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Muere Mary Ellen Mark, encantadora de las serpientes del alma

Izquierda, autorretrto de Mary Ellen Mark. Derecha, Tiny

Izquierda, autorretrto de Mary Ellen Mark. Derecha, Tiny

Adivino un hilo dorado entre el autorretrato de Mary Ellen Mark al comienzo de su carrera, en los años sesenta, y su foto más conocida, Tiny in Her Halloween Costume, la imagen de la niña-prostituta Erin Charles, de 14 años, que la fotógrafa hizo en 1983. El hambre de la segunda está presente en la aguda mirada de la primera. Las desvincula el gesto amargo de la boca de Erin y los labios distendidos de Mary.

Mark, a quien llamaron con exactitud «encantadora de serpientes del alma», acaba de morir a los 75 años de leucemia. Es demasiado pronto para una mujer que no estaba dispuesta a dejar de comer a grandes bocados el mundo y las dudas que lo pueblan. Fue la gran cronista de la vulnerabilidad de su generación y tres cuartos de siglo no bastan para abarcar, como hubiese deseado, a todos los frágiles.

Tengo la seguridad de que las casualidades obedecen a leyes que acaso redactan nuestros fantasmas. Anoche leí, de un tirón, la necropsia —porque me sentí parte de ella— de la nouvelle También esto pasará, donde Milena Busquets narra el exorcismo por la muerte de una madre. Marqué en el lector electrónico dos citas:

Tal vez todos nos quedamos siempre con algún viaje pendiente, planeamos viajes cuando ya son imposibles, como si intentásemos comprar tiempo aun sabiendo que el nuestro se ha agotado y que nadie puede regalarnos ni un solo minuto más. Debe de ser intolerable tener todavía los ojos abiertos y pensar que hay lugares que ya no volverás a ver nunca, que se cierren las posibilidades antes que los ojos.

Es un resumen de mis carencias, las que nunca ya repararé. Las palabras de Blanca, la protagonista de la novela, también me llevaron a las fotos de Mark, de cuya muerte me había enterado unas horas antes.

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Prostitutas yonquis rusas vestidas como divas

Contratar a una prostituta en cualquier ciudad de Rusia cuesta 300 rublos (5 euros), un poco más que el precio de un sandwich y un refresco.

Un gramo de metanfetamina sale por 54 euros; uno de heroína por 90; uno de cocaína por 139.

Una joven de entre 18 y 20 años puede ser comprada como trabajadora sexual a tiempo completo y esclavizada mediate el pago único de 2.000 euros, más o menos lo que te costaría un vestido de la gama más baja que ofrecen en el lujoso Crocus City Mall de la Moscú más refinada («elevamos el shopping a una forma de arte», dicen en la publicidad), donde sólo entras si hueles a tinta fresca de billetes.

Rusia, porque seguimos hablando de Rusia, es el tercer país del mundo con más milmillonarios, 111 —Forbes les pone foto y calcula saldo—. El país sólo es superado en el ranking de los patriarcas de los bolsillos calientes por los EE UU (492) y China (152).

Uno de cada tres ciudadanos de Rusia no tiene acceso a ningún tipo de asistencia médico sanitaria. Si eres de esa casta ni siquiera puedes entrar a un hospital por la puerta de urgencias.

En Moscú hay 100.000 burdeles, seis veces más que en Nueva York.

© Loral Amir and Gigi Ben Artzi

© Loral Amir and Gigi Ben Artzi

© Loral Amir and Gigi Ben Artzi

© Loral Amir and Gigi Ben Artzi

Las mujeres de las fotos y las que aparecen en el vídeo que abre la entrada fueron filmadas y retratadas para Downtown Divas, un proyecto de los artistas Loral Amir and Gigi Ben Artzi.

Los adjetivos espeluznante y turbador quizá sean lícitos, pero no abarcan el estremecimiento.

Las prostitutas, todas yonquis —no es difícil percibirlo: los cardenales de la vía de entrada de las agujas no han sido retocados—, viven y ejercen el comercio sexual en una «pequeña ciudad de Rusia» que los artistas mantienen en el anonimato para preservar la identidad y evitar la localización de las divas.

Para el corto —rodado en película analógica de 16 milímetros— y las sesiones de fotos, han vestido a las modelos con ropa y complementos de marcas de primera fila: Miu Miu, Louis Vuitton, Alexander Wang

Las yonquis son Cenicientas durante el baile previo a las doce campanadas que las llamarán de regreso a la realidad y a la mancillada piel de siempre.

Alegorías de carne maltratada y ausencia de futuro.

Símbolos de la Rusia no milmillonaria.

© Loral Amir and Gigi Ben Artzi

© Loral Amir and Gigi Ben Artzi

© Loral Amir and Gigi Ben Artzi

© Loral Amir and Gigi Ben Artzi

Loral Amir y Gigi Ben Artzi dan este razonamiento para Downtown Divas en una entrevista en Bullet Media:

Lo que nos atrajo del proyecto es la posición extraterritorial de estas mujeres como parte de un grupo que existe fuera de la sociedad pero es un producto fabricado por la misma sociedad (…) Hemos querido integrar a estas mujeres a la sociedad y hacer caso omiso de la etiqueta de ‘drogadictas’ que les aplican.

Hay, por supuesto, una premeditada referencia a la moda de las heroin chic de las top model de mediados de los años noventa, con Kate Moss a la cabeza como símbolo de adoración universal: aquellas chicas andrónginas, de piel extrablanca, delgadez acentuada y ojeras.

La heroína chic es un espejismo de los editoriales de moda, pero cuando te enfrenas a adictos reales que tienen las mismas características que las modelos chic (…) el contraste es absolutamente asombroso. En ningún un momento tuvimos el deseo de ensalzar las drogas, sólo quisimos mostrar la realidad.

En Rusia, según cálculos no oficiales —la prostitución es ilegal en el país, aunque la Policía saca tajada por mirar hacia otro lado— hay entre 1,5 y  2 millones de mujeres que se dedican o son obligadas a prostituirse.

Tres de cada cien son menores edad. Un porcentaje indeterminado de las prostitutas, según los observadores y analistas, muy alto, está formado por yonquis engachadas a drogas, sobre todo metanfetamina y otros productos caseros de ínfima pureza.

Ánxel Grove

Jodie Foster, los cincuenta años de una actriz que lleva actuando desde los tres

Jodie Foster retratada por Herb Ritts

Jodie Foster retratada por Herb Ritts

De los muchos retratos que le han dedicado a la actriz Jodie Foster, quizá el de Herb Ritts de la izquierda sea el que más profundidad alcanza en la disección: el abatimiento de la mirada azul que emerge de la sombra, el gesto de solemnidad serena y cicatrices ocultas, la mano en tensión amarrando la camisa, 161 centímetros de electricidad contenida

El próximo 19 de noviembre cumple 50 años una de la estrellas de cine más ajenas al paradigma de las últimas décadas.

Huidiza pero de carácter fuerte (en los platós la llamaban Little Bossy Thing, Cosita Jefazo); atea pero mística («me gustan los rituales») y cercana a las ideas cosmogónicas del dios de los vacíos; colocada ante las cámaras desde los tres años —fue la niña de Coppertone y actuó en muchos otros spots publicitarios— y no por ello quemada; supuesta miembro de Mensa, el club que reúne a 110.000 superdotados de todo el mundo (leía a la perfección a los tres años) y practicante de karate y kickboxing; radicalmente celosa de su intimidad —nadie sabe quién es el padre de sus dos hijos ni cómo fueron concebidos— y, desde luego, millonaria —por sus últimas apariciones en producciones mainstream de Hollywood ha cobrado doce millones de euros—…

Jodie Foster

Jodie Foster

Aunque su carrera, que anda por los 75 títulos como actriz en cine y televisión, cuatro películas como directora y siete como productora, no es un ejemplo de congruencia (las obras maestras son bastante escasas mientras que abundan las medianías inexplicables), un puñado de los papeles que ha interpertrado son suficientemente poderosos como para garantizar a Foster un lugar en la eternidad de la memoria colectiva.

Con la excusa del 50º cumpleaños de una actriz muy sensible (aunque también cerebral y calculadora), inteligente (aunque también irreflexiva y dada a los golpes de capricho) y marcada por una infancia tortuosa (se vió obligada a crecer ante las cámaras por una madre dominante), repasamos cinco momentos de la cinematografía de la gran y misteriosa Jodie Foster.

Foto del 'book' infantil de Jodie Foster

Foto del ‘book’ infantil de Jodie Foster

1. Niña responsable. Antes de ser mayor de edad, Foster actuó en medio centenar de episodios de series y shows de televisión y películas. También hizo anuncios publicitarios de todo tipo —el primero, a los tres años—. La madre de la cría, Evelyn Ella Brandy Almond, actuaba como agente, iba a los castings y elegía los papeles.

«Cuando cumplas 16 años tu carrera habrá terminado», era la constante coletilla que justificaba la elección de comedietas infantiles baratas de la factoría Disney o la aparición en el Show de Doris Day.

Brandy Almond se empezó a comportar como una tirana con los niños después de que su marido, Lucius Fisher Foster, coronel de la Aviación, rompiese el matrimonio en 1962, meses antes del nacimiento de Jodie. Él acusó a la mujer de mantener una relación lésbica —era cierta, su amante era Josephine Domínguez, de ancestros mexicanos, a quien los niños llamaban Tía Jo— y Brandy hizo creer durante un tiempo a los cuatro hijos que el padre había muerto.

'Brandy' Almond, madre y manager

‘Brandy’ Almond, madre y manager

Vivían en Granada Hills, en el Valle de San Fernando, un lugar elegido con frecuencia para rodar exteriores de películas por los cercanos imperios de Hollywood. Con el dinero que ganaban Jodie y su hermano mayor Buddy, también actor infantil, Brandy compó una mansión en 1968.

Pese a que siempre se llevó bien con su madre y aceptó sin rechistar sus decisiones, Jodie Foster reveló en una entrevista reciente que sentía haber desarrollado un morboso sentido de la responsabilidad: «Me pregunto qué me perdí. Me rebelaba, pero eran pequeñas rebeliones. ¿Por qué no me rebelaba más? Porque era responsable de otros y no podía. Siempre estaba trabajando«.

Iris, la niña prostituta de "Taxi Driver", 1976

Iris ‘Easy’ Steensma, la niña prostituta de «Taxi Driver», 1976 (Foto: Steve Schapiro)

2. Taxi Driver, 1976. La primera decisión contraria a los dictados de la madre-manager que tomó Jodie Foster fue interpretar en la película Taxi Driver (Martin Scorsese) a la niña prostituta Iris Steensma, de 12 años, que escapa de una familia infeliz para dedicarse a vender sexo en las calles de Nueva York, donde es dominada por el chulo Sport (Harvey Keitel), que la introduce en el consumo de cocaína, le otorga el seudónimo de Easy (Fácil) y la ofrece al mejor postor.

Aunque era todavía menor de edad (14), Jodie Foster, que estaba fascinada con Scorsese, para el que había trabajado en Alicia ya no vive aquí dos años antes, decidió imponerse y aceptar el duro papel pese a la negativa de mamá (que se quedó de piedra al leer el guión y aseguró que su hija no actuaría en la película «ni bajo amenaza de ir al infierno»).

Jodie Foster (izquierda) y su hermana Connie, que fue su doble en "Taxi Driver" (Foto: Steve Schapiro)

Jodie Foster (derecha) y su hermana Connie, que fue su doble en «Taxi Driver» (Foto: Steve Schapiro)

La jovencísima actriz, que estaba segura hasta entonces de que su futuro estaba en la docencia —aprobaba sin estudiar y había conseguido que su extraordinario currículo académico le garantizase una beca en la Universidad de Yale—,  entreveía por primera vez que el cine era algo más que una pamplina tontorrona. Tras el primer pase privado de Taxi Driver, dijo:  «Me sentí tan bien viéndome que ya no quiero ser la primera mujer presidenta de los EE UU. Quiero ser una actriz seria».

Foster tuvo que ser asistida por un sicólogo por prescripción legal para que pudiese participar en los momentos más duros del film. Aún así, fue doblada por su hermana Connie (19) en algunas escenas y una asistente social estaba presente en todo momento en los sets para asegurar que no se empleaba «lenguaje inapropiado para una menor».

Taxi Driver atravesó el delicado margen entre realidad y ficción en 1981, cuando John Hinckley disparó con intención asesina sobre el entonces presidente de los EE UU Ronald Reagan, que resultó herido.

Foto policial de John Hinckley

Foto policial de John Hinckley

El pistolero, que imitaba al personaje de Travis Bickle (Robert De Niro), adujo que deseaba impresionar a Jodie Foster, a la que decía amar obsesivamente y a la que había enviado cartas y llamado por teléfono —ella respondió y charló con él, creyendo que se trataba de un fan algo exagerado—.

El jurado declaró a Hinckley inocente, al considerar pertinente el alegato sobre enfermedad mental formulado por el defensor, que consiguió que en la vista fuese proyectada la cinta de Scorsese para explicar los actos de su cliente. También se exhibió un vídeo con la declaración de Foster, exonerada de testificar. Negó conocer a Hinckley y éste explotó en una reacción iracunda en el banquillo de los acusados.

Tras el atentado, Foster se refugió en su faceta de «chica dura» (la expresión es de ella). Durante unos años incluso contestaba preguntas sobre el asunto y negaba tajantemente haber tenido nada que ver con Hinckley. En diciembre de 1982 publicó un artículo en la revista Esquire titulado Why Me? (¿Por qué yo?) en el que se mostraba destrozada, con la sensación de ser la «víctima» de una infinita y absurda pesadilla: «Sé que algún día alguien se me acercará en la calle y me preguntará: ¿no eres tú la chica que disparó al presidente?«.

Luego empezó a prohibir a los periodistas mencionar el tema como condición previa para conceder entrevistas. Hace unos años, para borrar todo rastro de su relación con el asunto, compró los derechos de difusión del artículo de Esquire, que no se puede citar ni publicar, aunque es localizable en Internet.

"Acusados", 1988

«Acusados», 1988

3. Acusados, 1988. Cuando Jodie Foster leyó el guión de Acusados, cuyo título inicial era Reckless Endagerment (Ponerse en peligro temerariamente), se empeñó en que el papel principal fuese para ella.

El guión, escrito por el periodista Tom Topor, estaba basado en la historia real de Cheryl Araujo, una mujer violada en 1983 sobre la mesa de billar de una taberna de New Bedford por al menos seis hombres y ante varios más que jaleaban a los agresores. Cuatro de los detenidos, hijos de inmigrantes portugueses, fueron condenados a penas de entre seis y doce años de cárcel, pero otros dos fueron declarados inocentes. Todos mantuvieron durante el juicio que, por la forma de bailar y vestir de la víctima, la mujer «estaba pidiendo» la violación. La identidad de Araujo fue revelada durante la retransmisión en directo del caso por la televisión. Tres años más tarde murió en un accidente de tráfico en Florida, donde había escapado con su esposo e hijos para buscar el anonimato y dejar atrás el estigma social.

"Acusados", 1988

«Acusados», 1988

Ganándole en el casting a actrices con mucho más caché dramático —entre ellas Demi Moore, Rosanna Arquette, Melanie Griffith, Jennifer Jason Leigh, Diane Lane, Elisabeth Shue, Virginia Madsen, Bridget Fonda, Daryl Hannah, Jennifer Jason Leigh, Joan Cusack y Tatum O’Neal— y echándole al envite más valentía que otras a quienes ofrecieron el papel y no se atrevieron a interpretarlo porque era incómodo —Brooke Shields, Sarah Jessica Parker, Carrie Fisher, Michelle Pfeiffer, Sigourney Weaver, Debra Winger y Geena Davis—, Jodie Foster convenció al director Jonathan Kaplan de que era la mejor opción para ser Sarah Tobias, la mujer con fama de promiscua que es violada por una pandilla sobre la máquina de pinball de un bar. Para interpretar a la fiscal del caso fue seleccionada Kelly McGuillis, que había sido violada por dos hombres años antes.

Foto de promición de "Acusados"

Foto de promición de «Acusados»

La unión de dos actrices heridas, la tremenda intensidad de la puesta en escena y la reflexión sobre la demonización de la víctima hizo que la película fuese uno de los grandes éxitos del año y recibiese una lluvia de premios, entre ellos el primer Oscar de Jodie Foster como mejor actriz principal.

La filmación de la violación se prolongó durante cinco días y Foster se negó a ser sustituida por una doble. Algunos de los actores se quejaron al director por las repeticiones en busca de las tomas adecuadas y aseguraron que sufrían de insomnio o pesadillas. La protagonista principal consolaba a algunos de los más afectados, pero ella misma no podía dejar de llorar tras cada sesión.

«Normalmente me acuerdo de cada pequeño detalle de la filmación de un plano, pero esta vez decidí concentrarme en la violación y cuando parábamos no podía recordar nada más. Sentía que me habían violado», explicó la actriz, que tenía 24 años y se hizo acompañar por su madre durante todo el rodaje.

Anthony Hopkins y Jodie Foster en una foto de promoción de "El silencio de los corderos"

Anthony Hopkins y Jodie Foster en una foto de promoción de «El silencio de los corderos»

4. El silencio de los corderos, 1991. Aunque Acusados la había situado en la galaxia de las grandes actrices de su generación, Foster tuvo que luchar duro para convencer al director Jonathan Demme de que confiara en ella para interpretar a Clarice Sterling, la estudiante en proceso de ser agente del FBI que debe engatusar a Hannibal El Canibal Lecter (Anthony Hopkins) para que colabore en la captura de un serial killer. Demme prefería a Michelle Pfeiffer, pero ésta rechazó el ofrecimiento porque el guión le parecía demasiado violento. Tras una entrevista con Foster, el director comprendió que era la adecuada: la actriz le recitó casi de memoria («y creyendo todo cuanto decía») la novela de Thomas Harris en que está basado el guión, que había leído cuando fue publicada, en 1988, y le había gustado tanto que había intentado comprar los derechos cinematográficos.

Clarice y Hannibal

Clarice y Hannibal

Para entrenarse, la actriz pasó varias semanas con una agente del FBI, escuchó grabaciones reales de mujeres torturadas, visitó morgues para ver cadáveres de personas mutiladas y quemadas. El personaje que llevó a la pantalla es el de una heroina compleja y con sombras en su pasado, capaz de sobreponerse a sus demonios y triunfar sin usar la fuerza o la coquetería.

En una época en que dominaban las películas políticamente correctas, El silencio de los corderos, una historia de terror expresionista y nada cómoda, rompió la norma y ganó los cinco Oscar más importantes: película, director, guión, actor y actriz (el segundo de Foster).

"Nell", 1994

«Nell», 1994

5. Nell, 1994. La primera película en la que puso dinero como productora y un empeño personal nacido de su admiración por la cinematografía del francés François Truffaut y, en concreto, por El pequeño salvaje (1970), la historia real de un crío criado en soledad en los bosques.

Nell, cuya base es ficticia —la obra de teatro Idioglossia de Mark Handley—, es una mujer encontrada por un médico en un lugar remoto. Ha crecido por su cuenta y se comunica mediante un lenguaje idiosincrático, una lengua privada.

La película fue catártica para la actriz, que dió rienda suelta a su parte emocional y dejó descansar al cerebro. «Es el papel más duro que he interpretado y estaba muy asustada al comienzo del rodaje, pero también es el trabajo del que me siento más orgullosa», diría más tarde.

Inserto dos vídeos como salida de este repaso breve por los momentos cumbre de la carrera de una actriz que ha crecido ante las cámaras. El primero es My Name Is Tallulah, de Bugsy Malone (Alan Parker, 1976), un absurdo musical de gangsters interpretados por niños, y el segundo, de 1977, es el clip de la canción Je t’attends depuis la nuit des temps, un intento de Foster de hacer carrera paralela como cantante pop.

Ánxel Grove

Erin y Mary E., la niña prostituta y la fotógrafa

Mary Ellen Mark - "Tiny in Her Halloween Costume", 1973

Mary Ellen Mark - "Tiny in Her Halloween Costume", 1983

Primera Avenida y Calle Pike. Downtown Seattle. 1983, año de vicio. Ella dice llamarse «simplemente Tiny». En realidad se llama Erin Charles. 14 años.

– Quiero parecer una puta francesa -dice.

La fotógrafa se la gana con la mirada. Tiny se gana a la fotógrafa con lo que ustedes están viendo: la pose definitiva, hambrienta, de una mujercita de la nouvelle vague.

Es una apreciación injusta, una mera fascinación plástica por el velo, los guantes, el sombrerillo…

Mete la pata quien adivine un mélange de cynisme, de sensualité, d’indifférence et d’oisiveté en las promesas que contiene tanto color negro

A Tiny la delatan los labios, tuercas apretadas en una media esvástica de carne tiesa. Cuando eres prostituta debes evitar que el alma, puerca chivata, se te vaya por la boca, revelándote ante el público de la Primera con Pike.

Hay otra foto de la sesión callejera, el envés de este plano frontal con profundidad de Gran Cañón. Tiny, que masca chicle como todas las princesas de todos los downtown, hace un globo. El alma integral de la niña-puta contenida en una bola de goma rosa. Pagaría por ese tesoro.

Mary Ellen Mark - "Tiny in Her Halloween Costume", 1983

Mary Ellen Mark - "Tiny in Her Halloween Costume", 1983

Es la víspera de Halloween. Aroma de orín y mantequilla. En unas horas comenzará la noche de los muertos. Tiny tiene planes para celebrarla con otros muertos en el Monastery, la discoteca con el MDMA más fácil y barato de Seattle.

– ¿Eres de la Policía? -había preguntado a la fotógrafa Mary Ellen Mark (Philadelphia, Pennsylvania, EE UU – 1940) cuando ésta, fascinada, intentó el primer acercamiento.

Tiny acababa de bajar de un taxi. A veces puedes permitirte los tópicos, son la voz colectiva. Va uno que se adapta: vestida para matar.

– Quiero conocerte, hacerte fotos.

– ¿Qué saco yo de todo esto?

Tiny sabe de atuendos y de negocios feos: una felación a cambio de una pastilla, un intercambio sexual sin lengua a cambio de 50 dólares. Así es la vida en el Monastery.

Mary Ellen Mark, en el set de rodaje de "Apocalypse Now", 1976 (foto: Dean Tavoularis)

Mary Ellen Mark, en el set de rodaje de "Apocalypse Now", 1976 (foto: Dean Tavoularis)

Flashback. Seis años antes, 1976. Selva húmeda, infernal, en Ibas (Filipinas). El equipo de la película-pesadilla Apocalypse Now se enfrenta al ciclón tropical Olga, a la confusión y los intentos de suicidio del director Francis Ford Coppola, a las lecturas bíblicas, oraculares, de La rama dorada, El corazón de las tinieblas y Despachos de guerra, tres libros que estipulan la vida como un camino de sufrimiento y ceremonial.

Como la película, la filmación es un viaje hacia el miedo primario, la estaca en la sien, el mito de la oscuridad de la que emergemos.

Mary E. es la encargada de las fotos de rodaje. Retrata a Marlon Brando-Kurtz con un escarabajo sobre la cabeza, a Coppola encerrado en un poncho y sentado sobre el barro, a Martin Sheen con la mirada vacía del asesino encargado de liquidar al militar enloquecido de cordura

Mary Ellen Mark - 'Tiny' (Erin Charles)

Mary Ellen Mark - 'Tiny' (Erin Charles)

Ya sean tomadas en el millonario set de un film o en el lado equivocado de las calles, sus fotos no son complacientes ni pactistas. Arañan con profundidad de faros antiniebla.

En 1983, en Seattle, Mary E. y Erin intiman. La fotógrafa se prenda de la sonrisa oculta de la adolescente, de su naturalidad animal y franca. A Erin le gusta sentir que una hermana mayor retrata sus pasos.

Las primeras fotos aparecen en Streets of the Lost (Las calles de los perdidos), un reportaje que publica la revista Life en julio de 1983 sobre los runaway kids de los EE UU.

Estremecedor: un millón de críos de entre 11 y 17 años abandona por voluntad propia el hogar cada año. El 80 por ciento se dedica a la prostitución para sobrevivir. Cinco mil tumbas sin nombre se añaden anualmente a los osarios yanquis.

La historia de Erin es el corolario de la crónica negra. Vive con su madre y su padrastro, ambos desempleados sin más esperanza que fatigar las horas en la taberna de los bajos del edificio. La casa tiene un dormitorio. Erin duerme en el sofá. La han arrestado dos veces por prostitución, la han obligado por la fuerza a posar para fotos pornográficas, padece de una grave gonorrea.

Cartel del documental "Streetwise" (Martin Bell, 1984)

Cartel del documental "Streetwise" (Martin Bell, 1984)

Mary E. no es de las periodistas que dicen adiós con la última foto. A los tres meses regresa a Seattle con su marido, el realizador Martin Bell, y buscan a Erin. Cuentan su historia en Streetwise, un documental sobre los niños de la calle que es nominado al Oscar en 1984. Erin viaja a la ceremonia con el matrimonio. Se ofrecen a adoptarla legalmente. Ella se niega. Prefiere que Mary E. y Martin sean sus amigos. No se fía de los padres.

El vínculo, el hilo de oro, no ha sido mancillado por el tiempo. Erin y Mary E. todavía son confidentes. Se ven con frecuencia, hablan por teléfono casi a diario.

Mary E., a quien alguien ha llamado, no sin justicia, «la fotógrafa más importante del siglo XX», tiene ahora 71 años y sigue con las cámaras al cuello. Galardonada, celebrada, becada, premiada con casi todos los honores, atendida con esmero en sus consejos a reporteros primerizos, publicada en libros que se agotan (milagro radiante en un mundo en que sólo los locos compramos libros de fotografía), es una intocable.

En su honor debo anotar que aún conserva la rabia intacta:

«Estamos en la era de la superficialidad. Las historias de ricos y famosos son las únicas que venden. Estoy hastiada de las revistas que son sólo apariencia, moda, belleza, celebridades… Hay una crisis en el fotoperiodismo. Es duro: muchas revistas han cerrado y todavía tengo que luchar para ganarme el pan. Mi trabajo no es suficientemente arty para los museos. Tengo que aceptar encargos comerciales para financiar los proyectos que realmente me importan. Me da igual. Todavía quiero, todavía necesito hacer fotos», dice en una entrevista.

Mary Ellen Mark - Erin y dos de sus hijos, 2004

Mary Ellen Mark - Erin y dos de sus hijos, 2004

Erin, que tiene 42, es madre de nueve hijos de cinco hombres. Está casada con el padre de los cuatro últimos, ha dejado las drogas y perdido la gracilidad de reina de Halloween. Sigue viviendo en Seattle, pero en un suburbio de clase media-baja. A veces afloja la tuerca de los labios y esboza una sonrisa de inmensa franqueza.

«Sobrevivo. He tenido suerte», declara cuando algún periodista la llama para recordar su pasado.

Mary E., que considera a Erin el proyecto de su vida, le sigue haciendo fotos con el mismo ánimo que la primera: dejar que la vida entre sin pactos previos en la retina de la cámara. Ha retratado embarazos, partos, quehaceres domésticos, dones y melancolías de su amiga Erin, a la que alguna vez llamo Tiny.

¿Redención? La pregunta no tiene sentido en el mundo de Erin y Mary E que hoy ocupa Xpo, la sección de fotografía de este blog.

La redención no tiene sentido en ninguno de los mundos. La redención es un producto en una estantería del supermercado del cynisme y  la indifférence . Esto es sólo ceremonial y sufrimiento: la biblia de los normales.

Ánxel Grove