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Arthur Tress, el fotógrafo que vive dentro de las pesadillas de los niños

© ArthurTress

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Los niños sueñan. En los sueños no siempre los mundos por los que transitan son mansos. A veces son infernales por incomprensibles. Otras, delirantes por probables.  Arthur Tress está siempre allí para retratar el sueño desde adentro.

Niños con raíces en las manos, niños que emergen del barro con el alma cuarteada, niños que se esconden —armados con un rifle— en el mueble de la televisión, niños que han sido víctimas de la ceniza, niños que no tendrían inconveniente en trocearte con el stick de hockey sobre hielo, niños que te acechan…

Tress, nacido en 1940, los conoce a todos y para todos trabaja como mediador entre este mundo y el lado de allá, el del pánico.

El miedo adulto es poliforme pero ordenado por años de educación, urbanidad, relaciones sociolaborales, licores y ansiolíticos. El infantil, que no sufre de ningún lastre, es desparejo, bruto, grosero y perverso como una araña en proceso de caza. Donde el miedo adulto dice angustia, el infantil proclama gusano. Donde el primero advierte dilapidación, el segundo descubre espanto. El miedo adulto es una guerra civil, un ataque terrorista, un desahucio; el infantil es una madre psicópata, un caballo caníbal, una casa sin puerta de salida.

Tress, que empezó como fotógrafo publicitario, advirtió qué soñaban los niños cuando el sueño era torcido durante un taller de fotografía infantil que impartió hace más de cincuenta años. «Vamos a hacer una foto que explique la última pesadilla de cada uno», sugirió a los alumnos sin saber que las respuestas le cambiarían la vida. Cuando los críos hablaron, el profesor decidió que había encontrado una patria: el lado oscuro de los sueños infantiles.

«Nunca hallarás lugares así dando vueltas por el mundo. Los tuve que recrear y me convertí en un raro, porque aquello empezó en torno a 1970: todos los fotógrafos estaban por entonces locos por callejear y yo era el único que hacía fotos teatralizadas. Buscaba imágenes míticas y arquetípicas, pesadillescas. Se convirtió en mi marca de fábrica durante veinte años: fotografías surreales y perturbadoras», explica Tress. Que lo cuente con tamaña normalidad también da bastante miedo: parece un vampiro hablando de la sangre.

No le atribuyo al fotógrafo estadounidenbse carácter de demiurgo, pero acaso en esta colección de fotos reproduzca el aullido del lobo que fuimos y el reptar del insecto que somos. Me gusta el onirismo plausible que ejecuta, cercano a la poética del terror primario y ajeno a la intervención del psicoanálisis.

Niños derribados por un caballito de carrusel, niños limpios como boy scouts sosteniendo un dibujo de la hoz y el martillo, niños maniatados por la efigie de un cuervo o aplastados por una pelota gigante…

Otros fotógrafos han explorado el teatro de la mente infantil —acude a la memoria la saga de niños enmascarados y sombríos de Ralph Eugene Meatyard—, pero ninguno como Tress ha sido capaz de mostrar la navaja sobre la que viven nuestros hijos, la víbora que anida en el altar de la niñez.

Ánxel Grove

No invites a Scott Walker a tu fiesta: jugará con los cuchillos

Scott Walker

Scott Walker

No deberías invitar a tu fiesta a Scott Walker. Es un enigma, el gran espacio negro del rock. Se pondría a jugar con los cuchillos y asustaría a los invitados.

El nuevo disco de Walker —que en realidad se llama Noel Scott Engel— contiene al mismo tiempo el cielo y el infierno. No es casualidad que los cuadros del pintor El Bosco (que en realidad se llamaba Jeroen Anthoniszoon van Aeken) sean la pesadilla original que Walker ha tomado como inspiración nada oculta.

Bish Bosch. El título es un cruce de caminos gramatical. Bish significa puta en jerga neerlandesa; Bosch, ya lo sabemos, es el artista que pintó en el siglo XV seres con patas de anfibio, humanos condenados a beber orina y otras perversiones que ahora, en la era de la vida como desahucio permanente parecen actuales; el maridaje de ambos términos, Bisch Bosch, significa en slang británico el trabajo está hecho.

Después de las penumbras de Tilt, el disco de 1995 que acabó con una década de silencio, y el perturbado The Drift (2006), uno de los álbumes más difíciles de escuchar de toda la historia (rezuma sangre), Walker regresa con una obra desesperada y exótica, espesa y ruda.

"Bish Bosch"

«Bish Bosch»

Guitarras abrasivas, profundos silencios en los que anida —el oyente lo aprecia— algo más musical que la música, tonos siempre graves usados con la intención (conseguida) de que lo grave sea chirriante, cierto humor de negrura de alquitrán (canciones sobre Donald Rumsfeld, Atila, Ronald Reagan, Mikhail Gorbachev y otros homínidos con el alma podrida de poder), Bish Bosch no admite indeferencia. Si entras, es bajo tu entera responsabilidad.

Olvidados los tiempos en que Walker —nacido en los EE UU, pero residente en el Reino Unido desde 1965 y ciudadano británico desde 1970— era el cantante más sexy del mundo y los años de alcohol en los que pretendió ser el Jacques Brel sajón, este tipo esquivo y poco dado a los honores vuelve a demostrar que es capaz de ser un escalpelo: en el nuevo disco ejerce otra vez su fascinación por los dictadores sangrientos con una canción sobre el asesinato del dictador rumano Nicolae Ceaușescu (ya había hablado de Stalin en The Old Man’s Back Again y de Mussolini en Clara).

Inserto abajo el primer vídeoclip de Bish Bosch. Es la pieza menos extraña del disco. En algunas otras toda la música procede del entrechocar de machetes africanos.

Ánxel Grove