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Apuntes socialdemócratas: de la ‘edad dorada’ en Europa a la crisis de hoy

La crisis de la socialdemocracia tiene casi más años que yo, que voy a cumplir 34 el mes que viene. Su agonía es la más anunciada y prolongada de la historia universal de las agonías. Más de uno la habréis estudiado en manuales, leído en libros y analizado en artículos. Es casi un lugar común de la historia y la ciencia política. Y está siempre presente en la prensa.

Pero a lo que voy. Más de una persona en el trabajo y fuera de él me ha preguntado por la socialdemocracia, ahora que en España con el auge de Podemos, y en otros países con sus particularidades, se vuelve a hablar y mucho del modelo socioeconómico óptimo para mejorar nuestra vida en común.

He caído en la cuenta de que cuando se asegura, por ejemplo,  que tales o cuales políticas son «claramente socialdemócratas» a menudo el significado de tal afirmación queda un tanto oscuro, y no digamos ya el origen histórico concreto de tal significado. Con voluntad pedagógica, os dejo estos párrafos.

Olof Palme, líder de la socialdemocracia sueca, asesinado en 1986 (DN.SE)

Olof Palme, líder de la socialdemocracia sueca, asesinado en 1986 (DN.SE)

La socialdemocracia es, como el eurocomunismo o el neoliberalismo, un concepto político del siglo pasado. Es importante recalcar esto cuando hoy se habla, con bastante ligereza, de «nuevas formas de hacer política» sin tener en cuenta que la base para estas se cimentó hace mucho. La socialdemocracia fue, en su origen, un intento de conciliar la industrialización y el auge del capitalismo con la protección (la denominada ‘cuestión social’) de los trabajadores.

Frente a la revolución permanente de los partidos comunistas, los socialistas trataron de conciliar lo mejor del capitalismo industrial con lo mejor de las ideas marxistas. Obviamente, estoy simplificando, pero la socialdemocracia fue, en la Europa de entreguerras, algo así como el justo medio de la política. El fracaso de las democracias liberales en este periodo, el ascenso de los totalitarismos y la destrucción del continente en la Segunda Guerra Mundial, dieron pie a una reformulación de la socialdemocracia.

Desde 1945 y hasta 1973, Europa vive su ‘edad dorada’. El Estado de bienestar, asociado a la socialdemocracia como garante de la protección social y la intervención y la planificación estatales de la economía, se tomó como la base de un consenso mayor que evitara el resurgimiento de opciones políticas radicales. Aunque, como recuerda Tony Judt y en contra una creencia general hoy, el Estado de bienestar «no fue, fundamentalmente, excepto en Escandinavia, obra de los socialdemocrátas».

Esto quiere decir, para que os hagáis una idea, que los partidos democratacristianos europeos (lo que hoy llamaríamos conservadores a secas) fueron los que desarrollaron en gran medida los supuestos de un Estado intervencionista que corrigiera los desmanes del capitalismo (ahora hablaríamos de los ‘mercados’). Digamos que durante tres décadas, el consenso tanto a nivel teórico como práctico era incuestionable: el modelo de un país con un Estado fuerte, donde sus ciudadanos estuvieran protegidos por diferentes subsidios (sistemas públicos de salud, desempleo, pensiones, etc.) era incuestionable. La izquierda y la derecha (en Europa, pero también en EE UU) puede decirse que estaban entonces de acuerdo en que el Estado provindencial era no solo bueno, sino necesario.

Este paradigma, por decirlo con una término que no me gusta demasiado, cambió con la irrupción de la llamada Nueva Derecha, la revolución que también lo fue, porque la revolución no es patrimonio solo de la izquierda neoliberal. A mediados, pues, de los años 70 el consenso se rompió. Para esos nuevos conservadores, el Estado no era un mal menor o un aliado, sino un inconveniente para el progreso económico, un molesto hacedor de trabas a la liberación del comercio y la globalización en ciernes. El Estado, para esta derecha rediviva, debía adelgazarse hasta quedar reducido a la mínima expresión porque por su propia naturaleza era ineficiente, ineficaz, malgastador y cercenador de la libertad.

¿Qué hizo entonces la socialdemocracia, es decir, la izquierda partidiaria del Estado providencia combinado con las libertades individuales y los derechos inherentes a la democracia? Pues tratar de refundarse sobre ese supuesto, aceptando algunos de los dogmas de la derecha thatcheriana. Así, la Tercera vía de Tony Blair (y Anthony Giddens, su sociólogo de cabecera) o las políticas de Schroeder en Alemania (reformando el capitalismo renano, fuertemente igualitarista y protector hacia los trabajadores) fueron dos intentos de conciliar ese nuevo paradigma que parecía que la sociedad demandaba (menos Estado) con la defensa de algunas líneas rojas (sobre todo identitarias) de la izquierda tradicional.

¿Reactualizar el discurso o volver a 1945?

Desde entonces, la crisis de la socialdemocracia con crisis quiero decir: falta de rumbo, incertidumbre filosófica, incoherencias teóricas y debilidades cotidianas es casi una cuestión permanente. Sorprendentemente, además, la crisis económica y financiera que comenzó en 2008 no ha sido ningún revulsivo. Como analiza Borja Barragué, profesor de Derecho en la UAM, los partidos socialdemócratas han perdido 19 elecciones. Ante esta sangrante pérdida de poder, los partidiarios de la socialdemocracia se han escindido en dos, grosso modo. Por un lado, los que como dice Barragué ven la necesidad de actualizar el discurso socialdemócrata una vez más; por otro, aquellos que quieren volver a las esencias perdidas, es decir, a 1945.

Y aquí es donde entran las nuevas formas de hacer política, los nuevos partidos y planteamientos. Cuando Podemos el último Podemos, el que ha suavizado sus propuestas dice que es socialdemócrata, se está diciendo en realidad que quiere recuperar las esencias de la socialdemocracia, con un Estado muy intervencionista. Y cuando se dice, por otro lado, que el PSOE u otros partidos socialistas pretenden una nueva socialdemocracia lo que se está diciendo es que quieren trascender su propio modelo, que ya habían en parte abandonado durante las últimas décadas.

Cierro con una reflexión (que da pie a seguir reflexionando) de Judt extraída de uno de sus grandes libros, Sobre el olvidado siglo XX: «La idealización del mercado, con el supuesto concomitante de que, en principio, todo es posible, encargánose las fuerzas del mercado de determinar qué posibilidades se harán realidad, es la más reciente (si no la última) ilusión moderna: que vivimos en un mundo de potencial infinito en el que somos dueños de nuestro destino. Los partidarios del Estado intervencionista son más modestestos y escépticos».