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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

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Amar, antes de morir

Cuando vi por primera vez Lo importante es amar no sabía casi nada de Romy Schneider, aquella actriz que muy temprano se convirtió en estrella gracias a su papel de Sissy, primero princesa Isabel de Baviera y después Emperatriz de Austria, en la cursi, almibarada y rancia colección de estampas, en forma de trilogía, del Imperio austríaco de los Habsburgo. Menos aún me decía el nombre de Andrzej Zulawski, director polaco que ya nunca olvidaría, aposentado de manera definitiva en un rincón de mi cinefilia incipiente a partir de sus dos siguientes títulos, La posesión (1981) y La mujer pública (1984).

Zulawski se convirtió para mí en eso que ahora se denomina “director de culto”, que viene a ser como un pope de esta religión laica que practicamos sin obligación ni sentimientos de culpa, clérigo que embutió su doctrina apasionada y febril en esa trinidad fílmica con un poder de sugestión que nunca soñó el cura que nos confesaba de niños. Posteriormente, la dificultad de acceder a su filmografía con regularidad me hizo perderle un tanto el rastro que ya sólo recuperaría con menos entusiasmo que nostalgia.

Muchos años después, en 2015, Zulawski iba a presentar en el Festival de Sitges la que sería su última obra, Cosmos, basada en una novela de Gombrowicz, su regreso al cine tras quince años de silencio cinematográfico. Por desgracia, el cáncer que acabó con él tan sólo unos meses más tarde, a la edad de 65 años, se interpuso y ello me privó de conocerle de cerca y entrevistarle para el programa “Días de cine”, como tenía previsto.

Andrzej Zulawski. Fotografía F.E EFE

Lo importante es amar, flanqueada por las otras dos películas, habían sobrevivido al embate de los años y permanecido agazapadas en mi memoria, erigidas en uno de los más preciados bienes que yo salvaré si algún día tengo que abandonarlo todo en un naufragio y me hubiera gustado mucho compartir mis emociones con su autor. Porque Zulawski fue un director autor con todas las de la ley; excesivo en fondo y forma, desbordante y vehemente a lomos de una cámara que a veces parecía empujar más que seguir a los actores en su loca carrera por todos los rincones del decorado, poseídos por personajes siempre fogosos, en ocasiones violentos y siempre hechizados.

Resulta paradójico que un título que roza la cursilería merced a su extremada belleza, un título que resume en cuatro palabras el secreto que nos redime de nuestra miserable condición, que expresa tan certeramente como una flecha en el corazón de la diana el principio y final de la vida, Lo importante es amar, uno de los más hermosos títulos de la historia del arte narrativo, fuera idea de los distribuidores y de la productora y que el director, enemigo acérrimo del engaño, se lamentara porque en su opinión traicionaba a su público haciéndole creer que se trataba de un filme del estilo (entiéndase “sentimental”) de Claude Lelouch, director de Un hombre y una mujer (1966) y Los unos y los otros (1981) entre otros muchos.

Romy Schneider en un fotograma de Lo importante es amar

Ese título, adaptación libre de la novela La noche americana de Christopher Frank, encargo de la productora, Albina du Boisrouvray, a Zulawski, abraza el drama y la comedia, la tragedia y la farsa, el dolor y el gozo que encierra la patética historia de Nadine Chevalier, la actriz desgarrada que se encuentra interpretando papeles indignos para sobrevivir. Romy Schneider en el verdadero rol de su vida, en la otra esquina de la galaxia en que habitaba Sissy, triste, desmaquillada, afeada y pese a todo arrebatadoramente sensual, taladrando con su mirada a Fabio Testi para atarle sin proponérselo a su destino.

Ese papel colocó a Romy en el punto álgido de su carrera, le hizo obtener un Cesar a Mejor Actriz en 1976 y marcó el inicio de un declive personal trágico que terminaría en una muerte sembrada de dudas el 29 de mayo de 1982, un año después del espantoso fallecimiento de su hijo David, atravesado por los barrotes de la verja que intentaba saltar en su casa. Es casi imposible sustraerse a la idea de que ese dolor postrero, que algunos creen detonante de un suicidio no demostrado, despuntaba ya en la afligida mirada de Nadine Chevalier.

Romy Schneider con Fabio Testi y Jacques Dutronc en Lo importante es amar

Cuando Laurent Pétin, su último compañero, la encontró en su apartamento de París, la escena que estaba interpretando parecía haberse deslizado de las páginas de un viejo guion romántico: un trazo de tinta derramada sobre el papel en el que se disculpaba por anular una sesión de fotos, la pluma caída en el suelo, alguna botella de alcohol por aquí, unos frascos de medicamentos por allá. Los detalles diabólicos de una realidad tal vez sencilla convertidos en señuelo para imaginar un desenlace desolador. Romy tenía entonces 43 años de edad.

Nunca hubo tanto sereno desconsuelo como en los ojos de Romy Schneider clavados en los del fotógrafo free lance que interpreta Fabio Testi, entrelazadas la tristeza de una y el estupor del otro por las conmovedoras notas de Georges Delerue. “No me haga fotos, por favor… yo soy una actriz y sé actuar, esto lo hago para comer”.  Prueben a ver el tráiler que les regalo aquí debajo, o mejor aún, entréguense si les es posible a la película entera que en su primera secuencia, abreviada en el montaje publicitario, les muestra esta rara, por perfecta y sobrecogedora, conjunción de música y actuaciones.

Durante el rodaje, Romy entabló una relación con Jacques Dutronc, su angustiado marido en la pantalla, que puso en jaque su matrimonio con Françoise Hardy: “Ella ha debido ser feliz, pero no muy a menudo. Parecía desconfiada. Vivía la película fuera de ella y daba todo sin recibir nada a cambio. Era una mujer extraordinaria, nada que ver con las otras actrices, pasteurizadas. Era una mujer herida y al rodar esa película herí a otra, la mía”.

Romy Schneider y Jacques Dutronc en Lo importante es amar

Zulawski desvela que –nuevas paradojas- Romy detestaba a Fabio Testi, por entonces compañero de Ursula Andress, desde la primera vuelta de manivela y su animadversión quedó plasmada con toda crudeza sobre el rostro del italiano en la escena del depósito de cadáveres. La vida jugueteando una vez más a imitar al cine y desvanecer las líneas de demarcación entre realidad y ficción. Aún me queda en la penumbra cómo debieron ser las relaciones entre el especialísimo director polaco y el no menos singular Klaus Kinski, también presente en Lo importante es amar, dos volcanes a punto de erupción frente a frente.