Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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La excepción política se llama Alemania

Lo apuntaba hace unos días en una entrevista dominical a El País Romano Prodi, expresidente de la CE y ex primer ministro italiano. Alemania no solo ha logrado esquivar la crisis económica, sino que los seísmos políticos que sacuden a otros socios europeos  en forma de nuevos partidos, por ejemplo han pasado de largo de Berlín. Frente al fantasma de la debacle del sistema de partidos tradicionales, que se ha convertido en un mantra cotidiano en los países del sur, Alemania ha salido ilesa.

El colectivo Politikon lo explica con rigor y claridad en La urna Rota (Debate, 2014), excelente libro que, por cierto, viene de perlas para pertrecharse de elementos de análisis ahora que nos sumergimos en el piélago electoral. Si lo que vemos no es simplemente un trasvase de votos de Gobierno a oposición, como suele suceder siempre en democracia, sino «una transferencia a nuevos partidos, nos encontramos frente a un genuino realineamiento del sistema de partidos«.

Merkel y Hollande, en un momento de complicidad (GTRES)

Merkel y Hollande, en un momento de complicidad (GTRES)

Podemos y Ciudadanos en España; Syriza en Grecia; el Frente Nacional en Francia; el Movimiento Cinco Estrellas en Italia; los partidos de extrema derecha del norte de Europa, cuyo crecimiento no está directamente relacionado con la situación económica, pero sí con el temor a sus consecuencias… En Alemania, lo más parecido a una amenaza política para la CDU de Merkel fue, en las elecciones de 2014, Alternativa por Alemania (conservadores y euroescépticos), pero al final no obtuvieron representación parlamentaria.

La UE se ha convertido en una Unión Extraña, o en una Unión de Extraños. Mientras el resto de socios experimentan cambios brutales en su fisiognomía, Alemania pasará la década de crisis sin haber experimentado giros bruscos en sus tradiciones políticas. No ha habido propósito de enmienda, ni abismo del que alejarse ni sistema o régimen que tratar de refundar. Tampoco nadie a quien echarle las culpas.

Prodi se preguntaba, en esa misma entrevista a la que aludía al principio, qué tiene Alemania que le hace resistir a las mismas fuerzas a las que otros se doblegan. Y continuaba Il Professore con el argumento, lamentándose de que esa fragilidad del resto hace todavía más poderosa a una nación ya de por sí fortísima. Esa falla entre las experiencias de unos y otros será crucial en el futuro.

Triunfen o no las alternativas al sistema tradicional de partidos en países como Grecia, España o Francia, el riesgo de que Alemania acabe asimilando un relato de estos años antagónico al del resto es evidente. El temor a una Alemania solipsista, insolidaria, aunque es un temor que a día de hoy no se puede sostener con argumentos objetivos, es un temor plausible que deberíamos esforzarnos por neutralizar.

 

Una mañana con Podemos: entre los círculos amateur y los mítines profesionales

Ni Europa salió mucho ni parece que a los que estaban allí les importara demasiado. Una vaga referencia a Merkel, aplausos, algún grito de aprobación y asunto zanjado. Asumo, pues, que tengo pocos argumentos para justificarme escribir una vez más sobre Podemos. La razón, perdonad, es un acto que celebró en mi barrio la formación —en breve ya partido— y por el que me di una vuelta el sábado por la mañana. El círculo de Podemos Hortaleza era el organizador. E Iñigo Errejón la estrella invitada junto a un poeta, un médico y una profesora, que le precedieron en el turno de palabra con desigual desempeño.

Entrada al parque, con globos de Podemos.  (NS)

Entrada al parque, con globos de Podemos. (NS)

Llegué con bastante tiempo de adelanto, y me senté a esperar a las puertas del recinto donde iba a desarrollarse la función. Un lugar histórico aunque muy degradado: el foro neoclásico del parque Isabel Clara Eugenia, jardín que conoció seguro tiempos mejores (fue un antigua quinta ducal cuando el barrio aún no era Madrid y ha sufrido varias remodelaciones, que no le han devuelto su antiguo esplendor) y que ahora sirve a los skaters para practicar sus trucos y a los grafiteros, empeñados en embellecer con una nueva policromía las pocas columnas que quedan en pie.

El ambiente era cordial, casi familiar. La gente se conocía y se saludaba como haría en un mercadillo o en las fiestas patronales de un pueblo. A la entrada, globos con los colores de Podemos y una mesita con merchandising clásico de chapas y camisetas. Familias, gente en bicicleta, niños en patinete y pandas de amigos. También viejecitos ensimismados a esa hora de la mañana, preguntando que qué pasaba y que por qué a ellos no les daban los trípticos que iban repartiendo los voluntarios y que yo sí cogí. Ya dentro, y mientras esperaba que todo aquello empezara, las conversaciones giraban invariablemente sobre tres asuntos: el ébola, las tarjetas de Caja Madrid y el pederasta, vecino del barrio. De fondo, el hilo musical de Bunbury competía con los pajaritos bajo un cielo sucio que amenazaba lluvia.

Me sorprendió lo perfectamente organizado que estaba todo sin que diera la sensación de artificiosidad. Un escenario pequeño y modesto, pero bien visible desde cualquier punto del parque. Sillas para las personas mayores, servicio de guardería y un cuerpo de voluntarios empeñados en darte toda la información del mundo sobre asuntos muy concretos que afectan al distrito, como la situación del Hospital Ramón y Cajal o la carencia de infraestructuras: nada de sermones ideológicos sobre lo divino y lo humano: problemas y dificultades a las que una familia con dos hijos o un matrimonio de jubilados se enfrentan cada día. Una proximidad que se agradece, pero que no tuvo luego continuidad en algunas de las intervenciones, en exceso grandilocuentes y plúmbeas.

El acto de Podemos, un poco antes de que diera comienzo (NS)

El acto de Podemos en el parque de Isabel Clara Eugenia, un poco antes de que diera comienzo (NS)

Y ahí quería llegar. No sé cómo serán las reuniones de los llamados Círculos de este protopartido, su nivel de consenso o su virtud para crear lazos entre personas que tienen aspiraciones similares. Lo cierto es que en el acto del otro día se apreciaban perfectamente dos niveles. Uno, amateur, vecinal o como queráis decirlo, compuesto de gente preocupada y  comprometida, pero ajena a la escenificación política habitual. De los tres ponentes, dos de ellos —el médico y la profesora: sobre el poeta mejor no hablo, porque madre mía— respondían a esta descripción. Ambos hablaron correctamente, sus discursos fueron muy aplaudidos, pero era evidente que carecían de la oratoria profesional tan cara a los políticos.

El otro nivel era el representado por Íñigo Errejón, que habló mucho y muy bien, marcando los silencios para recibir aplausos, repitiendo conceptos y expresiones para que se fijaran en la memoria de los oyentes y organizando el discurso en torno a unas pocas ideas sencillas, como la casta, el miedo y el pueblo. Yo no sé cómo fueron aquellos mítines del PSOE de la Transición, pero escuchando a Errejón —y pese al redentorismo que a veces aflora— no creo que su pose y sus maneras se diferencien mucho de aquel Felipe González, aunque esta sea una comparación que seguro que a ninguno de los dos agradaría demasiado.

Es esta especie de cisma, larvado y no resuelto, entre su base popular cultivada en cientos de reuniones en los barrios y las plazas, y sus dirigentes mediáticos, lo quieran o no productos académicos de laboratorio, lo que más me llamó la atención del otro día. El amateurismo de unos frente a la profesionalización mandarina de otros. Y de esa escisión, y no de otra cosa, dan cuenta las informaciones que documentan las tensiones internas entre los dirigentes profesionales y las asambleas populares. Por lo demás, el acto acabó con unas preguntas anónimas sacadas de una caja que los ponentes contestaban como bien podían, otro poemita del vate y las voces agudas de los niños que llevaban ya allí revoloteando sus buenas dos horas.