Fernando Calvo González-Regueral: «El problema sobre los libros sobre la Guerra Civil quizá resida en el lector, pues busca los que reafirmen sus prejuicios»

nos combatientes republicanos en el río Segre, en el frente de Aragón, fotografiados por Robert Capa el 7 de noviembre de 1938 durante la guerra civil española

Profundo conocedor de la Historia Militar, Fernando Calvo-Regueral plantea en su última obra publicada un poderoso roto: hacer una historial total de la Guerra Civil española (ese es, su preciso título La Guerra Civil. Una historia total, Arzalia, 2022). Con esa perspectiva global plantea una historia concentrada y sintética, pero que trata de hacer un relato de aquel conflicto fratricida lo más completa y rigurosa posible. Es consciente el autor, gran conocedor de la bibliografía de y sobre el conflicto, de sus retos, pero aún así ha afrontado la misión de ofrecer una narración donde no cuente solo lo militar, si no también lo económico, social, diplomático, cultural, propagandísticos e industriales, entre otros, con los máximas que deben guiar, según él, cualquier trabajo sobre la Guerra Civil: «Rigor, respeto, verdad y ánimo conciliador».

¿Cómo se plantea una “historia total” de la Guerra Civil en apenas 400 páginas?

La guerra civil española fue una guerra larga, moderna, industrial y total, no en vano estalló entre medias de las dos conflagraciones mundiales del siglo XX. En este tipo de guerras no sólo vence quien mejor sepa emplear sus recursos militares, sino el que mejor sepa aunar a su favor todo tipo de factores: los castrenses, sí, pero también los políticos, económicos, sociales, diplomáticos, financieros, culturales, propagandísticos, industriales, represivos, etc.

El reto de una obra como La Guerra Civil. Una historia total era trasladar al lector actual esta idea, pero además hacerlo de forma divulgativa, por lo que era necesario realizar un esfuerzo de síntesis que, sin dejar de abarcar todos los puntos mencionados, pudiera leerse con soltura, para lo cual el apoyo gráfico ha sido fundamental, así como el añadido de una bibliografía básica comentada para que el interesado en ampliar conocimientos sepa de qué hilos tirar.

¿La Guerra Civil ha sido mal contada? ¿Lo sigue siendo a día de hoy?

Cuando hace tiempo estudié la bibliografía de la contienda, el título provisional del trabajo era Vamos a contar mentiras, en la idea de que la guerra nos había sido mal contada. Tras años de investigación, llegué a la conclusión de que la hipótesis de trabajo no era cierta, por lo que al final el texto apareció como Guerra Civil española. Los libros que nos la contaron. Existe un abanico de obras que, leídas en conjunto, nos proporcionan una idea cabal de lo que fue aquel drama.

El problema, quizá, resida en el lector, pues el más inclinado hacia la derecha busca libros que reafirmen sus prejuicios y el más inclinado hacia la izquierda lo mismo pero en sentido contrario. De unos años a esta parte, ciertos estudiosos del tema han extremado sus posturas para llegar más fácilmente a dichos públicos, olvidando que la primera obligación del historiador es buscar la verdad y tratar de comprender en su contexto las razones –y sinrazones– de unos y otros.

¿Es posible contar la Guerra Civil sin tomar partido?

Llevo más de veinte años trabajado en la investigación de la contienda y casi cuarenta leyendo sobre ella. En ese tiempo he evolucionado no sólo en lo personal sino en el ámbito profesional, de forma que para mí sí resulta fácil y posible contar la tragedia sin tomar partido.

Primero, hay que ponerse una piedra en el lugar del corazón y olvidar la historia familiar: todos tenemos padres, abuelos o bisabuelos que padecieron la guerra, pero no podemos contar la complejidad de hecho tan removedor en base a sus experiencias personales. Segundo, hay que tratar la guerra como lo que ya es: historia, es decir, un hecho pasado, pretérito, concluso, como las guerras carlistas, por poner un ejemplo. Tercero, hay que acercarse al fenómeno con un infinito respeto a todos nuestros antepasados. Cuarto, hay que buscar la verdad por encima de todo y tener el compromiso de dar a conocerla por más que esa verdad encontrada en un documento o en un legajo sea contraria a nuestras preferencias. Y, por último, hay que emplear un tono comedido, respetuoso no solo para con nuestros predecesores, sino para con nuestros coetáneos.

En muchas obras parece trasladar la sensación que, pese al fracaso del golpe de Estado, el bando republicano nunca tuvo demasiadas oportunidades de ganar militarmente. Leyendo su libro no parece así…

Tras el fracaso del golpe de estado del 18 de julio de 1936, todos los elementos estaban a favor del gobierno de la República. Disponía de la mitad del ejército, de casi toda la marina, de gran parte de la aviación y de numerosos contingentes de las fuerzas de orden público. En lo económico, disponía de la totalidad de las reservas de oro –las cuartas más importantes del mundo– y de un 80% del tejido industrial, especialmente de la industria pesada y de armamento.

Pero la revolución, que estalló inmediatamente tras la sublevación, malogró todas esas ventajas. Guerra y revolución son los dos fenómenos más traumáticos y agotadores a los que se puede enfrentar una comunidad, pero hacer las dos cosas a la vez es esfuerzo titánico. Por lo que la República, que en los primeros meses pudo ganar la guerra yugulando de raíz la rebelión, se vio desbordada por la revolución, una revolución tan profunda que, a la larga, le haría perder la guerra.

¿Debería pesar más el rango “internacional” de la Guerra Civil y olvidar la visión de una guerra cainita únicamente centrado en lo local? Es decir, seguir pensando que fue un hecho único en Europa…

Existe una guerra civil con asombrosos parecidos a la española, la americana de 1860 ó Guerra de Secesión. Historiadores norteamericanos han confesado que el país tardó más de cien años en dar con una historia global, comprehensiva, respetuosa y objetiva para contar lo que ocurrió en aquel su drama. Quiero decir con esto que los españoles no somos tan raros ni presentamos tantas anomalías como a veces nos gusta decir.

Por otro lado, a las querellas propias de la vieja España, se unieron los acalorados debates de la década más violenta del siglo XX, la de los años 30, en que se produjeron enfrentamientos civiles en otros países europeos, bien declarados, bien latentes, como ocurrió en Francia. En cualquier caso, aunque la contienda fue netamente española en sus orígenes, no puede entenderse sin ponerla en relación con el mundo de aquella época, que padecía los totalitarismos y los efectos de la crisis del 29… y que comenzaba a precipitarse hacia el abismo de la Segunda Guerra Mundial.

Escribe “la Guerra Civil fue, como todas una guerra económica”, pero pocas veces se traslada al público esa idea…

De las más de 90 000 referencias bibliográficas sobre la guerra, un ínfimo porcentaje se dedican al estudio de los factores económicos, con obras que, además, han aparecido muy tardíamente. Aunque la economía no lo explica todo, sin economía no se explica nada. Y la guerra civil fue una guerra económica, primero porque en ella se enfrentaron dos modelos socioeconómicos antagónicos, incompatibles, y, segundo, porque las guerras modernas exigen un esfuerzo económico grandioso. Y en este campo, de nuevo, los vencedores fueron más eficaces.

Existen dos obras fundamentales para entender la complejidad de la guerra civil y que son de imprescindible lectura para quien quiera llegar a comprender las raíces de la quiebra. Se deben, no en vano, a dos de nuestros mejores economistas contemporáneos, lamentablemente ambos fallecidos: Economía y economistas españoles en la Guerra Civil, coordinada por Fuentes Quintana, y La financiación  de la guerra civil española, del profesor Sánchez Asiaín.

En la última moción de censura, la historia y la Guerra Civil tuvieron su momento… ¿Qué le pareció lo que dijo el candidato Tamames, que cita usted en su obra, en el Congreso sobre estos aspectos?

Sin entrar en valoraciones políticas actuales, Ramón Tamames, buen historiador y mejor economista, no erraba al sentar como precedente claro de la Guerra Civil de 1936 la Revolución de Asturias de 1934. Tal revolución, sobre ser un ataque directo a la legalidad republicana, provocó con su reguero de muertes, destrucciones y castigos, una quiebra de la connivencia ya muy difícil de salvar. Porque la II República, más allá de sus buenas intenciones, fue un tiempo convulso en el que, visto con retrospectiva, el país fue deslizándose por un plano inclinado de violencia hasta degenerar en un conflicto abierto.

Como decía el gran filósofo Julián Marías, “entiendo por discordia no la discrepancia, ni el enfrentamiento, ni siquiera la lucha, sino la voluntad de no convivir, la consideración del «otro» como inaceptable, intolerable, insoportable. […] Lo grave es que muchos españoles quisieron lo que resultó ser una Guerra Civil: a) Dividir al país en dos bandos. b) Identificar al «otro» con el mal. c) No tenerlo en cuenta. d) Eliminarlo, quitarlo de en medio (políticamente, físicamente si era necesario)”. Esta es la tremenda lección que no debemos olvidar. Rigor, respeto, verdad y ánimo conciliador, estas son las máximas que, a mi juicio, debieran seguir los historiadores, pero también los lectores, que se acerquen al estudio de la Guerra Civil española.

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