Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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Desaparecidos en los Balcanes: presente de una guerra que terminó hace 20 años

Manifestantes en diciembre del año pasado pidiendo que se aplique la ley en la búsqueda de desaparecidos (ICMP)

Manifestantes, en diciembre de 2014, pidiendo que se aplique la ley en la búsqueda de desaparecidos (ICMP)

La pequeña e industriosa ciudad bosnia de Tuzla, situada a 120 km de Sarajevo, alberga uno de los laboratorios principales de identificación de restos humanos de la Comisión Internacional para las Personas Desaparecidas (ICMP). Tuzla, que trepó de forma efímera a los titulares de la prensa hace un año por ser el epicentro de duras protestas obreras, está también cerca unos 100 km de Srebrenica. Pero nada de lo anterior, ni las algaradas de 2014 ni su puntero centro de secuenciación de ADN, tiene cabida en la breve entrada que Wikipedia le dedica.

En Tuzla, bajo condiciones no siempre favorables, se sigue tratando de identificar a las víctimas de una guerra que terminó hace 20 años. Hay un injusto desequilibrio entre el espacio-tiempo que dedicamos a informar de las guerras y el que concedemos a las posguerras. Los conflictos bélicos son todavía rentables: a los periódicos les reportan titulares y a los (ya pocos) reporteros, prestigio y fama. Pero lo que viene justo después de la paz acostumbra a permanecer en un incómodo claroscuro que solo vuelve a iluminarse si regresan las hostilidades.

La vida tras una guerra, con sus miserias, escaseces y contradicciones se desarrolla en un escenario secundario, en un microteatro espantoso y sin apenas público. La así llamada comunidad internacional va poco a poco perdiendo interés, y los periódicos recolocan a sus contados corresponsales en lugares donde la sangre aún está fresca. La dificultad de proseguir con las identificaciones de los muertos de la guerra en los Balcanes la reconoció hace muy poco la misma directora del ICMP, Kathryne Bomberger: «Muchos políticos creen que la presión de la opinión pública para que se siga buscando a los desaparecidos ha disminuido». En las fosas comunes localizadas, y en las aún ignotas, se calcula que quedan unas 8.000 personas por identificar.

Al desinterés de las autoridades locales (su disponibilidad es directamente proporcional a la rentabilidad que vayan a obtener) hay que añadir la desbandada de los medios de comunicación, que apenas dan cuenta ya de un trabajo, el de la identificación de desaparecidos, lento, exigente y complejo. Por suerte, hay a quien todavía se interesa por aquello que ya no interesa. W. L. Tochman es un periodista polaco que en 2002 viajó a Bosnia y Herzegovina para relatar la vida cotidiana en la posguerra. Ahora, más de una década después, el libro que recoge aquella experiencia va ser publicado en español. Como si masticaras piedras: sobrevivir al pasado en Bosnia (Libros del K.O., 2015) es una crónica escrita en un lenguaje seco, casi notarial, en la que se va tasando el desgarro y la incredulidad de los supervivientes de aquel conflicto. He tenido la suerte y el privilegio de leerla antes de que salga al mercado (queda ya poquito), y no quería dejar pasar la oportunidad de hablaros de ella.

Por encima de sus virtudes estilísticas, que las tiene, Como si masticaras piedras es bonita y necesaria porque se interesa por los vivos que sobrevivieron a tanta muerte. Por las viudas y las madres que esperan con fortaleza indómita a que los despojos de hijos y maridos emerjan del magma anónimo de las fosas para enterrarlos con dignidad. Por la heroica dedicación de los especialistas forenses que, pese a la escasez de medios y el aire insano que fluye de las heridas sin cerrar, buscan la verdad escondida en la doble hélice. Por el estupor que produce en las víctimas que los verdugos de tus seres queridos no solo campen a sus anchas sino que además ocupen tu casa, usen tu vajilla, duerman en tu cama.

Estos zarpazos de incómodo realismo que la vida cotidiana deja sobre la piel de los tratados de paz son los que Tochman salva para la posteridad. Europa, pese a su refinada capacidad de autocrítica, a veces excesiva y paralizante, sigue mostrándose extrañamente ausente de los lugares de memoria donde se puso a prueba sus virtudes civilizatorias. Los esfuerzos del ICMP por identificar a los desaparecidos, el trabajo en la sombra de cientos de especialistas y el desconocimiento general es lo que hacen que este libro, aunque refiera historias de hace una década, sea un documento espléndido para expiar (explicar) el pasado. Y el incierto presente.

Art déco: la penúltima pretensión europea

El art déco –clasicismo reinventado, lujo urbano, exotismo africano, mobiliario onírico, cartelería imposible– vino a hacer el trabajo sucio de la modernidad. Su esplendor y muerte coincide con el esplendor y muerte de Europa, en concreto de Francia, más en concreto de París, como sujeto regente del siglo XX.

Viene esto a cuento porque tenéis toda la primavera para visitar, en la sede de la Fundación Juan March de Madrid, la exposición sobre este estilo artístico injustamente considerado menor –navegó a medio camino entre la vanguardia y el clasicismo– pero europeísimo hasta la médula, tanto por sus pretensiones como por sus contradicciones.

Foto de Man Ray de la artista y modelo Simone Kahn con un ídolo africano (Galería Manuel Barbié - Colección Manuel Barbié-Nogarés)

Foto de Man Ray de la artista y modelo Simone Kahn con un ídolo africano (Galería Manuel Barbié – Colección Manuel Barbié-Nogarés)

Denostado por superficial y poco comprometido (en una época en la que el compromiso fue la etiqueta de rigor del arte serio: estamos en los años 20 y 30), el art déco se parece más a nosotros mismos (me viene a la cabeza la parodia que hizo George Perec en Las cosas) que todos aquellos manifiestos chulescos y atribulados de la vanguardia que se siguen estudiando en el colegio con anacrónica obstinación.

Volver al art déco es, quizá, un ejercicio de nostalgia, pero también de aprendizaje cultural. Nuestras ciudades, Madrid en concreto, están repletas de sutiles ejemplos de art déco que nos pasan desapercibidos (este delicado blog da cuenta de ellos). Además, mucho de lo que hoy se regurgita como moderno, es en el fondo una vil copia de los objetos diseñados por los ensembliers para la burguesía consumista, aquella que aspiraba a un refinamiento extravagante, hoy diríamos cool.

En la muestra de la March, excelente como todas las suyas, encontraréis desde biombos lacados a la japonesa a una chaise-longe de Le Corbusier (quien, a regañadientes, también se unió a la moda); bellísimas cubiertas de libros y bólidos relucientes, como recién encerados; bocetos de salones funcionales y refinados tocadores de señora con volutas de fantasía. Aunque lo más importante no son los objetos en sí, sino la mirada que posamos sobre ellos: lo que ese intercambio nos dicen de la Europa de entreguerras y de sus ruinas modernas que aún habitan en nosotros.

PS: Si queréis más información sobre la exposición, aquí tenéis la reseña que mis compañeros de la estupenda sección Artrend publicaron hace unos días en el periódico.

Los europeos del sur dicen estar menos satisfechos con su vida que los del norte

Eurostat, que como sabéis es la agencia europea de estadística, se ha sacado de la manga un nuevo índice, que lo han denominado de «satisfacción general con la vida», y que mide cuán orgullosos y felices estamos o no con nuestra existencia los europeos. Un concepto «multi-dimensional», lo llaman, que están muy relacionado con los diferentes índices de calidad de vida que el organismo viene publicando desde hace años (salud, empleo, igualdad), pero que añade una percepción más global, subjetiva y diversa de la vida.

Aquí tenéis un telegráfico resumen de la encuesta. España está por debajo de la media europea, las mujeres y los hombres dicen estar casi igual de satisfechos con su vida, los jóvenes son los más satisfechos, etc. Lo que a mí me ha llamado la atención, sin embargo, es una de las tablas que acompaña al documento de Eurostat (abajo), y que desglosa esa satisfacción por países.

Daneses, suecos y finlandeses son los más satisfechos con su vida. Ciudadanos del norte de Europa. Portugueses, griegos, españoles e italianos, ciudadanos del sur. En la escala de satisfacción, la mayoría de países del norte están por encima de 7, mientras que los del sur –salvo Malta– están entre 6 y 7 (más cerca del 6 que del 7 la mayoría de ellos). El plato estadístico está elaborado con ingredientes del 2013, es decir cuando la crisis económica en Europa había dejado atrás ya su momento más crítico, pero arrastraba consigo cinco años de incertidumbres y dificultades.

Solemos decir los sureños, para consolarnos, que los de la Europa nórdica serán más ricos, sabrán más idiomas y tendrán mejores trabajos, pero que son menos felices. Con todas las salvedades que estudios como este me suscitan (no porque no sean rigurosos, sino porque lo de tasar matemáticamente la felicidad me parece un tanto marciano), quizá ha llegado el momento de ir cambiando esta ¿percepción?

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Mantener dos sedes del PE equivale a construir un edificio del BCE cada década

Si hay un edificio comunitario que represente lo contrario de la austeridad no es, en mi opinión, la nueva sede del BCE. Puede que las dos acristaladas torres del Eurobanco –que han costado 1.200 millones de euros– sean un exceso, pero si los anticapitalistas que han encabezado las protestas contra su construcción quisieran afinar más la puntería, clamarían contra la segunda sede del Parlamento Europeo, la de Estrasburgo (la primera es Bruselas). Un brindis simbólico al pasado y un innecesario enaltecimiento de la duplicidad.

Sesión plenaria en Estrasburgo (SEEGER / EFE)

Sesión plenaria en Estrasburgo (SEEGER / EFE)

No lo digo solo yo, sino que es una reclamación histórica de la burocracia comunitaria y de algunos europarlamentarios combativos, no sé si cansados ya de viajar con sus maletas entre Bruselas y Estrasburgo unos poquitos días al mes o avergonzados del coste –en tiempo y en dinero– que supone sostener cada año este encorbatado circo ambulante (180 millones de euros, lo que viene siendo un edificio del BCE cada década, nada menos).

La campaña para establecer una sola sede del PE es antigua y acostumbra a sacar músculo del apoyo que concita entre políticos y ciudadanos, aunque a día de hoy no haya logrado aún su objetivo. Hay poderosas razones económicas, medioambientales, de eficiencia legislativa y, lo más importante, de puro sentido común. Pero corregir esta anomalía depende, en última instancia, de los Estados miembros y no del Parlamento, por lo que alcanzar la unanimidad es muy complicado.

Francia es el principal escollo para el objetivo de lograr la single seat. Para el Estado galo, tan reacio a perder su aura simbólica en la historia de la construcción europea, la sede de Estrasburgo es «innegociable», y la defienden con un argumento que pudo tener vigencia en su día, pero que ahora resulta bastante anticuado. En opinión de Francia, conservar varias sedes «preserva la Europa policéntrica y diversa que quisieron los padres fundadores». La diversidad tiene, a veces, un coste demasiado alto. A buen seguro, los padres fundadores, que sabían lo que se hacían, votarían hoy por abolirla.

Europa, Internet y el cambio social: nuevas herramientas, antiguos dilemas

Ciudadanos empoderados. Barreras de liderazgo. Narrativas personales. Francisco Polo, director en España de Change.org, maneja con soltura la jerga asociada a la participación política digital. Él lo resume en una fórmula optimista y con gancho: «Pasar de un momento a un movimiento». Change.org es lo que se conoce como una ‘historia de éxito’ en nuestro país, a pesar de (o quizá debido a) la todavía embrionaria sociedad civil española.

La relación entre Internet y el cambio social ha centrado este miércoles una nueva edición de las conversaciones que organiza el Real Instituto Elcano (en Twitter podéis repasar los momentos estelares buscando a través del hashtag #elcanotalks), que ha contado con Polo como ponente invitado, un nutrido grupo de investigadores y algún que otro periodista, como el que escribe.

Francisco Polo (izq), en un momento de su exposición (foto: @Estrella_Rafa)

Francisco Polo (izq), en un momento de su exposición (foto: @Estrella_Rafa)

Polo –que qué envidia, tiene mi misma edad– nos ha dejado titulares suculentos. Sobre las mujeres, que son las que más peticiones realizan en la plataforma y las que más victorias obtienen; sobre los políticos, a los que insta a participar más a través de este canal; sobre los españoles, que al parecer somos de los más activos en change.org. Y también sobre sí mismo: asegura que no volverá a votar en unas elecciones… hasta que el sistema político cambie (¡pues que firme la petición en su propia herramienta!).

Bromas aparte, las cuestiones que Polo esboza, y las que a su vez se le plantearon en el debate, son capitales para caminar los nuevos senderos de la política, entendida en sentido amplio. A todos nos preocupa el distanciamiento entre la clase política y la ciudadanía, y change.org, como otras plataformas que fomentan la participación en los asuntos públicos, puede contribuir a acercar ambas orillas. Los conflictos de intereses entre ciudadanos y empresas en tales plataformas, uno de los temas relevantes que salieron en la charla, o las fuentes de financiación de estas empresas (que al cabo es lo que son) no tienen que ser óbice para recelar de estos métodos (los anglosajones nos llevan años de ventaja en esto)… ni tampoco para alabarlos acríticamente, ojo.

Diréis que qué tiene esto que ver con Europa. Pues todo. Europa tiene un déficit democrático evidente (que no es nuevo, pero que se ha agravado estos últimos años). La UE debe, cuanto antes, potenciar las herramientas de interacción con sus ciudadanos. El crecimiento de instituciones hacia arriba conlleva el riesgo del alejamiento de los intereses de las personas… y no importa que este riesgo sea, llegado el momento, algo más imaginario que real, porque las percepciones en política también cuentan.

En este sentido, Vicente Rodrigo –de los siempre resueltos compañeros de CC/Europa– hizo la que para mí fue la gran pregunta de la charla: ¿Se debe privatizar la iniciativa legislativa ciudadana? Para los que no la conozcáis, esta es la fórmula desarrollada por las instituciones europeas para que los ciudadanos participen en la política europea (una especie de ILP a nivel comunitario). Se instauró en 2012 y ha sido objeto de alabanzas (ejemplo de democracia directa supranacional) y críticas (insuficiente, mero postureo) casi por igual (en este artículo del profesor Luis Bouza encontraréis un análisis muy ponderado).

Pero lo cierto es que, tres años después de su estreno, la ICE es una institución muy poco conocida entre los ciudadanos, por lo que la pregunta sobre cómo hacer para mejorarla –todos coincidimos en que la iniciativa es loable– parece muy pertinente. ¿Privatización? Francisco Polo es partidario de que «las instituciones colaboren con canales como change para ser eficaces». Entiendo que esta colaboración podría llegar a ser fértil si las instituciones ponen el sello de calidad democrático y las empresas privadas de participación la pegada (y el marketing político), ¿no?

En cualquier caso, es una vía que se puede explorar, y seguramente se explore. ¿Qué opináis vosotros? ¿Qué os parecen las nuevas formas de participación política y las herramientas digitales que promueven el cambio social? ¿Podrían usarse en combinación con las viejas herramientas ya existentes?

La atea y tolerante Europa no comulga bien con las minorías religiosas

Contrariamente a la percepción común, la hostilidad social relacionada con la religión disminuye en el mundo. Según un reciente y muy interesante estudio de Pew Research, con los últimos datos disponibles, los de 2013, los conflictos de carácter religioso decaen en todos los continentes. Se rompe así con una tendencia al alza que se había mantenido de 2006 a 2012. A pesar de este dato optimista, todavía una cuarta parte de los países albergan niveles altos de discordias de matriz religiosa.

Un cementeario judío  recientemente profanado (EFE).

Un cementeario judío recientemente profanado en Francia (EFE).

En nuestro continente sin dios, estamos –seguimos, más bien, pues es una tendencia que viene de lejos– un poco por encima de la media. La hostilidad social por motivos religiosos también disminuyó en 2013 en consonancia con el resto de regiones, si bien Pew alerta de un dato preocupante: el hostigamiento hacia las minorías, y en concreto contra los judíos, está cada vez más a la orden del día (por cierto, en esto en concreto estamos bastante peor que al otro lado del Atlántico).

Y otro dato para la reflexión: dice Pew que en aproximadamente dos tercios de los países europeos existen grupos de presión organizados que usan la fuerza y la coerción para dominar la vida pública con su particular perspectiva religiosa. Estas organizaciones se oponen a las minorías religiosas, llegando a atacar a los miembros que profesan un culto que no les agrada. En esto, la especificidad europea es triste por notable: en 30 de 45 países, un 67%, se constatan ataques de esta naturaleza, por un 38% en el resto del mundo.

Estos datos, y este estudio (aquí, en inglés, podéis leerlo completo), me llaman bastante la atención por un motivo. Tenemos la percepción, yo el primero, de que vivimos en un continente de lo más tolerante con las religiones (a pesar de los pesares) y que el odio religioso y los conflictos de orden teológico que afectan a la sociedad son cosa de otros, de bárbaros. Nada más lejos de la realidad. En algunos países como Francia, Italia y qué decir de Europa del Este, el conflicto religioso, pace Voltaire y su tolerancia, es una amenaza indisimulada.

¿Qué ha sido de la ayuda al desarrollo en nuestra Europa de la crisis?

Con el fantasma de la crisis humanitaria vagando por el patio trasero (Léase: Ucrania) y con el objetivo de seguir siendo la potencia mundial en ayuda al desarrollo, este 2015 las instituciones comunitarias celebran el Año Europeo del Desarrollo. Un compromiso loable, pero difícil de sostener en un momento en el que la resaca de la crisis se deja notar en los menguantes presupuestos.

El viernes pasado, en la sede en Madrid del Parlamento Europeo, acudí a un interesante foro sobre el tema, organizado por el propio PE y en el que además de políticos y periodistas acudieron representantes de ONG y asociaciones. ¿Conclusiones? Pues básicamente dos, que en realidad se funde en una: Europa hace más que otros actores globales por el desarrollo… pero muchísimo menos de lo que debería.

Enrique Guerrero, durante el foro del viernes ( @PE_Espana)

Enrique Guerrero, durante el foro del viernes ( @PE_Espana)

Entre estas dos visiones, pelín irreconciliables, navegó la cita: lejos queda ya el voluntarioso 0.7% del PIB dedicado a ayuda al desarrollo de regiones pobres o en transición. «Estamos en un momento de inflexión», reconoció Enrique Guerrero, eurodiputado socialdemócrata y especialista en estas cuestiones, que alertó de que «se está imponiendo una visión securitaria del desarrollo». Guerrero hizo un balance «moderadamente insatisfecho» de los objetivos del desarrollo y puso sobre la mesa el que creo que es el tema fundamental, y que fue tratado de pasada el foro: la inmigración y las fronteras.

La crisis humanitaria en el Mediterráneo, de la que Europa no debe ni puede desentenderse, es consecuencia también de esas políticas de ayuda a terceros ineficaces o insuficientes. Lo dijo una interviniente, portavoz de una ONG, con visible enfado, pero lamentablemente la palabra frontera, y todo lo que la rodea, estuvo ausente del debate.

Además, en Europa hay 125 millones de personas que viven en el umbral de la pobreza, lo que introduce un nuevo ingrediente en la coctelera del bombo de dinero que la UE destina al desarrollo. A los habituales, África y America Latina, y a las nuevas realidades, las brechas regionales y urbanas dentro de un mismo país, hay que sumar ahora la propia crisis europea, que ha transformado la realidad social del continente.

En este sentido, una curiosidad que quizá pudiera tener una lectura más seria. Durante el acto, los asistentes votamos electrónicamente sobre una serie de preguntas, obvias de responder, por otro lado. A la cuestión de quién debe ser responsable de canalizar la ayuda al desarrollo, la mayoría de los presentes, un 47%, dijimos que los Estados miembros… y un 40% que la UE. ¡Significativo resultado para tratarse de un foro europeo!

La historia de un billete de marco de 1910 y el simbolismo del dinero en Europa

Tengo un billete de 1.000 marcos alemanes de 1910. Descolorido, raído. Sus enormes dimensiones se me antojan muy poco prácticas y no creo que tenga ningún valor hoy en almoneda. Su esforzado dibujo es inútilmente pretencioso y manierista, como si hubieran encargado su diseño a un dibujante obsesionado con lo sagrado y lo vegetal. Me lo regaló mi madre. A ella se lo dio mi abuela, que creo que lo heredó de su padre. Más atrás, bruma.

En una acotación del visionario Calle de sentido único, el diario que Walter Benjamin escribió entre 1924 y 1926, se lee: «En ningún lugar como en estos documentos [se refiere a los billetes de banco] se comporta ya el capitalismo ingenuamente en sacrosanta seriedad. Los inocentes niños que aquí juegan con cifras [en mi billete también los hay], las diosas que sostienen las Tablas de la Ley y los héroes maduros que envainan su espada son un mundo para sí: arquitectura para la fachada del infierno».

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Me gustaría poder desenmarañar la historia de este billete. Desde las manos de mi bisabuelo al empleado de banco que lo entregó por primera vez en una ventanilla, y de aquel a la autoridad física que decidió su emisión. En 1910 gobernaba en Alemania el káiser Guillermo II, y su obsesión imperial y guerrera impregna sin duda la retórica del documento. Este billete sobrevivió a la Gran Guerra, a la hiperinflación de la república de Weimar, cuando valdría menos que la tinta que lo imprimaba, y al nazismo. No sé cuándo se retiró de circulación y en qué condiciones salió de Alemania. Tampoco sé quién era el abajo firmante que daba al trozo de papel que ya otra cosa no es el sello de autenticidad.

Me acordé de él este martes, cuando el BCE dio a conocer el nuevo billete de 20 euros, uno de los más usados en el día a día. «Los billetes de euros afectan a la vida de todos y eso nos une aún más», dijo un complacido Mario Draghi, nuestro banquero jefe en la presentación, en la que al parecer también aludió a la inclusión de la figura mitológica de Europa, que da nombre a nuestro continente, «porque que demuestra que la región se basa en su historia común».

Pese a estas exhibiciones, los ciudadanos cada vez prestamos menos atención al relato que se nos quiere vender en el dinero, tan acostumbrados como estamos a los miles mensajes e imágenes que nos llegan por todos los lados y a las nuevas formas de pago (que nos sustraen al contacto visual con la autoridad, que no es poco). Su capacidad de seducción disminuye irremisiblemente, pese a los muchos colorines y la enumeración un tanto complaciente de las sofisticadas técnicas para evitar su falsificación. Y aunque el simbolismo del dinero será de los últimos vehículos de propaganda que se extingan en Europa, aquel ya nunca podrá igualar la seriedad que emana del billete de 1.000 marcos del II Reich.

Alexis Tsipras + Matteo Renzi + François Hollande: ¿Una nueva ‘troika’ alternativa?

La victoria electoral de Alexis Tsipras en Grecia añade, a esa especie de frontera intangible entre el norte y el sur de Europa, o siendo más precisos entre el centro y su periferia, un nuevo componente de esperanza contenida. Primero fue a François Hollande, en Francia, a quien se le invistió, quizá prematuramente, con la responsabilidad de oponerse a los dictados austeros de Alemania. Fracasó. Parte de aquellas esperanzas volaron unos miles de kilómetros, hasta Roma. Matteo Renzi, el dinámico y amable primer ministro italiano, era el nuevo mirlo blanco. No es que haya fracasado todavía, pero tampoco puede afirmarse que lo vaya a tener fácil.

Un cartel irónico contra Merkel, ayer por la noche en Grecia. (EFE)

Un cartel irónico contra Merkel, ayer por la noche en Grecia. (EFE)

Con la debilidad inextricable de gobernar un país anémico, pero también con la voluntad –y la política es voluntad de acción, entre otras cosas– de quien no tiene mucho más que perder, Tsipras tomará asiento en el Consejo Europeo como el nuevo flamante comensal del sur empobrecido. Poco a poco, la división entre una Europa acreedora y otra deudora, que era ante todo una división financiera, está colonizando la política. Es decir, la fractura simbólica (matizable y engañosa) de la que tanto se ha escrito durante estos años, está materializándose ahora en gobiernos que amalgaman el discurso sin claroscuros de los votantes.

El poder negociador de Tsipras, más allá de la retórica triunfante (tan inevitable como necesaria), es muy limitado. Pero para eso están las alianzas. El fulminante compromiso de investidura con la derecha nacionalista es el primer paso para garantizarse un apoyo interno (ética de la responsabilidad frente a la ética de la convicción tuitera). Ahora le queda lo más complicado: tejer alianzas sólidas fuera de Grecia. Que Syriza haya ido suavizando sus propuestas a medida que se hacía más plausible su triunfo electoral, proporciona a Tsipras una débil, pero real ventaja negociadora. Las izquierdas moderadas de Hollande y Renzi, curadas de maximalismo, son ahora compañeros de viaje probables… y hasta deseables.

Porque, ¿si Tsipras acepta como bueno un pacto con la derecha nacionalista en aras de salvaguardar la estabilidad interna, por qué no hacer lo mismo con la socialdemocracia descafeinada del PSF y el PD para lograr apoyos fuera? Otra cosa es que esta sugestiva troika (¿tetrarquía con España en un futuro?) tenga el poder de conquistar los bolsillos de los Gobiernos fríos… y los de Bruselas, más helados aún. Lo que puede producirse es un combate entre troikas de diferente naturaleza y en diferentes planos. Una eminentemente política, fundada sobre las caducas alianzas estatales, frente a otra institucional, nacida de los propios mecanismos de adaptación y supervivencia paneuropeos. Veremos si esta batalla desigual y compleja acontece, y si esa brecha artificiosa, sacralizada hoy por la política, desgarra más a Europa.

¿Qué papel juegan los ‘think tanks’ en la salida de la crisis europea y global?

Con un título parecido al del post, pero sin los signos de interrogación, directores e investigadores de algunos de los think tanks españoles más relevantes se reunieron este jueves para dialogar acerca del papel de estas fundaciones de ideas en el contexto de crisis global. Con la inminencia de la publicación del ranking anual de los mejores think tanks, algo así como los Oscars de los politólogos, Andrés Ortega (Elcano), Carlos Carnero (Alternativas) o Jordi Bacaria (CIDOB) han puesto el énfasis en el pensamiento crítico, riguroso y operativo, que se dice santo y seña de estas ‘universidades sin alumnos’.

Participantes en la mesa redonda sobre crisis y think tank. En medio, Nicolás Sartorius (@funalternativas)

Participantes en la mesa redonda sobre crisis y think tank. En medio, Nicolás Sartorius (@funalternativas)

Para los especialistas reunidos en la madrileña sede de la Fundación Alternativas, los think tanks están teniendo una función de «gran angular». No sirven para dar la solución a los problemas económicos, políticos, identitarios, pero sí para conformar nuevas preguntas. Y también para hacer visibles las disfunciones del sistema. «La idea de la desigualdad ya la expusieron muchos think tanks antes de que llegara Piketty», señaló con algo de sorna Andrés Ortega, investigador senior de Elcano y asiduo analista mediático. Bacaria va más lejos. Según él, algunos TT anticiparon la crisis económica, pero fueron «reprimidos» por las mismas entidades financieras que hacía de mecenas. Lástima que no diera nombres.

Legitimidad, transparencia e independencia son los pilares que todo buen think tank debería asumir como prioridades. No siempre ha sido así durante este lustro pasado, donde los recortes de subvenciones, por un lado, y el cierre del grifo de la financiación privada, ha llevado a muchas fundaciones a la extinción. En España, sin ir más lejos, de 18.000 fundaciones (no todas TT), sobreviven 13.000. En contraste con esto, la sociedad civil se ha fortalecido, ha explicado Ortega, para quien los TT hacen cada vez más la antigua función de los intelectuales, hoy desaparecidos, y de los propios medios de comunicación.

Los periódicos, por la sangría de profesionales especialistas que han ido saliendo en desbandada de las redacciones, necesitan un conocimiento experto que no tienen. Recurren a los TT y a los especialistas, sobre todo económicos y políticos. Con dos o tres declaraciones y testimonios, se montan un reportaje, explicó Ortega. Los TT tienen pues el papel de mediadores, sí, pero cada vez más se convierten -con sus propios blogs, sus propias publicaciones y notas casi en tiempo real- en medios especializados de su ámbito de estudio. Una ventaja y una oportunidad de llegar a ese «nuevo ágora», a esa «opinión pública global», pero que esconde subjetividades y peajes.

Uno de los puntos que más me han interesado de la charla, no precisamente el más desarrollado, ha sido el de la contribución de los TT a pensar de forma paneuropea en la crisis. ECFR y otros han ayudado con sus análisis a ir tejiendo una malla global, donde los conflictos no son formas aisladas (en su génesis y en su resolución), sino partes de un todo complejo. Además, lo que Carnero ha llamado «la internacional de los TT», es decir, la relación de dependencia cada vez mayor entre todas estas fundaciones, es una consecuencia a su vez de los años de crisis y de búsqueda de ideas en común.

Personalmente, esperaba más de esta cita. Como sabéis los que seguís el blog, los think tanks son una parte importante de mis fuentes, explícita o implícitamente. Pero no por ello dejo de ser crítico con ellos. Su ascenso a intelectuales colectivos en Europa me parece engañoso y hasta contraproducente. Sus análisis carecen del apasionamiento de las diatribas de un intelectual al uso, pero no por ello, necesariamente, son más científicos. A veces, y eso lo he comentado con buenos amigos que sí están en el ámbito académico y universitario, los think tanks se arrogan unos privilegios que no tienen. Su discurso es un discurso también de poder, y si los periodistas, sin ir más lejos, les hacen caso, las razones no están solo en su clarividencia y precisión de pensamiento…

PS: Aquí está ya el enlace al ranking que os comentaba en el primer párrafo del post. Creo que es una herramienta más para periodistas, o para los propios investigadores, que para el público en general, pero bueno, con el afán por confeccionar listas de todo que hay últimamente, esta no podía faltar.