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Ama de casa y fotógrafa

Julie Blackmon - "Trampoline"

Julie Blackmon - "Trampoline"

La primera foto que recuerdo de Julie Blackmon -la fotógrafa que hoy traigo a Xpo– muestra la silueta perfecta de un niño recortada contra el cielo y los árboles de un jardín. La autora de la imagen está tendida en el suelo, bajo la cama elástica donde el crío desobedece a la gravedad (la física y la anímica), labor primordial de todo niño que habita el mundo.

La escena es de ese estilo que los estadounidenses han elevado a categoría de género: la vida en los suburbios.

Es lícito imaginar el decorado material (cesped afeitado con rigurosa perfección, casa de elegante planta baja, una truck Silverado en la vereda de lajas…) y también el espiritual (dieta rica en mantequilla y sour cream, las obras de Thoreau en los estantes, el voto demócrata cada dos años, en las legislativas y en las presidenciales…).

Blackmon nació en uno de los muchos Springfield que salpican la geografía de los EE UU, el del estado de Misuri, en el Midwest de los tornados, las plantaciones de tabaco, las destilerías de bourbon y la incredulidad. Los gringos llaman a Misuri Show-Me-State (algo así como Estado-Ya-Veremos). Nada se da por supuesto y es necesario argumentar. El laisser-fare es un orgullo entre los ciudadanos. No te apedrean si fumas en un bar. Puedes argumentar por qué necesitas hacerlo.

Julie Blackmon - "Naptime"

Julie Blackmon - "Naptime"

Cuando la fotógrafa vino al mundo en 1966 el gas mostaza despertaba cada mañana a los campesinos vietnamitas con tanta brutalidad como un tornado del Midwest. Las siluetas de niños despellejados e ingrávidos contra los palmerales del Mekong darían para buenas fotos.

Blackmon no es cómplice de ninguna perversión, de ningún pecado. De haber nacido en el sudeste asiático, su mirada sería la misma. Tomaría fotos de los encharcados arrozales pateados por pies infantiles, de un búfalo sobre el que cabalga una niña con descarada altivez, de un sueño imprevisto en los manglares . No retrataría otra guerra que la guerra cotidiana.

La serie a la que pertenecen estas fotos se titula igual que un (mal) disco de John Lennon, Mind Games, editado en 1973. La canción central, uno de aquellos cánticos kármicos del exbeatle, habla de «guerrillas mentales» y «danzas rituales bajo el sol»  y de la opción de la «paz y el amor» frente a la guerra.

Prefiero pensar que no se trata de una casualidad. Creo que la fotógrafa admite el axioma de que nadie como los niños para ejercer la rebelión y volverte loco, es decir, sacarte de esta lógica de reptiles y gas mostaza social, con las emanaciones de sus «guerrillas mentales».

Julie Blackmon - "Twirling"

Julie Blackmon - "Twirling"

La crítica ha emparejado con mucha razón a Blackmon con otras fotógrafas de la realidad inmediata, sobre todo con la gran Sally Mann y sus fotos familiares. Ambas son mujeres estadounidenses, de posición económica solvente, sensibilidad para descubrir oro entre los guijarros y condición dual: madres y artistas. Las separan la fama (Mann, 15 años mayor, es una primera figura) y la valentia: Blackmon sigue a lo suyo y Mann se ha lanzado en picado hacia la experimentación de las entrañas.

Lo último de Blackmon me gusta menos que Mind Games. La serie Domestic Vacations, dice su autora, está inspirada en los cuadros abigarrados y humorísticos del holandés Jan Steen, hijo de taberneros que tuvo la desgracia de vivir bajo la inmensa luz de su contemporáneo Rembrandt.

En una declaración de principios sobre su trabajo, la fotógrafa afirma que buscó los «momentos en que la fantasía entra en la realidad» e intentó explorar el caos de la vida cotidiana de un tiempo en el que pugnamos entre dos obsesiones, los hijos, como proyección casi única, y nosotros mismos, con un egoísmo igual de fuerte que el paternal.

Julie Blackmon - "New Baby"

Julie Blackmon - "New Baby"

Las fotos son teatralizadas y tienen un cromatismo ténue, un rebote de flashes y dispersores de luz que agranda la distancia que media entre la mirada de la fotógrafa y la del espectador.

Además, y ahí está la gran pérdida, están demasiado intervenidas con los milagros de las paletas digitales.

Es como si en el afán de recrear la magia (¡cuánta pobreza artística sufrimos desde García Márquez con este sustantivo como salvoconducto!), Blackmon hubiese olvidado las «guerrillas mentales», las faldas-campana, los súper héroes en ropa interior que se niegan a dormir la siesta…

El ama de casa de los suburbios ha comenzado a ver a través del Lightroom sin enterarse de que el software la ha dejado ciega en el camino. Supongo que lo próximo será la opción del pancismo 4G: retratar el mundo con el Instagram y, por ende, dejar de buscar y limitarte a ver, pensando en que también vean tus contactos. «Una manera rápida, bella y divertida de compartir tu vida», dice la publicidad de la maldita aplicación.

Julie Blackmon - "Chalk"

Julie Blackmon - "Chalk"

Pero no importa. Me quedan las fotos en blanco y negro de Mind Games. Puedo conjeturar a su autora perdida en las batallas cotidianas, con una cámara atada a la muñeca, siguiendo la mejor de las sendas hacia la salvación o la epifanía, el zig zag de un trazo de tiza, mientras piensa, como otro gran suburbial, John Cheever, que aquí nos han dejado para exprimir el mundo en que te encuentras, en el que te pusieron, para «darle algo de sentido», lo cual, sea en las riberas del Mekong o en una urbanización del Estado-Ya-Veremos, sigue siendo «la más interesante de las empresas posibles».

Prefiero a la ama de casa fotógrafa que a la ama de casa que se cree fotógrafa.

Ánxel Grove

Ha muerto Jerome Liebling, fotógrafo cívico

Jerome Liebling - Butterfly Boy, NY, 1950

Jerome Liebling - Butterfly Boy, NY, 1950

En alguna ocasión hablaron de Jerome Liebling (1924-2011) como de un «fotógrafo cívico». Entiendo que se referían a su compromiso con el respeto ciudadano y la convivencia pública, esas dos ideas con tanta frecuencia sometidas a la manipulación y la interpretación libre o alocada de los políticos.

Quienes trabajaron con Liebling recuerdan que su presencia y actitud (un rigor suave y paciente) provocaban la saludable envidia de desear ser como él, salir a hacer fotos a su lado, poder arañar unas pocas muescas de la verdad que manejaba. Eso es también el civismo: ser ejemplar sin reclamar derechos ni sentirse superior.

En 1950 Liebling retrató a su milagroso niño mariposa neoyorquino. La foto, a la que se puede achacar que opte por el punto de vista del adulto, el picado que obliga al muchachito negro a elevar los ojos y dejarse dominar por la cámara, es uno de esos instantes prolongados que parecen conjugar todas las formas posibles del verbo ser: lo que fui, lo que soy, lo que seré, lo que podría ser…

El niño-mariposa muestra una camisa sucia, unos zapatos trajinados y unas rodillas manchadas de tanto jugar. La gorra de mezclilla y el abrigo a juego, desplegado como una improbable capa, abierto para ofrecernos la superficie velada, se enfrentan, en contrapunto, a la herida abierta de los ojos.

Jerome Liebling - Man and Knife, 1952

Jerome Liebling - Man and Knife, 1952

No fue la única gran foto de Liebling.

Junto con Walker Evans, Berenice Abbott, Helen Levitt y Gordon Parks, fue uno de aquellos fotógrafos que, en la década de los años treinta, decidió que en las calles había demasiados héroes sin narrador, ángeles sin pruebas documentales.

Aunque con menos impacto que sus compañeros de generación (quizá porque nunca pretendió venderse, quizá por el ya mencionado carácter paciente y suave de su forma de ser), Leibling retrató a matarifes, mineros, inmigrantes, pilluelos, ciudadanos…

También fue profesor de fotografía en la Universidad de Minessota, fundador del Hampshire College y productor de documentales cinematográficos.

Sus últimas fotos son desoladoras escenas en color de la grieta cotidiana. Son más lejanas y pictóricas que la del niño-mariposa, menos dadas a prolongar el momento.

Jerome Liebling - Morning, Monessen, Pennsylvania, 1983

Jerome Liebling - Morning, Monessen, Pennsylvania, 1983

La mujer del abrigo blanco nunca conjugaría todas las formas del verbo ser. Las ha olvidado y nadie parece dispuesto a ayudarla en la tarea del recuerdo.

Los límites de su nicho, que acaso sea el de todos nosotros, están enmarcados por un par de parquímetros y dos inmuebles pálidos.

Liebling murió el 27 de julio, a los 83 años. La prensa española no dedicó ni una línea al obituario.

El mismo silencio acompañó a la muerte, en enero, de otro fotógrafo cívico, Milton Rogovin.

Algo debe estar pasando para que los fotógrafos muertos ni siquiera merezcan el pasado simple del verbo ser.

Ánxel Grove

La mujer-buitre que no soportaba su mirada

Diane Arbus, autorretrato, 1945

Diane Arbus, autorretrato, 1944

«No puedo hacer fotos», dijo en un momento de su vida la fotógrafa Diane Arbus (1923-1971), de cuya muerte se cumplen esta semana cuarenta años.

Cuando le preguntaron el motivo respondió: «Porque quiero retratar el mal«.

Como buena lectora de Nietzsche, Arbus sabía que el mayor peligro de lidiar con monstruos es que puedes terminar siendo un monstruo.

Como buena lectora de Sir James Frazer también era consciente de que la fotografía es un ejercicio de metonimia, de rebautismo: poner un nuevo nombre a las cosas para tenerlas bajo control.

Arbus hizo fotos inolvidables -y de una tristeza profunda- de enanos, enfermos mentales, gigantes, tragadores de sables, travestidos y niños peligrosos, pero practicó muy poco el ejercicio del autorretrato, acaso porque el único freak al que temía era ella misma, el freak malvado.

Cuando se colocó ante el espejo tenía 21 años y aún no había desarrollado la belleza élfica y triste de su madurez. Era una niña con ropa interior fea y un naciente embarazo.

Diane Arbus - Autorretrato con Doon, 1945

Diane Arbus - Autorretrato con Doon, 1945

Unos meses más tarde volvió a posar con su primer hijo, Doon. En la toma de la izquierda abraza al niño con una delicadeza torpe. A la derecha parece que el bebé resbala hacia el suelo.

En los tres autorretratos sólo hay una emoción en la mirada de Arbus: miedo. Según algunos, el mejor amigo, pese a que la convivencia cobre un precio demasiado alto.

Veinte años después, cuando estaba camino de ser una de las fotógrafas más conocidas de su tiempo, celebrada como buceadora valiente de mundos subterráneos, Arbus tuvo que rellenar una solicitud de subvención para sufragar parte del coste de uno de sus reportajes de inmersión en el trasmundo.

«He aprendido a atravesar la puerta que lleva de afuera hacia adentro. Un entorno conduce al siguiente. Quiero ser capaz de seguir adelante», escribió en el formulario. Siempre que manchamos un papel con el suero de la verdad de la tinta, escribimos para nosotros mismos: formulamos un deseo y lanzamos la moneda al fondo de la charca.

Cubierta de la 'psicobiografía'

Cubierta de la 'psicobiografía'

En un mes publicarán en inglés la psicobiografía -la denominación es tenebrosa- An Emergency in Slow Motion: The Inner Life of Diane Arbus, escrita por William Tod Schultz. Los editores y el autor aseguran que aclarará los misterios de la fotógrafa, sus claroscuros (la sexualidad, la tristeza, la inseguridad, el miedo…), que revelará testimonios y notas de alguno de sus siquiatras, amigos y familiares, que, en fin, elevará a definitivo un diagnóstico.

La fotógrafa que pretendía retratar los «innumerables e inescrutables hábitos» del presente para convertirlo en «legendario» consiguió con creces el objetivo. Su obra es ceremonial, punzante, literaria, lo mejor que se puede decir de un cuerpo fotógrafico.

Sin embargo, no lograba encontrar su propia mirada en el objetivo, no tenía arrestos para soportarse. El 26 de julio de 1971 se cortó las venas después de tragar un buen puñado de barbitúricos.

Había declarado: “Yo he aprendido a mentir como fotógrafa. Ha habido ocasiones en las que he ido a trabajar con ciertos disfraces, simulando ser más pobre de lo que soy…, actuando, pareciendo pobre”.

Era un buitre y lo sabía.

Todos los fótografos lo son. Deben serlo.

Ánxel Grove