Héctor J. Castro: «El Siglo de Oro español es una fuente inagotable de ideas para novelas»

Suma y sigue, que esto no para. Nuevos nombres, temas de siempre, la novela histórica bulle y se regenera, y se mezclan nuevos nombres con autores de siempre. Hoy traigo a XX Siglos a uno de esos nuevos nombres, Héctor J. Castro, novelista y profesor de inglés gallego, padre de la trilogía El siglo de Acero, compuesta por las novelas Peones y damas, El asedio de Haarlem y El diablo a las puertas del cielo (publicadas por HRM Ediciones).

Tres novelas de pura capa y espada, que siguen las aventuras y desventuras de los míticos Tercios. Este sábado Castro presenta sus novelas en Madrid en, precisamente, la librería Tercios Viejos (C/ María Panés n.º 4, Cuatro Caminos) a las 19 horas. Pero antes, charla conmigo sobre estas aventuras literarias…

Tercios, Siglo de Oro, espadachines, después de Alatriste, ¿queda mucho por contar sobre esa temática y época?

Queda mucho que contar, por suerte. La Capa y Espada es un género que nunca ha pasado de moda. Desde su auge con los folletines decimonónicos de Alejandro Dumas, Paul Feval y demás, siempre han ido saliendo buenas obras, desde Rafael Sabatini a principios del siglo XX, a Pérez-Reverte ya al final, pasando por Juan Eslava Galán o Néstor Luján. El Siglo de Oro español es una fuente inagotable de ideas, cuyo ambiente romántico y caballeresco casa a la perfección con este género literario. Sorprende bastante, de hecho, lo poco aprovechado que está en la narrativa española, y más teniendo en cuenta el enorme éxito de Alatriste. Cada vez se publican más y mejores libros divulgativos que hablan sobre los Tercios y su mundo; pero no ocurre lo mismo en el terreno de la novela. Por otro lado es comprensible que muchos novelistas españoles se descorazonen, pues aquí, las novelas que más venden son las malas, a excepción de algún buen escritor que mantiene encendida la llama de la esperanza, como Santiago Posteguillo, por ejemplo.

También al igual que en las novelas de Pérez-Reverte, las ilustraciones, de nivel, tienen mucho peso en esta trilogía…

Tuve muy claro desde el principio lo que quería hacer con El Siglo de Acero. Quería una trilogía que repasara los tres escenarios más característicos de la época: España, Italia y Flandes; que tuviese una gran base histórica y a la vez ese aroma al folletín clásico de aventuras. Y algo que ayuda mucho a dotar una obra de fuerza, de personalidad, es que tenga ilustraciones propias; un arte que se asocie directamente con la saga. Creo que Nacho Tenorio y Sergio Mora han hecho un gran trabajo, y yo no podría estar más contento con el resultado. Fue muy fácil trabajar con ellos pues enseguida entendieron a la perfección lo que yo quería hacer, y tanto los personajes como los escenarios han quedado muy bien retratados.

¿Cómo nació la idea de escribir esta trilogía?

Aunque parezca extraño, nació a raíz de una partida de rol que jugué con mis amigos. He sido siempre jugador de rol, y en aquel año de 2012 inventé una trama para una partida ambientada en el Siglo de Oro. En ella, unos soldados españoles de la escuadra de galeras de Nápoles, llegaban a una ciudad italiana y allí les proponían la misión de asaltar una isla tomada por corsarios turcos. Al final, nunca llegamos a jugar la partida, pero yo comencé a darle vueltas a esa trama y vi que había una novela ahí, así que la desarrollé más y me puse a escribir. El resultado fue Peones y Damas, el primer tomo de la trilogía.

¿Cómo fue esa labor? ¿Cuánto ha dedicado a las novelas, tardó en documentarse, en escribir, etc?

La trilogía la escribí entre 2012 y 2015. Ya cuando trabajaba en la primera novela, me lo estaba pasando tan bien que decidí hacer dos más. La documentación fue ardua, pero a la vez un proceso bonito y totalmente necesario. Construir una buena ambientación es esencial porque sobre esa base va a discurrir la trama; y si la base falla, es más que probable que falle todo lo demás.

En mi caso, la única novela de las tres que tiene una trama ficticia es la primera; las dos restantes (El Asedio de Haarlem y El Diablo a las Puertas del Cielo) están basadas en hechos reales y situadas en escenarios auténticos. Lo que hice fue tomar dos acontecimientos históricos e introducir en ellos a Martín de la Vega y Afonso “el portugués”, los protagonistas de la saga. Para ello acudí sobre todo a fuentes primarias. Por ejemplo, para el asedio de Haarlem, me hice con la crónica que escribió el capitán Bernardino de Mendoza, que estuvo combatiendo allí. No tuve que inventar nada salvo hechos puntuales de personajes ficticios que en nada afectan al resultado histórico. Las batallas que se describen en el libro, las encamisadas, las penurias de militares y civiles, los rigores del invierno… todo ello lo novelé partiendo de la crónica, respetando fechas, datos, lugares, el cómo y el por qué; incluso el clima: si en la crónica decían que estaba nevando, pues ese capítulo yo lo situaba en un escenario nevado.

¿No le preocupó la comparación con Alatriste?

Yo no pretendo competir, sino acompañar. Creo que hay sitio para ambos. No obstante, ya desde el principio era consciente de que escapar de la sombra de Alatriste iba a ser imposible. En el imaginario colectivo del lector medio, si le hablas de espadachines del Siglo de Oro y los tercios españoles, inevitablemente va a pensar en el capitán Alatriste. Pero eso pasa con todas las obras que gozan de enorme éxito. Ahora parece que Juego de Tronos inventó los dragones y la fantasía medieval, cuando se lleva escribiendo muchísimo sobre todo eso desde hace 40 años. El Siglo de Acero no se parece más a Alatriste de lo que Alatriste se parece a los Tres Mosqueteros o al Capitán Fracassa. Ya estaba todo inventado. Incluso en España. Aquí tuvimos a Manuel Fernández y González, el folletinista español más prolijo del XIX, quien escribió varias obras históricas de capa y espada (Don Juan y la Maldición de Dios, El Pastelero de Madrigal, Los Borgia, etc…) en las que introdujo los tercios españoles, las galeras del Mediterráneo o las conjuras palaciegas en Madrid o Sevilla. Incluso tiene una novela llamada Francisco de Quevedo: amores y estocadas, en las que el poeta ya es descrito como un bebedor, espadachín y pendenciero incorregible, exactamente igual a como sale en el Alatriste de Pérez-Reverte. Con lo cual, es evidente que habrá una comparación porque el capitán Alatriste ha sido la obra del género de mayor éxito, aunque no es ni la única ni la primera.

¿Cómo equilibró el componente aventurero y ficticio con lo histórico en estas obras?

 Yo tengo una regla: no modifico el resultado de los hechos históricos, ni tampoco fechas; y cuando introduzco personajes reales intento ceñirme a la verdad lo máximo posible. Es decir, cuando en El Siglo de Acero salen el duque de Alba o Julián Romero en Flandes, es porque realmente se sabe que estaban allí. En El diablo a las puertas del Cielo se narra el asesinato de Juan de Escobedo, y yo reconstruí no sólo cómo lo mataron y la fecha en la que lo hicieron, sino que fui a Madrid, a hacer yo mismo el recorrido que esa noche hizo Escobedo, a ver con mis ojos la callejuela del crimen, a la hora en la que se cometió, para describir lo mejor posible la escena. En mi opinión, darle tanta importancia al verismo se refleja después en la novela; hace que ésta sea sólida, con pocas fisuras o artificios, que es lo que suele arruinar muchas novelas históricas. Independientemente del grado de ficción que después se introduzca en los entresijos de la trama, todo ha de tener verosimilitud, y de ninguna manera alterar el resultado final de la Historia. Por otra parte, el novelista debe ser consciente de que está escribiendo una obra de entretenimiento y no un estudio académico o divulgativo. Saber discernir todo esto, la línea entre Historia y ficción, lo que entra y lo que sobra en una novela, dotar a los personajes de una personalidad adecuada para la época… Todo eso es lo que diferencia a un buen novelista de uno malo. Si yo lo he conseguido o no, queda a criterio de los lectores.

Leo en su biografía que es profesor de inglés, ¿cree que la novela histórica tiene un valor como divulgación histórica?

Como he dicho antes, depende la novela y depende el novelista. En mi caso yo creo que sí. Alguien que lea El Siglo de Acero puede hacerse una idea muy aproximada de cómo funcionaba una galera, por ejemplo, de como fue el asedio de Haarlem o de cómo era el Madrid de los Austrias. Por supuesto, las novelas no son más que la superficie; el lector curioso que quiera profundizar en todo eso deberá acudir a otras fuentes. Pero para mí ya será un triunfo si consigo que un chaval se interese y se sumerja en el Siglo de Oro español después de haber leído la trilogía.

Como escritor de este género, ¿qué opinión te merece la compleja relación de los españoles con su pasado?

Me parece, precisamente, llena de complejos. Unos complejos muy perniciosos que impiden en gran medida que la gente se interese de verdad en estudiar esa época. Todavía se sigue relacionando, de manera ridícula, la época imperial hispánica con el franquismo. Los historiadores contemporáneos tienen un trabajo muy difícil por delante, que es desmentir y apartar toda la leyenda negra que los españoles llevamos años creyéndonos. Cuando yo empecé a documentarme e investigar sobre los siglos XVI y XVII, me di cuenta de la cantidad de falsedades que me habían contado en el instituto. Y como a mí, a todos. Es una pena, pues la Historia de España es fascinante. Tenemos una riqueza cultural que de ninguna manera debe caer sepultada por prejuicios sin fundamento.

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