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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

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Cueros, bigotes y grandes penes

Imagino que a los distribuidores de Festival Films no les ha sido posible hacer coincidir la fecha del estreno de Tom de Finlandia con el World Pride, aunque han intentado aproximarlas lo más posible. Aunque los acalorados personajes que este hombre pintaba a mí me dejan muy frío y su traslado a la pantalla más o menos igual, creo que la película como mínimo cumple una función didáctica en un terreno del que no andamos sobrados, el de difundir una palabra de tolerancia para con la diversidad sexual.

No tenía ni idea, lo confieso, de quién era Tom de Finlandia, para asombro de mi buen amigo Jesús Generelo, Presidente de la Federación Estatal LGTB. Ahora lo sé, después de ver la película que con ese título se estrena mañana. No es que no hubiera visto nunca ninguno de sus dibujos, esos fornidos muchachotes, hormonados, orgullosos de su espléndida virilidad, con gorra y atuendos militares, cueros a tope, bigotito reglamentario y en actitudes de franca y promiscua camaradería en pareja o en alegres multitudes. Pero, ya digo, ni la más remota sospecha de su autor, el finlandés Touko Laaksonen, más conocido por su nombre artístico, Tom de Finlandia.

Lo dicho más arriba no es extraño: tampoco estoy familiarizado con la iconografía gay. Mi primer contacto, si puedo llamarlo así, se produjo a primeros de los ochenta, cuando vi Querelle, la adaptación de la novela de Jean Genet, Querelle de Brest, por parte del genial Rainer Werner Fassbinder. Me dejó anonadado el nivel de explicitud con que los marineros manifiestan sus inclinaciones y deseos sexuales. Además, la combinación explosiva de delincuencia, homosexualidad, asesinatos y traiciones produjo en mí un impacto que me echó para atrás con la brusquedad de una coz. Luego supe que el propio Bernardo Bertolucci, mi director predilecto, había rechazado llevar a cabo la puesta en escena de la novela ¡por escabrosa! Salí un poco espantado de aquella sala de cine. Aunque, seguramente, vista hoy no hay para tanto asombro.

No volví a pisar ese tipo de terrenos tan deslizantes hasta que descubrí la fotografía de Robert Mapplethorpe, otro genio prematuramente fallecido, como Fassbinder. Este grandioso artista es mundialmente conocido por la apabullante belleza de sus desnudos masculinos, de una inspiración clásica fuera de toda sospecha, y en su galería también pululan algunos de los personajes que parecen haber servido de modelos a Tom de Finlandia. De hecho, incluso Tom y Robert llegaron a ser amigos, algo tan lógico y explicable como natural. Algunas de las obras de ambos podrían haber sido mutuas reinterpretaciones en clave de dibujo o fotográfica. Mapplethorpe sí me atraía porque su orbe está compuesto por continentes de muy diversa naturaleza, a diferencia de Tom que se aplicaba al monocultivo. Soy un gran amante del arte fotográfico y los desnudos masculinos y femeninos del fotógrafo neoyorquino me fascinan.Los dos artistas sufrieron lo suyo, el estigma de la pornografía les persiguió (y sigue persiguiendo, por supuesto) hasta que vieron reconocido su talento; inmenso en el caso del fotógrafo, y de menor dimensión, me parece a mí, en el del dibujante.

Robert Mappelthorpe: Brian Ridley y Lyle Heeter, 1979. © Robert Mapplethorpe Foundation

La película de Dome Karukoski, Tom de Finlandia, avivará emociones entre muchos de los que se reunieron en Madrid la semana pasada. A mí me ha dejado una extraña sensación su visionado, más allá de su función divulgativa, que cumple con creces. Otro buen amigo, Santiago Tabernero, apuntaba certeramente a la salida del pase de prensa que el director había sentido pavor al enfrentarse a la obra de su personaje, huyendo como de la quema de representarla en pantalla. Y es cierto, Karukoski casi oculta el objeto principal de la película, la obra prohibida de Tom de Finlandia, esos dibujos que, no obstante, el personaje no para de realizar a lo largo de toda la función.  Vemos muchos planos en los que Pekka Strang, el actor que le da vida, traza unas líneas siempre sobre chaquetas o detalles menores, pero nunca para perfilar esos sexos de considerable tamaño que son la seña de identidad de Tom.

Si el director entra en pánico con los dibujos es fácil imaginar cómo representa a los modelos: prácticamente de ninguna manera. Hay, sí, un mocetón embutido en cuero como manda el canon, que se aparece como una fantasía recurrente a Tom; pero nunca desnudo y mucho menos aun enarbolando uno de los enormes penes que se adoran en sus láminas, ¡hasta ahí podíamos llegar! Tampoco se atreve el director a poner en escena actividad sexual que merezca tal nombre, ni homo ni hetero, salvo algún antes o algún un después; para solazarse, algunos juegos florales en la piscina de Los Angeles, el paraíso terrenal que visita Tom cuando es invitado por sus editores norteamericanos. En esa secuencia un detalle de sarcasmo que se agradece: la policía irrumpe en la fiesta, pero Karukoski subraya con la resolución del suspense lo distintas que son las cosas en ese momento en Europa y Estados Unidos.

Uno de los dibujos más recatados de Tom de Finlandia

Dicho todo lo cual, cabe pensar que este ejercicio de auto represión moderadamente castrante tiene por objetivo alcanzar la playa tropical del “para todos los públicos” y mecerse en sus deliciosas aguas, con un personaje harto difícil de vender. ¿Habrá intentado Karukoski la cuadratura del círculo? Pretenderá conseguir la respetabilidad para Tom sin perder demasiada clientela en el planeta gay? Lo veo francamente complicado. Me temo que muchos se van a sentir decepcionados y eso no evitará que otros tantos se escandalicen; es la dialéctica de la manta demasiado corta, si te tapas los pies no te llega al cuello.

El filme se abre y cierra con Touko Laaksonen en un auditorio frente a un fervoroso y ruidoso público gay, cuando se convirtió en poco menos que San Pedro encargado por los dioses de abrirles las puertas del cielo. Sin embargo, el retrato que entrega Pekka Strang, el actor que encarna a Tom, supongo que por decisión autoral, nos muestra a un Touko más cerca de la depresión que de la euforia, un rictus tirando a triste incluso cuando comienza a tener éxito. El episodio en el que mata a un enemigo soviético parece haber hecho un agujero en su conciencia, y aunque sus ecos terminan por extinguirse un poco arbitrariamente, sin previa explicación, como un hilo suelto en el argumento, termina por dejar flotando un efluvio de amargura. Que no sé yo si dejará un poco desencantada a la parroquia. Esperemos que no, porque pese a todo es una muy digna película, excelentemente ambientada. A la valentía hay que premiarla con un voto de confianza y Dome Karukoski ha tenido -aun con los miramientos señalados- el valor de meterle mano a un personaje peliagudo cuya obra sigue siendo subversiva y perturbadora.

Sexo, carteles y censura en el cine (1)

Cartel pecaminoso de «Sin City: una dama por la que matar»

Lo más cutre no fue que la MPAA (Motion Pictures Association of America) de los EE.UU. censurase el poster de Sin City: Una dama por la que matar (Robert Rodríguez, Frank Miller, 2014). Todos sabemos que en el país en que las armas se venden como churros y el culto a la violencia es un deporte nacional la belleza física debe someterse a estrictos códigos so pena de prohibiciones o clasificaciones que condenan a las películas a circuitos minoritarios, que en la práctica significan la asfixia económica. Lo peor fue la justificación que dieron: “la curva del seno, la aréola y el pezón son visibles a través del tejido transparente”. ¡Madre mía, casi resulta más excitante la descripción que la fotografía de ese portento llamado Eva Green! La imaginación de los censores es aún más calenturienta que la de los ciudadanos, indefensos ante los siete males causados por la pornografía.

Es cierto que los diseñadores de posters cinematográficos demuestran una perversa habilidad para tratar de colársela a los guardianes de la moral y las buenas costumbres, que aquí, paciente lector, serán zaheridos una y otra vez hasta que me canse. En Francia, sin ir más lejos, país avanzado en libertades civiles –o eso hemos creído siempre- las gastan igual que en el resto del mundo, de nuestro mundo y del otro.

Está aún reciente la polémica provocada por el diario Libération con el cartel oficial de la próxima edición del Festival de Cannes, que se celebra del 17 al 28 de este mes . La cosa estaba entre chusca y borrosa. Yo confieso que no sé a qué carta quedarme. De un lado, los detalles del cambio entre el antes y el después de la fotografía de base eran mínimos. Total, se trataba seguramente de un “aggiornamento”, de Claudia Cardinale, que tenía 21 años en 1959, a la que se ha sometido a una mínima cura de adelgazamiento con fines de puesta al día, unos centímetros de cintura por aquí, un contorno de piernas por allá. Obsérvese que incluso se han modificado los cabellos. Bueno, en este caso quienes se rasgaron las vestiduras fueron los puristas de lo natural, los enemigos furibundos del Photoshop, los aguerridos partisanos de la arruga es bella y los/las feministas hipersensibles. ¡Han retocado a Claudia! Gritaron horrorizados. ¡Censura!

Fotografía original y cartel del 70 Festival de Cannes 2017

La propia Cardinale, bellezón de mujer y sabia entre tanto necio, vino a situar las cosas en su justo término: «quiero responder a la falsa polémica sobre el póster de Cannes y las consideraciones de algunos sobre los retoques de la imagen. No tengo comentarios respecto al trabajo artístico realizado sobre la foto. Se trata de un póster que, más que representarme a mí, representa una danza, un vuelo. La imagen ha sido retocada para destacar ese efecto de ligereza y transportarme hacia un personaje de sueño: es una sublimación. La preocupación por el realismo aquí no tiene sentido y, como feminista convencida, no veo ningún ataque al cuerpo de la mujer. Hay cosas mucho más importantes para debatir en este momento en el mundo. No nos olvidemos de que esto no es más que cine».

Dos fotografías más de la sesión, de autor no conocido

Dicho ésto, me parece que no tenemos “casus belli”, no hay para tanto ruido y tanta gárgara. ¡Con la de casos, para dar y tomar, que se suceden día no, día sí de agresiones auténticas a la libertad en general y en el territorio de la imagen en particular! Por seguir en Francia, con este ligero y jocoso repaso les ofrezco algunos «inocentes» carteles que a alguien parecieron subidos de tono, aunque a ustedes y a mí nos parezcan simplemente divertidos, en el entendido de que allí o en cualquier otro país la lista sería interminable si se pretendiera rigurosa.

El sexo, por supuesto, es el tema preferido para aplicar la tijera. Insinuaciones pecaminosas las justas, que nos enfadamos. Es el caso de la película Los infieles (2012) que presume de una ristra de realizadores: Jean Dujardin , Gilles Lellouche , Emmanuelle Bercot , Fred Cavayé , Michel Hazanavicius , Eric Lartigau , Alexandre Courtes. Una serie de variaciones sobre un tema procaz y divertido le pareció a las autoridades pertinentes extremadamente audaz, o una burla de la dignidad de la mujer, ya sabe, ese tipo de burdos eufemismos que suelen usarse para la ocasión. El lema del primer cartel no tenía desperdicio: “Esto se corta, estoy entrando en un túnel”. La polisemia, que es el enemigo a batir en la publicidad porque va preñada de las peores intenciones. Moralistas en acción, ¡al ataque!

Carteles de «Los infieles». Atención al primer eslógan: «Esto se corta, entro en un túnel»

Sobre obras maestras más antiguas también cayó en su momento la maldición del cartelista insolente: Querelle (1982) del combativo, polifacético y vanguardista alemán Rainer Werner Fassbinder, presentaba a Brad Davis apoyado en su mismidad de piedra y sosteniendo un cuchillo en posición equívoca. Y de El imperio de la pasión (1978) del japonés Nagisa Oshima no está claro si lo que les molestaba era la posición de las piernas o la analogía con el volcán. O más bien las dos cosas. ¡Que les corten la cabeza! hubiera gritado la reina de Alicia en el país de las maravillas.

El cuchillo de Brad Davis y los triángulos virtuosos de «El imperio de la pasión»

Más recientes: la guapísima Isabelle Pasco crucificada en el bellísimo poster de Ave María (Jacques Richard, 1984) se adelantó a la Gala Drag Queen del Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria de este año, transmitida en directo por TVE y posteriormente eliminada de su sitio web en escandalosa, arbitraria y ridícula decisión. Los censores franceses debieron tomarse a la tremenda la leyenda sobre la cruz : “Diabólicamente suya…” y señalaron el camino para los puritanos de nuestra televisión pública.

Isabelle Pasco crucificada sin dolor

Y para terminar con este capítulo de fechorías, el cartel francés de la versión norteamericana de David Fincher, Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres (2011), que en España mostraba únicamente el rostro de los dos protagonistas, Daniel Craig y Rooney Mara, vio alterada la expresionista fotografía con una fecha de salida del filme que ocultaba un detalle nada banal en la definición psicológica del personaje femenino.

Cartel inicial y cartel readaptado de «Millenium: Los hombres que no amaban a las mujeres»

Otra vez los pezones en danza, esa pequeña porción de la anatomía femenina que trae por el camino de la amargura a los Torquemada de cada país. Y ya que estamos en España, les dejo una pequeña muestra de lo cutre que era la censura en tiempos del dictador, concretamente en 1969. Dejamos la tela para otro momento porque es mucha la que hay por cortar.

Con las delicias de la censura en España nos divertiremos otro día