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Un artículo escrito en 1893 que imagina el futuro de la moda hasta 1993

'Future Dictates Fashion' - Strand Magazine

Son dibujos de finales del siglo XIX, pero ilustran con divertida seguridad el modo en que vestirían los hombres y mujeres del siglo XX. Los estrafalarios modelos vaticinan que en los años cincuenta iban a estar de moda sombreros imposibles, que volverían las incómodas golas del siglo XVI y que las calzas serían una prenda imprescindible. En unos hipotéticos años setenta los hombres vestidos a la última lucen atuendos de arlequines, sólo cercanos a los diseños glam más osados del rock.

Future Dictates of Fashion (Los futuros dictados de la moda) —escrito e ilustrado por W. Cade Gall y publicado en una revista en 1893— es un artículo que reviste la realidad de fantasía. Al comienzo de la pieza el autor relata el hallazgo ficticio —en la biblioteca personal de un anciano, «estupefacto» por no haberlo visto antes en su colección— de un libro llegado del futuro, publicado en 1993.

Los años setenta y ochenta ilustrados por W. Cade Gall

Los años setenta y ochenta ilustrados por W. Cade Gall

Según el autor, el tomo procedente de modo inexplicable de la última década del siglo XX  detalla los diferentes atuendos femeninos y masculinos de una era en el que la moda «asumió la categoría de ciencia» en 1940 y en 1950 entraba en las universidades como materia de estudio. Los avances en el análisis de la moda incluso permitían en esa hipotética realidad alternativa «prever el atuendo de la posteridad» según la información que se manejaba del pasado y del presente.

W. Cade Gall escribió el artículo de 10 páginas (escaneado al completo en este vínculo) para en la revista británica The Strand Magazine, que reunió en su páginas piezas de interés general y obras literarias cortas mensualmente de 1891 a 1950 a lo largo de 711 ediciones. De prestigio la vez popular, fue la primera en dar a conocer las historias cortas que Arthur Conan Doyle escribió con Sherlock Holmes como protagonista y publicó por entregas entre 1901 y 1902 El perro de los Baskerville logrando así su mayor nivel de ventas.

Los dibujos carnavalescos y llenos de inocencia (en teoría tomados por el anciano asombrado que descubrió el libro) van acompañados de un análisis basado en las notas del tomo, titulado Past Dictates of Fashion (Dictados pasados de la moda) y escrito por un tal Cromwell Q. Snyder, Doctor en «Vestamentorum».

«Es un placer conocer (…) que el largo reinado del color negro está condenado» (…). «El nuevo siglo, en su nacimiento, vio el negro relegado al pasado», dice el autor basándose en la amplia gama de colores que se documenta en el libro inventado.

Gall se permite hablar de prendas que fueron polémicas por su excentricidad (como un sombrero de cucurucho del que colgaba un reloj de bolsillo y que se puso de moda en 1945), de locuras pasajeras, uniformes de militares y policías… Al final de la narración, el autor se permite volver a la realidad y desvela que las notas terminan de manera abrupta, coincidiendo con el momento en que el anciano se levantó de su siesta y se dio cuenta de que todo había sido un extraño sueño.

Helena Celdrán

Primera página del artículo 'Future Dictates Fashion', de W. Cade Gall

Future Dictates Fashion - Spring and Summer Fashions 1932

'Future Dictates Fashion' - Strand Magazine- 1893

Libros que no existen pero que deberían existir

Una de las ediciones del "Necronomicón"

Una de las ediciones del «Necronomicón»

Una de las consultas que siguen recibiendo con regularidad los empleados de las 70 bibliotecas de la Universidad de Harvard  indaga si entre los 150 millones de objetos que guarda el complejo existe alguna copia de un libro titulado Necronomicón (en griego Nεκρονομικόv), una obra de saberes arcanos cuya lectura conduce a la muerte inevitable, acaso precedida de locura.

Los libreros, que en el fondo, según sospecho, desearían conducir a los curiosos a un ejemplar, suelen contestar con buena educación y humor alertando sobre el carácter ficticio de la obra, creada por el autor de cuentos y novelas H.P. Lovecraft y algunos de los escritores de su círculo de soñadores de entidades pretéritas que, de tan precisa que resulta la descripción que nos han legado, terminan pareciendo bichitos de fantaciencia japonesa para adornar estanterías de lofts hipsters: un pulpo montado en una estructura triangular, por ejemplo.

Lovecraft, un tipo de mandíbula saliente que temía a todas las mujeres con la excepción de sus tías maternas y flirteó con peligrosos confabuladores que pretendían establecer un Reich en los EE UU, atribuyó el Necronomicón al poeta loco yemení Abdul Alhazred, dató la obra en torno al año 700 antes de nuestra era y situó ejemplares en cinco bibliotecas, cuatro reales y una que debería serlo, la universitaria de Miskatonic en lo menos deseable ciudad imaginada de Arkham.

El Necronomicón ha sido emulado por varios autores. Algunos simulacros son muy tontos y otros son deliciosos, en especial el escrito en duriac. Hay cierta propensión a convertir la obra en parte del atrezzo de un concierto heavy o en un tratado biológico sobre pólipos.

A partir de la bella idea del libro dentro del libro, trazamos una relación, una sola de las muchas posibles, de obras literarias que no existen pero que deberían existir:

El libro de Holmes

El libro de Holmes

Manual práctico de apicultura, con algunas observaciones sobre la segregación de la reina (Sherlock Holmes, 1903-1904). Retirado a una humilde granja de Sussex, el exdetective Sherlock Holmes se dedica a la vagancia y, sobre todo, a la apicultura. Holmes es visitado por Watson antes del comienzo de uno de los postreros casos que investigará la pareja, El último saludo (Arthur Conan Doyle, 1917). Orgulloso de la «ociosa holganza» del campo, Holmes muestra a su amigo el manual que ha redactado sobre abejas y apicultura: «Lo he escrito yo solo. Contemple el fruto de noches de meditación y días laboriosos, en los que vigilé a las cuadrillas de pequeñas obreras como en otro tiempo había vigilado el mundo criminal de Londres».

 La dinámica de un asteroide (Profesor James Moriarty). Si Sherlock Holmes escribió sobre apicultura, su archienemigo, «el Napoleón del crimen«, es autor de un libro que, según el detective, «asciende a tan enrarecidas alturas de las matemáticas puras que no hay ningún periodista científico capaz de reseñarlo». En la saga de Conan Doyle también se le atribuyo al temible Profesor Moriarty un tratado sobre el binomio de Newton.

Teoría y Práctica del Colectivismo Oligárquico (Enmanuel Goldstein) «Estos tres superestados, en una combinación o en otra, están en guerra permanente y llevan así veinticinco años. Sin embargo, ya no es la guerra aquella lucha desesperada y aniquiladora que era en las primeras décadas del siglo XX. Es una lucha por objetivos limitados entre combatientes incapaces de destruirse unos a otros, sin una causa material para luchar y que no se hallan divididos por diferencias ideológicas claras», señala uno de los capítulos de esta obra —conocida también como El Libro—, citada por George Orwell en la novela 1984. El autor, Emmanuel Goldstein, es una antítesis del Gran Hermano, pero también podría tratarse de una creación de éste para dirigir el odio de los esclavizados habitantes del mundo distópico. El escritor ficticio es físicamente muy parecido a Trostky y tiene un nombre que remite a la anarquista lituana Emma Goldman. Los dos capítulos que aparecen desarrollados en la novela de Orwell se refierena la ignorancia como fuerza y la guerra como paz.

"Tlön, Uqbar, Orbis Tertius"

«Tlön, Uqbar, Orbis Tertius»

A First Encyclopaedia of Tlön. vol. XI. Hlaer to Jangr (autor desconocido).»También son distintos los libros. Los de ficción abarcan un solo argumento, con todas las permutaciones imaginables. Los de naturaleza filosófica invariablemente contienen la tesis y la antítesis, el riguroso pro y el contra de una doctrina. Un libro que no encierra su contralibro es considerado incompleto», propone este tomo sobre la civilización edificada por Jorge Luis Borges en el relato Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, basado en múltiples obras posibles por su cabal desatino. El cuento formó parte de Ficciones (1944), un compendio de libros ficticios. Una frase para no olvidar: «Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres».

La rosa ilimitada, La perfección ferroviaria y veinte libros más (Benno von Archimboldi). En 2666, la novela que escribió mientras se moría, el gran Roberto Bolaño desarrolla la figura de un escritor y el intrincado, tóxico y dulce placer del abismo. Benno von Archimboldi, un ladrón de identidades, es el centro de un enigma que se inicia en la Europa Central del nazismo y culmina en su espejo, Santa Teresa —como Bolaño bautiza a Ciudad Juárez (Méxixo)—, donde el campo de la muerte es el desierto y el holocausto se comete contra mujeres. En el millar de páginas del libro, la obra de Archimboldi, y su sombra esquiva, es investigada por cuatro filólogos fanáticos.

Ilustración de "Gargantúa y Pantagruel"

Ilustración de «Gargantúa y Pantagruel»

Decretum universitatis Parisiensis super gorgiasitate muliercularum ad placitumDe cagotis tollendis, y un montón de libros más igualmente sarcásticos y llenos de ventosidades (varios autores). François Rabelais construyó un complejo entramado bibliográfico para protegerse de las venganzas de la curia y justificar el humor escatológico, las burlas y las revelaciones escandalosas sobre el tamaño de los genitales de los sacerdotes. En Gargantúa y Pantagruel (1532-1564) inventó autores y libros con prolijidad. También atribuyó a autores reales, como Ignacio de Loyola, obras ficticias pero muy apropiadas: El dulce hedor de los españoles.

La langosta se ha posado (Hawthorne Abdensen). Dentro de la extraordinaria novela El hombre en el castillo (1962), del soñador contemporáneo Philip K. Dick, vive otra novela, La langosta se ha posado, en la cual el escritor Hawthorne Abdensen establece una historia alternativa distinta a la que sufren los protagonistas, de por sí distinta a la real: un mundo dominado por el Eje nazi-japonés, triunfante en la II Guerra Mundial. Alemania es dueña de buena parte del mundo, ha desecado el Mediterráneo para convertirlo en tierras de cultivo y ha matado a todos los negros de África. En la novela dentro de la novela es Inglaterra el país triunfante tras la contienda y se convierte, tras derrotar a los EE UU, en la gran superpotencia planetaria.

Quienes sientan curiosidad por los libros ficticios deben visitar el blog The Invisible Library (La biblioteca invisible), en inglés, donde hay una extensa relación de obras posibles, desde las docenas de ensayos sobre la práctica de la magia que J.K. Rowling ha enunciado en la serie de Harry Potter, hasta los maravillosos extravíos literarios imaginados por Vladimir Nabokov en casi todas sus novelas.

Cierro el paseo por estos jardines soñados con una cita del más memorioso de los escritores, Borges, por supuesto, quien en La Biblioteca de Babel supuso un lugar plagado de infinitos tomos en alguno de cuyos rincones «debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios (…) No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre —¡uno solo, aunque sea, hace miles de años!— lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique».

Ánxel Grove

Drácula, el personaje que engulló a Bram Stoker

El Drácula de Coppola, interpretado por Gary Oldman

El Drácula de Coppola, interpretado por Gary Oldman

Cuando Bram Stoker (1847-1912) publicó Drácula (1897) en Londres las buenas críticas tardaron en llegar. Muchos no sabían qué pensar de la extravagante historia: algunas de las publicaciones captaron al instante la grandeza de la novela, otras la tachaban de «empalagosa» o «demasiado extraña». Hubo incluso quien acusó a Stoker de no ser el autor: la calidad literaria de Drácula era muy superior a la de sus trabajos anteriores.

El personaje del Conde Drácula era una herencia de la literatura de vampiros del romanticismo tardío que, al igual que Frankenstein o el moderno prometeo de la escritora inglesa Mary Shelley, exploraban la anomalía, el destierro del diferente, el terror hacia lo que no conocemos.

El vampiro (1819) del inglés John William Polidori fue una de las narraciones de vampiros de mayor éxito anteriores a Drácula y la primera en presentar al personaje demoniaco como un caballero y no como una bestia chupasangre. Carmilla (1872), el cuento del irlandés Joseph Sheridan Le Fanu, fue seguramente la historia de más éxito, protagonizada por una mujer vampiro que, dominada por el espíritu de un ancestro, intenta poseer a una joven.

Detalle de un grabado de 1499 que muestra a Vlad Tepes con sus víctimas

Detalle de un grabado de 1499 que muestra a Vlad Tepes con sus víctimas

Stoker también se basó en hechos históricos para configurar a su famoso conde. De la historia del noble Vlad Tepes (1431-1476), héroe transilvano que se enfrentó a la invasión turca de Rumanía, se quedó con la leyenda de su carácter sanguinario (apoyada por testimonios escritos y grabados) que dice que Tepes empalaba a los turcos y bebió sangre de los invasores.

Se cumplen 100 años de la muerte de Bram Stoker, el autor de la novela de la que nació el Conde Drácula. El personaje del que más adaptaciones se han hecho tras Sherlock Holmes se somete desde su nacimiento a las versiones y a las actualizaciones más radicales. El teatro y el cine lo capturaron y no piensan soltarlo, pero él parece encantado de transformarse según las modas, los gustos personales y las fobias de quienes lo han llevado de la literatura al teatro y al cine. No piensa morir.

Programa de mano de la única representación de la  'adaptación' de Stoker

Programa de mano de la única representación de la ‘adaptación’ de Stoker

Esta semana el Cotilleando a… es un repaso a algunas de las caras de Drácula, el ser que con su popularidad, ha eclipsado cualquier otro aspecto de la vida de su creador y lo ha engullido con nuestro consentimiento.

1. El Drácula precoz. Bram Stoker fue el autor de la precoz primera adaptación de Drácula, que se estrenó unos días antes de que saliera la novela. Dracula, or The Un-Dead (Drácula o el no-muerto) fue representada una sola vez el 17 de mayo de 1897 en el Lyceum Theater de Londres. El libreto era tan fiel al libro que la obra duraba casi cinco horas, se detenía en eternos monólogos, sembraba la confusión en el espectador por el constante cambio de escenas (47 en total, divididas en cinco actos) y tenía una sobreabundancia de personajes.

Stoker quería que el popular actor victoriano Henry Irving (también director del Lyceum) interpretara al conde y parece ser que la elegante figura y las exquisitas maneras de la estella inspiraron el lado más fino de Drácula en la novela. Irving se negó, aunque sí fue a ver la demencial representación, que describió después como «espantosa».

Uno de los dos fotogramas que se conservan de 'Drakula halála'

Uno de los dos fotogramas que se conservan de ‘Drakula halála’

2. La película perdida. El director húngaro Károly Lajthay (1886-1945) fue el primero en llevar el personaje al cine. De la película muda Drakula halála (La muerte de Drácula), estrenada en 1921, sólo se conservan dos fotogramas. Se sabe que se estrenó en Viena y se proyectó en varios cines de Europa. Con el éxito del largometraje, Lajthay aprovechó para relanzarlo en su país y lo reestrenó en Budapest en 1923.

Lo poco que se conoce de la trama coincide sólo parcialmente con la historia de Stoker: una inocente chica visita un tenebroso psiquiátrico y conoce a uno de los internos, que dice ser el Conde Drácula. A partir de ese encuentro ella tiene visiones que no distingue de la realidad. Él la atrapa mentalmente con la fuerza de la hipnosis, pero no hay referencias a la sangre.

Nosferatu en la película de Murnau

Nosferatu en la película de Murnau

3. Nosferatu, el Drácula expresionista. El alemán Friedrich Wilhem Murnau (1888-1931) dirigió el primer acercamiento artístico a la historia del Conde, convertido en Nosferatu, un monstruo de uñas que se mueven como las garras de un ave de presa, más cercano a la bestia que al educado noble. Nosferatu, eine Syphonie des Grauens (Nosferatu, una sinfonía del horror) se estrenó en Berlín en 1922 y cautivó a los espectadores europeos (no tanto a los estadounidenses). Su inusual narrativa, los innovadores puntos de vista y la composición de las escenas acercan a la película a las corrientes artísticas alemanas más vanguardistas.

La transformación de Drácula en el conde Orlok (Nosferatu) se debe a una vulgaridad ajena al arte. El estudio con el que Murnau rodaba la película no quería pagar por los derechos de la historia a Florence, la viuda de Bram Stoker: cambiar los nombres y algunos detalles de la trama era una triquiñuela para ahorrar dinero, pero la heredera no tragó con la chapuza y los demandó igualmente por infringir el copyright. Ganó el juicio en 1925 y el tribunal ordenó la destrucción de todas las copias del film, que ya se había distribuido en varios países: la tarea resultó imposible y Nosferatu se salvó.

La vida del álter ego no terminó con la versión de Murnau. En 1979, Nosferatu: Phantom der Nacht (Nosferatu, fantasma de la noche) hace una interpretación fiel del primero. El director alemán Werner Herzog (que consideraba la película de Murnau, la mejor de la historia del cine alemán) la adaptó y la dirigió; Klaus Kinski interpretó al protagonista. La revisión enfatiza la terrible soledad del conde, rechazado, repulsivo para los humanos, cansado de vivir. En el año 2000 Nosferatu volvió a seducir al cine. Shadow of the Vampire (La sombra del vampiro), protagonizada por John Malkovich y Willem Dafoe, imagina el cómo se hizo de la película.

Béla Lugosi con el 'uniforme' de Drácula

Béla Lugosi con el ‘uniforme’ de Drácula

4. Drácula se pone el esmoquin. Era la indumentaria elegante de la ciudad moderna en los años veinte y treinta, la prenda opuesta al aura medieval del vampiro de la novela de Bram Stoker. El actor, dramaturgo y director de teatro Hamilton Deane —irlandés como el escritor— le puso por primera vez al conde un esmoquin en una adaptación teatral y descubrió que el traje era muy útil. Al acabar la representación el actor principal no tenía que cambiarse para acudir a cenas, recepciones y compromisos; además, la capa añadida le permitía desaparecer de escena agachando la cabeza y envolviéndose en la tela.

El Drácula (esta vez sonoro) dirigido por Tod Browning en 1931 y producida por los estudios Universal, presentaba a Béla Lugosi (que también había interpretado al Conde en el teatro con Deane) con el esmoquin y la capa, imitando la puesta en escena del irlandés. La historia fusionaba personajes, dejaba flecos sueltos y cometía torpezas varias; pero la película tenía una estética tan atractiva que pronto Lugosi se convirtió en la imagen oficial de Drácula, marcando incluso el modo en que debía hablar el conde con su fuerte acento húngaro.

Los estudios pasaron a ser, a partir de la película, productores de la primera serie de films de terror de Hollywood. Tras Drácula se estrenaron de 1931 a 1941 títulos como El doctor Frankenstein, La momia, El hombre invisible, La novia de Frankenstein y El hombre Lobo.

Christopher Lee

Christopher Lee

Béla Lugosi nunca se libró de los papeles de monstruo y parecía condenado a dar vida una y otra vez a Drácula. Adicto a la morfina, participó en películas de bajo presupuesto hasta su muerte a los 73 años, de un ataque al corazón, que sufrió mientras interpretaba su papel estrella. Lugosi fue enterrado, por petición de su hijo y su cuarta mujer, con el traje de vampiro que lo hizo inmortal en el cine.

5. Depredador sexual. Hammer Productions, la productora inglesa famosa por sus películas de terror entre los años cincuenta y setenta, continuó con la permanente presencia del vampiro en el cine. Christopher Lee también llevaba esmóquin en Drácula, la película dirigida por Terence Fisher en 1958: fue la primera de las siete veces que Lee  interpretó al personaje para la Hammer y ostenta el récord del actor que más hizo de Drácula en el cine.

Lee se expresa con actos y no con palabras. La conquista de las inocentes mortales es puramente física. Aunque desde la novela de Bram Stoker siempre ha existido un componente sexual en la relación del monstruo con sus víctimas, es con Christopher Lee cuando se acentúa el erotismo. Las mujeres, después de ser atacadas, se convierten en vampiros y se encomiendan a él para la eternidad. No es casualidad que en el largometraje haga aparición, incluso antes que el conde, una sensual vampiresa.

Drácula transformado para seducir a Mina

Drácula, en la película de Coppola, transformado para seducir a Mina

6. Coppola: vuelta a los orígenes. Los años sesenta, setenta y ochenta continuaron desvirtuando a la figura literaria, introduciéndola en historias cada vez más rebuscadas. Eran aventuras que unían el absurdo con el bajo presupuesto, Drácula podía enfrentarse a Billy el Niño, vivir con su mujer la Condesa Drácula en un castillo del desierto de Arizona o asociarse con el científico loco (descendiente del Doctor Frankenstein, por supuesto) que tiene un laboratorio en el que experimenta con chicas medio desnudas (seguramente el verdadero atractivo de la película).

En 1992 Francis Ford Coppola hizo una llamada al orden. El aspecto de Drácula es el más fiel al que imaginó Stoker: el pelo cano, la frente despejada, la mezcla de repulsión y elegancia… Drácula de Bram Stoker tenía un reparto irresistible: Gary Oldman interpretaba al Conde, Anthony Hopkins era el profesor Abraham Van Helsing, Keanu Reeves daba vida a Jonathan Harker y Winona Ryder se convertía en Mina Murray.

Tal vez la historia enerve un poco a los puristas. Coppola convierte la lucha del bien contra el mal en una historia de amor. Mina no es una mera víctima de la dominación vampírica, Drácula la persigue porque ve en ella el vivo retrato de su ancestral amada Elisabeta. El director, sin embargo, explora la capacidad de transformación del ser demoniaco y la progresiva juventud que alcanza gracias al poder revitalizante de la sangre, dos aspectos bastante olvidados hasta entonces.

Helena Celdrán