Archivo de abril, 2014

¿En qué se parece un cantante de hip-hop a un cuadro del siglo XV?

Left: 'The Adoration of the Magi' - Hugo van der Goes. Netherlandish. Late 15th century. Right: Wiz Khalifa

En La adoración de los Reyes Magos de Hugo van der Goes (1440-1482), una escena que el pintor flamenco representó en varias ocasiones, el autor imagina a Baltasar con un discreto y cuidado bigote. En el cuello se ha puesto una generosa cadena de oro y en la única oreja visible exhibe un pendiente de aro del que parece colgar un cascabel dorado; el sabio lleva, para protegerse del frío, un abrigo con un cuello de piel moteada.

A la derecha del detalle de la obra del siglo XV, una foto del rapero estadounidense Cameron Jibril Thomaz —conocido como Wiz Khalifa— revela un inesperado, cómico y sorprendente parecido en la vestimenta y en la expresión. Khalifa, al igual que Baltasar, muestra atributos que aluden a un cierto estatus. Uno casi puede imaginarse al rey mago rapeando.

Cecilia Azcárate Isturiz, directora de arte en un estudio publicitario neoyorquino, propone un asombroso diálogo entre dos universos separados en el tiempo por cientos de años: la estética de los artistas de hip-hop y el arte anterior al siglo XVI. En el microblog de Tumblr B4XVI (abreviatura que se podría traducir por Antes del XVI) recopila pinturas y esculturas previas al siglo en que Cristóbal Colón llegó al continente americano y las emparejas con posados, capturas de vídeo y detalles de los raperos actuales.

Left: Male Ancestor. 1st–4th century. Mesoamerica, Nayarit . Right: Young Thug

Una estatuilla mesoamericana datada entre los siglos I y el IV enseñando los dientes y con varios pendientes en la nariz se parece extrañamente a Young Thug, rapero de 21 años de Atlanta conocido por la excentricidad de su aspecto y detenido hace unos meses por posesión de drogas y conducción temeraria. La expresión de Kanye West y su cuello de pieles parece encerrar el espíritu del personaje de un cuadro alemán de 1560, posiblemente un acaudalado donante que figura en la pintura religiosa por ser quien la encargó y la pagó.

A veces bastan complementos y joyas para establecer la analogía: anillos bizantinos del año 1000, los puños plateados de la camisa de un santo del siglo XIV, las secuencias geométricas pintadas en una deidad mexicana fechada entre el siglo XIII y el XV… Puede tratarse de un experimento traído por los pelos, pero es una inteligente reflexión sobre lo poco que han cambiado a lo largo de los siglos las manifestaciones de poder relacionadas con la apariencia física.

Helena Celdrán

Left: detail of 'Christ Blessing surrounded by a Donor Family'. Unknown German Painter, 1560 - Right: Kanye West

Lef: Deity Censer.1200–1400, Mexico. Right: YG

Left: Ring of Leontios ca.1000 - Byzantine Right: 2 Chainz

Left: Pre Colombian - Moche portrait head of ‘Cut Lip’ 400 AD - Right: ASAP Rocky

B4XVI - Cecilia Azcárate

Left: Quentin Massys. Ecce Homo-1520 - Right: 2 Chainz

La obra maestra del pintor parricida Richard Dadd

"The Fairy Feller's Master-Stroke"

«The Fairy Feller’s Master-Stroke»

Es fácil deducir a primera vista que el cuadro, relativamente pequeño en tamaño (54 por 39,4 centímetros), es una visión abigarrada que no pertenece al mundo de quienes nos consideramos cuerdos: el gentío que puebla la tela parece crecer o reducirse; las texturas carnosas de la vegetación esconden seres que se perciben, inesperados, cuando creímos haber agotado el repertorio del elenco alucinado y superpuesto que, estamos convencidos, espera un suceso trágico e inevitable, anunciado por el golpe de hacha que la figura central se presta a asestar contra una castaña mientras las libélulas tocan la trompeta, un par de voluptuosas hadas se entregan a un sátiro, un anciano asiste colérico a la escena y diminutos centauros recorren la perspectiva inconcebible del lienzo, que parece pintado a ras de suelo y, al tiempo, contener una desesperada tensión tridimensional con cambios de escala mareantes entre un motivo y los circundantes.

The Fairy Feller’s Master-Stroke (El golpe maestro del leñador duende) habla de un parricidio, de la desmembración de un cuerpo, del plan de asesinar al Papa, de cuarenta años en un manicomio, de una psicosis criminal y visionaria, de un mensaje secreto de Osiris, de una narguila con kif demasiado intenso para un inglés, de la maldición circular que ronda las arenas de Egipto, de una insolación, de un ADN cargado con la negra tinta de la demencia…

El óleo, propiedad de la colección permanente de la Tate Britain, fue pintado con maniática perseverancia durante casi diez años, entre 1855 y 1864, en el inmenso sanatorio mental londinense de Bethlem, sostenido con fondos de la corona británica engordados con el dinero que pagaban los pudientes en giras organizadas para observar los alunados antes del té de los domingos. El pintor, Richard Dadd (1817-1886), que ha pasado a la historia como un artista y un asesino, escribió una larguísima soflama en verso para intentar explicar el sentido del cuadro y negar la evidencia: estamos ante un vástago de una imaginación salvaje y caprichosa.

Richard Dadd pintando en el psiquiátrico

Richard Dadd pintando en el psiquiátrico

Dadd no quiso revelarnos las facciones de leñador que se apresta a dar un «golpe maestro» en el centro del cuadro. La figura, acaso una proyección simbólica del artista, está de espaldas al espectador y alza un hacha antes del vuelo que llevará el filo contra su destino, la misteriosa castaña que bien podría ser una forma vegetal de craneo humano. En la noche del 28 de agosto de 1844, en un claro de bosque en Cobhan, en el condado de Kent, Dadd partió la cabeza de su padre Robert, un respetable químico jubilado, con un bestial golpe de hacha. Para asegurar la muerte, clavó en el pecho del anciano un cuchillo de veinte centímetros de hoja. Con el hacha y una navaja barbera descuartizó el cadáver y abandonó los restos en una zanja.

El artista, que tenía entonces 27 años, fue detenido a los pocos días en Francia cuando intentó degollar a otra persona. La policía encontró en su somero equipaje una lista de víctimas: el primero era el padre, seguía el Papa de Roma y a continuación una larga lista de amigos personales del joven pintor, considerado un valor en alza en los cenáculos artísticos visctorianos.

La justicia ordenó que el psicópata fuese encerrado de por vida. Dadd pasó en Bethlem veinte años y luego fue trasladado a Broadmoor, el primer «manicomio para criminales» de Inglaterra. Recibía algunas visitas y se comportaba con corrección. Nunca dejó de pintar, pero jamás alcanzó la intensidad genial de su obra cumbre, es decir, de su confesión.

Las tenazas de la locura prendieron en Dadd durante un viaje en 1842. Era una travesía de iniciación muy al estilo de los bohemios victorianos de buena cuna que podían permitirse recorrer los caminos del mundo con afanes místicos para luego deleitar a la sociedad británica con epopeyas orientalistas. Visitó Grecia, Turquía, Siria, Jordania, Jerusalén y Egipto. En El Cairo tramitó una amistad desaforada con las pipas de kif y, después de un viaje de cinco días fumando, creyó descifrar en el borboteo del agua de las narguilas un mensaje del dios Osiris, quien también, de acuerdo con la mitología, había sufrido la muerte por desmembramiento.

La deidad solar, creyó escuchar con claridad el joven pintor, le ordenaba la ejecución de todos aquellos que perturbaban su reinado sobre el mundo. De regreso urgente a Inglaterra, los médicos tranquilizaron a la familia Dadd opinando que las alucinaciones eran causadas por los efectos de una insolación. Egipto, ya se sabe, no goza de la bendición de la niebla londinense para que la sangre deje de hervir.

«Maté a quien yo siempre consideré un pariente, pero según la secreta advertencia que se me hizo, iba a convertirse en el artífice de la ruina de mi raza«, explicó Dadd sobre el parricidio.

Una mejor explicación quizá se muestra en El golpe maestro del leñador duende —que sirvió, por cierto, como inspiración para una canción del grupo Queen, el cuadro donde, con una precisión forense, Dadd se diagnostica, secciona y explica en un óleo que contiene las visiones atrozmente serenas de una mente trastornada.

Ánxel Grove

Un videoclip que rescata técnicas de animación del siglo XIX

De los círculos concéntricos brotan caras haciéndo muecas, parejas bailando, ranas humanizadas saltando una por encima de la otra, ratas escapando, leñadores cortando troncos, niños en balancines…

El videoclip es para la canción The Hope Of A Favourable Outcome de la compositora y pianista canadiense residente en Londres Carly Paradis, que tiene años de experiencia trabajando en la creación de bandas sonoras de cine y televisión y ahora se lanza como artista en solitario con su primer disco, Hearts To Symphony.

Los autores de la pieza (creada a partir la pionera técnica de animación del fenaquistiscopio, de la que ya hablamos en este blog) son los estadounidenses hermanos David y Keith Lynch, que en su página web se apresuran a quejarse por haber «nacido con la más desafortunada combinación de nombres de la historia del cine», eclipsados en los motores de búsqueda por el director de cine David Lynch.

Para el vídeo han revitalizado el invento decimonónico, creado en 1832 por el físico belga Joseph-Antoine Ferdinand Plateau y consistente en disponer en orden alrededor de un disco entre 14 y 16 imágenes que forman una secuencia. Al girar la superficie da la sensación de que el motivo se mueve.

Los Lynch — directores y guionistas de proyectos cinematográficos independientes, sobre todo cortometrajes— digitalizan estos discos de papel y los unen en una espiral cuidándose de que algunos de los dibujos coincidan en cierto modo con la música. Muchos de los ejemplos utilizados se pueden ver en el microblog de Tumblr The Richard Balzer Collection, una recopilación de gifs animandos que permiten ver en acción los ejemplares que atesora el coleccionista desde hace más de 30 años.

Helena Celdrán

En defensa de los fotógrafos octogenarios

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Cada jueves escribo en este blog sobre fotografía. Van 159 jueves consecutivos, una cifra que de ser meditada se convierte en un laberinto, y hoy, lo confieso, estoy cansado. El parte de daños —la artitris que asoma como un enjambre de navajas en rodillas y manos, la melancolía insistente, el pecho sometido a las mandíbulas del tigre… — quizá justifique la extenuación y la edad, qué demonios, da derecho a la queja.

Me he permitido tomar de la inmejorable bitácora Iconic Photos un reportaje de Vanity Fair publicado en enero de 2001. Cada uno de los diez pliegos —sí, jovenzuelos, hubo un tiempo en que las revistas consentían piezas de veinte páginas y los lectores las demandábamos así de largas, porque leer no es una ocupación de hormigas afanosas, multi task y egoístas sino de hombres—. Cada uno de los pliegos  está vinculado a un archivo de imagen en alta resolución que permite una cómoda lectura y, además, te asoma a la trama tipográfica, ese otro laberinto en el que algunos todavía deseamos perdernos. Si fuese posible, para siempre.

El reportaje, escrito por David Friend, reúne y muestra a 18 fotógrafos que en el momento de la publicación tenían más de 80 años. Casi todos han muerto desde entonces —de algunos he escrito obituarios en estas mismas páginas, por ejemplo de la costurera-fotógrafa Lillian Bassman— y de la nómina quedan vivos, si no me falla el recuento, solamente Phil Stern (1919) y Ralph Morse (1917), ambos a punto de ser centenarios.

Fotógrafos y vejez. Dicen que hay algo intrínseco entre el oficio y la longevidad porque usar la mirada como sentido primario logra que los latidos del corazón sean más distantes. El feroz Helmut Newton añadía que el contacto frecuente  con los baños químicos necesarios para el revelado de los negativos y las copias prolongaba la virilidad más allá de lo razonable. Newton, como su fotografía, era bastante fantasma, pero me subyuga la idea subsecuente de una tribu millonaria de fotógrafos digitales y, ya que no imponentes, impotentes.

Basta. Estoy cansado, repito. Lean, si les place, el reportaje sobre los viejos fotógrafos. Consideren después el panorama que nos rodea: como diría Peter Handke, el respeto «se fue al carajo» y «un tropel de muchachos y muchachas (…), que a lo largo y lo ancho del país han se­gregado una estirpe de gentecilla eternamen­te despierta como ellos, que incluso se ocu­pan de entrenar a sus nietos como ejército de gente que está al acecho».

Ánxel Grove

Una artista busca voluntarios para cubrir las ciudades de mariposas azules

Las mariposas de Tasha Lewis en Indianápolis

Las mariposas de Tasha Lewis en Indianápolis

«Esta idea nace del hecho de que, como una artista individual que vive en Nueva York, no puedo viajar por el mundo (todo lo que yo quisiera)». La estadounidense Tasha Lewis no quiere poner límites a las mariposas azules que crea desde 2012: empezó clavándolas con alfileres en marcos con cristal y después hizo 200 a las que puso un imán para «liberarlas» y colocarlas en las calles de Indianápolis, su ciudad natal.

Para fabricarlas utiliza el pionero procedimiento fotográfico de la cianotipia, inventado en 1842. Con la mezcla de dos compuestos químicos —citrato de amonio y hierro y ferrocianuro de potasio— se consigue una solución fotosensible que se puede aplicar al papel, pero también a la madera, la cerámica o la tela. La artista coloca sobre la superficie textil negativos de fotos de mariposas: imágenes capturadas de Internet, manipuladas en Photoshop para convertirlas en negativo e impresas sobre transparencias.

Tasha Lewis - Cyanotype butterflies

Agrupadas sobre el mobiliario urbano, comprobó cómo las piezas aportaban una «belleza natural» a las ciudades en instalaciones efímeras que convertían espacios ignorados en atractivos. Cada vez que podía viajar, aprovechaba para llevar en su equipaje cientos de ellas y se quedaba con las ganas de que pudieran embarcarse en una gira que las llevara a varios países y las hiciera visibles para el mayor número de personas posible.

Lewis quiere cumplir su sueño con el proyecto Swarm: World Migration (Enjambre: migración mundial), para el que busca «participantes» a los que mandar grandes cantidades de mariposas con el fin de que —en sus países de residencia— hagan sus propias instalaciones con ellas: «Mis enjambres de mariposas magnéticas viajarán a 100 hogares diferentes y serán guiadas por las ciudades, los pueblos y las calles por sus nuevos tutores temporales».

Las mariposas de Tasha Lewis en Estambul Turquía en marzo de 2014

Planea seleccionar a los participantes a finales de agosto y empezar a hacer los envíos (serán 4.000 unidades que dividirá en 10 grupos de 400) a finales de septiembre. Cada caja incluirá un cuaderno, una guía de instrucciones y un «kit médico de reparaciones». Cuando lleguen a su destino, el receptor tendrá cuatro semanas para viajar con las piezas e instalarlas en diferentes lugares.

Por supuesto, hay que «documentar» (con fotos, en las redes sociales y con un diario de papel que rotará al siguiente participante) cada instalación y después mandar todo al siguiente país. La artista tiene en mente organizar por eso una «secuencia de envíos» para que cada colaborador gaste lo mínimo en el envío postal.  Con el resultado del periplo mundial, Lewis planea hacer una exposición en una galería de Nueva York.

Helena Celdrán

Cianotipos de las mariposas secándose al sol

Swarm the World - Tasha Lewis

Swarm the World - Tasha Lewis

Swarm the World - Tasha Lewis

Swarm the World - Tasha Lewis

La silenciosa muerte del escritor Peter Matthiessen

Peter Matthiessen (1927-2014) Foto: Riverside Books

Peter Matthiessen (1927-2014) Foto: Riverhead Books

Pocos días antes del reguero planetario de lágrimas provocado por la muerte de Gabriel García Márquez, otro gran escritor octogenario había fallecido de la misma enfermedad y en una población tan literaria como la capital mexicana donde el Nobel colombiano sucumbió al cáncer. Peter Matthiessen (1927-2014) murió en Sagaponack, una villa atlántica del noreste estadounidense, una zona de luz boreal donde los indios algonquinos cultivaban patatas mucho antes de la llegada de los bárbaros occidentales.

Truman Capote, Kurt Vonnegut y E.L. Doctorov, tres narradores que bastarían para armar una biblioteca autárquica, también eligieron el pueblo como refugio. Maththiesen —que había sido informante de la CIA a los veintitantos, maestro zen desde los cincuenta y en décadas recientes enemigo público de los EE UU por rebelde según el FBI— combatió en una casa frente el océano la leucemia que lo derrotó antes de que viese publicada la novela que había entregado a la imprenta hace unos meses, In Paradise [Riverhead Books], la narración del retiro de búsqueda y oración de un centenar de personas encerradas en los barracones que ocupaban los soldados nazis en un campo de exterminio para meditar sobre las razones de la maldad y los modos blandos de combatirla.

Siento la muerte de Matthiessen —percibida con sordina en España— con la misma intensidad que la de García Márquez. Reconozco que no hay comparación posible en lo literario, aunque la preocupación por el ser humano y la justicia social del colombiano en los foros públicos fuese mejor aplicada y con más coherencia, aunque menor impacto mediático, por el estadounidense, un activista incansable en favor de los pueblos indígenas, el medio ambiente y la sabiduría ancestral. No tengo noticia, aunque quizá alguien pueda sacarme del posible error, de que el autor de Crónica de una muerte anunciada haya pisado de África y Asia, por ejemplo, paisajes distintos a los lobbies de unos cuantos hoteles de lujo, los salones de dos o tres embajadas o algunos rectorados universitarios donde sirven cócteles para que la intelligentsia y la política se arrimen y mariden. Mientras tanto, su coetáneo estadounidense se dejó el alma, la salud y las botas surcando a pie las amplias tierras de los desclasados.

"País de sombras"

«País de sombras»

Hablar de escritura comprometida es un absurdo porque el compromiso, como dejó claro Dostoievski, es inherente a la vida: «Si podemos formularnos la pregunta: ‘¿soy o no responsable de mis actos?’, significa que sí lo somos». Mathiessen, autor de una treintena de libros, ejerció esa certeza con irreprochable honestidad. No se puede decir lo mismo de algunos escritores laureados por las academias y celebrados por el público a través del corazón y las billeteras.

La cota más alta de la producción literaria de ficción de Matthiessen es País de sombras [Seix Barral, 2010], novela epopéyica —surge de la reescritura de tres obras anteriores— que ganó el National Book Award en 2008, donde el escritor demostró, con una saga en los pantanos de Florida, un territorio donde, como escribí en una crítica, «la inteligencia es animal; la cultura, intuitiva; el corazón, frío; la determinación, nihilista; la vida, aparatosa…», que era el mejor de su generación en la crónica de la vida salvaje y las no siempre cándidas o mágicas leyes de la naturaleza y la sangre .

Nunca podré separar al literato muerto de otro de sus libros, una obra confesional y doliente: El leopardo de las nieves. Fue publicado en inglés en 1978 y traducido al español, sin que casi nadie se diese por enterado, en 1993 por Siruela. Cuando los editores lo pusieron en el mercado en tapa blanda en 2008, la crítica española descubrió tardíamente a Matthiessen, de quien había sobrada bibliografía en el mercado nacional, por ejemplo la novela Jugando en los campos del Señor (Siruela, 1992), la espléndida y bárbara colección de cuentos En la laguna Estigia y otros relatos (Siruela, 1993) y algunos excelentes ensayos que publicó Olañeta como El árbol en que nació el hombre (1998) y En el espíritu de Caballo Loco (2001). Todos están hoy descatalogados.

"El lepardo de las nieves" (reedición de 2008)

«El leopardo de las nieves» (reedición de 2008)

Han despachado arbitrariedades que rozan la indocumentación sobre El leopardo de las nieves. La primera y crucial es situar esta obra místico-religiosa en el subgénero de los libros de viajes y afirmar que, como tal, puede ser comparado con los productos canónicos de Theroux, Thubron, Robert Byron y Chatwin.

Si bien es cierto que se trata de la crónica de un desplazamiento —en 1973 y al prohibido Dolpo, en el occidente himaláyico de Nepal, en compañía del biólogo George Schaller— y con un fin preciso —la visión en libertad de ejemplares del esquivo felino conocido como leopardo de las nieves (Panthera uncia), que vive como un milagro a 6.000 metros de altura—, el desplazamiento de Matthiessen es de purificación —su mujer había muerto de cáncer meses antes— e importan poco el escenario y la ruta.

«Seguir adelante como si no supieras nada, ni tu edad, ni tu sexo, ni el aspecto que tienes», escribe Matthiessen en este dietario en pos de la luz mansa e intachable que emana de los ojos del Buda. «Seguir adelante como si estuvieras hecho de gasa…, una niebla que pasa a través y por la que se pasa a través sin que pierda su forma. Una niebla que pierde su forma sin dejar por ello de ser. Una niebla que finalmente se disuelve, desperdigando sus partículas al sol».

He leído media docena de veces El leopardo de las nieves —empecé con la primera edición de Siruela, porque el libro fue uno de esos que me llamaron desde los estantes, abrí al azar y convinimos en mantener una mútua cautividad—. Está entre los diez libros de mi vida, colocado al abrigo de dos obras que completan la búsqueda de la impermanencia y el equilibrio: el Libro del desasosiego de Fernando Pessoa y los Diarios de John Cheever. No hay en este kit de urgente salvamento literario ninguna obra de García Márquez, al que adoré por otras razones: sabía contar cuentos mejor que nadie, con música de orquestina y colores de almanaque, pero, a diferencia de Matthiessen, no tenía nada que enseñarme sobre el silencioso arte de sobrellevar la tragedia de vivir y la necesidad de subir a las montañas para encontrar la verdad.

Les dejo con tres citas —porque creo que bastan para entender qué le importaba al bendito Mattiessen— de El leopardo de las nieves:

«Sobre el camino, sobre el brillo de la mica y de extrañas piedras resplandecientes, yace la pluma amarilla y gris azulada de un pájaro desconocido. Y acto seguido llega una intuición penetrante, en modo alguno entendida, de que esta pluma sobre la senda plateada, en este ritmo de sonidos de madera y cuero, respiración, sol y viento e ímpetu de río, en este paisaje sin tiempo pasado o futuro, en este instante, en todos los instantes, transitoriedad y eternidad, muerte y vida son una y la misma cosa».

«El secreto de las montañas es que existen, igual que yo, pero se limitan a existir, cosa que yo no hago. Las montañas no tienen significado, son significado; las montañas son. El sol es redondo. Yo vibro con la vida y las montañas vibran y, si soy capaz de oírlas, hay una vibración que compartimos. Entiendo todo esto, no con la cabeza sino con el corazón, sabiendo cuán absurdo es tratar de captar lo que no se puede expresar, sabiendo que otro día, cuando vuelva a leer esto, sólo quedarán las palabras».

«Quizá ese miedo a la impermanencia explica el ansia con que consumimos los pocos bocados de experiencia, en carne viva, que nos ofrece la vida moderna, por qué la violencia es libidinosa, por qué la lujuria nos devora, por qué los soldados eligen no olvidar sus días de horror: nos aferramos a esos momentos extremos en los que parece que morimos y en los que, por el contrario, renacemos. En el abandono sexual, al igual que en el peligro, nos vemos empujados, por muy brevemente que sea, a ese presente vital en el que no permanecemos al margen de la vida, sino que somos vida, nuestro ser nos llena; en el éxtasis con otro ser, la soledad desaparece en la eternidad».

Ánxel Grove

GERT, un traje «simulador de edad» para transformarse en un anciano

GERT (Gerontologic Test Suit)Caminar una manzana supone un esfuerzo físico para el que después es necesario reponerse un largo rato, las piernas pesan, es difícil girar la cabeza, hay que mirar con atención al suelo en busca de obstáculos, la vista tampoco resulta de gran ayuda, cualquier cosa que se sostenga con las manos es susceptible de caerse.

El aumento de la esperanza de vida es un logro y a la vez un reto. Quien llega a ser un anciano es testigo de cómo su cuerpo se resiente y quienes lo contemplan desde fuera no terminan de entender los movimientos erráticos, la confusión y la fragilidad; la falta de coordinación y la torpeza.

GERT es un traje de «simulación de edad». Desarrollado por el ergonomista alemán Wolfgang Moll, incluye varios complementos que se adaptan a diferentes partes del cuerpo para que su portador pueda experimentar las limitaciones físicas de una persona de edad avanzada.

El diseño está pensado para la formación de personal médico, el entrenamiento de profesionales especializados en el cuidado de ancianos y la investigación para el desarrollo de productos y servicios. Recientemente, la South Bank University de Londres adquirió un set completo e invitó a un reportero del diario británico The Guardian a ponerse en la piel de un octogenario e ir simplemente a comprar un café con el traje. El periodista volvió de la pequeña excursión exhausto.

Gafas diseñadas por Wolfgang Moll que simulan diferentes deterioros y enfermedades de la vista asociados con la edad

Gafas que simulan enfermedades de la vista asociadas con la edad

Unas gafas especiales permiten ver borroso, con un campo de visión limitado y una percepción alterada de los colores: todos problemas derivados de enfermedades y deterioros oculares. Unos cascos imitan la pérdida de audición (sobre todo de la alta frecuencia), un collarín cervical impide la movilidad plena de la cabeza. El chaleco que cubre el torso restringe los movimientos, dobla la espina dorsal, inclina la pelvis y dificulta el equilibrio. Las piernas y los brazos están aprisionados por envolturas que los hacen pesados, inestables y débiles.

Tras diseñar el conjunto básico, con el tiempo y la experiencia el autor del GERT ha creado complementos como unos guantes para simular temblores o un conjunto de gafas que imitan enfermedades de la vista (glaucoma, cataratas, retinitis pigmentosa, degeneración macular asociada a la edad…). Para vivir la experiencia de quien ha sufrido una hemiplejia hemiplegia, el especialista propone una combinación de arneses que impiden mover un lado del cuerpo.

Moll confía en su invento —empleado ya en centros educativos de todo el mundo— no sólo para conocer las particularidades físicas de quienes se hacen viejos, sino para empatizar, para que todos seamos capaces de comprobar que nos relacionaremos con el entorno de una manera muy diferente cuando pasen tan solo unas cuantas décadas.

Helena Celdrán

Gerontologic Test Suit - GERT

GERT - Hemiparesis simulator

¿Quién es el hombre que aparece en estos 445 fotomatones?

Nueve de los 445 retratos - Collection of Donald Lokuta

Nueve de los 445 retratos – Collection of Donald Lokuta

¿Sabe usted quién es este hombre? Sí tiene alguna idea, por mínima o parcial que sea, hará un gran favor a los organizadores de Striking Resemblance: The Changing Art of Portraiture (Parecido sorprendente: el cambiante arte del retrato), que muestra 445 retratos realizados en fotomatón por el desconocido modelo. La colección, comprada hace un par de años a un anticuario de Nueva York, se exhibe como parte de la citada exposición sobre la historia de los retratos, hasta el 13 de julio en el Zimmerli Art Museum de la Universidad Rutgers de New Brunswick (Nueva Jersey, EE UU).

Los organizadores desean conocer la identidad del modelo y las circunstancias que le llevaron a hacerse autorretatos durante tres décadas, desde los años cuarenta hasta la década de los sesenta, utilizando máquinas callejeras automáticas. El dueño de la colección, el historiador y fotógrafo Donald Lokuta, pide a cualquiera que pueda ayudar a identificar al risueño modelo —el gesto apenas cambia y la mirada aparece iluminada y feliz desde la juventud a la vejez— que aporte los datos para dar respuesta al gran interrogante: ¿quién es el hombre de los 445 fotomatones?.

Collection of Donald Lokuta

Collection of Donald Lokuta

Con marcos metálicos, de cartón o plásticos, las fotos son un recorrido subyugante por la historia de las máquinas callejeras de fotografía, la primera de las cuales fue patentada en 1926 por Anatol Josepho, un emigrante ruso establecido en Nueva York, que instaló en la calle Brodway un primer fotomatón (ocho fotos en ocho minutos por 25 céntimos) y, dado el éxito, vendió el invento a un grupo de inversores por un millón de dólares.

«Es el mismo tipo y ves como envejece poco a poco, pierde el pelo, lleva ropa de invierno o de verano… Mira a la cámara como mirándose a un espejo cada mañana. La repetición hace que la colección sea única. Cuando ves las imágenes en conjunto te quedas sin aliento», dice Lokuta en unas declaraciones a la web de la Universidad de Rutgers.

El coleccionista ha sugerido que podemos estar frente a un caso similar al presentado en la película Amélie (Jean-Pierre Jeunet, 2001), donde un mecánico de fotomatones hacía los selfies para probar los ajustes de la máquina. La teoría tiene un pero: de ser así y tratarse de una obligación profesional, ¿por qué el hombre misterioso guardaba los retratos?.

Ánxel Grove

Collection of Donald Lokuta

Collection of Donald Lokuta

Un artículo escrito en 1893 que imagina el futuro de la moda hasta 1993

'Future Dictates Fashion' - Strand Magazine

Son dibujos de finales del siglo XIX, pero ilustran con divertida seguridad el modo en que vestirían los hombres y mujeres del siglo XX. Los estrafalarios modelos vaticinan que en los años cincuenta iban a estar de moda sombreros imposibles, que volverían las incómodas golas del siglo XVI y que las calzas serían una prenda imprescindible. En unos hipotéticos años setenta los hombres vestidos a la última lucen atuendos de arlequines, sólo cercanos a los diseños glam más osados del rock.

Future Dictates of Fashion (Los futuros dictados de la moda) —escrito e ilustrado por W. Cade Gall y publicado en una revista en 1893— es un artículo que reviste la realidad de fantasía. Al comienzo de la pieza el autor relata el hallazgo ficticio —en la biblioteca personal de un anciano, «estupefacto» por no haberlo visto antes en su colección— de un libro llegado del futuro, publicado en 1993.

Los años setenta y ochenta ilustrados por W. Cade Gall

Los años setenta y ochenta ilustrados por W. Cade Gall

Según el autor, el tomo procedente de modo inexplicable de la última década del siglo XX  detalla los diferentes atuendos femeninos y masculinos de una era en el que la moda «asumió la categoría de ciencia» en 1940 y en 1950 entraba en las universidades como materia de estudio. Los avances en el análisis de la moda incluso permitían en esa hipotética realidad alternativa «prever el atuendo de la posteridad» según la información que se manejaba del pasado y del presente.

W. Cade Gall escribió el artículo de 10 páginas (escaneado al completo en este vínculo) para en la revista británica The Strand Magazine, que reunió en su páginas piezas de interés general y obras literarias cortas mensualmente de 1891 a 1950 a lo largo de 711 ediciones. De prestigio la vez popular, fue la primera en dar a conocer las historias cortas que Arthur Conan Doyle escribió con Sherlock Holmes como protagonista y publicó por entregas entre 1901 y 1902 El perro de los Baskerville logrando así su mayor nivel de ventas.

Los dibujos carnavalescos y llenos de inocencia (en teoría tomados por el anciano asombrado que descubrió el libro) van acompañados de un análisis basado en las notas del tomo, titulado Past Dictates of Fashion (Dictados pasados de la moda) y escrito por un tal Cromwell Q. Snyder, Doctor en «Vestamentorum».

«Es un placer conocer (…) que el largo reinado del color negro está condenado» (…). «El nuevo siglo, en su nacimiento, vio el negro relegado al pasado», dice el autor basándose en la amplia gama de colores que se documenta en el libro inventado.

Gall se permite hablar de prendas que fueron polémicas por su excentricidad (como un sombrero de cucurucho del que colgaba un reloj de bolsillo y que se puso de moda en 1945), de locuras pasajeras, uniformes de militares y policías… Al final de la narración, el autor se permite volver a la realidad y desvela que las notas terminan de manera abrupta, coincidiendo con el momento en que el anciano se levantó de su siesta y se dio cuenta de que todo había sido un extraño sueño.

Helena Celdrán

Primera página del artículo 'Future Dictates Fashion', de W. Cade Gall

Future Dictates Fashion - Spring and Summer Fashions 1932

'Future Dictates Fashion' - Strand Magazine- 1893

El primer tráiler de autor de la historia del cine

Me importa poco determinar si Ciudadano Kane (Orson Wells, 1941) es la mejor película de todos los tiempos. Aunque aparece en los primeros puestos en todas las listas —segunda, por ejemplo, en la prestigiosa del British Film Institute—, su grandeza está mucho más allá de los gustos o los caprichos temporales.

Hablamos de la primera pieza de autor del cine, la más revolucionaria en técnica y narrativa, la obra que hace casi tres cuartos de siglo predijo la importancia de la profundidad de campo, las elipsis narrativas (gracias al inédito punto de vista de un periodista-investigador al que nunca vemos la cara) y las ilusiones ópticas con las que trabajarían Kubrick, Hitchcock, Ozu, Kurosawa, Scorsese,Truffaut y tantos otros. Sobre todo, la ópera prima de Wells, un genio de 26 años, precoz y altanero, sacó al cine del espacio cerrado en el que se desarrollaba, la caja bidimensional heredada del teatro, y lo expandió en todas direcciones.

Ciudadano Kane fue también predecesora de los tráilers de autor. Usando el mismo punto de vista de la película, la verbalización externa, Wells realizó un corto de casi cuatro minutos como forma de promoción. Narrado por él mismo («¿cómo están, damas y caballeros? Les habla Orson Wells», es la primera frase de la banda sonora) y, sin utilizar ni un solo fotograma del film, presenta a los actores con una óptica expresionista, entre luces y sombras, y anuncia el tema del largometraje, la biografía de Charles Foster Kane, «un héroe, un sinvergüenza, un gran tipo, un gran amante, un gran ciudadano estadounidense, un perro sucio».

El magnate paradigmático Kane, basado casi textualmente en la figura perversa de William Randolph Hearstinventor de la prensa amarilla y la manipulación mediática a gran escala—, tampoco aparece en el trailer. Wells, una vez más, juega a la presencia fantasmal. En estos momentos de próceres económicos con ínfulas dictatoriales, la figura escondida de Kane-Hearts adquiere una especial pertinencia.

Como complemento al maravilloso tráiler, les dejo otra joya que puede verse completa en línea, el documental de la BBC The Complete Citizen Kane, donde se revelan con amplitud los pormenores del rodaje, el escándalo que desató la película por las amenazas de Hearst (que para evitar la difusión del film ofreció a la productora pagar el coste de la producción y comprar todas los copias) y la valentía creativa y personal de Wells, un cineasta demasiado brillante y peligroso para Hollywood.

Ánxel Grove