Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

La guerra del fútbol (o cómo ver el Mundial en Sudán y no morir en el intento)

No suelo seguir demasiado el fútbol. Ni entiendo los nacionalismos acérrimos viviendo en un mundo tan maravillosamente diverso como el nuestro. Pero sí me apasiona el Mundial. Me gusta el fascinante encuentro de culturas que genera, el enfrentamiento en igualdad de condiciones (como no sucede quizás en ningún otro ámbito), y el lenguaje universal al que da vida.

Para alguien que está siempre en la ruta como yo, poder decir ¡Maradona! y tener la capacidad arrancar una sonrisa, un guiño de complicidad, a un militar chino en el Tíbet, a un vendedor ambulante en Irán o a un minero en Potosí, es todo un lujo, una excelente excusa para romper el hielo y comenzar una conversación. ¡Maradona!

Debo admitir que me entusiasmaba, mientras preparaba el viaje, saber que iba a pasar el Mundial en Sudán. Vislumbraba que iba a ser algo especial. Y así es. Continúa el hambre, la miseria, la violencia, pero al menos durante un par de dos horas al día la gente se olvida de sus diferencias y se centra en el televisor o la radio para seguir los partidos.

El primer encuentro lo vi en un chiringuito que montaron en una aldea. La mitad de la concurrencia estaba borracha, y no tenía la más mínima de dónde quedaba ni qué era “Cosarrica”, pero celebraban los goles con decidida pasión. Como Sudán no participa en la competición, al igual que en muchos otros países en los que he visto la Copa del Mundo como Bangladesh y la India, los locales se dividen los equipos, eligen aquellos por los que van a hacer fuerza, y entre la multitud había bastantes seguidores de Cosarrica.

En Juba, que tiene 200 mil habitantes, los televisores no superan el centenar. Por eso, debíamos ser unos doscientos los que bregábamos por ver el partido en un aparato de unas quince pulgadas, en blanco y negro, y con la señal saturada de niebla. Y, como en la ciudad no hay corriente eléctrica, era imposible escuchar palabra alguna de los comentaristas, pues el traqueteo del generador a gasolina resultaba ensordecedor. Para peor, apenas terminó la primera parte del encuentro, la señal se fue y nos quedamos, apelmazados en el tórrido calor de Sudán, esperando a que volviera (cosa que no sucedió).

El segundo partido lo vi en el campamento en el que vivo, rodeado de empleados africanos de Naciones Unidas, ONG y empresas multinacionales que llegan aquí por el negocio de la posguerra. Como era el único blanco del grupo, y todos hacían fuerza por Costa de Marfil, celebré los goles de Argentina con bastante disimulo. Y, eso sí, me alegré cuando al final marcó Costa de Marfil, país que también está luchando por salir de una brutal guerra, y cuyos bandos enfrentados, según los cables de prensa, parecen haber hecho un alto el fuego para ver el Mundial.

El tercer partido lo vi en un lugar infame: el Freedom Hotel. Un antro en el que confluyen ex combatientes, traficantes de coches y prostitutas, situado en el centro de Juba. Llegué allí de la mano de Malcom, un joven periodistas inglés de 24 años, becario de una radio local y aventurero como pocos, de quien os hablaré más esta semana.

Debo confesar que, al principio, fue una experiencia sumamente interesante. El dueño me dio permiso para sacar fotos, así que me despaché a gusto. Después nos mostró en la entrada los coches robados en Uganda que los traficantes traen aquí para vender: Mercedes Benz, Toyota Land Cruiser. Seminuevos. Y a un precio muy tentador…

Estábamos viendo el partido cuando se acercó a nuestra mesa Emmanuelle, un chico delgado y alto. Lo primero que nos dijo, tambaleándose de lo borracho que estaba, fue “Cómprame una cerveza”. A lo que Malcom, curtido en estas historias a pesar de su corta edad, le respondió sonriente: “Cómpratela tú”.

Emmanuelle, en lugar de aceptar deportivamente nuestro despeje defensivo, insistió. Durante unos diez minutos se quedó allí de pie, mirándonos fijamente, repitiendo una y otra vez: “Cómprame una cerveza”. A lo que Malcom respondía: “Cómpratela tú”. Una conversación muy interesante.

Finalmente, Emmanuelle decidió chutar a portería y afirmó: “Soy soldado del SPLA. Yo liberé este país. Iba en un tanque y fui yo quien saqué a los árabes de aquí, así que cómprame una cerveza”. A lo que Malcom, con pasmosa sangre fría: “Y yo soy periodista, trabajo en una radio, y la cerveza te la compras tú”.

Jóvenes como Emmanuelle, soldados sin educación que se han criado en la selva, con un AK 47 en las manos desde que son niños, hay muchísimos en Juba. Y debo confesar que son mi peor preocupación cuando salgo a sacar fotos. Están tan orgullosos de lo que han hecho, de haber dado su juventud para liberar este país, que se sienten con derecho a todo. Con sus gafas Ray Ban negras, sus pañuelos alrededor de la cabeza, sus vaqueros y sus botas de combates, son los reyes de la fiesta, y no se cortan ante nada, menos a ante un periodista blanco.

Finalmente, el dueño del local, que también se llama Emmanuelle, intercede, le regala una cerveza y el chico de va. “Son los niños de John Garang, hay que ser pacientes con ellos”, nos explica. “Cuando vine iban descalzos, con sus pantalones cortos y sus rifles. Ahora han mejorado. Al menos van vestidos. Y esperamos que con el tiempo vayan encontrando su lugar en la sociedad.

Al rato Emmanuelle, el joven soldado, regresa. Pienso en seguir la estrategia de Malcom: sonriente pero terminante en mi respuesta, para no cabrearlo y que vuelva borracho con su AK 47, pero para demostrarle también cierta autoridad. “Una foto”, me dice metiendo la mano en el bolso en que tengo la cámara. Por un momento creo que se quiere llevar la cámara, y me digo, esto va a terminar muy mal. Pero no, sólo quiere una fotografía conmigo. Y así nos retratamos. Yo con cara de pocos amigos, y él, feliz. Una vez más ha conseguido lo que quería.

(Intenté lo de Maradona, pero Emmanuelle es demasiado joven. Aviso para viajeros: ¡No funciona con jóvenes que se han criado luchando en la selva y que nunca han visto un Mundial!).

53 comentarios

  1. Dice ser Ana

    Hola Hernán,hoy entré por primera vez en tu blog, tras enviarme hace unos día Menzer tu correo.Quería haberlo hecho antes, pero había que dedicarle el tiempo que uno se merece ,sobretodo para un luchador como tu…eres admirable.Te deseo lo mejor en este viaje, y gracias por toda tu fuerza.No me cabe duda de que eres un ser excepcional, aun sin conocerte… no habría posibilidad de clonarte?Un fuerte abrazo desde Madrid, y seguiré tus relatosAna

    19 junio 2006 | 11:03

  2. Dice ser Alejandro

    Hernán:Quizás algunos de los que entran en el blog, no han tenido oportunidad de leer tus libros como yo, lo cual me han parecido increibles y llenos de experiencias. Así, que si alguien es capaz de leer este comentario, les recomiendo los dos libros que ha publicado Hernán ultimamente.Aún así, suelo seguir tus avances en el blog, y me parecen experiencias únicas.Nos vemos en Madrid pronto.Felicidades H,Alejandro.

    19 junio 2006 | 11:27

  3. Dice ser ayelen lazaro

    La verdad que encontra la pagina por casualidad,y me sorprendio que alguien haga algo para mostrarle al mundo que cuando la vida no es linda con voluntad la podemos hacer un un poco menos fea.Hernan lo que haces es sorprendente!!! Darle un escape de la realidad a esas personas aunque sea por unas horas les da fuerza para seguir viviendo en una realidad tan cruda. te mando un beso y suerte.aye

    01 septiembre 2007 | 17:01

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