Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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Sociedad Civil Catalana, premio Ciudadano Europeo: «El secesionismo amenaza con separarnos de la UE»

Sociedad Civil Catalana (SCC), una asociación transversal y apartidista contraria a la independencia de Cataluña, ha recibido este lunes de forma oficial el Premio Ciudadano Europeo, que concede de manera anual el Parlamento Europeo, por promover «los valores fundamentales de la Unión Europea».

La foto de los ganadores del Premio Ciudadano Europeo (Imagen: @PE_Espana)

La foto de los ganadores del Premio Ciudadano Europeo (@PE_Espana)

En la ceremonia, que ha tenido lugar en la sede del PE en Madrid, también han recibido el mismo galardón la Orden de San Juan de Dios y la Cocina Económica de Logroño. En total, 47 organizaciones europeas han recibido este galardón, cuyo broche de oro será una ceremonia en Bruselas el próximo 25 de febrero.

La concesión del premio, polémica desde su anuncio en noviembre pasado, significa –aun de forma indirecta, no es la institución en sí de quien parte la elevación de candidatos, sino de los europarlamentarios– que el PE toma partido por uno de los dos bandos en liza dentro de la cuestión catalana. El padrino de Sociedad Civil Catalana en Bruselas fue Santiago Fisas, parlamentario europeo del PP, quien hoy ha sido el encargado de presentar a su opción premiada.

Fisas no ha ocultado su satisfacción porque este premio «no guste a la Generalitat» y no ha perdido la oportunidad de recordar «las dificultades» para que la candidatura de SCC fuera «aceptada por el sector nacionalista catalán». A pesar de esto, y ante la mirada de Esperanza Aguirre, presente en el acto, el discurso ha sido institucionalmente conciliador, en un esfuerzo por dejar claro que «la SCC catalana no tiene relación con los partidos políticos» (entre nosotros, eso no se lo cree nadie).

La presencia de Aguirre, más simbólica que otra cosa (no intervino, aunque se llevó todos los flashes y las miradas ansiosas de los periodistas presentes en el acto, y abandonó la sala antes de que este acabara), le añadió cierto morbo extra al asunto, lo que para unos premios considerados menores nunca está de menos.

Los otros dos galardonados –los religiosos de San Juan de Dios y la organización caritativa riojana– quedaron así un tanto ensombrecidos por la estela política asociada al otro ganador… lo que demuestra que una UE politizada (basta recordar la polémica creada en torno a uno de los ganadores del año pasado, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca) siempre atrae más el interés del común que otra cautamente imparcial. Y lo cierto es que la intervención de Susana Beltrán –como representante de la SCC– haciendo suya la conocida divisa europea de ‘unidad en la diversidad’ y abogando por la «eliminación de fronteras entre los ciudadanos de la UE» fue bastante aplaudida.

Giorgio Napolitano, el presidente de la república que todos querríamos

Asegura Beppe Grillo, el estrafalario líder del no menos estrafalario Movimiento Cinco Estrellas, que no lamenta la dimisión del casi nonagenario Giorgio Napolitano como presidente —el «peor de la historia», ha dicho— de Italia. Será que él, en su simiesca visión de la política, podría hacerlo mejor. La suya ha sido casi la única nota discordante en una despedida de la vida pública trufada de elogios hacia el cansado excomunista. Tanto en su país como en Europa, Napolitano ha recibido el respaldo que su trayectoria posibilista y responsable merecía.

Napolitano, reflexivo, en 2013. (EFE).

Napolitano, reflexivo, en 2013. (EFE).

A Napolitano, como a cualesquier político de pasado comunista, pueden echársele en cara muchos momentos y alianzas. No va por ahí, y creo que hace bien, Antonio Elorza en su artículo de despedida. Más bien al contrario, se deshace en loas hacia quien «quiso cambiar el mundo desde la democracia». Un papel como el ejercido durante estos años de crisis por Napolitano, y en Italia, es algo así como ascender por la cara sur al K-2 sin oxígeno y en invierno. Un reto casi imposible. Que en tiempos tan convulsos Napolitano haya logrado ser el único presidente reelegido para un segundo mandato dice mucho de su virtuosismo para lograr consensos, atenuar envidias y aplacar egos.

Los elogios a Napolitano suenan, eso sí es verdad, a elogios fúnebres. No hacia un ser humano, que pese a sus achaques sigue aún vivo, sino hacia una era periclitada. Él, como cabeza sensata de lo que se vino a llamar mejorismo, supo defender la necesidad del reformismo socialdemócrata dentro del PCI más allá del ya de por sí valiente eurocomunismo. Su europeísmo, que todos ahora destacan, no siempre fue sencillo, ni como europarlamentario ni como defensor en Europa de los bandazos de una política interna imprevisible.

Siete décadas en la arena, a veces fango, de la política dan para cometer muchos errores. Y habría que sospechar de quien, tras tanto tiempo habitando las antesalas del poder, no los hubiera cometido. Napolitano, con su merecida fama de intelectual de corte gramsciano amante de la cultura, ha logrado a pesar de todo vadear con honor las sentinas más abyectas, las de la corrupción institucional, la connivencia mafiosa y, a última hora, el populismo berlusconiano y beppegrilliano. Presidentes de la República así quisiéramos todos para nuestro país.

Europa 2014: lastres de un lustro negro

Como afortunadamente este blog no predispone a las listas, os ahorraré el trance de leer «las diez noticias europeas del año», «los cinco mejores políticos europeos de 2014»  o las infinitas variedades de chorradas que pueden ponerse una a continuación de la otra. Lo que sí quería, porque creo que da una visión panorámica muy nutritiva, es hacer un  resumen del año que hemos dejado. No un resumen del tipo fecha, dato, etc, que es muy fácil y muy estéril, sino un esbozo de movimiento de lo que ha sido Europa en este año decisivo.

(Foto: GTRES)

(Foto: GTRES)

¿Decisivo porque ha sido año electoral? También por algo más. La guerra ha vuelto a Europa en el centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial. Ha vuelto por donde lógicamente habría de tener que venir. Por el flanco más débil de su movedizo vecindario oriental. Rusia ha iniciado, como recordaba Xavier Colás en un bonito post hace unos días, el mayor movimiento de fronteras en el continente desde la Segunda Guerra Mundial. Europa pese a su eficiente y taimada pasividad, se ve de nuevo inserta en la corriente de la Historia.

La complejidad. Europa ha suturado las heridas causadas por la crisis financiera y por la crisis de modelo. No confudamos. No es que no haya ya desigualdades y no vaya a seguir habiendo fatalidades, pero la tela de araña de la que se compone la UE, rota en mil pedazos hace cuatro años, parece haberse recompuesto. A pesar de que el drama griego no ha escenificado todavía su último acto, de que todos dicen que la anemia económica es más una realidad que un riesgo, se ha extendido la sensación de que Europa ha entrado en otra fase.

El tránsito de Gobierno continental, aun a pesar de los escándalos (algunos tan vergonzantes como LuxLeaks), se realizó como la firma de un acto notarial. Sin sobresaltos y con algo más de política y menos de policy, lo que siempre es de agradecer. Por el contrario, el fantasma de la extrema derecha, los partidos xenófobos y populistas vaga a sus anchas por casi todos los países de la Unión, la rica Alemania incluida. Es curioso que sea precisamente ahora, cuando la crisis más grave que ha vivido el proyecto europeo en décadas parece en vías de solventarse, cuando los extremismos antieuropeos amalgaman más partidarios.

Así pues: por un lado Europa ha conocido de nuevo aquello tan antiguo de las disputas territoriales y geopolíticas, ha renovado su ejecutivo y legislativo para afrontar cinco años de reformas en profundidad (eso se espera), ha sentido la amenaza de los valores que niegan su propia razón de ser y sigue soportando los lastres de un lustro negro, como la desigualdad económica entre sus miembros y la desconfianza ciudadana. Europa, un año más, ha vivido en proyecto. Y así seguirá viviendo.

Frans Timmermans, el ‘eurorrealista’ encargado de poner a dieta a la UE

Con la Comisión Europea ya trabajando a toda máquina ha llegado el momento de presentaros un perfil de cada uno de sus integrantes… todo sea por dar a conocer a quienes pilotarán el destino ejecutivo de la UE los próximos cinco años. Al jefe Juncker lo conocéis bien, apareció por aquí durante la campaña electoral de mayo y hace poco también por su protagonismo en el escándalo de LuxLeaks. También Cañete es un viejo conocido.

Pero el nombre y el rostro del resto de comisarios, para los que no estáis muy puestos en Europa, se pierden en la memoria, si alguna vez la hubo. Por curiosidad y porque identificar a quien te gobierna es una obligación para todo buen ciudadano (nosotros también tenemos obligaciones), os voy a ir presentando a aquellos comisarios que más poder tendrán y aquellos que, por alguna vicisitud de su biografía, resultan especiales.

Timmermans, en la imagen oficial de la CE.

Timmermans, en la imagen oficial de la CE.

Empezaré con el segundo de abordo de Juncker, el socialdemócrata holandés Frans Timmermans. Vicepresidente primero y encargado de velar por los principios de subsidiaridad y proporcionalidad (esto es: por la maquinaria que hace que todo funcione con la máxima precisión), valedor de la transparencia en la toma de decisiones (ahí lo tiene un poco más complicado) y responsable de que las proposiciones de la CE se atengan a los Derechos Fundamentales (casi nada).

Algunos en Bruselas ya le han colgado el sambenito de ‘Doctor no’ porque una de sus tareas fundamentales será la de adelgazar la UE, reduciendo la legislación, homogeneizándola y eliminando las aristas superfluas. Un trabajo ingente que dada la intrincada maquinaria bruselense se me antoja una labor titánica. Un trabajo de Sísifo que solo un europeísta podría hacer. Y él lo es y mucho. Un socialista holandés políglota y con hondas raíces continentales.

Timmermans tuvo una vida política antes de ser comisario. Fue ministro de Exteriores en su país. El encargado de gestionar la crisis que sucedió al derribo del avión malayo en Ucrania, que causó una extraordinaria conmoción  en la familiar y tupida sociedad holandesa este verano.

Popular, omnipresente, diplomático antes que político (vivió in situ el golpe de Estado en Rusia en 1992) y apasionado columnista proeuropeo, cuenta EUobserver que 2005 fue el año vital de su carrera. Aquel año su país, Holanda, dijo ‘no’ a la Constitución Europea. Una negativa que le sumió en el desconcierto, del que resucitó convertido en ‘eurorrealista’. Antiguos colegas de partido le describen como alguien encantado de haberse conocido, egoísta y vehemente. Quizá no sean malas cualidades para su puesto.

 

PEGIDA: «Somos el pueblo»… y queremos impedir que otros lo sean

En uno de los vídeos subidos a YouTube apenas se aprecian rasgos de tribu alguna. Una masa de gente heterogénea. Jóvenes, jubilados, trabajadores, precisa en su crónica Luis Doncel, corresponsal de El País. Eso parece, y eso al parecen son, con alguna llamativa excepción. Gritan, como hace 25 años, «somos el pueblo». Con la diferencia que no lo gritan para constituirse en sujeto político –como lo hacían entonces sus compatriotas de la DDR– sino para impedir que otros opten también a ser ciudadanos de pleno derecho.

Miles de personas participan en la novena manifestación semanal convocada por Pegida (PEGIDA).

Miles de personas participan en la novena manifestación semanal convocada por Pegida (PEGIDA).

Son alemanes y se dicen patriotas. Se manifiestan todas las semanas desde hace unos meses, con puntualidad germánica, en algunas ciudades del país para denunciar «que no cabe un extranjero», que «las autoridades nos traicionan» y algunas consignas más sacadas del prontuario xenófobo… que paradójicamente no conoce fronteras. Bajo el acrónimo de PEGIDA, los Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente amalgaman los miedos viscerales de parte de la sociedad a la inmigración y la pluralidad religiosa y los traducen en marchas a mayor gloria de la cultura doméstica, «la nuestra».

No se sabe demasiado sobre quiénes forman PEGIDA. Aquí, aquí y aquí tenéis varias crónicas sobre lo que estos días ha pasado en Dresde y otras ciudades; también detalles de la formación, que no es un partido político de extrema derecha, pero que tampoco se niega a recibir apoyos aunque estos provengan de rincones turbios. No exhiben la tradicional estética paramilitar, nostálgica del nazismo, que provoca rechazo instintivo en Alemania. Se presentan como eso, como El Pueblo, lo que hace más complicado aún su desactivación.

Hermann Tertsch escribe en ABC que el «problema no es PEGIDA», sino «el brutal islamismo bélico en expansión». Es una forma de verlo. Yo también estoy en contra de la islamización de occidente… y de la cristianización también, y de la runnerización si es necesario. Faltaría más. El «no leímos a Voltaire para acabar así» y todo eso. Pero el bueno de Hermann no lleva razón. Lo que pretenden los manifestantes de PEGIDA no es luchar contra el fanatismo religioso, sino impedir todos los fanatismos salvo el suyo. Dicen defender las raíces de Europa y en realidad no hacen más que arrancarlas de cuajo, atrincherarse en el pozo de su añorada weltanschauung.

PS: Me llama la atención, no sé a vosotros, el sintagma «patriotas europeos». No porque no lo sean, sino porque me hace pensar, con  tristeza, en que los ciudadanos europeos que no somos ni xenófobos ni ultras ni fanáticos hemos desistido de considerarnos patriotas. Hemos abandonado, por omisión, el concepto ‘patriota europeo’ en manos de gente que no se merece tal calificativo, y que usa y abusa de él a mayor gloria de su visión cainita de la sociedad.

PS2: Espero poder contaros algo «nuevo» sobre PEGIDA cuando vayan conociéndose datos, filiaciones y lea análisis de especialistas (que de momento no he encontrado). Mientras tanto, os dejo con este vídeo que me ha pasado mi compi Guillermo sobre la manifestación del lunes.

Apuntes socialdemócratas: de la ‘edad dorada’ en Europa a la crisis de hoy

La crisis de la socialdemocracia tiene casi más años que yo, que voy a cumplir 34 el mes que viene. Su agonía es la más anunciada y prolongada de la historia universal de las agonías. Más de uno la habréis estudiado en manuales, leído en libros y analizado en artículos. Es casi un lugar común de la historia y la ciencia política. Y está siempre presente en la prensa.

Pero a lo que voy. Más de una persona en el trabajo y fuera de él me ha preguntado por la socialdemocracia, ahora que en España con el auge de Podemos, y en otros países con sus particularidades, se vuelve a hablar y mucho del modelo socioeconómico óptimo para mejorar nuestra vida en común.

He caído en la cuenta de que cuando se asegura, por ejemplo,  que tales o cuales políticas son «claramente socialdemócratas» a menudo el significado de tal afirmación queda un tanto oscuro, y no digamos ya el origen histórico concreto de tal significado. Con voluntad pedagógica, os dejo estos párrafos.

Olof Palme, líder de la socialdemocracia sueca, asesinado en 1986 (DN.SE)

Olof Palme, líder de la socialdemocracia sueca, asesinado en 1986 (DN.SE)

La socialdemocracia es, como el eurocomunismo o el neoliberalismo, un concepto político del siglo pasado. Es importante recalcar esto cuando hoy se habla, con bastante ligereza, de «nuevas formas de hacer política» sin tener en cuenta que la base para estas se cimentó hace mucho. La socialdemocracia fue, en su origen, un intento de conciliar la industrialización y el auge del capitalismo con la protección (la denominada ‘cuestión social’) de los trabajadores.

Frente a la revolución permanente de los partidos comunistas, los socialistas trataron de conciliar lo mejor del capitalismo industrial con lo mejor de las ideas marxistas. Obviamente, estoy simplificando, pero la socialdemocracia fue, en la Europa de entreguerras, algo así como el justo medio de la política. El fracaso de las democracias liberales en este periodo, el ascenso de los totalitarismos y la destrucción del continente en la Segunda Guerra Mundial, dieron pie a una reformulación de la socialdemocracia.

Desde 1945 y hasta 1973, Europa vive su ‘edad dorada’. El Estado de bienestar, asociado a la socialdemocracia como garante de la protección social y la intervención y la planificación estatales de la economía, se tomó como la base de un consenso mayor que evitara el resurgimiento de opciones políticas radicales. Aunque, como recuerda Tony Judt y en contra una creencia general hoy, el Estado de bienestar «no fue, fundamentalmente, excepto en Escandinavia, obra de los socialdemocrátas».

Esto quiere decir, para que os hagáis una idea, que los partidos democratacristianos europeos (lo que hoy llamaríamos conservadores a secas) fueron los que desarrollaron en gran medida los supuestos de un Estado intervencionista que corrigiera los desmanes del capitalismo (ahora hablaríamos de los ‘mercados’). Digamos que durante tres décadas, el consenso tanto a nivel teórico como práctico era incuestionable: el modelo de un país con un Estado fuerte, donde sus ciudadanos estuvieran protegidos por diferentes subsidios (sistemas públicos de salud, desempleo, pensiones, etc.) era incuestionable. La izquierda y la derecha (en Europa, pero también en EE UU) puede decirse que estaban entonces de acuerdo en que el Estado provindencial era no solo bueno, sino necesario.

Este paradigma, por decirlo con una término que no me gusta demasiado, cambió con la irrupción de la llamada Nueva Derecha, la revolución que también lo fue, porque la revolución no es patrimonio solo de la izquierda neoliberal. A mediados, pues, de los años 70 el consenso se rompió. Para esos nuevos conservadores, el Estado no era un mal menor o un aliado, sino un inconveniente para el progreso económico, un molesto hacedor de trabas a la liberación del comercio y la globalización en ciernes. El Estado, para esta derecha rediviva, debía adelgazarse hasta quedar reducido a la mínima expresión porque por su propia naturaleza era ineficiente, ineficaz, malgastador y cercenador de la libertad.

¿Qué hizo entonces la socialdemocracia, es decir, la izquierda partidiaria del Estado providencia combinado con las libertades individuales y los derechos inherentes a la democracia? Pues tratar de refundarse sobre ese supuesto, aceptando algunos de los dogmas de la derecha thatcheriana. Así, la Tercera vía de Tony Blair (y Anthony Giddens, su sociólogo de cabecera) o las políticas de Schroeder en Alemania (reformando el capitalismo renano, fuertemente igualitarista y protector hacia los trabajadores) fueron dos intentos de conciliar ese nuevo paradigma que parecía que la sociedad demandaba (menos Estado) con la defensa de algunas líneas rojas (sobre todo identitarias) de la izquierda tradicional.

¿Reactualizar el discurso o volver a 1945?

Desde entonces, la crisis de la socialdemocracia con crisis quiero decir: falta de rumbo, incertidumbre filosófica, incoherencias teóricas y debilidades cotidianas es casi una cuestión permanente. Sorprendentemente, además, la crisis económica y financiera que comenzó en 2008 no ha sido ningún revulsivo. Como analiza Borja Barragué, profesor de Derecho en la UAM, los partidos socialdemócratas han perdido 19 elecciones. Ante esta sangrante pérdida de poder, los partidiarios de la socialdemocracia se han escindido en dos, grosso modo. Por un lado, los que como dice Barragué ven la necesidad de actualizar el discurso socialdemócrata una vez más; por otro, aquellos que quieren volver a las esencias perdidas, es decir, a 1945.

Y aquí es donde entran las nuevas formas de hacer política, los nuevos partidos y planteamientos. Cuando Podemos el último Podemos, el que ha suavizado sus propuestas dice que es socialdemócrata, se está diciendo en realidad que quiere recuperar las esencias de la socialdemocracia, con un Estado muy intervencionista. Y cuando se dice, por otro lado, que el PSOE u otros partidos socialistas pretenden una nueva socialdemocracia lo que se está diciendo es que quieren trascender su propio modelo, que ya habían en parte abandonado durante las últimas décadas.

Cierro con una reflexión (que da pie a seguir reflexionando) de Judt extraída de uno de sus grandes libros, Sobre el olvidado siglo XX: «La idealización del mercado, con el supuesto concomitante de que, en principio, todo es posible, encargánose las fuerzas del mercado de determinar qué posibilidades se harán realidad, es la más reciente (si no la última) ilusión moderna: que vivimos en un mundo de potencial infinito en el que somos dueños de nuestro destino. Los partidarios del Estado intervencionista son más modestestos y escépticos».

Datos y opiniones críticos sobre la lotería: muy regresiva y con poco retorno

Europa tiene muchas cosas de las que avergonzarse. Por ejemplo, ser el continente que inventó la lotería moderna. Para los que no jugamos nunca se trata de una batalla perdida, pero no está de más –ahora que llegan días en los que los medios de comunicación se vuelcan en dar cobertura acrítica a todo tipo de azares navideños– comentar cómo está el asunto de la lotería en la Unión Europea y en el mundo.

Cada vez se gasta más dinero en lotería. El informe anual de la Word Lottery Association referente a 2013 (quizá el compendio estadístico más fiable y de los pocos actualizados y disponibles) confirma un incremento de la actividad económica en el sector del 3,8% respecto al año 2012. Europa es, de todos, el continente que más gasta, y en concreto España el país de la UE que más lotería consume y que mayor gasto per cápita presenta (más de 100 euros cuando la media europea en 2011 estaba en 69, según el anexo de la European Lotteries).

Chema Moya / EFE

Chema Moya / EFE

Más allá del sentimentalismo obsceno al que apelan los anuncios, la lotería en Europa (y España no es una excepción) tiene un carácter «marcadamente regresivo», como me explica por correo electrónico el sociólogo Roberto Gavia, profesor de la Carlos III y autor del libro Fortuna y virtud (Sílex, 2013). Es cosa sabida la relación entre renta y gasto en lotería, aunque no muy publicitada: «Los sectores más desfavorecidos son los que más boletos compran», asegura Fernando Ramos, economista de la Universidad de Olavide en su artículo La Lotería Nacional en España, 1850-2000: Perfil Histórico del consumidor de loterías.

Según la World Lottery Association, de cada dólar gastado en lotería en el mundo, solo 28 céntimos retornan a la sociedad. El resto no. Pero no es solo eso, sino que el dinero que se destina a ‘buenas causas’ no suele tener ningún efecto cuantitativo sobre las mismas. Me lo explicaba también Gavia: «Las transferencias de ingresos de loterías a obras sociales no tienen efecto porque inmediatamente se detrae de otros fondos públicos lo que se transfiere a través de loterías, con lo que el resultado neto para estos programas no varía».

Por ejemplo, y siempre según la WLA, del total de ingresos anuales de Loterías y Apuestas del Estado en España, 8,5 millones van a parar a la Hacienda pública y 1,5 a actividades sociales (no detalladas). En Francia sucede algo parecido con la Française de Jeux. Allí, 12 millones de euros acaban en el Tesoro y 2,8 van a ‘buenas causas’, y concretamente todo sin excepción a promocionar el deporte. En Rumanía, el ratio es más equilibrado, aunque la recaudación de su lotería nacional también es mucho menor. Así, 319 mil euros van al Estado (que como en los otros casos no se detalla qué hace este con él) y 40 mil a causas sociales, en el caso rumano todo el monto se dedica a actividades culturales.

Son tres ejemplos de cómo los Estados administran el dinero que ingresan por los juegos de azar que ellos mismos sustentan. Un negocio tan redondo como los bombos mismos del sorteo de Navidad en España. Hace unos años, The Guardian publicó datos que venían a confirmar los indicios de que los beneficios sociales de la Lotería Nacional en Reino Unido no se distribuían de manera justa, lo que hace sospechar que aquí en España, y en el resto de Europa, pueden darse problemas similares. Es un buen tema para eso que ahora se llama periodismo de datos, ¿no? En cualquier caso y para terminar, siguiendo esta línea os dejo con el genial monólogo contra la lotería que se largó John Oliver en su programa hace poco (que descubrí gracias a @suanzes).  Sus dardos apuntaban a las loterías de EE UU, pero no hay mucha diferencia.

PS. Los investigadores, sociólogos y economistas, llevan años tratando de aprehender las razones por las que se juega a lotería y por qué se da esa correlación entre clases sociales más desfavorecidas y mayor gasto. Si queréis saber cómo está el estado de la cuestión os recomiendo leer Why the poor play the pottery. Sociological approaches to explaining class-based lottery play. Se trata de un artículo de 2013 de dos investigadores del Instituto Max Planck que viene a cubrir la falta de una explicación general al tema. Además de un repaso a los diferentes enfoques racionalista, utilitarista, etc. apuntan a que las estructuras sociales deberían ser un factor cada vez más a tener en cuenta para explicar ciertos comportamientos de la población respecto al juego.

Europa boxea por debajo de su peso: mucha presencia, pero menos poder

Presencia en el mundo no implica necesariamente poder sobre él. Es uno de sus requisitos, pero hay países cuya significativa presencia no se corresponde con su limitado poder y, al contrario, hay otros cuyo poder es superior a su presencia. Pero quizá estoy liándoos. ¿Qué es la presencia global? ¿Cómo se mide? ¿Para qué sirve? Ayer estuve, invitado por el Real Instituto Elcano, en la presentación de la web de su Índice de Presencia Global, una herramienta que analiza lo que ellos llaman el ‘estar ahí fuera’, es decir, lo que cada país aporta a la globalización en términos económicos, militares y blandos.

Os invito a que fuchiquéis en la página, porque tanto si sois periodistas, investigadores, estudiantes o simples aficionados a las RR II hallaréis una ingente cantidad de datos para cruzar y extraer conclusiones que apuntalen artículos o maticen vuestras intuiciones. El IPG no se elabora con percepciones ni encuestas, sino con datos extraídos de organismos internacionales.

Como en toda herramienta de este tipo, claro, hay cierto subjetivismo de origen, que en Elcano reconocen y tratan de ir limando en sucesivas ediciones (van por la quinta ya). Por ejemplo, los elementos que componen el apartado de ‘presencia blanda’ –cultura, deporte, ciencia, información, etc.– son más efímeros y cambiantes que otros, como los económicos, por lo que requieren una revisión más frecuente.

Pero mejor me dejo de cuestiones metodológicas. Lo importante es que el IPG es una mina de oro para comenzar a entender el lugar de Europa en el mundo. Por ejemplo, y sin profundizar demasiado, algunas percepciones que todos tenemos se ven reflejadas con meridiana claridad. Europa tiene mucha presencia en el presente globalizado, más incluso que sus directos socios y/o competidores. Mirad esta gráfica:


 

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La UE, tomada como si fuera un país (esto es: no sumando los valores de los diferentes estados miembros) ocupa el primer puesto en del IPG con 1.239 puntos, casi 200 puntos más que EE UU y mil más que China. Además, la Unión es, de estos cinco primeros clasificados, el que ha experimentado un mayor crecimiento en su índice, más de 200 puntos respecto a 2010.

Europa es la primera en casi todo salvo en, obviamente, presencia militar, donde es superada por EE UU. Sus puntos fuertes son, pues, la tecnología, la ciencia, el deporte, la educación y la cooperación al desarrollo. Es decir, el soft power, como ya os comenté un día por aquí. Lo curioso es que la economía, pese a estos años de intensa crisis, ha sido el vector que más ha impulsado a la UE en el índice desde 2005. Al cabo parece que el bache de la recesión ha sido compensado por otros factores y la Unión no se ha resentido en el teatro internacional (un euro fuerte también ha ayudado, por supuesto).

Ya como bloque geográfico, es decir, incluyendo a Rusia y a otros países del entorno que no forman parte de la UE, Europa tiene una cuota de presencia global muy elevada, superior en más de un 20% a los otros dos bloques mundiales más importantes, el de Asia-Pacífico y el de América del norte. Además, la cuota de presencia se ha mantenido estable (aunque a la baja) desde el fin de la guerra fría (años 90).

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Pero volviendo a la UE: todo lo que converge para convertir a la Unión en uno de los principales actores globales, no termina en cambio de servirle para capitalizar poder e influencia en la toma de decisiones a nivel mundial. «Europa boxea por debajo de su peso», señalan a modo de metáfora los especialistas del Elcano encargados del IPG. Esta conclusión no se extrae cotejando los datos de presencia, pero son los expertos los que la señalan tras comparar su presencia con otros índices y clasificaciones disponibles. Termino precisamente con la reflexión de Federico Steinberg, investigador de Elcano, quien 2013 publicó un informe titulado Europa y la globalización: de amenaza a oportunidad en el que asegura que:

En los campos en los que logra comportarse como un bloque compacto, especialmente comercio internacional, su poder [el de la Unión Europea] es mucho mayor al de la suma del sus estados miembros, lo que se traduce en una influencia tan importante que hace ningún acuerdo salga adelante sin su apoyo. Sin embargo, donde está dividida y no puede articular una posición común, como en energía, política exterior y de seguridad o migraciones, tiene una influencia limitada.

‘Antici’: los encargados de anotar lo que hablan en secreto los líderes europeos

Hay una extraña mezcla de tradición y modernidad en la forma en la que la Unión Europea transmite sus decisiones. Junto a una voluntad encomiable de comunicación (los que hayan tratado con instituciones de la UE y con instituciones nacionales pueden dar cuenta del abismo que las separa) coexisten prácticas un tanto rocambolescas, conservadas en formol por la costumbre. Una de estas prácticas las llevan a cabo los antici.

Merkel y Rajoy conversan durante una reunión comunitaria (EFE).

Merkel y Rajoy conversan durante una reunión comunitaria (EFE).

Los antici son diplomáticos nacionales (de cada estado miembro) que se encargan de tomar notas mecanografiadas de lo todo que se habla en las cumbres de los jefes de estado y de gobierno de la UE. Ellos no tienen acceso directo a las conversaciones de los líderes, pero sí a un relato fiel transmitido por boca de un diplomático comunitario (conocido como debrief), que cada 15 minutos sale de la sala de reuniones. Un método con sus inconvenientes, pero que se lleva usando desde los años setenta.

De hecho, los embajadores permanentes ante la Unión que toman las notas se los conoce en la jerga bruselense como antici por el nombre del inventor del sistema, Paolo Antici, diplomático italiano recientemente fallecido que fue quien alumbró en 1975 este sistema. Los antici, aunque en España no sean muy conocidos, tienen una función muy importante en el engranaje comunitario, si bien –y ahí residen las críticas– sus transcripciones de las reuniones son secretas. Por ejemplo, el actual embajador de España en Turquía Cristóbal González-Aller ejerció de antici.

Precisamente ha sido este 2014 cuando los antici han salido de su relativo anonimato diplomático a raíz de un libro publicado en Alemania y que recoge las transcripciones oficiales y secretas de las cumbres de líderes europeos entre 2010 y 2013. El libro, que el periodista J. M. Martí Font, a quien entrevisté recientemente, traduce como Los que mueven los hilos en Europa, y no ha sido publicado aún, aunque debería serlo, en España. Esta obra no es la primera que analiza con una mirada crítica lo que sucede en Bruselas, de hecho en en el número 204 de la revista Le Monde Diplomatique (2012) hay un artículo que anticipa en parte lo que parece que sale en este libro.

Lo que dan a conocer Cerstin Gammelin y Raimund Loew, corresponsales en Bruselas para varios medios de habla alemana, es básicamente lo que en las crónicas periodísticas de los Consejos Europeos se vislumbra y lo que muchos creen con fe ciega: que durante los años de la crisis del euro la Alemania de Merkel, rocosa negociadora, se salió casi siempre con la suya, y cuando no, sus gestos de generosidad le sirvieron para luego ganar otras batallas más decisivas.

Supongo que algún día todas estas transcripciones dejarán de ser secretas y los historiadores que accedan a ellas podrán usarlas para mejorar el conocimiento de lo que pasó –y de cómo pasó– durante estos años decisivos para Europa. Mientras tantos los antici seguirán haciendo de escribas de las decisiones políticas debatidas a puerta cerrada.