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Oscuros miedos secretos trasladados a viñetas

'Deep Dark Fears' - Fran Krause

‘Deep Dark Fears’ – Fran Krause

«Siento que moriré de viejo algún día y que, justo cuando yo ya no exista, se inventará algo asombroso, y me lo perderé por completo». «Cuando uso gotas para los ojos, me preocupa que hayan cambiado la botella por una de Superglue y los ojos se me queden pegados para siempre». «Cuando vamos en coche tarde por la noche y veo uno igual al nuestro, me preocupa, cuando pase a nuestro lado,  que en su interior haya una versión de nosotros con la mirada vacía».

El ilustrador, dibujante de cómics y animador estadounidense Frank Krause invita a compartir temores, fobias, neurosis y experiencias incómodas a cualquiera que necesite confesarlas. Él, a cambio, las trasladará a viñetas. Deep Dark Fears (Miedos oscuros y profundos) es el microblog donde las difunde.

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Las adolescentes pavorosas de Lise Sarfati

© Lise Sarfati

Sloane #32 Oakland © Lise Sarfati

Asia #33, North Hollywood  © Lise Sarfat

Asia #33, North Hollywood © Lise Sarfati

Eva-Claire #2, Austin © Lise Sarfati

Eva-Claire #2, Austin © Lise Sarfati

Sloane #30, Oakland © Lise Sarfati

Sloane #30, Oakland © Lise Sarfati

Cuatro adolescentes para cuatro films inexistentes aunque posibles: cuatro muchachas congeladas y víctimas de la inacción, pasmadas, figuras de cera, casi inmateriales. Nada sabemos de ellas excepto el nombre de la urbanización en la que residen.

Sabemos también, por supuesto, que no son tan simples como podríamos deducir precipitadamente en un encuentro cara a cara en el que se mostrarían turbadas y nerviosas.

La fotógrafa Lise Sarfati (1958) busca en el extrarradio de las sobrecogedoras áreas metropolitanas de los EE UU a chicas solitarias a las que introduce en un mundo que no por real es menos ajeno para ellas, víctimas de las numerosas encrucijadas previas a la edad adulta.

La retratista prefiere los suburbios porque son páramos de almas sin compañía y la soledad le permite una excusa para entrar en conversación con las modelos a las que selecciona previamente mediante el infalible método del merodeo.

No le cuesta demasiado convencerlas para que entren en el juego de participar en los semicoreografiados montajes que confecciona con ayuda de las modelos: lo que muestran, después de todo, es parte de su vida y sólo necesitan el impulso para representarlo. Sarfati, que lleva retratando jóvencillos desde hace casi treinta años, ya conoce el material: gracia angelical, diabólica inseguridad y sensualidad en pleno desarrollo.

«Me gusta acercarme y mostrar a las jóvenes. Es una excusa para volver a acercarme a mí misma cuando tenía su edad», dice en una entrevista la fotógrafa francesa, convencida de que la mímesis puede conseguir el milagro de la perpetua adolescencia.

Los retratos, añade, son la prolongación de sus sueños cinematográficos —las películas de Robert Bresson, que obligaba a la repetición constante de la filmación de cada escena para conseguir evitar toda carga sentimental y convertirla en una escenificación pura— y literarios —adora la novela Ferdydurke, donde el gran Witold Gombrowicz extendió un mapa sobre el «fervor por la inmadurez»—.

Hay algo de aterrador en los retratos de Sarfati, quien no ha podido sacudirse uno de los recuerdos más morbosos de la infancia: cuando su madre la llevaba a visitar ancianas internadas en asilos o centros de cuidados paliativos. Aunque aquellas giras por las antesalas de la muerte tenían un propósito noble —acercar a la cría a lo inevitable y hacer compañía a las mujeres agotadas y solas—, algo del pavor ante el abismo retuvo la fotógrafa.

Desinteresada de los adultos, se ha dedicado a censar a chicas impávidas a las que caza con la sensibilidad de un insecto en busca de alimento. Sabe que son porosas, que todavía son capaces de quitarse de encima el pegamento unificador de la ciudadanía, la civilización, la clase, el género, la corrección…, sabe que pueden mostrar el miedo o el vacío primordiales.

Uno de los soliloquios del protagonista de la novela de Gombrowicz que cité más arriba sobre el peligro de que la individualidad se pierda bajo la acrimonia de la madurez puede describir estos retratos de teenagers de inusual severidad:

Entonces me iluminó de repente este pensamiento sencillo y santo: que yo no tenía que ser ni maduro ni inmaduro, sino así como soy…, que debía manifestarme y expresarme en mi forma propia y soberbiamente soberana, sin tener en cuenta nada que no fuera mi propia realidad interna. ¡Ah, crear la forma propia! ¡Expresarse! ¡Expresar tanto lo que ya está en mí claro y maduro, como lo que todavía está turbio, fermentando!; ¡que mi forma nazca de mí, que no me sea hecha por nadie.

«Busco a las muchachas que me interesan, necesito verme en ellas, saber que tienen algo que enseñarme sobre mí misma, aunque sea dramático y terrible«, asegura Sarfati, buscadora de un contrapeso para los cuidados paliativos que a todos nos aguardan.

Jose Ángel González

Sloane #34 Oakland © Lise Sarfati

Sloane #34 Oakland © Lise Sarfati

© Lise Sarfati

© Lise Sarfati

© Lise Sarfati

© Lise Sarfati

© Lise Sarfati

© Lise Sarfati

Arthur Tress, el fotógrafo que vive dentro de las pesadillas de los niños

© ArthurTress

© ArthurTress

Los niños sueñan. En los sueños no siempre los mundos por los que transitan son mansos. A veces son infernales por incomprensibles. Otras, delirantes por probables.  Arthur Tress está siempre allí para retratar el sueño desde adentro.

Niños con raíces en las manos, niños que emergen del barro con el alma cuarteada, niños que se esconden —armados con un rifle— en el mueble de la televisión, niños que han sido víctimas de la ceniza, niños que no tendrían inconveniente en trocearte con el stick de hockey sobre hielo, niños que te acechan…

Tress, nacido en 1940, los conoce a todos y para todos trabaja como mediador entre este mundo y el lado de allá, el del pánico.

El miedo adulto es poliforme pero ordenado por años de educación, urbanidad, relaciones sociolaborales, licores y ansiolíticos. El infantil, que no sufre de ningún lastre, es desparejo, bruto, grosero y perverso como una araña en proceso de caza. Donde el miedo adulto dice angustia, el infantil proclama gusano. Donde el primero advierte dilapidación, el segundo descubre espanto. El miedo adulto es una guerra civil, un ataque terrorista, un desahucio; el infantil es una madre psicópata, un caballo caníbal, una casa sin puerta de salida.

Tress, que empezó como fotógrafo publicitario, advirtió qué soñaban los niños cuando el sueño era torcido durante un taller de fotografía infantil que impartió hace más de cincuenta años. «Vamos a hacer una foto que explique la última pesadilla de cada uno», sugirió a los alumnos sin saber que las respuestas le cambiarían la vida. Cuando los críos hablaron, el profesor decidió que había encontrado una patria: el lado oscuro de los sueños infantiles.

«Nunca hallarás lugares así dando vueltas por el mundo. Los tuve que recrear y me convertí en un raro, porque aquello empezó en torno a 1970: todos los fotógrafos estaban por entonces locos por callejear y yo era el único que hacía fotos teatralizadas. Buscaba imágenes míticas y arquetípicas, pesadillescas. Se convirtió en mi marca de fábrica durante veinte años: fotografías surreales y perturbadoras», explica Tress. Que lo cuente con tamaña normalidad también da bastante miedo: parece un vampiro hablando de la sangre.

No le atribuyo al fotógrafo estadounidenbse carácter de demiurgo, pero acaso en esta colección de fotos reproduzca el aullido del lobo que fuimos y el reptar del insecto que somos. Me gusta el onirismo plausible que ejecuta, cercano a la poética del terror primario y ajeno a la intervención del psicoanálisis.

Niños derribados por un caballito de carrusel, niños limpios como boy scouts sosteniendo un dibujo de la hoz y el martillo, niños maniatados por la efigie de un cuervo o aplastados por una pelota gigante…

Otros fotógrafos han explorado el teatro de la mente infantil —acude a la memoria la saga de niños enmascarados y sombríos de Ralph Eugene Meatyard—, pero ninguno como Tress ha sido capaz de mostrar la navaja sobre la que viven nuestros hijos, la víbora que anida en el altar de la niñez.

Ánxel Grove

Fotos artísticas de coches tras haber chocado

'Car Crash Studies' - Nicolai Howalt

‘Car Crash Studies’ – Nicolai Howalt

Las fotografías resultan más incómodas al no dar pistas sobre la suerte que corrieron los ocupantes. Los desoladores escenarios vacíos exhiben con impunidad chapas de metal y salpicaderos deformados; cristales hechos añicos, asientos demasiado inclinados hacia atrás, un caos de pequeños objetos personales esparcidos por el suelo del automóvil…

El artista danés Nicolai Howalt (Copenhague, 1970) documenta en su turbador proyecto Car Crash Studies (Estudios de accidentes de coche) las consecuencias de una colisión «severa y potencialmente fatal».

Inspirado por la novela Crash (1973) de J.G Ballard —cuyo protagonista considera los accidentes de tráfico «la única experiencia real» y se siente sexualmente atraido por ellos— Howalt se interesa por la combinación de «brutalidad» y «calma» que transmiten las imágenes, iluminadas con la frialdad de la luz directa de un flash.

La serie oscila entre «las fotos estériles» que se incluirían en el informe de un accidente y el deseo de «enfrentar» al espectador al «miedo al trauma y a la muerte». Sin embargo no hay información adicional sobre los siniestros: al autor no le interesa el sensacionalismo y confiesa que ni siquiera él sabe qué sucedió con los pasajeros de los vehículos que fotografió. Para construir hipótesis sobre los conductores y sus acompañantes sólo queda fijarse en el zapato huerfano, en la cajetilla de tabaco o en el pequeño peluche que cuelga del espejo retrovisor. En una de las fotos, el volante presenta pequeños rastros de sangre, el único detalle escabroso de la serie.

Combina las visiones figurativas de los interiores de coches (algunos de ellos especialmente anticuados) con detalles de airbags y composiciones abstractas formadas por primeros planos de las chapas: superficies arrugadas que al autor a veces se le antojan  «paisajes» en lugar de «metal aplastado» y desplazan a un segundo plano la posible tragedia. «Esas llanuras de color se vuelven el ejemplo definitivo de belleza creada a partir del sufrimiento, el dolor y la destrucción».

Helena Celdrán

Nicolai Howalt- Car Crash

NicolaiHowalt- Car Crash

NicolaiHowalt- Car Crash-Airbag

Nicolai Howalt-car-crash-studies

Nicolai Howalt- Car Crash Studies

Nicolai Howalt-Car crash studies

Nicolai Howalt-Car Crash

Los monstruos que viven en los papelitos amarillos

Personas pequeñas a las que no parece preocupar vivir a merced de unos monstruos gigantes. Microhistorias de una escena con trazos que apenas dejan un espacio vacío en el papel. John Kenn (Dinamarca, 1978) pilló lo primero que tenía a mano, unos pósit, para dibujar sus curiosos bichos. Las limitaciones de tamaño, textura o color no son un problema cuando tienes la necesidad imperiosa de contar algo.

John Kenn

John Kenn

Escribe y dirige shows de televisión para niños en su país natal, es padre de gemelos y dice no tener demasiado tiempo para nada.

Pero disponer siempre de un bloc de papelitos amarillos en su escritorio le permite «abrir la ventana a un mundo diferente».

En su blog los pone todos, como si fueran trofeos cazados al vuelo.

Son notitas que cuentan historias de barqueros rodeados por fantasmas, un monstruo de siete ojos observando escondido a un niño que coge setas en un monte, casas encantadas, castillos, bosques…

Algunos lo han comparado con Tim Burton,  con el truculento y exquisito dibujante Edward Gorey o con las criaturas de Maurice Sendak. Él menciona a  dos escritores: Stephen King -su mayor inspiración- seguido de H.P.Lovecraft.

John Kenn

John Kenn

En la oscuridad de los paisajes, las narices largas, las filas de dientes desordenados, los tentáculos y las babas hay, además de un claro aire infantil, un afán por despertar el miedo más primario, el que nos acecha de niños.

Todos tuvimos en nuestra infancia miedo a una imagen: un cuadro o un adorno ante el que no podíamos quedarnos a oscuras, de los que desviábamos la mirada. Hagan memoria. A mí me vienen a la mente la talla de un demonio en un armario estilo castellano y el souvenir horrendo de un trol noruego. Algunos de los monstruos de John Kenn me producen cierto desasosiego que me hace recordar lo que es tener miedo de los monstruos.

John Kenn

John Kenn

No ando desencaminada en mis sensaciones. Kenn confiesa que a veces se basa en pesadillas infantiles y se siente un poquito orgulloso de poder asustar a alguien, aunque sea por un segundo, sólo con un pósit. Por cierto, ya sé que la palabra castellanizada queda marciana, pero es así como figura en el diccionario de la Real Academia. Ya saben cómo se las gastan estos provocadores.

Helena Celdrán