stefano sentí el impulso de colgar una foto suya vestido de blanco como fondo de mi página en Facebook. Sin embargo, lo confieso, no sé qué tendría que pasar por o sobre mi cabeza (ni de qué tamaño) para que hiciera lo mismo con una foto de Shevardnadze. Curiosamente, recuerdo haber escrito dos cuentos sobre ellos en mi etapa de corresponsal (el sinvivir del periódico no daba tregua para narraciones de mayor alcance): uno mágico-realista sobre en Di Stefano y otro sobre Shevardnadze que se me ocurrió durante la revolución de los claveles que lo despachó del poder en 2003. Sin embargo, más allá de sus respectivos liderazgos en el Madrid y en la última diplomacia soviética, respectivamente, me cuesta encontrar puntos simbólicos de conexión entre estas dos figuras. Probablemente, porque son contrapuestas: Di Stefano encabezó la construcción de un ‘imperio’ y Shevardnazde la descomposición de otro imperio. Di Stefano forjó un Real Madrid de leyenda, el de las victorias infatigables y enceguecidas, la del “equipo invencible aunque pierda”, como recordaba el otro día Valdano; mientras que Shevardnadze fue el rostro de la perestroika, un periodo que desde Occidente se percibió erróneamente como triunfal porque suponía el fin de la bipolaridad, pero que desde Rusia se sigue asociando al desgobierno, a la penuria y al naufragio de una superpotencia.

Daniel Utrilla, asomado al balcón de la casa de Tolstói en Yásnaia Poliana (IMAGEN: Anastasia Laukkanen)

Daniel Utrilla, en la casa de Tolstói en Yásnaia Poliana (IMAGEN: Anastasia Laukkanen)

P. ¿Cómo explicaría a un chaval de 20 años al que le guste el fútbol y tenga curiosidad por Rusia la importancia de estos dos nombres?
Supongo que cuando dices «fútbol», en realidad querías decir «Real Madrid» (un error lo tiene cualquiera). Sin Rusia y sin el Real Madrid no se puede entender la historia política y futbolística del siglo XX. Ambos fenómenos, Rusia y el Real Madrid, tienen un rasgo en común que, precisamente, es el que Di Stefano trajo a Chamartín: la obsesión por la victoria (en el caso de Rusia una obsesión no solo aplicable al terreno militar, sino también al científico, cósmico, deportivo, arquitectónico, eurovisivo…).

P. Vamos a su oda a Rusia en 500 páginas… ¿A Moscú sin Kaláshnikov es un libro para hacer conversos a tu rusofilia, para explicarla, para entenderla usted mismo o simplemente constituye la racionalización de una pasión infantil?
Creo que es la crónica más subjetiva que he escrito sobre Rusia, pero a la vez la más verdadera de todas. No pretendo convertir a nadie ni sentar cátedra. Trato de indagar en una obsesión, en la gran obsesión estética de mi vida (con el permiso del Real Madrid). Porque, como decía alguien, no recuerdo quien, pero seguro que no era Shevardnadze, «somos nuestras obsesiones». Por otra parte, escribir con humor sobre un país al que la prensa occidental pinta como el más ceñudo del planeta era un verdadero reto. Los rusos son un pueblo muy divertido, y no se los puede conocer leyendo solo la prensa.

P. El libro sigue dos líneas, una amable, divertida, cuando habla de su Real Madrid y de su Moscú (a pesar del frío, las distancias y las rubias esquivas de piernas infinitas); y otra un poco más melancólica, casi irónica, sarcástica, que reluce cuando hace juicios sobre el periodismo. ¿Tan mal le ha tratado? ¿Le tachaban demasiados juegos de palabras y metáforas?
Al periodismo se lo debo profesionalmente todo (incluido este libro). Trabajar de corresponsal en Rusia fue mi sueño desde muy joven. Pero a lo largo de los once años que desempeñé el oficio aquí en Rusia, fui sintiendo cómo la profesión que amaba se iba convirtiendo en otra cosa (la prisa se impuso a la prosa). A ello se une el desgaste de once años sin desconectar un solo día el teléfono móvil, lo que puede desfigurar un sueño hasta dejarlo irreconocible. Al final, con la precipitación de las crónicas de internet, tuits, blogs, video-análisis y la muerte paulatina del diario de papel (atropellado por falta de tiempo y de recursos), acabé por no reconocer la profesión que amé, la de ese reporterismo que Gabriel García Márquez equiparó con un «género literario» y que me gustaría volver a practicar algún día. De hecho mi libro, como todos los que publica Libros del K.O. es a fin de cuentas una crónica, una crónica sobre fondo blanco (nevado y merengado) sobre mi vida en Rusia, y que he tenido el placer de escribir a lo largo de un año. Me queda la satisfacción (que reflejo en mi libro) de haber tenido la suerte de practicar la profesión del corresponsal tal y como se venía practicando desde que se inventó allá a finales del siglo XIX: viajando, observando, tomando notas y escribiendo con tiempo para pensar el adjetivo (como hacía Pla mientras liaba sus cigarrillos) o esas metáforas tan liadas que a mí tanto me gustan. En cuanto a si me tachaban juegos de palabras, confieso que intentaba contenerme dependiendo del género (no es lo mismo escribir una noticia sobre una fusión petrolera que un blog sobre un buscador de yetis), pero debo decir que El Mundo es un periódico que da mucha libertad estilística a la hora de escribir los temas. Al menos a mí me la dieron, y eso es algo que motiva al periodista y por lo que le estoy profundamente agradecido. La forma ha sido siempre para mí tanto o más importante que el contenido. Por eso, entre otras razones, no me gusta el periodismo digital, porque descuida la forma. Y la firma.

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P. Por las páginas de su libro aparece de vez en cuando el nombre de Limonov, al que todos nosotros –los no rusófilos– empezamos a conocer gracias a la novela o lo que sea de Carrère. Escribí una reseña de su libro hace unos meses, y en un comentario, un chico francés fanático de su figura (de la de Limónov) me dijo que estábamos equivocados respecto a él, que el mito creado por Carrère no se corresponde a la realidad… ¿Le gustó el libro de Carrère? ¿Y el Limónov de carne y hueso?
La magia de la literatura (y una de las razones por las que considero que es superior al periodismo) es precisamente esa: que pueda abordar personas y hechos desde puntos de vista impensables y mucho más profundos, poliédricos (¿metafísicos?) y originales que los de la prensa diaria. Objetivamente, Limónov es un personaje residual de la realidad política rusa al que los periodistas extranjeros (yo incluido) no se han tomado nunca demasiado en serio, por esa mezcla explosiva de bolchevismo y ultranacionalismo de corte fascista que gasta. En cambio, Carrère tuvo el atrevimiento de meterse en el alma del personaje y de hacerlo trascender más allá de sus caricaturescas circunstancias vitales (quizá por eso el propio Limonov reconoce que no se reconoce del todo en el retrato, según leí el otro día en la entrevista que le hizo mi amigo Rodrigo Fernández, corresponsal de El País). Al margen de la simpatía o rechazo que a cada cuál le despierte Limónov, el libro tiene el acierto de humanizar al personaje, con sus sueños, virtudes y bajezas. El periodismo no suele llegar tan hondo en la disección de las almas (que son la materia prima de la literatura). Carrère ha logrado hacer eterno lo coyuntural, y ahí reside el mérito del libro. Si en lugar de Limónov hubiera escogido al polémico ultranacionalista Zhirinovski o a cualquier otro personaje de la oposición política rusa el resultado habría sido parecido. A mí lo me que me gusta y cautiva del Limonov de Carrère no es su peripecia política (por peregrina que sea), sino su carácter completamente ruso, una mezcla explosiva y contradictoria de vitalismo, mística pagana, literatura, orgullo, patriotismo, sexualidad desatada (todo ello mezclado con suficiente alcohol como para parar un Transiberiano). Creo que Carrère conoce muy bien a los rusos y nos ofrece un espécimen en carne viva. ¡Chapó!

P. Siguiendo con Carrère. Su opinión sobre Putin me ha recordado en parte a la semblanza que tú mismo esbozas de él. Un concienzudo estadista, un hombre de Estado (con sus debilidades humanas), incomprendido por Occidente (tanto por la prensa como por los políticos) y que gobierna en virtud de un ‘algo trascendente’ que los europeos parece que han desterrado de su oficio…
En un primer momento tuve la ocurrencia de que ‘Putin’ no apareciera en esta ‘crónica sentimental de la ‘Rusia de Putin’ pues quería desterrar el discurso político de mi libro, para que predominase el elemento antropológico; pero enseguida me di cuenta que era imposible, no solo por la entidad del personaje, sino porque solo alguien como Julio Camba (que se iba en los años 20 a EE UU a escribir sobre las elecciones y se permitía el lujo de enviar artículos sobre el chicle o los bailes de los negros sin mencionar a los candidatos) era capaz de hacer eso, de centrarse únicamente en el factor humano. La dimensión antropológica me interesa por dos razones: primero, porque el choque cultural es una fuente constante de humor; y, en segundo lugar, –y volviendo a la pregunta– porque para entender a los líderes políticos, primero hay que entender a sus pueblos (cosa que al egocentrismo occidental a veces le cuesta mucho). En este sentido, hay que decir que Putin es muy ruso, de ahí que sea tan popular entre su pueblo, algo que también le cuesta entender a Occidente. En relación a esto, me gustaría rescatar una idea que aparece en El Imperio de Kapuscinski: La de que Occidente nunca se ha llevado bien con los líderes rusos fuertes. Se ofusca y no sabe tratar con ellos. Creo que por una mezcla de miedo e incomprensión. Gorbachov y Yeltsin eran débiles y manejables. Putin no. Cuando Obama se disponía a lanzar un ataque sobre Siria en 2013, Putin le espetó: «Me dirijo al señor Nobel de la Paz: piense en las víctimas inocentes que causará su ataque». Hacía mucho que un líder ruso no se atrevía a tratar de tú a tú a uno estadounidense. Putin ha recuperado ese orgullo de superpotencia que se perdió con la perestroika y que muchos rusos añoraban.

P. Usted, como Anne Applebaum, os referís con frecuencia al ‘putinismo’. ¿Qué es? ¿En qué se diferencia del ‘obamismo’, el ‘merkelismo’ o el ‘berlusconismo’?
Más allá del simple intento de abarcar un periodo histórico, en mi caso yo al -ismo del ‘putinismo’ le conferiría un cierto matiz de surrealismo (de hecho se suelen llamar ‘putinismos’ sus habituales salidas jocosas de tono, como cuando en un G8 le preguntaron si se consideraba un demócrata y respondió que «desde que murió Mahatma Gandhi» no tenía «con quien poder hablar». Esa faceta campechana no llega a los telediarios de Occidente, donde se lo suele mostrar siempre ceñudo o empuñando rifles, a ser posible con gafas negras. Putin es un tipo de líder realista-mágico (el realismo por delante), sobre todo cuando comparece dándole la mano a una morsa, besando un esturión o guiando a las cigüeñas con ala delta. A mí todo esto me parece muy raro, muy divertido y tremendamente literario, lo que contrasta con la grisura funcionarial de nuestros políticos. Además, yo de pequeño quería ser Félix Rodríguez de la Fuente y estas cosas me ponen.

P. Ucrania, Transnistria, Moldavia… ¿qué quiere hacer Putin en su patio trasero? ¿Con qué armas política cuenta y qué legitimidad tiene ante su población? Da la impresión que la oposición a Putin se ha desinflado en los últimos meses…
Si analizamos con cierta perspectiva lo ocurrido en Ucrania desde el golpe de Estado de Kiev del pasado mes febrero, hay un hecho objetivo a día de hoy: Putin no ha invadido militarmente el este de Ucrania, pese a que los agoreros de la prensa occidental se rasgaran las vestiduras desde el primer momento vaticinando lo contrario, en medio de una histeria mediática. De hecho, hubo quien comparó a Putin y a Crimea con Hitler y los Sudetes, e incluso quien vaticinó la entrada de tanques rusos en Tallin, Riga y Vilnius. Durante aquellos días recuerdo que me impactó un titular de la prensa española que decía algo así como: “la OTAN se refuerza en el Este ante el avance de Rusia”. Tuve que leerlo varias veces porque no lo entendía, pues los únicos que se han extendido aquí hacia las fronteras rusas en últimos veinte años (y siguen haciéndolo) son los militares de la OTAN. Luego entendí que por «avance» se referían a la anexión de Crimea («reintegración» según los rusos). Pero Crimea es diferente y no tiene que ver con el conflicto del sureste ucraniano (hasta Limonov, el fiero opositor a Putin, defiende la rusidad de Crimea y su reincorporación). La península de Crimea fue parte de Rusia desde el siglo XVIII hasta que Nikita Jrushchov se la regaló a la Ucrania soviética en 1954 en un gesto descabellado de dadivosidad, de la misma forma que podía haberle regalado un puñado de misiles intercontinentales, un iceberg del Ártico o el mausoleo de Lenin. Más allá de los lazos étnicos e históricos (en Crimea fue bautizado el príncipe Vladimiro que cristianizó Rusia), a mí me gusta enfocar la rusidad de Crimea desde un punto de vista más literario, ya que allí guerreó el joven Tolstói como oficial de artillería (léase El Sitio de Sebastopol) y allí cazó mariposas el niño Nabokov (publicó su primer trabajo entomológico fue publicado en 1920 bajo el título ‘Mariposas de Crimea’). Los menciono a ellos porque, junto con García Márquez, conforman mi Trinidad personal de genios de las letras. Lev Tolstói y Vladímir Nabokov son los verdaderos ‘sherpas’ de mi libro en todo lo que tiene de exploración del alma rusa.

P. Esto es un blog de Europa, así que para justificar la entrevista, vamos con la pregunta comodín: ¿Qué consejos daría a los funcionarios de la UE para que entiendan mejor Rusia, además de que, claro, lean su libro?
Glev Pavlovski, antiguo asesor del presidente ruso, dijo hace unos años en una conferencia en Moscú que lo preocupante no es que exista un pensamiento antirruso, que existe por inercias de la Guerra Fría, sino que haya un pensamiento ‘arruso’, es decir, que ignora o no se interesa por Rusia. De ahí nace un poco la idea del libro, la de interesar al lector por Rusia a través de vías culturales o antropológicas no tan trilladas en los medios de comunicación, que se centran con ahínco en la zona oscura.

P. Desahóguese, ‘la Décima’ ha sido como…
… como tocar el cielo con las manos a bordo de la nave Vostok que catapultó al primer ‘galáctico’ aquel mítico 12 de abril de 1961. Aquel día mágico (el de la Décima, no el del vuelo de Gagarin) estuve en el estadio Da Luz por obra y gracia de mis amigos Alberto Fernández Salido (que me llevó en coche de Madrid a Lisboa, donde le dije que reservara hotel en febrero) y Miguel Magro (atlético redomado que vive en Bakú y que me consiguió milagrosamente una entrada). Cuando Sergio Ramos marcó ese gol en el minuto 93, ese gol que conecta con tolo lo que hablábamos antes de Di Stefano y la obsesión por la victoria, salté como un resorte (la ignición), me rocé terriblemente las tibias con el asiento de delante y me hice dos rasgaduras sanguinolentas en carne viva cuya cicatriz aún no ha remitido. 24 de mayo de 2014: de Lisboa al cielo. La Décima era nuestra ‘Crimea’: tenía que caer por su propio peso.

Albania, de la nada a casi la Unión Europea

Lo poquito que sé de Albania lo aprendí en la literatura de Ismail Kadaré y en reportajes de periódicos (crónicas sobre las rarezas del país que me resultan especialmente inhóspitas, tremendas, casi como sueños: como las novelas del propio Kadaré). Aquel código de honor ancestral, aquella dictadura oscurantista, lo más parecido a una Corea del Norte en mitad de Europa. Hoy bueno, desde hace unos días Albania es ya oficialmente y tras tres intentos país candidato a ingresar en la UE. ¿Qué ha pasado en este pequeño país balcánico, aislado, rural, vuelto sobre sí mismo, para que haya pasado de la nada a casi Europa unos pocos lustros?

Una mujer se sube a un tren en marcha en Albania (EFE)

Una mujer se sube a un tren en marcha en Albania (EFE)

Albania es todavía hoy un sistema «híbrido», como lo denomina un completo informe del think tank Fride de 2010. Un país que desde 1992 todavía no ha conseguido organizar unas elecciones que cumplan al cien por cien con los estándares internacionales y cuyos niveles de corrupción son tan altos como bajos son los de libertad de prensa. Así, según el Barómetro sobre Corrupción Global de 2007, el 70% de los entrevistados había pagado algún soborno a un funcionario público. Un porcentaje, según Fride, «mucho más alto que en otros países de los Balcanes y que sitúa a Albania a la altura de Camboya«.

Albania, cuya población es mayoritariamente musulmana y ortodoxa, es el país más pobre de los Balcanes, una región ya de por sí descabalgada respecto al resto de vecinos europeos. Su renta per capita apenas supera los cuatro mil dólares, y su entramado industria sigue siendo casi inexistente. Como contraste a esto, los albaneses han mostrado un apoyo sin fisuras a la futura incorporación al club europeo (un 87% de los casi tres millones de habitantes se muestran favorables a ingresar en la UE).

Una adhesión que, a pesar del importante paso dado este mes junio, a buen seguro tardará en concretarse. La razón es que, aunque el paso al estatus de país candidato ha sido logrado gracias al voto unánime de los 28, pesos pesados de la Unión ya han hecho saber que no están dispuestos a facilitar el ingreso del país… al menos en los próximos años. Francia, Alemania, República Checa o Reino Unido son los estados más renuentes a la incorporación de Albania, y sin su apoyo y a pesar de las reformas emprendidas en el último lustro el gobierno socialdemócrata de Edi Rama lo tiene muy difícil.

Con todo, el informe de la Comisión Europea previo a la concesión del nuevo estatus que comporta más ayudas económicas de la UE de las que hasta el momento recibía alude a los avances experimentados en la gobernanza del país sin dejar de hacer una radiografía exacta de lo que según los funcionarios comunitarios queda por hacer:

Albania will need to 1) continue to implement public administration reform with a view to enhancing professionalism and depoliticisation of public administration; 2) take further action to reinforce the independence of judicial institutions; 3) make further determined efforts in the fight against corruption, including towards establishing a solid track record of proactive investigations, prosecutions and convictions; 4) make further determined efforts in the fight against organised crime, including towards establishing a solid track record of proactive investigations, prosecutions and convictions.

Albania ha sido tristemente conocida, durante estas décadas de abrupta transición al capitalismo luego de varias décadas de comunismo autárquico del siniestro Enver Hoxa, por sus altos niveles de crimen organizado y narcotráfico todavía hoy el Financial Times llama al país la «capital europea del cannabis». Aunque ser candidato a entrar en la UE no es la panacea (y si no que se lo pregunten a la eterna aspirante Turquía), este nuevo impulso, según los expertos, servirá de acicate para situar un estado todavía débil a la altura del resto del continente.

NOTA: Como los europeos, de momento, seguimos teniendo un mes de vacaciones, el blog permanecerá cerrado durante todo julio, salvo que Alemania o Francia ganen el Mundial o haya algún acontecimiento como mínimo igual de relevante. Si os quedáis huérfanos de información europea y por alguna extraña casualidad esto os entristece, podéis seguir los artículos de Dídac, los temas de CC/europa, el blog La UE del revés, etc. Una de las primeras cosas que os prometo a la vuelta será una pormenorizada lista con todos ellos.

Un vuelta a Europa en la Feria del Libro

La Feria del Libro es una feliz tradición entre mis amigos y mi familia. Lo más parecido a un acto de fe anual, como peregrinar al Rocío o a La Meca, pero sin las aglomeraciones ni el fanatismo. Pese a todo, es la primera vez que escribo de forma pública sobre la feria, un momento que llevaba esperando largo tiempo. Soy un animal de costumbres. Mi particular feria consiste en deambular saltándome las casetas de las grandes editoriales y librerías (no comprendo que se vaya a la feria a comprar a la Casa del Libro habiendo tanto material genial, y tan a mano). Luego, siempre compro algo, o bien para mí o bien para regalar; a menudo, para ambas cosas.

Feria del libro de Madrid 2014 (foto: NS)

Feria del libro de Madrid 2014 (foto: NS)

Este año ya he estado un par de veces (¡y quizá repita otra más!). La primera con mi padre. La segunda, hoy, con mi compañero Raúl Rioja. Ambos tuvimos la misma idea: escribir un post en nuestros respectivos blogs del periódico el suyo es de fútbol: ‘Al contragolpe’, os lo recomiendo, ¡el mejor complemento a Europa! sobre cómo la feria trata nuestro negociado. El boom de los libros sobre fútbol biografías más o menos trabajadas, publicaciones oportunistas, joyitas nostálgicas— no se corresponde, para mi desgracia, con un auge similar de las publicaciones sobre Europa, y para rellenar este post con buenas recomendaciones me las has he visto y deseado.

Así, y sin rebuscar demasiado, la Gran Guerra lo monopoliza todo. El aniversario de la Primera Guerra Mundial ha servido de excusa para desempolvar clásicos y dar salida a las novedades editoriales, algunas extraordinarias. El opus magnum de  Margaret MacMillan, De la paz a la guerra (Turner, 2014) , Sonámbulos (Galaxia, 2014), de Christopher Clark o Los cañones de agosto (RBA, 2014), de Barbara Tuchman son algunos de los libros imprescindibles sobre el conflicto. Pero además, como satélites orbitando alrededor de un planeta, han florecido otras obras que no tratan directamente de la guerra, pero sí se enmarcan en el mismo periodo.

Algunas de ellas las conocía, otras no, pero todas tienen una pinta estupenda y demuestran que en el mundo editorial, por trillado que parezca una época, con inteligencia, dedicación y cultura acaban publicándose obras maestras. Así, el Diario de un estudiante. París 1914 (Libros del Asteroide, 1914) de Gaziel, el gran periodista catalán (aprovecho para recomendaros sus memorias, Meditaciones en el desierto, un documento excepcional de la posguerra española) o los recuerdos bélicos del escritor británico Wyndham Lewis son dos obritas que completan estupendamente los grandes tochos. Ah, y una curiosidad para los entusiastas de El señor de los anillos, una biografía titulada Tolkien y la Gran guerra: el origen de la Tierra Media (Minotauro), escrita por el periodista John Garth.

El viaje de Chávez Nogales por Europa en avión (Foto: NS).

El viaje de Chávez Nogales por Europa en avión (Foto: NS).

Pero la Gran Guerra no agota el catálogo de libros sobre/preocupados por/que denuncian a/y que explican cómo es Europa. La editorial Minúscula una de mis favoritas, que lleva años cumpliendo con la terca aspiración de publicar libros primorosos e inolvidables— también desembarcó en la feria con un estupendo muestrario, en el que predominan las obras de literatura de viajes su tema predilecto y novelas y recopilaciones de artículos de autores de gusto europeo. Pero hay otras editoriales y libros que merecen su espacio. Entre ellos, Abada y su colección de obras de Walter Benjamin; Libros del Asteroide, ya mencionada, con su tino reeditando obras olvidadas de Chaves Nogales, como La vuelta a Europa en avión (que confieso que aún no he leído) o Capitán Swing, que publica un libro de relatos orales de Hans M. Enzensberger Europa en ruinas (que tampoco he leído, pero que se parece en la forma a su clásico El corto verano de la anarquía).

¿Más? Sin duda, aunque también he echado en falta obras más académicas, ensayos de naturaleza menos panfletaria (en el buen sentido) y algún que otro libro de carácter divulgativo y político. No digo que no los haya. Sé que los hay, y muchos los he leído, pero visibilidad en la feria parece que no están teniendo demasiada. Personalmente, me he quedado con ganas de comprarme Reinos desaparecidos, de Norman Davis, pero para compensar me he llevado dos que creo que me van a proporcionar momentos muy gozosos, que espero compartir con vosotros: En busca del significado perdido. La nueva Europa del Este (Acantilado, 1914) del gran Adam Michnik y A Moscú sin Kaláshnikov (Libros del K.O., 1914) de Daniel Utrilla.

 

 

 

Europa y sus ciudades: tres reflexiones que nunca antes habrás visto escritas juntas

No es exagerado afirmar que el espíritu de las ciudades ha modelado Europa. Es tan solo una obviedad para cualquier observador atento de su historia. La urbe europea, desde el burgo medieval a la megalópoli actual, es un vestigio material fundamental de nuestro pasado. Territorios de personas libres (o cada vez más libres) luchando —sin ser conscientes,  desde su anonimato— contra el topos del menosprecio de corte y la alabanza de aldea.

Una vista de París (EFE)

Una vista de París (EFE)

Y eso que hasta anteayer Europa fue un continente eminentemente rural. Anteayer es, concretamente, hace 65 años, cuando de las ruinas comenzaba a surgir un embrión de paz y prosperidad. La tensión entre el campo y la ciudad ha sido una constante en la historia europea (también debemos entender la PAC como una solución a ese conflicto), y el mundo rural sigue muy presente en el imaginario de los urbanitas, aunque ahora con otras connotaciones (irse al pueblo).

Este preámbulo es una forma de engarzar con tres referencias a las ciudades europeas. La primera la he extraído de El artesano, del sociólogo Richard Sennett, un autor que incomprensiblemente se me había atragantado y gracias a la insistencia de mi amigo Jesús Bermejo finalmente he leído con muchísimo provecho (¡y lo seguiré haciendo!). La cita se enmarca dentro del capítulo dedicado a los ‘lugares de resistencia’:

Desde sus orígenes, el centro de la ciudad europea ha sido más importante que su periferia; las cortes, las asambleas políticas, los mercados y los centros de culto religiosos más importantes han tenido su sede en el centro de la ciudad. Este énfasis geográfico se traducía en un valor social: el centro es probablemente el lugar más compartido por la gente.

La segunda pertenece al imprescindible La Vieja Europa y el mundo moderno, el breve opúsculo del recientemente fallecido Jacques Le Goff, historiador francés al que, quizá os acordéis, dediqué un obituario de urgencia (aunque ahora que estoy, aquí os dejo otro mucho mejor, publicado en El Mundo ). Le Goff hablaba de las ciudades de los años noventa:

Las tropas de parados, de <<nuevos pobres>>, de drogados, de delincuentes de los barrios bajos urbanos sirven de eco en la actualidad a esos marginales, a esos excluidos. Europa supo superar esos miedos y esas crisis. Debe hacerlo hoy sin esperar a que las ciudades que fueron los focos de civilización de Europa estén sembradas de más cadáveres de vencidos por la exclusión.

La tercera referencia es la más curiosa de todas. Como solía repetir un profesor al que apreciaba, los historiadores estamos obsesionados con el futuro, por eso estudiamos el pasado. En cambio, se ve que ha habido gente, y todavía la hay, que tiende más a investigar el futuro (no sé si obsesionados con el pasado). Estas investigaciones, leídas desde ese futuro aludido, mueven a la risa, a la ingenuidad y a veces a la sorpresa (por lo acertado de la proyección).

Así pasa con una joya de enciclopedia alemana, traducida al español en los años 70 y publicada por el Círculo de Lectores, que he conocido gracias a mi compañera Melisa Tuya. Es una obra de divulgación con vocación optimista, pacifista y hasta cierto punto rigurosa; entre los volúmenes dedicados a La Tierra, La Técnica o Las Ideas, hay uno dedicado al Futuro (que fue el que Melisa me prestó).

En él, algunas de las «novedades pronosticables» que hacen los autores son del todo —y afortunadamente— equivocadas (la población mundial no es hoy de 15.000 millones de habitantes) y otras son sorprendentemente ciertas (la televisión tridimensional, o la prensa llegando a un «receptor casero»). Pero en lo que nos ocupa, las ciudades y Europa, me ha llamado la atención la visión lóbrega del concepto de ciudad futura (automática, hubiera dicho Camba) que imaginaban. Según la enciclopedia:

La URCCE (Unión de Grandes Aglomeraciones Urbanas Europeas) prevé una megalópolis que llegará de Liverpool a Ginebra e incluirá 200 millones de habitantes en un complejo sin solución de continuidad. Doxiadis, proyectista de la ONU, prevé un fusionamiento de las alfombras de casas hasta formar la ecumenópolis que rodeará La Tierra.

Desconozco si la URCCE existe o existió alguna vez (la ONU de momento sí, aparece en la prensa de vez en cuando) y en qué quedó todo ese magno proyecto. Pero lo cierto es que aunque Europa sigue conservando ciudades diferenciadas, los límites entre sus habitantes se estrechan. Hasta cierto punto, la predicción de los autores del libro no era disparatada: aunque físicamente no vivamos todos juntos, sin solución de continuidad, los urbanitas europeos nos hemos ido asimilando y homogeneizando según un modelo y unas pautas.

*Actualización: Cambié la imagen a sugerencia de un lector.

Tres clérigos europeos ‘insiders’ atípicos

Tres europeos. Tres clérigos de Benda franceses. Los tres insiders de la cultura y la política de su tiempo. Pero los tres, a su vez, atípicos librepensadores en un mundo de compromisos ideológicos fanáticos e inquebrantables. El último libro de Tony Judt publicado en español –nunca una muerte prematura nos ha proporcionado momentos librescos tan gozosos– es un homenaje a una terna de intelectuales que «vivieron a contracorriente de épocas de irresponsabilidad».

El peso de la responsabilidad (Taurus, 2014) es un ensayo magnífico al tiempo que despiadado por lo que insinúa o calla. Quizá a aquellos que acostumbran a citar a Judt un tanto a la ligera les sorprenda su defensa intelectual y moral de Raymond Aron (no tanto la de Léon Blum o Albert Camus, figuras recordadas hoy con mucha más benevolencia), pensador instrumentaliazado en régimen de monopolio por la derecha, como sucedió también con Karl Popper y, salvando las distancias patrias, Ortega y Gasset.

Cubierta del nuevo libro de Tony Judt (N.S.)

Cubierta del nuevo libro de Tony Judt (N.S.)

Esto no pretende ser una reseña convencional del libro de Judt, que entre otras muchas virtudes era un especialista enamorado amargamente de la historia intelectual de la Francia del siglo XX. Si no una reflexión llena de virutas nostálgicas. Por mucho que se empeñara él y por mucho que nosotros tratemos de convencernos de que su magisterio sirve para iluminarnos en tiempos oscuros, ni Camus ni Blum ni Aron le dicen nada a nuestros días. Sus virtudes morales de espectadores comprometidos con la verdad se ha extinguido para siempre.

El presente es de los convencidos, de los fanáticos, de los duros. No hay tiempo para los argumentos reposados ni para las fértiles zonas grises. Así en el mundo como en Europa. Y más en esta última, donde la falta de conocimiento sobre una realidad compleja se suple con voces altivas y llamativas consignas. La era de los intelectuales como Camus, Blum y Aron, incluso el mismo Judt –que con tanta admiración e inteligencia escribe sobre ellos, y que también se contempló a sí mismo como un heterodoxo outsider– es una era periclitada.

Hay quien piensa que esta democratización de la opinión pública europea es una buena noticia (todo eso del procomún, la inteligencia colectiva y demás chorradas místicas, qué pereza). Pero creo que hoy, en medio de la tiranía de lo social, el espacio para el pensamiento libre y el desarrollo de la ética de la responsabilidad –entre tanto apologeta sin cabeza de la ética de la convicción– es más necesario que nunca.

El Grand Tour, el erasmus de los aristócratas

De aquella exposición sobre los tesoros artísticos del Westmorland solo recuedo la sensación de estar muriéndome de sueño y un primoroso (aunque fugaz en mi mente) grabado romano de Piranesi. Fue en 2002, en un museo de Murcia, cuando volvía de haber visitado Cartagena con la clase del ilustre profesor José María Luzón. Me acompañaba un amigo que recordará todavía menos que yo. Si recuerda.

El Westmorland fue uno de los navíos que transportaba de vuelta a Inglaterra las reliquias, obras de arte y enseres de todo tipo reunidos durante el Grand Tour, un protoerasmus del que gozaron los hijos (solo varones) de la aristocracia europea (inglesa, pero también alemana u holandesa) desde el siglo XVII. Una aventura iniciática, un rito de paso —que podía durar años— en el que jóvenes adinerados completaban su formación intelectual, artística y lingüística.

Un óleo de de 1757 Giovanni Paolo Panini en el que se recopilan los tesoros de la antigua Roma (The Metropolitan Museum of Art).

Un óleo de de 1757 Giovanni Paolo Panini en el que se recopilan los tesoros de la antigua Roma (The Metropolitan Museum of Art).

El Westmorland, al contrario que muchos otros buques que sí llegaron a su destino, acabó en un puerto español tras ser asaltado por barcos franceses en 1779. Allí, su valioso contenido fue vendido y se diseminó por España. Aquella exposición de la que os hablaba al comienzo fue el resultado de varios años de investigaciones sobre el patrimonio que albergaba su bodega, y que iba desde cuadros de Mengs a chimeneas.

El Grand Tour está considerado hoy como el origen del turismo moderno. Y en parte es así. Lo más parecido a los paquetes de viajes organizados de nuestros días, pero que en vez de tener como objetivo grupos de jubilados o solteros, eran aprovechados por unos pocos (los que podían pagar la complicada logística: desde cocineros a maletones con libros) para cultivar su espíritu y vivir aventuras civilizadas alejados de la sombra paterna.

Pero el Grand Tour, dejando de lado aquello que lo hacía prohibitivo e impensable para el 99% de los europeos de la época, albergaba una naturaleza profunda que hoy denominaríamos cosmopolita. El reconocimiento de las aportaciones culturales de otros territorios (en un periodo de guerras casi continuas entre los Estados) o la curiosidad por aquello que ahora resulta obvio, pero entonces lo era menos: el pasado compartido del continente.

Algunos de los que hicieron el Gran Tour fueron luego reconocidos hombres de letras, como Goethe o Stendhal, y sus libros son para nosotros patrimonio cultural de todos los europeos sin distinciones. Su aprendizaje sentimental, cultural y civilizatorio debe bastante, además de a su genio personal, a aquellas pintorescas y privilegiadas expediciones.

PD: Me ha sorprendido, no lo conocía, que algunas universidades privadas, como la Antonio de Nebrija, ofrecen la posibilidad —imagino que a los estudiantes que puedan pagárselo, no parece que den becas— de realizar un Grand Tour, de seis meses, un año o de un verano. Quién pudiera.

Jacques Le Goff, gran medievalista europeo

En una extensa y reposada entrevista publicada inesperadamente en la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, el historiador Jacques le Goff, que acaba de fallecer en París a los 90 años, decía que las secuelas de las Cruzadas  —de aquel arrebato de intolerancia religiosa— siguen siendo visibles todavía en nuestra Europa unida.

Le Goff, en su casa de París (www.papalepapale.com)

Le Goff, en su casa de París (www.papalepapale.com)

Le Goff, fiel a la tradición historiográfica aprendida de sus maestros de Annales, fue un estudioso entusiasta de la ‘larga duración’, una de las escuelas que revolucionó los métodos y la investigación histórica en el siglo XX. Frente a la importancia concedida hasta el momento al acontecimiento aislado, Lucien Febvre, Fernand Braudel y compañía reivindicaron una historia omnicomprensiva, de largo alcance, ambiciosa en el tiempo y rigurosa en los aspectos metodológicos, con la apertura a otras ciencias humanas, como la sociología.

Le Goff era toda una institución en Francia, más allá del mundillo, a veces un pelín miope, de la investigación histórica. Era un humanista, un erudito respetado, alejado del habitual perfil del intelectual francés, combativo y cizañero. Su magisterio y su huella en las nuevas —ya no tanto— generaciones de historiadores de todos los países ha sido extraordinaria.

El primer libro suyo que yo leí, al comenzar la carrera, y que recuerdo con afecto, fue su entretenido El hombre Medieval (luego vinieron otros, no demasiados y ni tan siquiera sé si los mejores, mi fuerte no es la Edad Media: Mercaderes y banqueros y La civilización del Occidente medieval…).

Pero Le Goff, y aquí la razón de este post de urgencia, fue un testigo a la vez que un hacedor de Europa. Primero conoció durante su infancia de las terribles consecuencias de la Primera Guerra Mundial; más tarde, ya en su juventud, luchó en la resistencia contra los nazis. Aquella experiencia fue la brecha biográfica que le condujo, inmediatamente después, al estudio de la historia, gracias a sus excepcionales dotes intelectuales.

Le Goff maduró, además, una idea de Europa donde el pasado seguía teniendo una importancia capital en el presente (una perogrullada que no es tal). Las mentalidades colectivas, el desarrollo de la individualidad a lo largo de los siglos, la economía, etc. Algunas de sus obras, como Europa contada a los jóvenes o ¿Nació Europa en la Edad Media? son pequeñas joyas. Le Goff tenía la modestia del sabio. «Yo no tengo una cabeza filosófica ni me gusta la filosofía de la historia», decía en aquella entrevista que citaba al comienzo.

Defendía el oficio desde el rigor, pero dudaba de su condición de ciencia. Descanse en paz.

 

El desorden del discurso europeo

Uno siempre espera más de un opúsculo que de un ensayo de 500 páginas. Está la seguridad de que te llevará menos tiempo el leerlo. Y está la esperanza de descubrir en él pensamientos encapsulados y directos: enseñanzas magras, pulidas, que justifiquen su poco volumen y ahorren el tener que rebuscar entre decenas de capítulos.

Pero no hay nada más frustrante que leer un opúsculo, un panfleto (siempre en el buen sentido) y no encontrarte apenas cargas de profundidad. Me ha pasado este fin de semana lluvioso, mientras leía de un tirón Europa como discurso (RBA, 2014), el primer libro de Toni Ramoneda, que lleva por subtítulo aclaratorio –y gancho publicitario– «un ensayo sobre democracia real».

El libro es un intento de desarrollar el «pensamiento crítico» a través del análisis de los diferentes discursos que genera la Unión Europea. Discursos que sirven para fomentar «la cohesión social» y que buscar un «compromiso democrático». Ramoneda analiza, basándose en las tesis de Paul Ricoeur, el presente de la UE desde tres vectores: el de los motivos, el de las razones y el de los deseos.

discursoseuropeos

La tesis del libro, aunque tampoco estoy muy seguro de ello, tienen que que ver con la dificultad de las instituciones europeas de generar discursos coherentes y creíbles sobre la realidad del presente. Términos antaño diáfanos, como laicismo, izquierda o derecha, representan hoy una amalgama confusa de conceptos que infecta los pilares clásicos del discurso sobre los que se levantó Europa: seguridad, solidaridad y justicia.

Postmodernidad. Post-democracia. «Totalitarismo discursivo». Falta de invocación a un demos. Los «mercados» y la «tecnocracia» han creado un ecosistema en donde los antiguos discursos tranquilizadores no sirven. Europa se construyó contra la identidad y contra la guerra, pero superada esa fase, se ha creado un hueco en donde la utopía, como motor de los nuevos discursos que deberían engarzar a las generaciones, está ausente.

Este hueco ha sido rellenado con una polifonía de voces, una incertidumbre donde los discursos sobre la realidad corren el riesgo de anestesiar las funciones básicas del contrato social. Ramoneda se pregunta, con justicia: «¿Votar en Europa no es un ejemplo de esta actitud post-democrática que nos lleva a renunciar al ejercicio político de la restricción de poder?».

Sinceramente no lo sé. Creo que hay preguntas en su libro muy sugestivas y análisis certeros. Como cuando incide en la contradicción que supone que la UE tenga una agenda perfectamente marcada para los 7 próximos años, y que al mismo tiempo trate de fomentar el disenso político. O seguridad en el futuro o legitimidad: las dos cosas al mismo tiempo, no. Pero hay un amago no logrado de ser profundo e ininteligible que recorre toda la obra y que rechazo.

He tratado de sintetizar las tesis de Ramoneda, limpiarla de cuestiones más o menos filosóficas (él es doctor en las llamadas Ciencias de la Comunicación, que mucho de científico no tienen, todo sea dicho), pero sigo sin comprender por qué, al comienzo de cada capítulo, hay una cita futbolística, de Míchel, Mourinho y Guardiola. Giros de la posmodernidad, supongo.