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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

Archivo de julio, 2017

Cueros, bigotes y grandes penes

Imagino que a los distribuidores de Festival Films no les ha sido posible hacer coincidir la fecha del estreno de Tom de Finlandia con el World Pride, aunque han intentado aproximarlas lo más posible. Aunque los acalorados personajes que este hombre pintaba a mí me dejan muy frío y su traslado a la pantalla más o menos igual, creo que la película como mínimo cumple una función didáctica en un terreno del que no andamos sobrados, el de difundir una palabra de tolerancia para con la diversidad sexual.

No tenía ni idea, lo confieso, de quién era Tom de Finlandia, para asombro de mi buen amigo Jesús Generelo, Presidente de la Federación Estatal LGTB. Ahora lo sé, después de ver la película que con ese título se estrena mañana. No es que no hubiera visto nunca ninguno de sus dibujos, esos fornidos muchachotes, hormonados, orgullosos de su espléndida virilidad, con gorra y atuendos militares, cueros a tope, bigotito reglamentario y en actitudes de franca y promiscua camaradería en pareja o en alegres multitudes. Pero, ya digo, ni la más remota sospecha de su autor, el finlandés Touko Laaksonen, más conocido por su nombre artístico, Tom de Finlandia.

Lo dicho más arriba no es extraño: tampoco estoy familiarizado con la iconografía gay. Mi primer contacto, si puedo llamarlo así, se produjo a primeros de los ochenta, cuando vi Querelle, la adaptación de la novela de Jean Genet, Querelle de Brest, por parte del genial Rainer Werner Fassbinder. Me dejó anonadado el nivel de explicitud con que los marineros manifiestan sus inclinaciones y deseos sexuales. Además, la combinación explosiva de delincuencia, homosexualidad, asesinatos y traiciones produjo en mí un impacto que me echó para atrás con la brusquedad de una coz. Luego supe que el propio Bernardo Bertolucci, mi director predilecto, había rechazado llevar a cabo la puesta en escena de la novela ¡por escabrosa! Salí un poco espantado de aquella sala de cine. Aunque, seguramente, vista hoy no hay para tanto asombro.

No volví a pisar ese tipo de terrenos tan deslizantes hasta que descubrí la fotografía de Robert Mapplethorpe, otro genio prematuramente fallecido, como Fassbinder. Este grandioso artista es mundialmente conocido por la apabullante belleza de sus desnudos masculinos, de una inspiración clásica fuera de toda sospecha, y en su galería también pululan algunos de los personajes que parecen haber servido de modelos a Tom de Finlandia. De hecho, incluso Tom y Robert llegaron a ser amigos, algo tan lógico y explicable como natural. Algunas de las obras de ambos podrían haber sido mutuas reinterpretaciones en clave de dibujo o fotográfica. Mapplethorpe sí me atraía porque su orbe está compuesto por continentes de muy diversa naturaleza, a diferencia de Tom que se aplicaba al monocultivo. Soy un gran amante del arte fotográfico y los desnudos masculinos y femeninos del fotógrafo neoyorquino me fascinan.Los dos artistas sufrieron lo suyo, el estigma de la pornografía les persiguió (y sigue persiguiendo, por supuesto) hasta que vieron reconocido su talento; inmenso en el caso del fotógrafo, y de menor dimensión, me parece a mí, en el del dibujante.

Robert Mappelthorpe: Brian Ridley y Lyle Heeter, 1979. © Robert Mapplethorpe Foundation

La película de Dome Karukoski, Tom de Finlandia, avivará emociones entre muchos de los que se reunieron en Madrid la semana pasada. A mí me ha dejado una extraña sensación su visionado, más allá de su función divulgativa, que cumple con creces. Otro buen amigo, Santiago Tabernero, apuntaba certeramente a la salida del pase de prensa que el director había sentido pavor al enfrentarse a la obra de su personaje, huyendo como de la quema de representarla en pantalla. Y es cierto, Karukoski casi oculta el objeto principal de la película, la obra prohibida de Tom de Finlandia, esos dibujos que, no obstante, el personaje no para de realizar a lo largo de toda la función.  Vemos muchos planos en los que Pekka Strang, el actor que le da vida, traza unas líneas siempre sobre chaquetas o detalles menores, pero nunca para perfilar esos sexos de considerable tamaño que son la seña de identidad de Tom.

Si el director entra en pánico con los dibujos es fácil imaginar cómo representa a los modelos: prácticamente de ninguna manera. Hay, sí, un mocetón embutido en cuero como manda el canon, que se aparece como una fantasía recurrente a Tom; pero nunca desnudo y mucho menos aun enarbolando uno de los enormes penes que se adoran en sus láminas, ¡hasta ahí podíamos llegar! Tampoco se atreve el director a poner en escena actividad sexual que merezca tal nombre, ni homo ni hetero, salvo algún antes o algún un después; para solazarse, algunos juegos florales en la piscina de Los Angeles, el paraíso terrenal que visita Tom cuando es invitado por sus editores norteamericanos. En esa secuencia un detalle de sarcasmo que se agradece: la policía irrumpe en la fiesta, pero Karukoski subraya con la resolución del suspense lo distintas que son las cosas en ese momento en Europa y Estados Unidos.

Uno de los dibujos más recatados de Tom de Finlandia

Dicho todo lo cual, cabe pensar que este ejercicio de auto represión moderadamente castrante tiene por objetivo alcanzar la playa tropical del “para todos los públicos” y mecerse en sus deliciosas aguas, con un personaje harto difícil de vender. ¿Habrá intentado Karukoski la cuadratura del círculo? Pretenderá conseguir la respetabilidad para Tom sin perder demasiada clientela en el planeta gay? Lo veo francamente complicado. Me temo que muchos se van a sentir decepcionados y eso no evitará que otros tantos se escandalicen; es la dialéctica de la manta demasiado corta, si te tapas los pies no te llega al cuello.

El filme se abre y cierra con Touko Laaksonen en un auditorio frente a un fervoroso y ruidoso público gay, cuando se convirtió en poco menos que San Pedro encargado por los dioses de abrirles las puertas del cielo. Sin embargo, el retrato que entrega Pekka Strang, el actor que encarna a Tom, supongo que por decisión autoral, nos muestra a un Touko más cerca de la depresión que de la euforia, un rictus tirando a triste incluso cuando comienza a tener éxito. El episodio en el que mata a un enemigo soviético parece haber hecho un agujero en su conciencia, y aunque sus ecos terminan por extinguirse un poco arbitrariamente, sin previa explicación, como un hilo suelto en el argumento, termina por dejar flotando un efluvio de amargura. Que no sé yo si dejará un poco desencantada a la parroquia. Esperemos que no, porque pese a todo es una muy digna película, excelentemente ambientada. A la valentía hay que premiarla con un voto de confianza y Dome Karukoski ha tenido -aun con los miramientos señalados- el valor de meterle mano a un personaje peliagudo cuya obra sigue siendo subversiva y perturbadora.

El talento no es cosa de sexos

La semana pasada el inolvidable, malencarado y genial John McEnroe, un tenista capaz de concitar la atención, para bien o para mal, tanto de los aficionados como de los ignorantes como el que esto escribe, realizó unas declaraciones que en coherencia con su personaje levantaron ampollas entre las gentes hipersensibilizadas con las cuestiones relativas a la igualdad de sexos. Por si hay algún despistado recordaré que este caballero está entre los más grandes de la historia por haber ganado la bagatela de siete títulos individuales de Grand Slam: el Abierto de Estados Unidos en cuatro ocasiones, y el Campeonato de Wimbledon en tres, entre 1979 y 1984. Algo sabrá de esto. Aunque, desde luego, la sabiduría y el conocimiento en el deporte no garantizan el acierto en cuestiones tan delicadas. Según quien fuera el número uno del mundo, “si Serena Williams compitiera entre hombres estaría en el puesto 700”. Añadía también para explicar su afirmación aparentemente machista: “esto no significa que no considere a Serena como una jugadora increíble, al contrario, y creo que podría vencer a algunos jugadores en un día porque tiene una increíble fuerza mental, pero si ella jugara en el circuito de los hombres todos los días, eso sería otra historia”.

 

La aludida, ganadora de treinta y nueve  títulos de Grand Slam, veintitrés de ellos individuales, y considerada la mejor tenista de todos los tiempos, no tardó en responderle con inteligencia: «Querido John, yo te adoro y te respeto, pero por favor déjame al margen de tus comentarios carentes de datos fácticos». Efectivamente, el único modo de obtener datos que lo confirmaran o desaprobaran sería suprimir los circuitos masculino y femenino y ponerles a todos a competir juntos y esto es algo que no va a suceder porque el resultado sería perjudicial para todos los afectados.

Si en el deporte parecen claras las razones para que la segregación de sexos no se considere un acto de discriminación flagrante, hay quienes piensan que sí lo es a la hora de calificar el trabajo de actores y actrices, y abogan por que se establezcan unas distinciones neutras de interpretación, tal como sucedió en los MTV Movie & TV Awards (hasta 2016 conocidos como los MTV Movie Awards), en cuya última gala Emma Watson recibió el galardón unificado por su papel en La bella y la bestia, dirigida por Bill Condon. Convertida desde hace un tiempo en icono del feminismo actual, Watson lo recogió orgullosísima:

Emma Watson recoge el Premio MTV Movie & TV Awards

«El primer premio a la interpretación en la historia que no separa nominados según sus sexos dice algo de cómo percibimos la experiencia humana. Pero para mí, indica que la actuación es sobre la habilidad de ponerte en los zapatos de otro. Y eso no es necesario separarlo en dos categorías diferentes. La empatía y la habilidad para usar tu imaginación no deberían tener límites«. Coincido plenamente en el razonamiento de Emma Watson pero me gustaría indicar que no veo la necesidad ni la ventaja de suprimir las categorías para unificarlas en una sola. Tampoco creo que la separación sea un insulto a las mujeres, como afirmaba la columnista y aguerrida militante de la equiparación de The New York Times, Kim Elsesser, porque obviamente los mejores trabajos de las mejores actrices son tan geniales como los de sus homólogos masculinos. Y sobre eso no creo que nadie tenga dudas, salvo en algunos círculos antediluvianos. Pero ¿ayudaría a la causa de la igualdad entre hombres y mujeres que todas las instituciones imitaran a la Academia de Cine de Aragón, que el pasado mes de mayo  otorgó (para minimizar el número de premios y acabar con cierto sexismo, según se explicó) el premio Simón a la Mejor Interpretación a Laura Contreras por Luz de Soledad, de Pablo Moreno?

En un escenario ideal tendría sentido, pero habría que tener en cuenta para responder a ello que la gran mayoría de las historias tienen a hombres por protagonista. Eso quiere decir que los mejores papeles, en términos cuantitativos, los acaparan los hombres y por tanto las posibilidades de ellas se reducen en la misma proporción. Cuando se premia a un actor no se tienen sólo en cuenta sus habilidades sino que pesa mucho la brillantez del personaje. Las posibilidades de lucimiento de actores y actrices aumentan o disminuyen en función de la magnitud de lo que tienen que crear. En esa hipotética carrera las actrices disponen de muchos menos caballos y perderían mucha visibilidad si tuvieran que competir por un unificado Premio a la Mejor interpretación. ¿Cuántos Goya recibirían? Con toda seguridad, muchos menos que sus colegas, y no por tener menos talento.

Cuando se objeta que lo mismo podrían exigir los miembros de otras profesiones, directores, directores de fotografía, o cualquier otro, evidentemente se está llevando el argumento al absurdo porque duplicarlo todo sería sencillamente ridículo e inviable. Solo con pensar en la retahíla de agradecimientos a los padres, familiares y amigos de los premiados me pongo a temblar. Queda aceptado de entrada que la homologación estaría dentro de una lógica impecable salvo que simplemente se traduciría en un retroceso en el terreno conquistado. Por una vez y hasta nueva orden, la incongruencia de distinguir entre premios masculinos y femeninos debe ser considerada un acierto, el renglón torcido con el que se escribe derecho en el camino hacia la igualdad. Sintiéndolo mucho por el discurso entusiasta y bien intencionado de Emma Watson, será mejor que por ahora no cunda su ejemplo.

Anne Hathaway, Vigalondo y el monstruo

Nacho Vigalondo se pellizcaba porque no se podía creer que estuviera asistiendo a un “casting” de productores para su última película, estrenada el viernes. ¡Era él quien debía decidir a quienes dejaban entrar en la producción de Colossal! El secreto de lo que –según reconocía el director- difícilmente volverá a repetirse (aunque vaya usted a saber) era Anne Hathaway, que había decidido que ese personaje estaba escrito para ella. La ganadora de un Oscar, un Globo de Oro y un rosario de premios en 2012 por su sufrida y cantarina heroína en Los miserables, se había interesado por un proyecto tan pequeño sin que el propio Vigalondo se lo hubiera enviado. Suerte para él.

A mí este director me cae muy bien, especialmente por su atrevimiento. ¿A quién se le ocurriría poner a bailar al monstruo de Godzilla, salvo a quien colocó una invasión alienígena en pleno centro de Madrid sin tener un duro para marcianitos? Con Extraterrestre (2011) demostraba dos cosas: 1. El espacio off es un recurso del que los pobres pueden con mucha imaginación  sacar dinamita. 2. Hace falta talento y saber manejar los mecanismos de la narración para que nos hagan creer que está pasando algo que no vemos entre los cuatro segmentos de la imagen, algo de lo que oímos hablar a través de las voces de un noticiario, o en los diálogos de los personajes pero no aparece en la pantalla, más que en un rincón del encuadre en algunos momentos durante pocos segundos, una nave espacial que ni se mueve, y con música y ambiente apropiados nos lo tragamos. Vigalondo posee el talento de un cuentacuentos embaucador, pero todavía tiene un terreno por recorrer para madurar la enjundia de sus historias.

Tampoco es necesario un gran esfuerzo para sostener la afirmación que acabo de hacer. Al fin y al cabo, haber sido nominado al Oscar con un  cortometraje no es algo que esté al alcance de cualquiera; ya lo recordé el jueves pasado: fue en 2004 y con 7:35 de la mañana Vigalondo dio con la tecla de la pulsión cómica que mueve no se sabe cómo a los espectadores. Delante y detrás de la cámara. Y luego, de un brinco al primer largometraje con aterrizaje feliz. Los cronocrímenes (2007) era un triple salto mortal sin pértiga en el que se metía y nos metía en un bucle de paradojas, un enrevesado argumento que empujaba a Karra Elejalde a apuñalarse a sí mismo después de desdoblarse tras pasar por un máquina de viajar en el tiempo por espacio de una hora. La ciencia ficción, con el propio Vigalondo embutido en la bata de un científico, tratada con mucha más seriedad de lo que aparentaba y premiada en el Fantastic Fest de Austin, Texas, Estados Unidos.

En aquella ciudad se rodó en parte Open Windows (2014), el resto en Madrid. No puede negarse tampoco el virtuosismo que le permitió a Vigalondo encerrar en una pantalla de ordenador repleta de ventanitas emergentes toda la acción de un thriller, una vuelta de tuerca narrativa complicadísima y espectacular por la que se colaban el voyeurismo, la acción trepidante y el suspense. Un experimento formalmente deslumbrante, aunque en el fondo escasamente nutritivo, que contaba entre sus atractivos con la presencia de Elijah Wood y Sasha Grey, ésta última portadora de una contraseña particular debido a su amplia experiencia en el cine genital. Fue su primera película en inglés. La segunda es Colossal.

La verdad es que sobre Colossal yo no soy tan entusiasta como Daniel G. Aparicio y considero que es ante todo y sobre todo una comedia sentimental en clave “indie” sobre treintañeros fracasados. Rodada en Canadá y Corea del Sur, la buena noticia, o el aspecto más positivo, es el aliento feminista que convierte a la chica en protagonista, obvio en este caso, dada la presencia de Hathaway, una mujer capaz de sobreponerse a su debilidad por la bebida (asunto con el que el autor roza el territorio de la moralina) para mostrarse decidida y combativa ante el trío de botarates que la rodean. Pero éste es el reverso de la moneda: mal asunto si hay que contraponer la fortaleza femenina a tres machos estúpidos, demasiado cerca de la caricatura. Vigalondo invoca un recuerdo infantil traído un poquito por los pelos para desvelar la oculta tendencia de maltratador de uno de ellos, que sirve por contraste para dar una pincelada más de fuerza en el retrato femenino.

Jason Sudeikis y Anne Hathaway en Colossal

A la trama principal se le superpone la osada ocurrencia de convertir a Godzilla (o como sea que se llame el engendro) en avatar de la protagonista, lo que provoca en los primeros momentos la perplejidad absoluta en el patio de butacas, al menos en el asiento que yo ocupaba. La chica se comunica a miles de kilómetros con el monstruo radioactivo coreano en una pirueta que toma el esquema de Extraterrestre y lo eleva a la máxima potencia: comedia sentimental + ciencia ficción delirante = humor surrealista al estilo Vigalondo. En Madrid los alienígenas no atacaban ni causaban ningún estropicio, pero en Seúl el pobre diablo gigantesco repite los gestos atolondrados de la protagonista, Gloria, y provoca involuntariamente pequeñas y dramáticas catástrofes. ¿Metáfora sobre las consecuencias de nuestras torpezas, del desconcierto generacional en los tiempos actuales, o simple divertimento y macguffin? En el primer supuesto, la correlación es un poquito forzada; en el segundo, la gracia es limitada. Dejémoslo en mitad y mitad.

En la filmografía de Vigalondo, un tipo simpático, humilde, inteligente y muy imaginativo, Colossal es una muestra de estancamiento, lo que significa un paso atrás. Porque la línea argumental que se desarrolla en Corea del Sur no sobrepasa la entidad de ocurrencia, y la línea romántico-sentimental que transcurre primero en Nueva York y luego en la ciudad natal de Gloria no llega a adquirir mucha complejidad. Aun así, ojalá encuentre muchos espectadores que encuentren motivos para pasar un buen rato ante la pantalla.