El poder y la destrucción de la cultura a lo largo de la Historia

Quema de libros por parte de los nazis en el Berlín de 1933 (Wikipedia)

Mario Escobar es historiador y novelista con decenas de obras publicadas con gran éxito a nivel internacional. El año pasado ganó el premio Empik en Polonia que reconoce al autor internacional más vendido en el país. Acaba de publicar este verano, La bibliotecaria de Saint Malo (HarperCollins Ibérica), donde regresa a uno de sus ambientes y temas predilectos, la ocupación nazi y la lucha por la cultura.

Quemar libros ha sido una constate desde que se crearon los primeros estados, al igual que el intento de algunos hombres por concentrar en bibliotecas el mayor tesoro de la humanidad.

Puede que el momento más álgido y simbólico en la destrucción de los libros lo tenga la quema de libros del 10 de mayo de 1933. Los nazis eran expertos en escenificar el terror y la grandeza, en especial el ministro de propaganda Joseph Goebbels, pero no fueron los únicos que soñaron en crear un mundo en el que los ciudadanos fueran controlados hasta en su fuero más interno, el del pensamiento.

Jenofonte, hace más de dos milenios, contempló con sus propios ojos la destrucción de las bibliotecas de Nimrud y Nínive, algunas de las primeras de la humanidad. El general griego contempló con cierto horror los montículos de tablillas rotas, que formaban los restos de la basta biblioteca reunida por Asurbanipal.

La destrucción más mítica de una biblioteca sucedió en la exótica Alejandría. En realidad la Biblioteca de Alejandría se componía de dos partes el Museion y el Serapeum. El primero era el gran almacén del conocimiento y el lugar al que acudían los especialistas para realizar sus investigaciones. El edificio, suntuoso y espectacular se encontraba en el Barrio Real, muy cerca del palacio y, en época de Estrabón hasta el rey acudía en ocasiones para discutir con los sabios de su tiempo. Una parte de la biblioteca se encontraba en el templo creado al dios Serapis, allí se conservaban los manuscritos más antiguos de la época de los ptolomeos. La biblioteca con el tiempo se convirtió en la más grande del mundo con setecientos mil rollos, la mayoría de papiro. La única que podía hacerle sombra era la de Pérgamo, que había inventado la novedosa forma de escribir sobre la piel de los animales.

La Biblioteca de Alejandría sufrió varios incendios a lo largo de su historia, pero no el fuego fortuito lo que terminó con ella, una vez más fue la mano del hombre. Parte de la biblioteca fue arrasada por los propios romanos  y se cree que el resto fue destruida por las invasiones musulmanas, aunque muchos de los papiros pudieron terminar en las bibliotecas fundadas por los omeya.

En la Edad Media el conocimiento se concentró en los monasterios, donde los religiosos copiaban e iluminaban los más bellos manuscritos. Hasta que la llegada de las universidades y más tarde del Renacimiento permitió que los individuos, como en época romana, volvieran a reunir sus propias colecciones privadas.

La Inquisición por un lado, con su Índice de libros prohibidos y la Reforma por el suyo, destruyeron muchos ejemplares de libros por las luchas sectarias del siglo XVI y XVII, pero la mayor destrucción de libros no llegarías hasta la Revolución Rusa y, más tarde, el ascenso de los nazis al poder.

Además de las quemas de libros de 1933, el régimen nazi prohibió la venta, edición y posesión de numerosos libros, condenando al ostracismo a decenas de autores, ya fuera por su ideología de izquierdas, su origen judío o sus pensamientos pacifistas. La lista era casi interminable desde Bebel, Einstein, Freud o Brecht, pasando por los hermanos Mann, Zweig, Kafka o Hesse. También todas las obras de Marx y Heine.

La respuesta a esta represión y destrucción masiva fue la creación de la Biblioteca Alemana de la Libertad, fundada por Alfred Kantorowicz, que reunió a muchos de los libros prohibidos y los envió a Francia e Inglaterra. Tras la ocupación nazi de tierras galas, la sección francesa fue destruida.

La destrucción de bibliotecas se generalizó durante la guerra, sobre todo en los países del Este. Polonia fue la que más sufrió el espolio, además de algunas regiones de la Unión Soviética.

La política de los nazis en la Francia ocupada fue de apaciguamiento, pero eso no impidió que la cultura francesa fuera atacada y perseguida de forma sistemática.

La primera lista que circuló de libros prohibidos fue la Bernhard que llevaban las tropas de ocupación, entre los libros más curiosos prohibidos estuvo Mi Lucha de Adolf Hitler, ya que los nazis no querían que los franceses conocieran los planes que tenían en la Europa ocupada. Después surgió la Lista Otto, creada por el embajador alemán Otto Abetz, un especialista en cultura francesa que había trabajado para las juventudes hitlerianas y había sido espía, en cuanto fue nombrado en su nuevo puesto se puso manos a la obra en el espolio de las colecciones privadas de algunas de las más ricas familias judías.

La lista Otto fue creada por los propios editores alemanes y en ella, además de los escritores alemanes prohibidos en Alemania, se incluyó a muchos otros franceses. Los nazis confiscaron 713.382 libros para su destrucción en Paris.

La lista Otto fue ampliada a lo largo de la guerra, incluyendo cada vez más libros, algunos tan inofensivos como las obras de Tolstoi o Dostoievski.

La Bibliotecaria de Saint Malo es una novela sobre ese periodo oscuro de la historia y cómo hubo libreros y bibliotecarios anónimos que se rebelaron a la censura y la destrucción sistemática de su legado cultural. Gracias a ellos miles de ejemplares se libraron de la quema y hoy nosotros nos sentimos en deuda de estos héroes de los libros.

Malos tiempos para los libros en la actualidad, cuando una nueva censura de los políticamente correcto se cierne sobre la cultura en Occidente. Los próximos libros se quemarán, por desgracia, en nombre de la tolerancia.

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