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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

El debut de Casanova

Tengo que reconocer que un poster que presenta un rostro en primer plano que tiene por boca el orificio de un ano no es el colmo de lo que a mí me apetece ver. Admitamos que no es tampoco el «summum» de la belleza, ni resulta un plato particularmente apetitoso. Yo en un restaurante no consumo voluntariamente esa peculiar línea de gastronomía cinematográfica. Dicho sin tantos remilgos, aborrezco la escatología y tener que ver Pieles me abocaba a pasar un rato francamente jodido.

Carmen Machi y Eloi Costa en «Pieles»

Sin embargo, ¡qué narices! Cuando a uno no le queda más remedio, por razones profesionales, hay que armarse de valor e intentar sacudirse los prejuicios, muy malos consejeros. Con prejuicios no se descubren novedades ni se conquistan territorios inexplorados. Con prejuicios nunca hubiera apreciado ningún valor en el cine de un chaval nacido el 24 de marzo de 1991, que en su sitio web tiene la osadía de presentarse con estas palabras: “El cine para mí es como la morfina para Bela Lugosi, como Richard Burton para Liz Taylor, como la luz roja para Dario Argento, como los grandes senos para Russ Meyer, como Lynch y los enanos, como Godard para la Nouvelle Vague o como Rose McGowan para los años 90; imprescindible y complementario.”

Eduardo Casanova en una página de su Book

Desparpajo no le falta a Eduardo Casanova, ya lo sabían quienes se habían dejado caer en el inconfundible universo de sus cortometrajes, fechorías cometidas con más garra que vergüenza, que datan de cuando el niño contaba 17 años. Ansiedad, se llamaba el primero: sífilis, gonorrea, hepatitis A, SIDA, y otras delicias en el cabaret, colección de enfermedades venéreas que con deleite enunciaba una de las starlettes que se contoneaba sobre el escenario. El maestro de ceremonias presentaba un número “que suda purpurina, que caga lentejuelas y derrocha glamour por cada una de sus extremidades”. Mierdas bonitas recién cagadas y otras lindezas… bueno, el espectro del principiante Almodóvar y su troupe de Pepi, Lucy y Boom redivivo, tres décadas después. Nada mal para empezar, apuntes del natural de los fantasmas, obsesiones e inclinaciones exhibicionistas que con el tiempo tendría ocasión de ir regalando a cucharadas grandes y pequeñas.

La inlinación coprófila alcanza su cima en Eat my shit, cortometraje trasladado directamente, con escasas modificaciones al largometraje Pieles, de cuyo (huuuum, ¿halitósico?) cartel os he hablado al principio. Aunque hay que reseñar que en ese trasvase Casanova se ha recortado un pelín las uñas. Vamos, que el corto va más lejos que el largo en cuanto a imágenes perturbadoras (si digo vomitivas describo la sensación física que puede provocar en estómagos delicados). 

De otros finos trabajos ha dejado fuera, supongo que siguiendo consejos de sus productores (Álex de la Iglesia y Carolina Bang) planos como los que muestran explícitamente una penetración (puede verse en el cortometraje La hora del baño) aunque mantiene su gusto por la visualización del desnudo masculino y del sexo agitado libre de sus ataduras indumentarias. Garras con guantes arañan menos.

La hora del baño

No, no crean que con todo lo que les he adelantado estoy tratando de enterrar al recién bautizado cineasta. No es mi intención porque he llegado al convencimiento de que Eduardo Casanova tiene talento en cantidades incalculables, o sea que no hay modo de saber cuánto, que puede ser mucho o poco, pero talento hay. Talento visual, incuestionable. Imaginación, entendida como la capacidad de crear imágenes que fascinan o repelen, o ambas cosas simultáneamente, o alternativamente. Y manías, muchas manías, traumas sin resolver que él convierte en una mina de líneas argumentales.

Mara Ballestero y Lucía de la Fuente en «Pieles»

Lo malo es que por lo visto hasta ahora, en esa recopilación, por limitada que sea, enmarcada en el formato opera prima de largometraje que es Pieles, sus historias vienen todas a converger en un territorio común: el feísmo o la deformidad como paraíso terrenal en el que dios reparte las manzanas envenenadas de dolor. La galería de personajes no tiene desperdicio: la chica del sistema digestivo invertido o caraculo, enanas, caraquemadas, rostros grotescamente tumorales, camareras con sobrepeso, pedófilos que desconfían de su resistencia a la tentación ante la contemplación de un bebé, madames de burdel desnudas de figura poco apropiada para ser exhibidas, chicos que ansían desprenderse de sus piernas, madres castradoras… alguno me dejo quizás porque la fauna es numerosa, como se observa.

Y todos estos personajes están clamando por la comprensión del mundo, gritan en pro de la tolerancia hacia el diferente, lo hacen enmarcados en cuadros perfectamente compuestos, una fotografía avariciosamente acaramelada que contrasta con los horrores (¡nada de horrores, la belleza está en el interior!, dice candorosamente Casanova) que padecen los personajes, magníficamente simétrica, teñida de rosa por todos los rincones de la escenografía, o de un azul que no sé apellidar. Iconografía cristiana bañada en canciones estridentes legitimadas –eso intenta el director- por los compases de la ópera Carmen.  Pesadillas con ecos lynchianos, y otras influencias más o menos amontonadas… no le quitan fuerza al conjunto pero sí señalan que Eduardo Casanova tiene que depurarse y madurar, ganar poso y  profundidad sin perder personalidad. En el combate entre la forma y el fondo sobre el ring de su cine, gana la forma por goleada. Si encuentra el equilibrio puede llegar a ser grande, o al menos, importante. Que parece lo mismo, pero no lo es.

Pieles se estrenó el pasado viernes 9 de junio. Reportaje en Días de cine: https://goo.gl/EhKg4T

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