Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

Archivo de enero, 2014

‘Europeana’: la herencia cultural de Europa

Lo bueno de no ser un experto en casi nada es la ilusión que proporciona el ir descubriendo parcelas de la realidad casi al mismo tiempo que las presentas en público. Por ejemplo lo de hoy: Europeana, una red online que abarca el patrimonio cultural europeo (fundada en 2008) y que yo acabo como quien dice de conocer.

Europeana es una joya en muchos sentidos. Por un lado es una bastísima base de datos online, un archivo de la memoria del continente; por otro lado, es una especie de ente cultural propio, que propone una visión más profunda —histórica, artística, literaria— del patrimonio de los todos los ciudadanos europeos.

Dos niños italianos (fotografía de los archivos de la Biblioteca Naciona francesa)

Dos niños italianos (fotografía de los archivos de la Biblioteca Naciona francesa)

No creo que esté exagerando. Realmente es un proyecto extraordinario, que te reconcilia con las instituciones… Por que sí, los orígenes de Europeana, allá por 2005, está en la petición de seis estados miembros (entre ellos España) para crear una biblioteca digital europea. Poco después, se puso en marcha el proyecto y en 2013 el fondo ya contaba con más de 25.000 archivos de todo tipo.

Europeana se divide en varios proyectos, algunos tan interesantes como un ‘área profesional’, donde los especialistas e investigadores en las diferentes materias pueden compartir sus conocimientos. Además, con motivo del aniversario de la Primera Guerra Mundial, han puesto en marcha ‘1914-1918‘, un enorme cajón de sastre de historias anónimas e inéditas sobre la contienda, en la que cualquiera puede participae subiendo su información.

NOTA: Este jueves, mis compañeros de Artrend han publicado en 20minutos.es una estupenda noticia informando del nuevo lanzamiento de Europeana, que consiste en una aplicación gratuita con acceso a 350.000 imágenes.

Ezra Pound y Gaudier Brzeska: el arte de vanguardia, la amistad y la guerra

A quien no le haya espantado el título tampoco lo hará la historia. Una historia enteramente europea por sus protagonistas (un poeta y un escultor amigos), su campo de acción (las vanguardias artísticas de comienzos de siglo XX) y por su desenlace (trágico y repentino).

Portada del libro de Pound sobre Brzseska

Portada del libro de Pound sobre Brzseska

Es una historia que desconocía, y que he leído en un libro que tengo aquí al lado conmigo mientras escribo. Un libro raro. Editado en Barcelona en los años setenta y perteneciente a una editorial de la que nunca había oído hablar: Savon, Antonio Bosch. Un ejemplar olvidado, que compré por dos euros en una librería de lance del barrio de Prosperidad.

Ambos, Ezra Pound y Gaudier Brzeska, habían nacido en el siglo XIX. Ambos habían desarrollado muy tempranamente inquietudes artísticas radicales. La diferencia es que uno de ellos acabaría siendo un poeta fundamental del siglo XX, ideológicamente controvertido, oscuro e influyente, que vivió más de 80 años; y el otro apenas fue un incipiente escultor, desertor y anarquista, de vida efímera sesgada por una bala enemiga.

«Es parte del derroche de la guerra». Así comienza el libro que Pound escribió en un honor de su amigo Brzeska, pocos años después de que este muriera, con 23 años, en el frente de la Primera Guerra Mundial. Era 1915. Los vorticistas, el movimiento de vanguardia que ambos habían contribuido a fundar, acababa ese mismo año de realizar su primera –y única– gran exposición. La Gran Guerra echaría por tierra uno de los mejores movimientos artísticos británicos de la época.

Gaudier Brzeska, en una imagen extraida de la obra.

Gaudier Brzeska, en una imagen extraida de la obra.

Brzeska, dice Pound en su libro, no quería combatir. Se declaraba anarquista y desertó alguna que otra vez de sus obligaciones militares. Entre esa actitud rebelde, un extraño y esquivo amor (con una mujer polaca de quien tomó el apellido) y sus bocetos y obras debían de hacer del joven Brezska un tipo curioso, «un gran espíritu», como le define elogiosamente Pound.

Pero la prometedora carrera escultórica de Brezska se truncó en Calais, en julio de 1915. De desertor había pasado a soldado comprometido con la causa de la guerra. Un patriota, al parecer. Fue ascendido un par de veces y pasó un invierno entero en las trincheras. Quedan sus testimonios escritos de aquellas jornadas:

Sería de locos buscar emociones artísticas en medio de estas pequeñas obras nuestras. Este mezquino mecanismo que sirve de purga a una humanidad excesivamente numerosa. Esta guerra es un gran remedio. Mi visión de la escultura sigue siendo absolutamente la misma.

Brezska, además de textos artísticos y manifiestos, escribió muchas cartas desde el frente. Pound recopila aquellas que fueron dirigidas a él, encabezadas siempre con un «querido Ezra» y seguidas de descripciones vívidas del infierno junto con deseos e ínfulas artísticas, como la de «llegar un día a Dusseldorf y recuperar los mejores Cézanne y Henri Rousseau que se encuentran allí».

A cambió Pound le envía a las trincheras paquetes con alimentos y ánimos para seguir pensando en su obra artística. Nada muy diferente de lo que hacían otros escritores y artistas y que contaba Paul Fussell en su obra la Primera Guerra Mundial y la memoria moderna. De la relación entre ambos queda un esquemático busto en piedra que Brezska talló de Pound y las referencias que éste introduce sobre el escultor-soldado en determinados pasajes de sus cantos.

 

La Unión por el Mediterráneo languidece

Cuando en 2008 el presidente Nicolas Sarkozy anunció la creación de una Unión por el Mediterráneo, la idea fue calificada de «extravagancia francesa», de «organismo superfluo» y de futuro «cementerio de elefantes». Hoy la Unión por el Mediterráneo cumple casi seis años en una situación de barrena política y de irrelevancia internacional.

Mapa de los países que componen la UpM. (Ssolbergj/WIKIPEDIA)

Mapa de los países que componen la UpM. (Ssolbergj/WIKIPEDIA)

La Unión por el Mediterráneo es la prolongación de una antigua aspiración europea: tender lazos entre los miembros de la Unión y los países del norte de África y Oriente Próximo. Hace ya casi 20 años que tuvo lugar el Proceso de Barcelona, hasta cierto punto embrión de la Unión por el Mediterráneo, lo que proporciona una idea clara de la importancia que tiene, sobre todo para países como Francia, Italia o España la colaboración política e institucional con los vecinos del otro lado de la orilla mediterránea.

Según los especialistas, la Unión por el Mediterráneo —formada por 43 países y con sede en Barcelona— nació ya «hipotecada» por sus muchos y divergentes intereses. Seis años después, la crisis económica en Europa, las revoluciones árabes o la guerra en Siria han venido a complicar de una forma extraordinaria la labor de este organismo, que se dice centrado, principalmente, en la «cooperación regional» y los «proyectos específicos».

Ahora que Sarkozy no manda y Hollande parece estar a otras cosas, la Unión por el Mediterráneo —que no deja de ser una herramienta de soft power para las fronteras de la UE— se debate entre dos opciones: o refundarse, que implicaría convertirse en una organización más dinámica, menos anquilosada y con más influencia directa en políticas concretas o bien disolverse como un azucarillo, lo que supondría un mal precedente y la constatación de un nuevo fracaso europeo.

* He encontrado pocos artículos que analicen la corta historia de la Unión por el Mediterráneo (y su futuro próximo) de una forma positiva u optimista. Pero para que no todo parezca tan negro como lo he pintado, y lo pintan los que saben y siguen de cerca el asunto, os enlazo un artículo (en inglés) de 2013 de la revista de los Jóvenes Federalistas Europeos en el que se argumentas cosas muy intesantes.

¿Qué queda hoy del Movimiento Europeo?

Hace aproximadamente un mes os hablé de CC / Europa, una reciente iniciativa puesta en marcha por un grupo de jóvenes, europeístas críticos, para relanzar la Unión al margen de partidos e instituciones. Pues bien, hoy se me ha ocurrido hablaros de la más antigua de las asociaciones proeuropeas que siguen en pie. Se trata del Movimiento Europeo, que comenzó siendo algo así como una liga de notables federalistas (a finales de los cuarenta) y que hoy sobrevive como un actor más que crea y difunde opinión continental.

Muchos recordaréis el Movimiento Europeo por los manuales de Historia del instituto. En 1962, en Munich, se celebró su IV congreso, al que asistieron, por primera vez, 118 delegados españoles de todo el espectro político opuesto al franquismo. Aquella reunión, tildada por la prensa del régimen de «contubernio», dejó en evidencia a la Dictadura, su empeño de entrar en la CEE y la existencia de una fuerte presión internacional que clamaba en favor de los derechos humanos y las libertades cívicas.

El representante más conspícuo del Movimiento Europeo en España fue Salvador de Madariaga, diplomático, ensayista, poeta, memorialista y defensor del republicanismo liberal democrático (más liberal que democrático). En el fondo, un ilustrado europeísta y un reformista aristocrático y conservador. Resulta difícil hoy ponernos en su piel y juzgarle, aunque de vez en cuando no estaría de más volver a sus memorias y a sus poemas.

Una reunión del Movimiento Europeo en Montenegro, en 2013.  (EMI)

Una reunión del Movimiento Europeo en Montenegro, en 2013. (EMI)

Madariaga fue el primer presidente del Consejo Federal Español del ME. Cincuenta años después lo preside Eugenio Nasarre. Lejos de ser un conglomerado caduco o anacrónico, el Movimiento Europeo mantiene una agenda repleta de actos europeístas, manifiestos (el último, de cara a las próximas elecciones de mayo), ponencias y seminarios. Todos de alto nivel y a los que acuden personalidades del Gobierno, la oposición y de las propias insituciones europeas.

Para que no os asustéis demasiado, os cuento un poco cuál es su ideario, por si alguno sospecha. En su ejecutiva priman los democristianos, los liberales, los carlistas, los populares, los socialistas e incluso hay algunos vocales de partidos minoritarios como IU y UPyD. El Movimiento Europeo en España luchó desde dentro y desde fuera contra Dictadura de Franco. Fue legalizado en 1978 y desde entonces se empeña en la promoción de una identidad europea y unos valores comunes en la sociedad española.

El Movimiento Europeo trata de ser una red de malla de la sociedad civil, por ello no solo incluye a partidos políticos, sino a asociaciones diversas cuyo nexo es su vocación europeísta. Desde la Liga de Enseñanza Laica a la Fundación Inquietudes. Os cuento todo esto porque espero, más temprano que tarde, poder entrevistar a alguno de sus miembros, para que veáis en qué trabajan, cómo piensan Europa y si hay diferencias entre su discurso y el discurso oficial de los políticos, tanto dentro como fuera de España. Este es su Twitter: @EMInternational, por si queréis saber más de ellos.

Estrasburgo: una de sangría y otra de troika

Esta semana que acaba el pleno del Parlamento Europeo, celebrado en Estrasburgo, ha mostrado sus dos caras: la del viejo hemiciclo que legislaba sobre la curvatura de los pepinos (metáfora de su propia irrelevancia política como órgano) y la de la renovada y poderosa cámara que observa con celo el desempeño del resto de las instituciones de la UE. Una de arena y otra de cal: o lo que es lo mismo, una de sangría y otra de troika.

Vamos con lo banal primero, como aperitivo de lo realmente suculento. Al parecer, por abrumadora mayoría de eurodiputados (609 votos contra 72) el miércoles pasado se acordó el uso exclusivo del término ‘sangría’ para las bebidas de este tipo que se produzcan en España y Portugal. Si otro estado miembro quiere hacer su propia sangría, tendrá libertad, pero no podrá llamarla ‘sangría’, sino «bebida aromatizada a base de vino». Y esto, tras meses y meses de negociaciones.

Manifestación en contra la de troika en Portugal (EFE)

Manifestación en contra la de troika en Portugal (EFE)

Frente a esta resolución más o menos anecdótica (en el periódico nos reímos bastante cuando conocimos la noticia), el Parlamento Europeo se ha encarado también esta semana con los ‘hombres de negro’, con la troika (Comisión, BCE y FMI), para leerles la cartilla en relación a la su propia naturaleza como figuras autónomas a los tratados y, sobre todo, en relación a las consecuencias de las medidas económicas impuestas en aquellos estados miembros donde intervinieron.

Para ser del todo sinceros, el examen se realizó solo a las dos patas del trípode: estuvieron el comisario Olli Rehn y el expresidente del BCE Trichet, pero no se sentó en el hemiciclo ningún representante del FMI, el otro apoyo de la terna. Aún así, la Comisión de Asuntos Económicos y Monetarios del PE se despachó a gusto con un informe muy crítico sobre la actuación de la troika en Irlanda, Chipre, Portugal y Grecia.

Aquí podéis leerlo (en inglés), pero os resumo las acusaciones más importantes que contiene: por un lado, los europarlamentarios se quejan de la falta de transparencia en las negociaciones de los llamados Memorando de Entendimiento; deploran, asimismo, el optimismo desmesurado atribuido por la troika al afecto positivo de sus propias políticas; además, los parlamentarios consideran que apenas se prestó atención para aliviar el impacto negativo de los programas de ajuste en estos países…. Hay más, pero quizá la acusación más contundente es que, según dicho informe, no hay base legal dentro de los tratados europeos para la permanencia de la troika.

Ante el ataque del PE a los miembros de la troika, la Comisión Europea se parapetó en los buenos resultados de los programas implementados y en negar cualquier ejercicio de autocrítica sobre estos años pasados. Según Rehn, los rescates «impidieron la quiebra desordenada de esos países y evitaron daños mucho más graves». Algo menos triunfalista, pero igual de inamovible en sus respuestas resultó Trichet, quien aseguró en su comparecencia que se logró evitar una crisis «peor» que la Gran Depresión de 1929, aunque reconoció que la respuesta dada quedó «lejos de lo óptimo» por las prisas de la situación.

Debates y comparecencias como estas, aunque puedan parecer del todo inanes, eran hace no demasiados años algo impensable. La UE va, por este camino, hacia un verdadero y fructífero checks and balance. Las tensiones entre aquellos tres discursos de los que llevo varios días hablando (no por ser pesado, sino porque es realmente una clave de bóveda de todo esto), el de los ciudadanos, los despachos y los estados, se dirime en situaciones como las de esta semana en Estrasburgo.

 

El ‘cuestionario Enzensberger’ sobre Europa

Ante todo poeta, Hans Magnus Enzensberger es también un heterodoxo e ingenioso ensayista alemán, ya mayor y –como todo aquel que llega a cierta edad provecta– muy respetado y premiado por la comunidad intelectual. Quizá hayáis leído su gran El corto verano de la anarquía, una biografía fragmentaria, entre lo oral y lo periodístico, de Durruti. O tal vez, ya más recientemente, su opúsculo El gentil monstruo de Bruselas (Anagrama, 2012), dirigido contra la gran enfermedad que aqueja a Europa: la megalomanía.

Hans Magnus Enzensberger, en Polonia (2006). Autor: Mariusz Kubik.

Hans Magnus Enzensberger, en Polonia. Autor: Mariusz Kubik.

Os traigo a Enzensberger hoy porque me he topado con un curioso artículo suyo en el nuevo número de Claves (el 232), esa revista de cátedra dirigida por Fernando Savater (ahora ya en solitario, tras la muerte de Javier Pradera, su fundador), que no sé cuánta gente leerá, que seguramente muchos criticarán por elitista (los tontos por ser un ‘paradigma de la CT‘), pero que a mí me sigue pareciendo un oasis de reflexión e inteligencia.

¿Merece la pena ser europeístas? Es el título del número de enero. Y para responder a esta pregunta, cuatro intelectuales (que sí, que quedan aún) ‘empeñados en Europa’ exponen sus argumentos. Entre ellos está el italiano Flores de D’Arcais o Enrique Moradiellos. Y, cómo no, Enzensberger. Su artículo no es propiamente un artículo, sino un cuestionario. Se titula Cuarenta preguntas sobre Europa (sin ánimo de adoctrinar).

Las preguntas, a las que se puede responder libremente ‘sí’ o ‘no’, ni suman ni restan. No hay, al final, una tabla donde comprobar tu nivel de conocimientos o de indignación respecto de la UE. Además, algunas de las preguntas son capciosas y otras un pelín demagógicas, pero como ejercicio, terminar el cuestionario Enzensberger tiene su gracia.

Lamentablemente, no voy a poder transcribiros todas las preguntas. De hacerlo, el poder (ya menos omnímodo) del imperio Prisa arrasaría este blog y a quien escribe, pero sí os dejo unas cuantas, las más corrosivas, para que vosotros mismos las respondáis… o planteéis nuevas.

  1. ¿Es capaz de descifrar acrónimos como BCE, FEEF, MEDE, ABE o FMI? SI | NO

  2. ¿Conocía la Comisión Europea el significado de la palabra ‘subsidiariedad’? Y si es así, ¿lo ha olvidado? SI | NO

  3. ¿Existe una Europa más allá de las instituciones de la UE y de sus 40.000 funcionarios? SI | NO

  4. ¿Les corresponde a estas personas decidir quién debe ser considerado ‘antieuropeo’? SI | NO

  5. ¿No demuestra China que se puede prescindir de ella [de la democracia] y convertirse en una potencia mundial en la era de la globalización? SI | NO

PD: En este mismo periódico, en otro blog, escribí un día una entrada sobre su poesía, citando la ‘Defensa de los lobos contra los corderos’, uno de sus poemas favoritos para mí («y encomendáis a los lobos la función de pensar«), traducido al español por Heberto Padilla, nada menos.

La Europa ilustrada contra la religiosa: un debate antiguo eclipsado por la economía

Inspirándose en la herencia cultural, religiosa y humanista de Europa, a partir de la cual se han desarrollado los valores universales de los derechos inviolables e inalienables de la persona humana, la democracia, la igualdad, la libertad y el Estado de Derecho.

Así, de esta forma tan cuidadosamente rimbombante, empezaba la malograda Constitución Europea. Hoy este párrafo, y el profuso debate que suscitó, están casi olvidados. Las urgencias del presente, en especial las urgencias económicas, han relegado el recuerdo del mito del origen hasta que navegemos por aguas menos turbulentos.

En realidad, este preámbulo es exactamente el mismo que rige hoy para El Tratado de Lisboa, el texto que en 2009 vino a remendar el vacío dejado por el fracaso del intento de Constitución y las aportaciones previas del Tratado de la Unión. Algunos no os acordaréis. Yo sí, porque estaba en la universidad y tenía el suficiente tiempo libre para dedicarme a leer/sonrojarme/indignarme con las posiciones de unos y otros (de los hunos y los otros).

El Sueño de la Razón, de Goya (Nelson-Atkins Museum of Art)

El Sueño de la Razón, de Goya (Nelson-Atkins Museum of Art)

Los primeros, defensores de una herencia cristiana de Europa (en España los sectores de la Iglesia católica, el Partido Popular y los medios de comunicación afines, dizque liberales), argumentaban que la mención a la herencia cristiana del continente era cuasi sagrada. Por otro lado, estaban aquellos –por lo general intelectuales liberales y defensores del Estado laico– que defendían que la raíz cultural más importante del patrimonio de Europa era la Ilustración y sus consecuencias en todos los órdenes humanos.

Finalmente, el texto ratificado no satisfizo a ninguno. ‘Cristiana’ se sustituyó por un término más inclusivo como ‘religiosa’ y ‘laica’ por otro también más difuso como ‘humanista’. Además, no se plasmó ninguna referencia explícita a la Ilustración, la Marca Europa, por decirlo en el lenguaje de hoy, el gran movimiento moderno que sacó a los europeos, poco a poco, kantianamente, de la minoría de edad.

Que Europa haya dejado de preguntarse sobre sus orígenes es a la vez bueno y malo. Bueno porque se libera de ese fetichismo melancólico, tan provinciano, que obsesiona a todos los nacionalismos. Malo porque en algún momento tendremos que volver a revisar el pasado y surgirán nuevas cuestiones sobre estos aparcados olvidos y quizá ya no estemos intelectualmente tan preparados para revisar lejanas querellas.

Pero esperemos que el debate de ideas vuelva, y para entonces, haríamos bien en tener en cuenta, y en entender en toda su dimensión trágica y cómica, este apotegma nihilista, como todos lus suyos, de Emile Cioran. Lo leí hace muchísimo en el Aciago demiurgo, creo, y todavía lo recuerdo literalmente: «Mis preferencias: la edad de las cavernas y el Siglo de las Luces. Pero no olvido que las grutas han desembocado en la Historia y los salones en la guillotina.»

Contra las presidencias rotatorias en la Unión Europea… incluida la griega

Ya nos hemos acostumbrado a la terminología, que se repite puntualmente cada seis meses, y de alguna manera también a la normalización de algo que, quizá pensado fríamente, no debería de ser normal. Grecia ostentará durante este semestre la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea. La presidencia más raquítica en cuanto a presupuesto, 50 millones de euros, para el Estado más famélico de la Unión. Pero esto no es lo realmente significativo ni paradógico.

Una bandera de griega (ARCHIVO)

Una bandera de griega (ARCHIVO)

Los defensores de las presidencias rotatorias argumentan que este sistema permite a los miembros de la Unión influir en la toma de decisiones comunitarias, coordinar el trabajo entre los diferentes países y representar a los estados ante las instituciones europeas. Todo esto está muy bien en teoría, pero existen grietas. Las presidencias rotatorias son, siguiendo libremente el argumento de Luuk van Middlelaar que os presenté el otro día, el triunfo del discurso de los estados sobre los otros dos (el ciudadano y el de los despachos).

Se trata de un rito, una anomalía transformada en rutina cada seis meses. Con su pompa y su protocolo y sus reuniones periódicas. Una exhibición y un recuerdo del poder. El Estado, todos los estados de la UE, siguen ahí, tienen su mando en plaza, su parcela simbólica en la toma habitual de decisiones comunes. Las presidencias rotatorias son un anacronismo dentro del proceso de construcción europea. Una dinámica obsoleta que se sigue conservado por extrañas y muy poco prácticas razones.

Por eso las críticas a la presidencia griega, tanto las internas (Syriza ya la ha boicoteado) como las externas (desde el norte muchos consideran que un país como Grecia no puede llevar el timón justo en un momento clave para la UE, con las elecciones de mayo como plato fuerte) son baladís comparadas con la enmienda a la totalidad que supondría pretender el fin de esta innecesaria formalidad aceptada mansamente por casi todos.

Reino Unido y Polonia, hostilidad creciente por la política de inmigración de Cameron

La semana pasada tuvo lugar una fricción diplomática de alto nivel entre Polonia y Reino Unido. Un roce político relacionado con la inmigración que terminó como en los viejos tiempos de la era precibernética: con una llamada de David Cameron a Donald Tusk para matizar (más o menos) sus palabras y emplazarle a una serie de reuniones bilaterales para resolver estas y otras diferencias.

Reino Unido y Polonia llevan ya tiempo remando en direcciones opuestas. Lo advertía hace unos meses el casi siempre sagaz Timothy Garton Ash. Según los británicos, Polonia debería sentirse agradecida por todo lo que Reino Unido ha hecho por ellos (en el especial abrirle su mercado laboral en tiempos de Tony Blair), pero los polacos sienten que sus relaciones son cada vez más complicadas, y que los intereses de ambos países divergen mucho.

David Cameron (EFE)

David Cameron (EFE)

Así las cosas, hace unos días el primer ministro Cameron dijo que propondrá nuevas normas a la UE a fin de limitar el acceso de los inmigrantes a las prestaciones sociales del Reino Unido y puso a los polacos (cuya lengua ya es la segunda más hablada en Reino Unido tras el inglés) como ejemplo al hablar de la posibilidad de que se hubiera abusado de la generosidad del sistema británico de subsidios.

Unas declaraciones que cayeron como una bomba en Polonia. Donald Tusk, el primer ministro, no tardó en contestar y amenazar con vetar cualquier iniciativa dentro de la UE que vaya en contra de las libertades fundamentales en la Unión Europea (y la libre circulación de personas es una de ellas, quizá la más importante). Para Tusk, el comentario de Cameron –que refleja la posición de una buena parte del partido Tory– no es «aceptable» entre iguales.

Polonia entró en la UE en 2004, junto con otros países de la antigua órbita soviética. Ahora, las autoridades del país esperan cumplir con los requisitos para ingresar en el euro en breve, pero mientras tantos sus nacionales buscan trabajo en otros estados  miembros de la UE donde los sueldos son más altos y las condiciones labores mejores. Uno de estos países es Reino Unido, cuya habitual deriva euroescéptica está transformándose en franca hostilidad.

Lo que quiere hacer Reino Unido con los polacos es lo que pretende imponer con los trabajadores rumanos y los búlgaros, que desde este pasado 1 de enero han visto como las restricciones a su libertad de movimientos que sobre ellos pesaban en algunos países de la UE –entre ellos España- han desaparecido.

Para tratar de frenar lo que las autoridades locales de la isla consideran que puede ser una «avalancha», tajantemente negada por Bruselas y por la realidad, el Gobierno de Cameron ha tomado una serie de medidas para desincentivar (quitar derechos sociales) –suena a eufemismo, sí– la entrada de extranjeros en Reino Unido. Una medida muy criticada que afectaría en gran medida a este colectivo enorme de trabajadores polacos que llevan años y años residiendo allí.

Reino Unido y Polonia han sido tradicionalmente naciones amigas. Paradójicamente, ahora que Polonia está en la UE y recibe grandes cantidades de dinero de Bruselas, su acercamiento a Alemania y su deseo de formar parte de una Unión fuerte pesa más que su antiguo sentimiento probritánico. El asunto de la inmigración, además de una barbaridad en términos políticos que a Cameron puede costarle cara, también se debería interpretar como otro capítulo de un movimiento más de fondo.

Tres discursos europeos: el de los ciudadanos, los despachos y los estados

Tengo a medio leer el que, dicen, y doy fe, es uno de los ensayos sobre Europa más inteligentes y clarividentes del presente (tan poco sobrado de inteligencia y tan turbio). Se trata de El paso hacia Europa (Galaxia Gutenberg, 2013), del historiador y politólogo Luuk van Middelaar (aquí, una entrevista con el autor y aquí una reseña de la obra).

Van Middelaar no es un outsider, en el sentido de que no es crítico de la Unión Europea que habla desde fuera de las murallas. Más bien al contrario. Este holandés, premiado con el galardón de ensayo de la UE, trabaja actualmente mano a mano con el que todavía es el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, a quien ayuda a escribir muchos de sus discursos.

Luuk van Middlelaar ( Twitter: @LuukvMiddelaar)

Luuk van Middlelaar ( Twitter: @LuukvMiddelaar)

El libro da para una crítica y explicación mucho más extensa, en la que hoy no me voy a entretener, pero que sí tengo en mente para cuando lo termine de leer. Hoy simplemente os traigo un aperitivo. Van Middelaar da mucha importancia al discurso, al discurso del poder en un sentido foucaultiano (no hay referencias concretas, pero algunas de sus argumentaciones me recuerdan a El orden del discurso, una de obras más salvables del filósofo francés).

Huyendo de lo que él llama la «lógica binaria de los artículos de opinión», Van Middlelaar se encara con la historia y el presente de Europa de una forma peculiar. Adelanta, además, que a la Unión no le espera ninguno de los dos destinos más comúnmente en boga: para nada habrá una revolución, puesto que Europa es «paciente», y tampoco se disolverá, «porque es tozuda». Así pues, para el autor, la UE es un proyecto en construcción permanente, que continuará y continuará… (algo que en este blog he tratado de justificar de diferentes maneras).

Van Middlelaar, para enlazar con el título del post de hoy, parte de un análisis de los tres discursos predominantes que se pueden aislar cuando se habla de política europea: por un lado, el discurso de la «Europa de los Estados«, por otro el de «la Europa de los ciudadanos» y, por último, «el de la Europa de los despachos». Los tres equivalen, grosso modo, a tres formas de organización política: el confederalismo, el federalismo y el funcionalismo.

Esos tres discursos han tenido, desde los años cincuenta del siglo pasado, diferentes acoples y mayor o menor preeminencia dependiendo del momento. El discurso de los despachos, por ejemplo, sería el discurso de Bruselas, de la burocracia. Un discurso que prima la eficacia y el trabajo soterrado por encima de la vida política, que considera ineficaz. Pero a este discurso, que hoy podría ser considerado tecnocrático o dominante, se contrapone al discurso de los Estados. Los Estados no se oponen a Europa, sino que quieren cooperar entre sí, sin diluirse, sin perder la soberanía para —juntos, pero no demasiados revueltos— «apuntalar la unidad Europea».

Por último, de esta terna, quedaría por hablar de los ciudadanos. De alguna manera este es el discurso mediáticamente más favorecedor. Es el discurso, por ejemplo, del Parlamento Europeo (aquí un bueno ejemplo de cómo se legitima filosóficamente esta institución de cara al exterior). Según Middlelaar, este también es el discurso de los intelectuales, tipo Habermas o Enzensberger (los nombres los pongo yo). Es un discurso cultural y también político, de neta vocación federalista. Su legitimidad, dice el autor, descansa sobre «un electorado europeo».

Esta forma de acercarse al ruido europeo, aunque pudiera parecer en un primer momento densa o demasiado técncia, es muy útil y lúcida. Y como prueba de su utilidad más allá de la teoría, las próximas elecciones europeas, donde los tres discursos lucharán a buen seguro entre sí para anteponer su particular visión de la Unión Europa. ¿Quién ganará?