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El abrigo con el que dejarás de pagar exceso de equipaje

Tres de los diseños de Jaktogo y su capacidad de almacenaje

Tres de los diseños de Jaktogo y su capacidad de almacenaje

Equipajes de mano que no pueden pasar de diez kilos, medidas imposibles en las que encajar la maleta de ruedas y que nunca coinciden con la que uno lleva, la restricción de poder llevar un solo bulto y que cualquier otro objeto que no sea la maleta cuente como tal… Las aerolíneas de bajo coste esperan al acecho que el pasajero cometa un pequeño desliz para tener que desembolsar extras. No hay piedad ni mucho menos sentido común: es de lo que viven.

Jaktogo es una triquiñuela, una reacción contra los desaguisados de las low-cost. Todos recordamos las historias de terror más recientes de Ryanair, desde los fallos técnicos de los aviones hasta el menoscabo de la dignidad del pasajero. El caso de la chica que fue obligada a bajar del avión por llevar —además de su pequeña maleta— una bolsa de plástico con un libro de bolsillo y un póster enrrollado enrollado ha sido (por el momento) la última perla de la compañía.

Jaktogo, el equipaje 'ponible'

Jaktogo, el equipaje ‘ponible’

El invento es sencillo. Jaktogo puede ser un abrigo, un chaleco, un vestido o un poncho. No tiene relleno y cuenta con enormes bolsillos que abarcan toda su estructura. Pensada sobre todo para ropa y pequeños aparatos electrónicos, la capacidad de almacenamiento de la prenda es sorprendente y en la página web del producto aseguran que se pueden llevar hasta 10 kilos de peso.

En uno de los abrigos caben, por ejemplo, tres camisas, tres pantalones —incluídos vaqueros—, tres camisetas, tres mudas de ropa interior, tres pares de calcetines, una sudadera con capucha y una toalla.

Para no tener que llevarlo puesto constantemente, el Jaktogo se dobla y se convierte en bolso. El precio tal vez sea lo más excesivo (110 dólares, unos 86 euros) , pero puede salir a cuentas si el comprador vuela a menudo con las compañías del demonio.

Como parte del gancho publicitario, aseguran que las compañías de bajo coste como Ryan Air o Easy Jet han rechazado insertar publicidad del invento en las revistas de las líneas aéreas. Su creador, el ingeniero John Power, irlandés (como Ryanair) y residente en Bélgica, reconoce que Jaktogo no es el colmo del estilo, pero apunta que «sólo los tontos pagan por el equipaje extra. Los listos tienen Jaktogo».

Helena Celdrán

Dyskograf, música electrónica con un rotulador

El disco no tiene surcos y no es de vinilo, sino de cartón. Tiene impresas varias circunferencias que esperan a ser modificadas con un rotulador: la música dependerá por completo de los trazos que se hagan sobre la superficie.

Dyskograf es un lector gráfico de discos. En lugar del tradicional brazo con aguja, el aparato tiene una cámara que capta la imagen y traslada la información a un software que la convierte en sonido: «La instalación es, sobre todo, una herramienta que permite la creación de secuencias musicales de un modo intuitivo. La noción del loop, tan presente en la música electrónica, está representada por el ciclo del disco», dicen los autores.

Jesse Lucas, Erwan Raguenes e Yro pertenecen al colectivo artístico francés Avoka, que utiliza nuevas tecnologías en instalaciones, espectáculos y performances. El Dyskograf, uno de sus últimos inventos, ha participado en varias exposiciones en las que tanto niños como adultos han disfrutado del experimento. El 16 y el 17 de noviembre estará en el festival Visionsonic, en el centro de arte Mains D’Ouvres de Paris, que ofrecerá en la capital francesa talleres, instalaciones, conciertos, espectáculos y proyecciones relacionados con el sonido, la tecnología y el arte.

Con la instalación, los artistas también pretenden combatir la «ignorancia de los principios de grabación y lectura de música». Denuncian que la era digital ha producido un alejamiento de los aparatos físicos porque los mecanismos para crear sonido no se palpan. Dyskograf es una manera de asistir en directo al proceso de construcción sin pantallas de por medio.

Helena Celdrán

Cajas mecánicas para animaciones prehistóricas

Es un mecanismo tan fácil como cautivador, basado en una tecnología anterior al cine, una manera prehistórica —todavía capaz de despertar interés— de conseguir una animación. Cada foto es algo diferente de la anterior y en conjunto forman una progresión.

Uno de los folioscopios mecánicos de Rosen y Marvel

Uno de los folioscopios mecánicos de Rosen y Marvel

Mark Rosen y Wendy Marvel le dan un giro al folioscopio (el libro inventado en la segunda mitad del siglo XIX que creaba la ilusión de movimiento con la rápida sucesión de imágenes). Los autodenominados «artistas cinéticos» crean «arte en movimiento que cuenta historias y provoca un cosquilleo en nuestra nostalgia«.

Su invento es una caja —motorizada o con manivela— que contiene la serie de fotos necesarias para la animación y que al activarla cobran vida por la rapidez con la que se suceden. Colocando varias en línea o a diferentes alturas, Rosen y Marvel alargan la historia y producen una ingeniosa animación en varias partes.

Los primeros ejemplares que fabricaron arrasaron a finales de 2011 en galerías y ferias de arte. Las fotos pertenecían a los famosos y pioneros estudios de movimiento del fotógrafo inglés Edweard Muybridge (1830-1904). Cada folioscopio mecánico era caro y las ediciones eran muy limitadas. Los artistas cuentan que la respuesta del público les sobrepasó y por eso pensaron en crear FlipBooKit, un kit más asequible con todo lo necesario para montar la caja e introducir la animación que se desee, por encargo o elaborándola uno mismo.

Decidieron financiar el proyecto con la plataforma Kickstarter y, a poco más de una semana de que acabe el plazo de recaudación, han recaudado más de 116.000 dólares (unos 89.000 euros) cuando sólo pedían 5.000 (3.837 euros).

Helena Celdrán

Un robot que pinta lo que sucede mientras duermes

El robot del 'Arte del sueño'

El robot del ‘Arte del sueño’

No se trata de ilustrar tus fantasías, ni de dibujar a la mañana siguiente lo que has soñado. La propuesta de una cadena europea de hoteles es que un robot pinte, durante el tiempo que el huesped duerme, sobre un lienzo situado frente a la cama de la habitación.

El brazo robótico recibe la señal de 80 sensores, situados en diferentes zonas del colchón, que miden los movimientos de la persona, los leves sonidos que emite y las pequeñas variaciones de temperatura que experimenta el cuerpo durante la noche. La máquina traduce esos matices en colores y trazos, escogiendo entre los acrílicos depositados en cuencos que tiene junto a un lienzo de color negro.

Los hoteles Ibis experimentarán con Sleep Art (Arte del sueño) a partir del 13 de octubre en tres ciudades: París, Londres y Berlín. Entre los que decidan participar en la página de facebook del proyecto, elegirán a 40 personas que dormirán junto al robot. Con los resultados, harán una galería.

Helena Celdrán

Un conversor para la nostalgia: de casete a iPod o iPhone

El conversor de cassette a mp3

El conversor de cassette a mp3

El CD sigue sobreviviendo, los discos de vinilo han vuelto, pero la vieja cinta de casete es un subformato que ya no se aprecia ni en la gasolinera más remota.

La firma neoyorquina Hammacher Schlemmer se jacta de ofrecer «lo mejor, lo único, lo inesperado desde hace 164 años». Vende aparatos que mezclan el diseño, la sorpresa y la dudosa utilidad. En su catálogo, la tienda ofrece un masajeador de manos que parece un híbrido entre sandwichera y guante, el «rejuvenecedor» de pelo con aspecto de caso de bici con orejeras incorporadas, la funda para el iPad con cargador solar

Una cara del aparato muestra el último cacharro estrella de Apple. En el lado contrario, el consumible desfasado que ya nadie quiere: una cinta. Me he permitido traer a la sección de Artefactos el Cassette to iPod Converter (conversor de casete a iPod) por la mezcla de  entusiasmo, melancolía e irritabilidad que produce.

Te hace recordar al walkman que incluso daba la vuelta a la cinta automáticamente, el rebobinado con boli Bic, el espacio que ocupaban las cintas en la maleta cuando te ibas de vacaciones y las querías llevar todas… Y al mismo tiempo tener la certeza de que, a pesar de la imperfección del sistema, no va a haber un iPhone que dure lo mismo que aquella caja negra de botones salientes que demostraba su condición indestructible cuando funcionaba tras caerse de la litera cada noche.

El aparato, que saldrá a la venta este mes y costará 79,95 dólares (62,50 euros), transforma el contenido de una cinta en un archivo mp3 que se almacena en un iPhone o en un iPod touch. También se pueden pasar los archivos a un ordenador para escapar del monopolio elitista de Apple, que ejerce la dictadura sobre cualquier archivo que se almacene en sus artículos.

No es el primer invento de este tipo que invade nuestra nostalgia. En Internet hay otros modelos menos cool, a mejor precio o más profesionales, que no incluyen la ranura ideal para el iPhone , pero seguro que el diseño del cacharrito hará caer a más de uno.

Sólo hay que bajarse una aplicación gratuita, insertar el cassette y darle al play, un gesto en peligro de extinción, y todos los tesoros (y las aberraciones) del pasado quedarán a salvo.

Helena Celdrán

Guitarras hechas con maletas viejas

Jeff Conley

Jeff Conley

Hace tres años, tras un concierto, Jeff Conley descubrió que le habían robado del coche sus dos guitarras Gibson de los años sesenta. La Jeff Conley Band tenía por delante un calendario lleno de actuaciones: «Necesitaba seguir tocando, pero no podía permitirme otras guitarras. En casa tenía muchas piezas viejas sueltas y decidí construir en lugar de comprar«.

Siguiendo la tradición de las cigarbox guitars (guitarras de cajas de puros) —artilugios baratos e improvisados en los que se han fijado Carl Perkins, Jimi Hendrix, B.B. King o Tom Waits— el músico estadounidense de Boston (Massachusetts) utiliza maletas viejas, de estructuras metálicas acolchadas con colores oscuros, como cajas de resonancia de los instrumentos acústicos y eléctricos que fabrica.

Lo que parecía una solución de emergencia es ahora una pasión que configura el sonido del grupo. Conley utiliza su maleta-guitarra y otra maleta modificada para tocar la percusión con el pie. Con algunas variantes, un ukelele, una guitarra tocada con slide y a veces una armónica suelen bastar para completar el cuadro de sonidos de cada canción.

A pesar de haber superado el bache que le permitió descubrir que las maletas pueden ser buenas aliadas para su música, sigue melancólico por la pérdida de sus dos Gibson. For Gibby (Para Gibby) es una canción dedicada a uno de los instrumentos robados, en la que cuenta su romance adictivo: «Chica estás endemoniadamente loca/ ella dijo ‘sí, pero te conozco mejor que tú mismo».

Helena Celdrán

El pato mecánico que hacía la digestión

Una hipótesis sobre el interior del pato de Vaucanson

Una hipótesis sobre el interior del pato de Vaucanson

Era capaz de comer de la mano, tragar los granos de maíz, digerirlos y expulsarlos convertidos en heces. El Canard Digérateur (El pato que digiere) era obra del francés Jacques de Vaucanson (1709-1782), ingeniero especializado en autómatas, al que se le atribuyen inventos revolucionarios, como el primer telar automático.

Fabricado en cobre recubierto de oro, con más de 400 piezas móviles y del tamaño de un pato de verdad, el ave mecánica parpaba, flexionaba sus patas y se tragaba la comida de modo realista, moviendo el cuello para que se deslizara mejor. Pero lo más importante, lo que lo elevó al invento del momento, era su capacidad de producir excrementos.

El pato se había convertido en una estrella. Su mecanismo a la vista permitía al público deleitarse con el proceso digestivo. Vaucanson (que incluso había dotado al animal con un tubo de goma por el que viajaba el alimento) explicaba que en el interior había «un pequeño laboratorio químico» que recreaba la descomposición de la comida con jugos gástricos artificiales, pero lo cierto es que el milagro no era verdadero: un compartimento secreto contenía una papilla verde que simulaba el alimento digerido y la comida se depositaba en otro depósito, algo que no se supo hasta mucho después.

Autodidacta y aficionado desde niño a los mecanismos, en una época en la que los autómatas fascinaban a las cortes europeas de la Ilustración, representaba el espíritu de la intelectualidad de la época: sus autómatas reflejaban un interés enciclopédico por la técnica, la anatomía y el arte. Entre sus admiradores estaba Voltaire, que veía en el ingeniero «un prometeo moderno».

Su primera creación famosa, en el año 1738, fue la figura de un flautista, del tamaño de un hombre, capaz de tocar 12 melodías. No se trataba de un truco barato, el autómata reproducía el sonido con la mecánica de sus músculos artificiales. El inventor recreó el funcionamiento de una tráquea y la complejidad de la lengua con sistemas de fuelles y tubos. Los dedos del flautista eran de madera recubierta de una tela que imitaba la textura de la piel, indispensable para obtener la sensibilidad necesaria al tacto con el instrumento.

Pero el pato era su carta de presentación. Tras haber ganado mucho dinero, cansado de dedicarse al entretenimiento y viendo que corría el riesgo de encasillarse, decidió mandar de gira a sus autómatas y aprovechar el entusiasmo del rey Luis XV (fascinado por el ave), que poco después nombró a Vaucanson inspector de manufacturas de seda, confiándole las mejoras técnicas de la importante industria, amenazada por los avances de Inglaterra.

El audaz ingeniero vendió sus juguetes y poco más se supo de ellos. Parece ser que el pato apareció en el sótano de una casa de empeños de Alemania unas décadas después. Johann Wolfgang von Goethe tuvo la oportunidad de ver en 1805 al ave artificial ya maltrecha, en poder de un coleccionista. «Todavía devoraba copos de avena con brío, pero había perdido sus poderes digestivos», escribió Goethe en su diario.

Helena Celdrán

Un paraguas con música de 8 bits

El paraguas reacciona al impacto de las gotas con sonidos propios de las videoconsolas de los años ochenta, creando una melodía caótica que se desboca si llueve demasiado.

Las alemanas Alice Zappe y Julia Läger, residentes en Berlín y aficionadas a la programación y a modificar aparatos electrónicos, son las creadoras del 8-bit sound umbrella (Paraguas de los sonidos de 8 bits), al que Zappe llama «loco instrumento musical».

Fabricaron el aparato en un día y con motivo del Music Hackday de Amsterdam, un evento de un fin de semana, dedicado al hackeo relacionado con la música, el software, el arte, los móviles y la web que tuvo lugar en la capital holandesa en marzo de este año.

En la bóveda interior de la creación improvisada, Zappe y Läger colocaron 12 sensores piezoeléctricos (que miden la fuerza de la lluvia y la traducen en una señal), dos pequeños altavoces, una pequeña placa con un microcontrolador, cable y cinta americana.

Aunque el paraguas de 8 bits tenía el único fin de participar en una maratón organizada por el festival, sus creadoras, (que también tiene un grupo musical —EDEKA— especializado en hacer música con consolas y aparatos electrónicos) han decidido mejorarlo. El primer defecto que le sacan es el caos de sonidos que se producen con la lluvia, demasiado atropellados para resultar placenteros por mucho tiempo. Ahora buscan reducir la sensibilidad de las señales para para que la música, aunque aleatoria, sea más armónica e incluso deje escoger entre sonidos que recreen diferentes instrumentos, como el piano, la batería o la guitarra.

Helena Celdrán

La caseta que funciona como micrófono para aves

'Bird's Talk'

'Bird's Talk'

Podría ser un extraño megáfono inmaculado, un aparato de cocina. Tal vez esté más cerca de parecer un gramófono incompleto, pero el sonido que espera el cono blanco no es el de un disco.

Vasily Kassab es el autor de Bird’s talk (Charla de pájaros), «una interpretación lúdica de la tradicional caseta de madera para pájaros» que une como cualquier casa-nido el deseo de avistarlos, controlar la población o tenerlos cerca con el fin altruista de que se sientan protegidos y descansen. Además, el sencillo diseño aprovecha el canto de las aves.

«Hecho de polipropileno reciclado, duradero, colorido y con estilo, fácil de limpiar y montar, mezcla la función y la diversión en una única experiencia para el usuario y para el pájaro», dice en su página web el diseñador ruso.

Sostenido sobre el poste de madera que incluye o colgado de un árbol con el asa superior, la forma permite amplificar la baja frecuencia del trino del ave, que descansa apoyada en un pie a modo de podio. El invento, todavía en fase de proyecto, incluye además una tapa para cerrar la peligrosa parte ancha y «crear un refugio cálido y seguro para sus habitantes» sin que ninguna visita inesperada irrumpa en el gramófono-vivienda.

Helena Celdrán

Como dibujar con dos tocadiscos

«Las revoluciones del tocadiscos crean dibujos que sirven como indicadores de temporalidad«, dice el estadounidense Robert Howsare, inventor de Drawing Apparatus (Aparato de dibujo).

Es una máquina simple, pero de resultados complejos. Howsare añade un saliente a cada uno de los dos vinilos que giran en dos tocadiscos. El de la izquierda se mueve a 33 revoluciones por minuto; el de la derecha, a 45.

A esos dos salientes les adjunta un brazo de madera que sostiene un bolígrafo. El papel se llena de elipses -al principio caóticas- que comienzan pronto a organizarse en curvas matemáticas que forman figuras en tres dimensiones. El sonido del bolígrafo, guiado por el brazo de trayectoria cíclica, marca un ritmo monótono pero atractivo que el diseñador describe como «hipnótico y sensual».

Cuantas más veces gira el disco, mas intrincada se vuelve la ilustración. La técnica recuerda al viejo espirógrafo, a un patrón infinito de M.C. Escher, a una clase de geometría.

Howsare, estudiante de Bellas Artes en la Universidad de Ohio, no tenía más pretensión que jugar con elementos conocidos para explotar sus posibilidades creativas, buscar la belleza de la sencillez. bujInvirtió menos de 50 dólares (unos 37 euros) en su robot dibujante y los giradiscos son aparatos de los años setenta que rondaban por la casa familiar.

Helena Celdrán