Bocero de la Rosa: «España progresó durante el reinado de Fernando VI de una manera extraordinaria»

Fernando VI, retrato de Louis Michel Van Loo.

Fernando VI no es un rey de novela. O eso podríamos pensar de lo que hemos visto y leído hasta la fecha. Debió pensar todo lo contrario el periodista y directivo de comunicación Francisco José Bocero de la Rosa (1964) que le ha dedicado El último sueño del rey (Almuzara, 2020). Una novela que traslada al lector al último año de su reinado, encerrado en su pabellón de caza de Villaviciosa de Odón tras la muerte de su esposa Bárbara de Braganza, donde su hombre fuerte, Ricardo Wall tiene que hacer frente a tensiones internas y externas.

Bocero de la Rosa reconstruye aquella época y reinado y lo muestra como un «tiempo para redescubrir» y unos años donde «España progresó durante esos años de una manera extraordinaria».

Fernando VI no es un rey, con tanto como se escribe, habitual en la novela histórica española, ¿por qué se decidió en centrar su novela en él?

Bueno, más allá del género, la realidad es que es un rey bastante desconocido, al igual que su reinado. Quizá en esto tenga que ver la consideración historiográfica de que fue mediocre y débil y de que, como apunta el catedrático José Luis Gómez Urdáñez, el mayor especialista en Fernando VI, sus trece años de reinado se han tenido habitualmente como una “sala de espera” del de su hermanastro Carlos III, el rey español por antonomasia del siglo XVIII e incluso más allá.

España progresó durante esos años de una manera extraordinaria y sin esa herencia, en dinero y recursos, posiblemente el reinado de Carlos III no hubiera sido lo mismo. Precisamente, fue la lectura de Fernando VI y la España discreta de Gómez Urdáñez lo que me descubrió al personaje y sus circunstancias y me encontré ante la novela

Francisco José Bocero de la Rosa

¿Cómo lo describiría como rey? ¿Y cómo lo enfocó como personaje literario?

Como un hombre preocupado de ser rey desde el principio, de ser reconocido como tal y de serlo frente a su madrastra Isabel de Farnesio y frente a su primo francés, Luis XV. A una para dejarle bien claro que ya no era la reina todopoderosa y a otro para sacudirse el influjo francés y reivindicarse como un borbón completamente español. Se rodeó de ministros capaces, empezando por el marqués de Ensenada, quizá el mejor del siglo, y solo al final, cuando se dirige a Aranjuez donde muere la reina y pierde la razón, se convierte en una rémora para el reino. Fue un reinado bastante mejor de lo que se ha sostenido habitualmente.

Como personaje literario, me atrajo la soledad interior del rey y la relación íntima y protectora que construye con la reina a través de las artes, fundamentalmente la música, para superar aquella ausencia materna, la temprana de sus hermanos y la lejanía de su padre -enfermo y manejado por Isabel de Farnesio- que siempre llevó con dolor contenido hasta convertirse, contra pronóstico, en Fernando VI.

¿Qué podrían aprender los españoles de aquella época?

Fue una época de crecimiento, de impulso, de reformas, de reorganización del país, unos años de que culmina la recuperación de España, y que hubiera podido recuperar incluso Gibraltar y Menorca después de haberse fortalecido. Es también una época de avances científicos y culturales. Es, en definitiva, un tiempo para redescubrir y facilitar la comprensión del reinado posterior de Carlos III.

Y ¿los políticos de hoy de aquel rey?

Bueno, más bien de ministros como Ensenada y Carvajal, antagonistas aparentes y algunas veces manifiestos, pero complementarios en la acción de gobierno y con mucha “ambición de reino”, es decir, determinación para modernizar el país. Carvajal muere demasiado pronto y Ensenada cae, precisamente, por los engaños del embajador inglés, que sabía perfectamente que el marqués iba camino de que España competiera y derrotara a Inglaterra en el mar, es decir, volver a superarla un siglo después. El aprendizaje más importante es el de la voluntad de situar a España a la altura de las potencias más avanzadas de Europa en cualquier campo en aquellos momentos.

El siglo XVIII no es un periodo, con alguna excepción, demasiado tratado por la ficción histórica española, ¿por qué cree que ocurre esto?

Es una muy buena pregunta. Yo también me la he hecho porque es un siglo con incontables momentos para novelar, como por ejemplo también la segunda parte del XVII. Y hacerlo con hechos e historias de las que sentirse tan orgullosos como cualquier otro. Parece como si hubiésemos aceptado la visión francesa e inglesa sobre España, la propaganda de la ilustración europea sobre nuestro país, un país primitivo, de sombras y oscuridad. Y nada más lejos de la realidad.

Y frente a lectores acostumbrados a leer sobre épocas que se les antojan reconocibles, ¿cómo les prepara un escritor para ese siglo?

Bueno, tienen la ventaja de que, al leer sobre esas épocas reconocibles, pueden imaginar esta de la misma manera. Creo que un lector acostumbrado a descubrir nuevas historias de la historia tendrá fácil entrar en el XVIII.

Creo que es un siglo fascinante, un momento de salto histórico que, en nuestro caso, pudo haber sido decisivo para la reconstrucción de un país nuevo, pero acabamos con el agotamiento de Carlos III y la inutilidad absoluta de Carlos IV volviendo hacía atrás.

Por cierto, sería extremadamente revelador incidir en el inicio del siglo, desde la guerra de Sucesión, y enseñar lo que fue, frente al relato alucinógeno y manipulador del independentismo. Con todos nuestros errores y diferencias, no somos menos (ni más) que otros en Europa.

Al centrarse en un gran personaje real como un rey, ¿cómo trabaja el equilibrio entre ficción e historia en esta novela? ¿Dónde ha podido hacer ficción e imaginar?

Bueno, creo que el escenario debe responder fielmente a la Historia y los personajes y la trama tener la suficiente libertad para adquirir vida propia sin caer en situaciones no creíbles o directamente absurdas. Hay que buscar el equilibrio entre la construcción literaria y la situación histórica, entre novelar y fijar con respeto el contexto.

La personalidad de Fernando VI me ha dado mucho margen para imaginarlo, así como el resto de personajes, como el ministro Ricardo Wall o el médico Andrés Piquer, pero siempre dentro de lo que podría ser lógico por sus papeles y personalidades. He podido hacer ficción con mucha comodidad dentro de lo que podría ser realidad, sin que chirriase.

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