Entradas etiquetadas como ‘San Francisco’

Hoy solo regalo flores

Hoy me he despertado con aliento de néctar, trompa de lepidóptero, bombo de abejorro, y he decidido llenar este blog de flores. Nada más. Me sobreviene el espíritu del buen zángano, la casualidad de los insectos melíferos, el azar colectivo de la miel.

Salgo raudo de la colmena en busca del polen artístico…

Abeja de miel o melífera. Por Ivar Leidus. CC BY-SA 4.0. Wikimedia Commons.

Abeja de miel o melífera. Por Ivar Leidus. CC BY-SA 4.0. Wikimedia Commons.

En las pinturas de Mona Caron, artista afincada en San Francisco, terminan posadas mis múltiples patitas de himenóptero.

Es una artivista que apuesta por los murales en el espacio público. Narraciones para los vecinos, que también viven en colmenas y a veces apestan a gris.

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Stephen Wilts, la ‘cámara humana’ que memoriza la arquitectura de una ciudad

Stephen Wiltshire dibujando una panorámica de Tokio - Foto: www.stephenwiltshire.co.uk

Stephen Wiltshire dibujando una panorámica de Tokio – Foto: www.stephenwiltshire.co.uk

Tenía cinco años cuando dijo su primera palabra: papel. Al británico Stephen Wiltshire (Londres, 1974) se le ha llamado «la cámara humana» por su extraordinario talento como ilustrador arquitectónico. Sólo con echar un vistazo a un paisaje urbano, desde un helicóptero o un edificio elevado, es capaz de dibujarlo al detalle, con monumentos, edificios, trazados de calles.

Que a los tres años le diagnosticaran autismo fue solo el comienzo de la historia. A los siete empezó a dibujar con esmero edificios representativos de Londres, el interés de los medios de comunicación lo convirtió en un famoso niño artista, publicó un primer libro de dibujos con apenas 13 años, empezó a recibir encargos, exponer, viajar al extranjero… Ha sido condecorado Miembro del Imperio Británico por sus servicios prestados al arte, cuenta con su propia galería de arte en el centro de Londres y tiene una lista de encargos con una previsión de entre cuatro y ocho meses de espera. Desde el verano pasado, sus vastas panorámicas de Londres reciben a los viajeros en el aeropuerto de Heathrow.

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Un esqueleto de grafito que ‘dibuja’ mientras se consume

El grafito, mezclado con una masa de arcilla molida, asoma de una montura de madera. El lápiz podría estar tan en jaque como escribir a mano —con nuestra caligrafía deteriorándose por momentos en favor del tecleo— pero con él hicimos nuestros primeros ejercicios escolares, seguimos dibujando, hacemos marcas en la pared para tomar medidas… Esbozamos lo que es posible que corrijamos con la tranquilidad de que todo se puede borrar.

También llevamos el elemento químico dentro. En nuestro cuerpo hay un 18% de carbono, necesario en la formación de carbohidratos, grasas y proteinas. Tal vez con esa característica en mente, el artista estadounidense Agelio Batle ha reproducido a tamaño real un esqueleto humano de grafito sólido.

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¿Malas hierbas o plantas valientes?

Ensimismados en nuestra soberbia las llamamos malas hierbas. Son especies autóctonas y de una resistencia loable, muchas veces con espinas, otras con flores o (como es el caso de la menta) aptas para el consumo, despreciadas sólo porque no las queremos en el lugar en el que nacen y no están dispuestas a obecernos.

«Puede que sean pequeñas, pero atraviesan el cemento. Están en todas partes y sin embargo no se ven. Y cuanto más se las pisa, con más fuerza vuelven a crecer«. Mona Caron admira a la maleza que se entromete en los planes de jardineros y agricultores y que en la ciudad se atreve a rebelarse contra la condición estéril de una superficie asfaltada.

La ilustradora, pintora y muralista estadounidense busca malas hierbas en las ciudades, hace bocetos de ellas y después escoge paredes cercanas para reproducirlas en manifestaciones de arte urbano, siempre a gran tamaño, «a escala inversamente proporcional a la atención y el reconocimiento que reciben». La planta crece en lugares inesperados y Caron ha empezado a añadir dinamismo a la iniciativa grabando el proceso en vídeos que, una vez montados, imitan en «animaciones» el crecimiento de una planta real.

En el proyecto —Weeds (Malas hierbas)— Hay una ideología detrás de la decisión de ensalzar a esas especies. «Suelo elegir el lugar para cada hierba en correspondencia con la metáfora social: sitios en los que las alternativas se están creando, que marcan la diferencia y resisten a la entropía de nuestro mundo enfermo». Las obras «son un homenaje a la capacidad de recuperación que tienen todos aquellos para los que nadie ha dejado lugar, los que no eran parte del plan y aún así siguen volviendo, abriéndose paso y alzándose».

Un aster pintado en Asheville (Carolina del Norte), una de las 'malas hierbas' del proyecto 'Weeds' de Mona Caron

Un aster pintado en Asheville (Carolina del Norte), una de las ‘malas hierbas’ del proyecto ‘Weeds’ de Mona Caron

Puntiagudas, con hojas recias, flores de colores descaradamente alegres… Caron ha pintado ortigas, coronopus, cerrajas, dientes de león. Además de poblar ciudades estadounidenses, las plantas han llegado a Europa e incluso hay algún ejemplo oculto en Barcelona.

Vivir en San Francisco (California, EE UU) es sin duda una motivación para reconocer el mérito de las malas hierbas. La ciudad de la protesta y la contracultura experimenta una situación trágica: las viviendas han alcanzado un precio desorbitado y sólo las pueden comprar y alquilar con sueldos de la industria de Internet. El panorama social cambia, los artistas y excéntricos, las familias, la clase trabajadora y la clase media (los residentes de siempre) se ven empujados a abandonar su ciudad para que los felices millonarios del 2.0 —sin remordimientos por los desahucios— ocupen casas a precios estrafalarios. A pesar de todo, todavía, aunque cada vez más castigada y enmudecida, sigue existiendo una resistencia.

Helena Celdrán

'Stinging Nettle', Barcelona -  Mona Caron

‘Stinging Nettle’, Barcelona – Mona Caron

Una de las malas hierbas de Mona Caron en el humilde barrio de Ahmedabad, en la India - Mona Caron

Una de las malas hierbas de Mona Caron en el humilde barrio de Ahmedabad, en la India – Mona Caron

Intervención de Caron en Atenas, Grecia - Mona Caron

Intervención de Caron en Atenas, Grecia – Mona Caron

Diente de león en San Francisco - Mona Caron

Diente de león en San Francisco – Mona Caron

Los Residents, el Sendero Luminoso del pop rock, cumplen 40 años

The Residents

The Residents

Si alguien ha puesto en entredicho todos los dogmas, tópicos, trivialidades y demás vulgaridad del rock and roll —un género en demasiadas ocasiones tan complaciente como la ópera o el fútbol profesional—, el mérito corresponde a The Residents, el colectivo anónimo de iconoclastas que, desde 1972, hace cuarenta años, dinamita con métodos libertarios todo aquello que está pidiendo pólvora.

Son de San Francisco, en California, patria de los símbolos, naranja dorada que esconde, en su perfección externa, el gusano de la podredumbre, y no tienen rostro conocido (las teorías sobre su identidad real van de lo risible: los Beatles, a lo razonable: músicos de avant garde con pretensiones de convertirse en el Sendero Luminoso del pop), aunque parecen estar relacionados con el músico-artista Homer Flynn (1945), que ha actuado como portavoz del grupo en algunas entrevistas.

"Commercial Album" (The Residents, 1980)

«Commercial Album» (The Residents, 1980)

Hoy traigo a Top Secret una de las obras maestras de The Residents: Commercial album (1980), reeditado en 2005, cuando cumplió un cuarto de siglo, en una versión especial, con el añadido de los clips grabados para la promoción inicial de la obra, considerados los primeros vídeos musicales de la historia y, como tal, exhibidos permanentemente en el Museo de Arte Moderno de Nuevo York.

Siempre conceptuales, The Residents basaron la obra —presidida en la carpeta por las caras boca abajo de John Travolta y Barbra Streisand— en una verdad innegable: las canciones de pop no contienen, en el mejor de los casos, más de un minuto de música, siendo el resto una simple reiteración de coros, frases-puente y divagaciones en torno a una melodía central.

Añadiendo esa premisa a la también similar duración de los jingles publicitarios (como cada día parece más claro, la verdadera música popular de nuestro tiempo), construyeron un disco con cuarenta canciones de un minuto cada una.


¿Una broma? No, desde luego. Commercial album es algo mucho más serio, lo cual no significa —como a menudo entienden los valedores del rock como ejercicio meramente simiesco— aburrido ni vanidoso. Como poco y sin darle demasiadas vueltas, se trata de una premeditada y merecida banalización sobre la permanente traición del rock a sus ideales rebeldes.

En lo musical, el disco deambula por los caminos secundarios que The Residents conocen tan bien: las corales extravagantes, la repetición intoxicada, la música grotesca, el ruido de escucha fácil y la electrónica de kit.

The Residents

The Residents

Para reducir a un ejemplo pertinente por donde van las letras, valga esta estrofa de la canción de amor —pronunciése con sarcasmo— Love is:

El amor es soledad dividida por otro amor es sólo vivir para la soledad dividida por otra y saber que la vida es soledad.

Sin signos ortográficos, sin límites: así son The Residents, tan ineludibles como Captain Beefheart, Frank Sinatra, György Ligeti, los Rolling Stones, Buenaventura Durruti y Groucho Marx.

Pueden ser indigestos, pero nunca mueven a la indiferencia.

Inserto abajo dos vídeos. El primero, Swastikas On Parade, es una pieza del disco The Third Reich Rock and Roll (1976), una sátira-pastiche de algunas canciones que parecen haberse convertido en griales intocables para el fundamentalismo nostálgico-roquista (Hey Jude, de los Beatles; Simpathy for the Devil, de los Rolling Stones; Light My Fire, de los Doors…). El segundo es la actuación de los Residents en un plató de TVE, en junio de 1983 (un tiempo que desde el presente parece el futuro), en el programa La edad de oro, tan pomposo en intenciones como gozoso en contenido musical.

Ánxel Grove


La tragedia de ser Isadora Duncan

Isadora Duncan fotografiada por Arnold Genthe

Isadora Duncan fotografiada por Arnold Genthe

«La vida la rompió, pero nunca la redujo», dice Fredrika Blair en el prefacio de su biografía sobre la bailarina y coreógrafa Isadora Duncan (San Francisco – EE UU, 1877 – Niza – Francia, 1927). «Sus nociones, metas y esfuerzos siempre mantuvieron un carácter heróico«.

En sus coreografías, con movimientos semejantes al vaivén de las olas del mar (su primera inspiración), imprimía el esfuerzo supremo sin que le importaran las consecuencias. Se mostraba ante los demás como el reflejo de lo que todos hemos sido antes de cortarnos las alas con el veneno de la razón.

Sólo se conservan unos segundos de película de cine en la que se puede ver a Duncan bailando, pero hay grabaciones de alumnas que recrean de manera fiel las coreografías.

Inventora del baile moderno, odiaba el ballet y consideraba anti-natura lo estricto de sus posturas y la deformación que las bailarinas se provocaban en los pies.

Esta semana la sección Cotilleando a… es para Isadora Duncan, revolucionaria de la expresión corporal, una mente libre en la sociedad victoriana.

1. Joseph Charles Duncan, banquero y empresario, una figura pública de San Francisco, abandonó a su mujer Dora -30 años más joven- y a sus cuatro hijos cuando Isadora (la menor) contaba con cinco meses. Fue acusado de fraude bancario y más  tarde encarcelado. La familia quedó en la ruina y Dora -amante de la música y la literatura- tuvo que ponerse a dar clases de piano, saliendo de casa al amanecer y volviendo tarde por la noche, para malvivir junto a sus niños. La madre de Isadora, de familia profundamente católica, se hizo un atea convencida.

Isadora con sus hijos Deirdre y Patrick en 1912, un año antes del accidente

Isadora con sus hijos Deirdre y Patrick en 1912, un año antes del accidente

2. La niña que imitaba a las olas del océano Pacífico también era una ávida lectora. Su madre leía para ella y sus hermanos obras de notables escritores y filósofos. Abandonó el colegio en la preadolescencia, convencida de que no servía de nada memorizar el contenido de las asignaturas y sintiéndose la más pobre de la clase. Para llevar dinero a casa, comenzó a dar clases de baile a niños del barrio junto a su hermana Elizabeth.

3. Comenzó a bailar en Chicago haciendo contactos, pero ganando poco dinero. «No puedo ver las calles de Chicago sin experimentar un sentimiento enfermizo de hambre», escribiría más tarde. Después le ofrecieron un pequeño papel en una pantomima de Nueva York: Mme. Pygmalion. Tuvo que pedir dinero para el billete de tren y durante más de un mes ensayó sin cobrar. En el descanso de mediodía Isadora no tenía dinero para comer y se escondía en las instalaciones para dormir y seguir ensayando después.

4. El éxito en el mundo del baile pasaba por plegarse a las exigencias del ballet, que Duncan rechazaba: «Lo considero falso y absurdo. Bajo los maillots bailan músculos deformes, bajo los músculos hay huesos deformes«. Sus intentos de triunfar ante el gran público terminaban en incomprensión por parte de los críticos, que consideraban un escándalo que bailara con vestidos vaporosos que dejaban los brazos y las piernas al descubierto con cada movimiento. Ante el rechazo, Duncan reunió dinero convenció a su familia para partir a Europa en 1899. En Londres y en París alcalzó la fama.

En 1896 como la primera hada de 'Sueño de una noche de verano' de Shakespeare, uno de sus primeros trabajos

En 1896 como la primera hada de 'Sueño de una noche de verano' de Shakespeare, uno de sus primeros trabajos

5. Siempre enseñó danza, pero nunca siguiendo el estandar académico. No creía en las posturas mecánicas lejanos, en su opinión, del sentimiento. «Recordad siempre empezar los movimientos desde dentro. El deseo de hacer el gesto es lo primero», decía a sus alumnos. Los pasos de Duncan eran sumamente sencillos, pero alcanzaban una tensión emocional que incluso hacía llorar a la audiencia. El escultor impresionista Auguste Rodin dijo de ella: «Su baile es simple y bello como la antigüedad».

6. Uno de los pilares de su manera de bailar fue el arte clásico griego: imitaba las posturas de las heroínas y diosas de los bajos relieves y las esculturas. Incluso hizo un viaje de peregrinación a Grecia en 1903. Creía en la moira, los hechos que escapan a nuestro control, el destino fatal que marca con sucesos terribles la vida de los protagonistas de las tragedias griegas. Duncan en sus memorias comparaba sus desgracias a las de la familia de los Atridas, los descendientes de Atreo (rey de Micenas), que según la mitología griega fueron castigados por los dioses y destinados de manera inevitable a cometer crímenes dentro de su familia.

7. Fundó varias escuelas de baile, pero la de Grünewald (Alemania) fue la más ambiciosa. Era para niños que provenían de familias con apuros económicos. Vivían en el centro y recibían clases de todas las asignaturas que pudiera ofrecer un colegio. Las clases de baile las impartía Elizabeth, la hermana de Isadora. De las seis chicas con más talento del centro salió un selecto grupo que actuó con la artista entre 1905 y 1909. Anna, Irma, Lisa, Theresa, Erica y Gretel  fueron bautizadas como las Isadorables por el poeta francés Fernand Divoire. En 1917 las seis chicas adoptaron el apellido Duncan.

Isadora con las seis 'Isadorables'

Isadora con las seis 'Isadorables'

8. Quiso ser madre soltera y tuvo dos hijos. Deirdre (1906) era hija del escenógrafo inglés Gordon Craig. Patrick (1910) era hijo de Paris Singer, hijo del magnate de las máquinas de coser Singer. Los dos murieron en un accidente de coche camino de Versalles junto con su niñera, cuando el vehículo se precipitó al Sena. El chofer se olvidó de poner el freno de mano cuando revisaba un problema mecánico en el motor.

9. Era bisexual. Se rumorea que tuvo un romance con la actriz Eleonora Duse, pero la poeta hispano-estadounidense Mercedes de Acosta, que también fue amante de Greta Garbo y Marlene Dietrich, fue uno de sus grandes amores.

10. Se casó a los 45 años, en 1922, con el poeta ruso Sergei Esenin, casi 20 años más joven que ella. El matrimonio duró más o menos un año: él no soportaba parecer «una posesión» de su mujer. Celoso de cualquier hombre que la mirara, protagonizó escenas violentas, cometió agresiones y destrozó habitaciones de hotel en un estado de ebriedad que comenzó a ser habitual. Esenin volvió a Moscú tras la separación y fue internado en un hospital psiquiátrico. Se suicidó en 1925, a los 30 años.

Un Amilcar como el que provocó la muerte de Duncan

Un Amilcar como el que provocó la muerte de Duncan

11. En los últimos años de su vida sufrió graves problemas económicos. Con el suicidio de Esenin (del que no se había divorciado) le llegó una herencia que, aunque necesitaba, rechazó: no quería su dinero. Se sentía sola y olvidada por su familia y cargaba con el sufrimiento que le provocaba la pérdida de sus hijos. Durante muchos años le era dificil ver niños, sobre todo si eran muy pequeños. Duncan comenzó a beber y las juergas y la vida privada empezaron a llamar más la atención que su creatividad.

12. La muerte de Isadora Duncan fue propia del último acto de una tragedia griega de Eurípides, con la excepción del elemento moderno del automóvil. Llevaba uno de los grandes chales de seda con los que envolvía su cuerpo y parte del cuello. El final del hermoso pañuelo ondeaba al viento en el Amilcar francés en el que viajaba junto al conductor por la costa de Niza. El chal se enredó en el eje de una de las ruedas traseras del coche aplastando la laringe y rompiendo el cuello de la bailarina.

Helena Celdrán

Las húmedas fotos inapropiadas de Victor Cobo

Víctor Cobo

Víctor Cobo

Emerge del negro. Implacable: el cuello alzado de bestia, el pellejo de los senos castigados, desmembrada, hembra que sufre o clama.

¿Han pagado por su celo? ¿Es la humedad sincera?¿Tiene fiebre o finge el fuego?

No tienes derecho a hacerte algunas preguntas. Mejor cállate. Tú nunca te acercarías, gallina. Ni siquiera quieres ver. Eres demasiado letrado para tan escaso verbo. Aquí mezclamos saliva y hollín. Es el único cóctel posible.

Víctor Cobo (1971) no es un testigo imparcial: bebe del vaso sucio de la noche, fuma la piel-cenicero, comparte el grito del orgasmo.

Víctor Cobo

Víctor Cobo

Algunos fotógrafos tocan la puerta con modales de prosélitos, aguardan a que abran, saludan, juegan al intercambio… Ceremonias inútiles cuando has llegado al callejón de las lenguas cortadas. Nadie tiene demasido que decir en estas fotos donde todo se reduce al hambre espesa de la piel.

“Las imágenes que recolecto son tanto sobre mí mismo como sobre las personas retratadas. Son una exploración de viajes reales e imaginarios que implican no sólo un desplazamiento físico, sino también pasadizos psicológicos y emocionales«, explica Cobo.

Las palabras del fotógrafo son meditadamente tibias, nos alejan de la verdad escénica y criminal de Down in the Hole, la serie de Cobo sobre la «frontera abierta» de la ciudad de San Francisco (EE UU) y sus menos jubilosas facetas: drogas, sexo, orín, desperdicios, el vinagre de las lágrimas y la sal de las falsas sonrisas.

Víctor Cobo

Víctor Cobo

La serie se titula como una muy conocida canción: Tiene el fuego y la furia / Bajo sus órdenes / Pero no debes tener miedo / Porque si vamos de la mano de Cristo / Estaremos a salvo / Del trueno de Satán.

Algunas canciones son actas notariales.

Acabo de leer una reseña sobre las fotos donde se equipara a Cobo a una «versión contemporánea de Baudelaire«, hocicando calles en busca de una intriga.

No estoy de acuerdo con la comparación. Cuando el autor de Las flores del mal se entregaba al vicio, no era capaz de sacarle partido y terminaba sufriendo otra de las múltiples formas del tedio, la virtud que Europa ha convertido en ciencia.

En el gesto penitente de la muchacha inclinada hacia delante que, con los ojos cerrados, y la carne abierta, demanda todo, es decir, cualquier futuro, hay una única promesa: «no habrá aburrimiento posible entre nosotros».

Cobo me remite a Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont, muerto a los 24 años después de encargar a la imprenta diez copias de Los cantos de Maldoror.

Víctor Cobo

Víctor Cobo

Las muchachas demandantes de Cobo conocen las consignas de Ducasse: «Tenle vendados los ojos mientras tú desgarras su carne palpitante; y después de haber oído por largas horas sus gritos sublimes, similares a los estertores penetrantes que lanzan en una batalla las gargantas de los heridos en agonía, te apartarás de pronto como un alud, y te precipitarás desde la habitación vecina, simulando acudir en su ayuda».

Al igual que Ducasse, el fotógrafo es un desterrado: creció en el norte del estado de California pero su sangre es española.

Al igual que Ducasse, optó por renegar del academicismo: robaba las cámaras de su padrastro para practicar con los amigos la parranda teatral del travestismo y la crueldad.

Víctor Cobo

Víctor Cobo

Al igual que Ducasse, fue castigado por el dulce delito de la perversión: en 1999 le despidieron de su primer trabajo por llevar encima fotos inapropiadas que tomaba en las calles de San Francisco durante el break para comer.

No se equivoquen: Cobo no es un retratista de burdel a la manera de Susan Meiselas, que no es capaz de dejarse llevar por su parte animal y antepone razón a intuición.

El autor de Down in the Hole es un adicto al point and shoot a la manera de Moriyama: hizo muchas de estas fotos con cámaras de uso rápido. Pensar es perder.

A Cobo gustan el aislamiento, los recuerdos, los sueños y, está claro, la sexualidad…

No se comporta con la apática idiotez amanerada de los retratistas del eterno femenino. Está demasiado implicado y es demasiado curioso para permanecer en la contemplación y quiere, por curiosidad y riesgo, entrar en la acción.

Víctor Cobo

Víctor Cobo

Sus fotos rebotan: es él quien espera al otro lado del pasillo subterráneo, de paredes pintadas con sudor, que va a recorrer la mujer del otro extremo. Avanzará, como el fotógrafo-coreógrafo le ha ordenado, con las manos a la espalda. Un asalto y una entrega.

En algún lugar he leído a Cobo afirmar su compromiso con «renegados, marginales y supervivientes».

No era necesario que lo explicase. Las fotos, húmedas y locuaces, habían hablado antes.

También chillan las de otro de sus reportajes, Americam Dreams, donde retrata otra forma de prostitución: el camino hacia los EE UU de los inmigrantes centroamericanos.

Víctor Cobo

Víctor Cobo

En la última foto de esta selección la mujer ha sido envuelta en film plástico alimentario.

No es una variante del sushi corporal (nyotaimori), pero se le acerca en devoción fetichista.

La foto está casi vacía: el cuerpo apretado por la tensión obstinada del plástico, los pies de otras personas que parecen esperar o tal vez sólo observan con curiosidad, un suelo que retiene demasiadas historias similares como para dar importancia a una ceremonia más…

Cobo espera y dispara.

Es uno de esos fotógrafos (y cada vez hay menos) que saben que las fotos, como las estrategias y acaso la vida, han de ser inapropiadas o no ser.

Ánxel Grove