Los próximos retos de la arqueología

Monedas romanas (EFE)

Jesús Callejo es un habitual de la divulgación histórica y del folclore. Le conocí en los tiempos de la mítica La rosa de los vientos, con Juan Antonio Cebrián en Onda Cero. Actualmente dirige el programa radiofónico La Escóbula de la Brújula, es asesor editorial de la revista Historia de Iberia Vieja y lleva más de una veintena de libros escritos y publicados. El último es Grandes misterios de la arqueología (Esfera de los Libros, 2017) que nos introduce en los grandes hallazgos arqueológicos y los interrogantes que plantean sobre el pasado. A raíz de este libro, le pedí a Jesús que nos escribiera sobre los próximos retos de la arqueología y aquí está el resultado. Que lo disfrutéis…


Los próximos retos de la arqueología

Por Jesús Callejo | @jcallejo007

Pecio del galeón San José (UNESCO)

La genética y la arqueología son dos valiosos instrumentos que nos permiten trazar el origen de la humanidad, la evolución de algunas civilizaciones y sus desplazamientos. O sea, que intentan afrontar los grandes retos de nuestro pasado. Y eso que queda aún mucho por descubrir, por excavar y por investigar.

De las antiguas culturas mesoamericanas se dice que tan solo se ha excavado el 10%. Se habla de que el 80% de los monumentos que un día se alzaron a las orillas del río Nilo están aún por desenterrar, devorados por el desierto o diseminados en estratégicos escondites. No hay trimestre que no nos desayunemos con algún nuevo hallazgo, sea una momia tolemaica, una pequeña pirámide (y eso que ya tiene 114 catalogadas), un sarcófago, una estatua o una cámara secreta que está pendiente de abrir.

Existe incluso un catálogo de tumbas de grandes personajes (no todos son faraones) por encontrar tanto en el Valle de los Reyes como en el de las Reinas o en alguna necrópolis vecina, como ocurre con la tumba de Amosis (fundador de la Dinastía XVIII, quien expulsó a los hicsos del país). O las de Amenofis I, Tutmosis II, Ramsés VIII y Semenejkara. Muchas son las que están en su turno de espera. Y qué decir del fastuoso laberinto de Hawara, descrito por Estrabón y Heródoto, situado en el lago Moeris, cercano al oasis de El-Fayum, que contendría las tumbas de los doce primeros reyes de la primera dinastía. Encontrar una sola de esas 12 tumbas sería un salto a la fama para cualquier arqueólogo. O localizar, por fin, la de Cleopatra o la del arquitecto Imhotep, un personaje que fue visir del faraón Zoser (III Dinastía), gran sacerdote de Heliópolis y astrónomo. Vivió hace más de cuatro mil quinientos años y, por sus conocimientos, fue elevado a la categoría de dios de la medicina. De encontrarse algún día su tumba, dicen las leyendas que en su interior hallaríamos un libro secreto de papiro gracias al cual Imhotep pudo adquirir su sabiduría. El misterio que rodea este futuro hallazgo ha sido llevado a la literatura por el eslovaco Philipp Vandenberg en su novela El complot de los faraones.

Una profesión, la de arqueólogo, que es bastante desconocida más allá de los tópicos del cine, no exenta de riesgos y no me refiero tan sólo a la famosa «maldición de los faraones», sino a hongos, virus y bacterias agazapadas en las añejas tumbas a la espera de un intrépido buscador de tesoros ocultos. En el año 1973 murieron 12 de los 14 científicos que abrieron el sepulcro del rey polaco Casimiro III (1310-1370), enterrado en la cripta de la catedral de Cracovia. ¿La causa? Bacilos del tipo aspergillus flavus, uno de los más venenosos que existen. Se podría decir que son los peligros de la gloria.

Da vértigo pensar todo lo que nos queda por descubrir en materia de tumbas arqueológicas o lo que nunca llegaremos a saber ni a sospechar sencillamente porque ya han sido saqueadas, destruidas o están en zonas demasiado ocultas. Y eso sin tener en cuenta las excavaciones clandestinas que realizan huaqueros, saqueadores, expoliadores y ladrones de tumbas del mundo entero. Algunas ya están localizadas geográficamente aguardando el momento justo para dar a conocer los frutos de su investigación. Eso ocurre con la de Qin Shihuang, el gran emperador amarillo que tardó cerca de 38 años en construir su mausoleo que, junto a otras 181 tumbas extendidas por la zona, cubre una superficie total de 56 Km2. Para tal obra, contó con la participación de más de 720.000 abnegados obreros. Los más de 8.000 guerreros y caballos de terracota a tamaño real que se han encontrado en Xian serían tan sólo una migaja comparado con el contenido de ese fastuoso mausoleo en el momento que los arqueólogos chinos se adentren por fin en él.

Vista de los trabajos en el proyecto arqueólogico del templo funerario del faraón Tutmosis III (1490-1436 a.C.), abandonado durante 70 años.

Son retos fascinantes encontrar las tumbas de Alejandro Magno, Gengis Khan o Almanzor, por poner tres ejemplos. En algunos casos no se ha localizado ni la tumba ni el sarcófago ni la momia ni el esqueleto ni nada de nada. Solo hay meras leyendas, tradiciones, rumores… suficientes para motivar una expedición, una excavación y otro tipo de descubrimientos. Es lo que ocurrió con los mitos de El Dorado o las fuentes de la eterna juventud. Aunque quizá el mayor reto de los arqueólogos sería trasformar sus hipótesis en certezas. Completar esas piezas del puzle que no encajan y datar correctamente los monumentos encontrados. Porque sin una cronología adecuada de huesos, armas, fardos funerarios o del dolmen de turno es muy difícil sacar conclusiones convincentes. Y mucho se ha adelantado en este campo con el «Acelerador de Espectrometría de Masas».

La Historia -y no digamos la Prehistoria- es un inmenso rompecabezas conformado por miles de piezas que debemos ir encajando entre sí para resolver las lagunas que el pasado nos ha ido dejando. Debemos asumir que, según los historiadores, solo nos ha llegado un 5% de todos los textos escritos. Eso significa que, con esa mínima documentación, hay que resolver el 95% del puzle restante. En esos amplios agujeros de saber es donde aparecen las teorías, las dudas y, por lo tanto, el misterio.

Ahora podemos invertir menos tiempo y averiguar mucho más.  Por ejemplo, existe la llamada “tecnología Lidar” que puede mapear rápidamente enormes áreas de paisajes antiguos, cuyos láseres son capaces de «ver a través» de la vegetación mediante múltiples escaneos. LIDAR (Light Detection And Ranging) puede tomar mediciones 3D de objetos y superficies por medio de muestreos de alta densidad. Su ámbito de aplicación abarca estudios hidráulicos, forestales, cartográficos y, por supuesto, el mundo de la arqueología que la está revolucionando por completo. Esta herramienta ya ha sido empleada en países con áreas de vegetación frondosa como Belice, Guatemala, México o Camboya, y permite detectar construcciones cubiertas por la maleza, así como restos de ciudades, carreteras, terrazas agrícolas o acueductos.

En definitiva, tenemos mucho futuro para estudiar nuestro pasado. Estoy seguro de que lo mejor está por llegar. Y porque cada nuevo hallazgo supone escribir una página más en el gran libro de la Historia.

*Las negritas son del bloguero, no del autor del texto.

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2 comentarios

  1. Dice ser Iker

    Nada más lejos de la realidad de la profesión arqueológica.
    Uno de los retos de futuro es no dejar la divulgación en manos de personas ajenas a la Arqueología, la de verdad.
    Un saludo.

    13 julio 2017 | 11:04

  2. Dice ser Ignotis parentibus

    Si ahora lo hacen tirados a la bartola el próximo y mas urgente es hacerlo sin levantarse de la cama.

    13 julio 2017 | 14:19

Los comentarios están cerrados.