Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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«Sin pulso»: fútbol por toros. ¿Rajoy por Silvela?

No quiero ser aguafiestas y celebraré como nadie el triunfo de La Roja. Pero me viene a la mente que, en pleno desastre del 98, Las Cortes se vaciaron y los diputados se fueron a los toros. Ocuparon las entradas de sombra. Y cuentan las crónicas que los tendidos de sol quedaron medio vacíos.

Francisco Silvela

El gran Frascuelo, retirado del ruedo tras su histórico mano a mano con Lagartijo, murió en el 98 coincidiendo practicamente con la pérdida de Cuba y Filipinas. Fracuelo y Lagartijo eran entonces lo que son hoy, por ejemplo, Iniesta y Casillas.

En el verano del 98, Francisco Silvela, sucesor de Cánovas al frente del Partido Conservador, publicó en El Tiempo un artículo sin firma del que vale la pena recordar algunos párrafos:

ESPAÑA SIN PULSO

Los doctores de la política y los facultativos de cabecera estudiarían, sin duda, el mal; discurrirán sobre sus orígenes, su clasificación y sus remedios; pero el más ajeno a la ciencia que preste atención a asuntos públicos observa este singular estado de España; dondequiera que se ponga el tacto, no se encuentra el pulso…

Hay que dejar la mentira y desposarse con la verdad; hay que abandonar las vanidades y sujetarse a la realidad, reconstituyendo todos los organismos de la vida nacional sobre los cimientos, modestos, pero firmes, que nuestros medios nos consienten, no sobre las formas huecas de un convencionalismo que, como a nadie engaña, a todos desalienta y burla…

El efecto inevitable del menosprecio de un país respeto de su poder central es el mismo que en todos los cuerpos vivos produce la anemia y la decadencia de la fuerza cerebral; primero, la atonía, y después, la disgregación y la muerte…

Si pronto no se cambia radicalmente de rumbo, el riesgo es infinitamente mayor, por lo mismo que es más hondo, y de remedio imposible, si se acude tarde…

F. Silvela. Artículo aparecido en el Tiempo, 16-08-1898

Dos años más tarde, Joaquín Costa, daría otro aldabonazo con la publicación de esta crítica del caciquismo:

OLIGARQUÍA Y CACIQUISMO

 

Joaquín Costa

No es, no es nuestra forma de gobierno un régimen parlamentario, viciado por corruptelas y abusos, según es uso entender, sino, al contrario, un régimen oligárquico, servido, que no moderado, por instituciones aparentemente parlamentarias. O, dicho de otro modo, no es el régimen parlamentario la regla, y excepción de ella los vicios y las corruptelas denunciadas en la prensa y en el Parlamento mismo durante sesenta años; al revés, eso que llamamos desviaciones y corruptelas constituyen el régimen, son las misma regla…

Oligarcas y caciques constituyen lo que solemos denominar clase directora o gobernante, distribuida o encasillada en «partidos». Pero aunque se lo llamemos, no lo es; si lo fuese, formaría parte integrante de la Nación, sería orgánica representación de ella, y no es sino un cuerpo extraño, como pudiera serlo una facción de extranjeros apoderados por la fuerza de los Ministerios, Capitanías, telégrafos, ferrocarriles, baterías y fortalezas para imponer tributos y cobrarlos.

Contener el movimiento de retroceso y africanización absoluta y relativa que nos arrastra cada vez más lejos, fuera de la órbita en que gira y se desenvuelve la civilización europea; llevar a cabo una total refundición del Estado español sobre el patrón europeo, que nos ha dado la historia y a cuyo empuje hemos sucumbido… o, dicho de otro modo, fundar improvisadamente en la Península una España nueva, es decir, una España rica y que coma, una España culta y que piense, una España libre y que gobierne…

Joaquín Costa, 1901

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Texto completo del artículo atribuido a Silvela:

España sin pulso

de Francisco Silvela (1898)
«Varones Ilustres, ¿hasta cuándo se- réis de corazón duro? ¿Por qué amáis la vanidad y vais tras la mentira?.» (Isaías. Salmo IV )
Quisiéramos oír esas o parecidas palabras brotando de los labios del pueblo; pero no se oye nada: no se percibe agitación en los espíritus, ni movimiento en las gentes. Los doctores de la política y los facultativos de cabecera estudiarán, sin duda, el mal: discurrirán sobre sus orígenes, su clasificación y sus remedios; pero el más ajeno a la ciencia que preste alguna atención a asuntos públicos observa este singular estado de España : dondequiera que se ponga el tacto, no se encuentra el pulso.
Monárquicos, republicanos, conservadores, liberales, todos los que tengan algún interés en que este cuerpo nacional viva, es fuerza se alarmen y preocupen con tal suceso. Las turbulencias se encauzan; las rebeldías se reprimen: hasta las locuras se reducen a la razón por la pena o por el acertado régimen: pero el corazón que cesa de latir y va dejando frías e insensibles todas las regiones del cuerpo, anuncia la descomposición y la muerte al más lego.
La guerra con los ingratos hijos de Cuba no movió una sola fibra del sentimiento popular. Hablaban con elocuencia los oradores en las cámaras de sacrificar la última peseta y derramar la postrer gota de sangre… de los demás; obsequiaban los Ayuntamientos a los soldados, que saludaban y marchaban sumisos, trayendo a la memoria el Ave César de los gladiadores romanos: sonaba la Marcha de Cádi ; aplaudía la prensa, y el país, inerte, dejaba hacer. Era, decíamos, que no interesaba su alma una lucha civil, una guerra contra la naturaleza y el clima, sin triunfos y sin derrotas.
Se descubre más tarde nuestro verdadero enemigo; lanza un reto brutal; vamos a la guerra extranjera; se acumulan en pocos días, en breves horas, las excitaciones más vivas de la esperanza, de la ilusión, de la victoria, de las decepciones crueles. de los desencantos más amargos, y apenas si se intenta en las arterias del Suizo y de las Cuatro Calles una leve agitación por el gastado procedimiento de las antiguas recepciones y despedidas de andén de los tiempos heroicos del señor Romero Robledo.
Se hace la paz, la razón la aconseja, los hombres de sereno juicio no la discuten; pero ella significa nuestro vencimiento, la expulsión de nuestra bandera de las tierras que descubrimos y conquistamos; todos ven que alguna diligencia más en los caudillos, mayor previsión en los Gobiernos hubieran bastado para arrancar algún momento de gloria para nosotros, una fecha o una victoria en la que descansar de tan universal decadencia y posar los ojos y los de nuestros hijos con fe en nuestra raza : todos esperaban o temían algún estremecimiento de la conciencia popular; sólo se advierte una nube general de silenciosa tristeza que presta como un fondo gris al cuadro, pero sin alterar vida, ni costumbres, ni diversiones, ni sumisión al que, sin saber por qué ni para qué, le toque ocupar el Gobierno.
Es que el materialismo nos ha invadido, se dice: es que el egoísmo nos mata: que han pasado las ideas del deber, de la gloria, del honor nacional; que se han amortiguado las pasiones guerreras, que nadie piensa más que en su personal beneficio. Profundo error; ese conjunto de pasiones buenas y malas constituyen el alma de los pueblos, vivirán lo que viva el hombre, porque son expresión de su naturaleza esencial. Lo que hay es que cuando los pueblos se debilitan y mueren su pasiones. no es que se transforman y se modifican sus instintos, o sus ideas, o sus afecciones y maneras de sentir; es que se acaban por una causa más grave aún : por la extinción de la vida.
Así hemos visto que la propia pasividad que ha demostrado el país ante la guerra civil, ante la lucha con el extranjero, ante el vencimiento sin gloria, ante la incapacidad que esterilizaba los esfuerzos y desperdiciaba las ocasiones la ha acreditado para dejarse arrebatar sus hijos y perder sus tesoros; y amputaciones tan crueles como el pago en pesetas de las Cubas y del Exterior, se han sufrido sin una queja por las clases medias, siempre las más prontas y mejor habilitadas para la resistencia y el ruido.
En vano la prensa de gran circulación, alentada por los éxitos logrados en sucesos de menor monta, se ha esforzado en mover la opinión, llamando a la puerta de las pasiones populares, sin reparar en medios y con sobradas razones muchas veces en cuanto se refiere a errores, deficiencias e imprevisiones de gobernantes: todo ha sido inútil y con visible simpatía mira gran parte del país la censura previa, no porque entienda defiende el orden y la paz, sino porque le atenúa y suaviza el pasto espiritual que a diario le sirven los periódicos y los pone más en armonía con su indiferencia y flojedad de nervios. No hay exageración en esta pintura, ni pesimismo en deducir de ella, como en el clásico epigrama,
que una cosa tan bellaca no puede parar en bien.
Que contemplen tal y tan notorio estrago los extraños con indiferencia, y que lo señalen y lo hagan constar los que pudieran ser herederos de nuestro patrimonio con delectación poco disimulada, se explica: pero los que tienen por oficio y ministerio la dirección del estado no cumplirán sus más elementales deberes si no acuden con apremio y con energía al remedio, procurando atajar el daño con el total cambio del régimen que ha traído a tal estado el espíritu público.
Hay que dejar la mentira y desposarse con la verdad; hay que abandonar las vanidades y sujetarse a la realidad, reconstituyendo todos los organismos de la vida nacional sobre los cimientos, modestos, pero firmes, que nuestros medios nos consienten, no sobre las formas huecas de un convencionalismo que, como a nadie engaña, a todos desalienta y burla.
No hay que fingir arsenales y astilleros donde sólo hay edificios y plantillas de personal que nada guardan y nada construyen: no hay que suponer escuadras que no maniobran ni disparan, ni citar como ejércitos las meras agregaciones de mozos sorteables ni empeñarse con conservar más de lo que podamos administrar sin ficciones desastrosas, ni prodigar recompensas para que se deduzcan de ellas heroísmos, y hay que levantar a toda costa, y sin pararse en amarguras y sacrificios y riesgos de parciales disgustos y rebeldías, el concepto moral de los gobiernos centrales, porque si esa dignificación no se logra, la descomposición del cuerpo nacional es segura.
El efecto inevitable del menosprecio de un país respecto de su Poder central es el mismo que en todos los cuerpos vivos produce la anemia y la decadencia de la fuerza cerebral: primero, la atonía, y después, la disgregación y la muerte. Las enfermedades dice el vulgo, que entran por arrobas y salen por adarmes, y esta popular expresión es harto más visible y clara en los males públicos.
La degeneración de nuestras facultades y potencias tutelares ha desbaratado nuestra dominación en América y tiene en grave disputa la del Extremo Oriente; pero aún es más grave que la misma corrupción y endeblez del avance de las extremidades a los organismos más nobles y preciosos del tronco, y ello vendrá sin remedio si no se reconstituye y dignifica la acción del Estado. Engañados grandemente vivirán los que crean que por no vocear los republicanos en las ciudades, ni alzarse los carlistas en la montaña, ni cuajar los intentos de tales o cuales jefes de los cuarteles, ni cuidarse el país de que la imprenta calle o las elecciones se mixtifiquen, o los Ayuntamientos exploten sin ruido las concejalías y los Gobernadores los juegos y los servicios, está asegurado el orden y es inconmovible el Trono, y nada hay que temer ya de los males interiores que a otras generaciones afligieron. Si pronto no se cambia radicalmente de rumbo, el riesgo es infinitamente mayor, por lo mismo que es más hondo ́ y de remedio imposible, si se acude tarde ; el riesgo es el total quebranto de los vínculos nacionales y la condenación, por nosotros mismos, de nuestro destino como pueblo europeo y tras de la propia condenación, claro es que no se hará esperar quien en su provecho y en nuestro daño la ejecute.
SILVELA, Francisco: Sin pulso. Madrid:»El Tiempo». (16 de Agosto de 1898)

Vamos razonablemente mal

«Ya hemos tocado fondo, pero seguimos escarbando», me dijo un colega pesimista de la prensa de pago.

El optimista le replicó:

«Yo voy bien, sin entrar en detalles».

Y el presidente de un gran agencia de publicidad cerró el debate con esta sentencia:

«Nosostros vamos razonablemente mal».

Desde luego, cada uno habla de la feria según le va en ella. Y hay que tener mucho cuidado con lo que nos dice la competencia. A menudo oímos decir:

«A mi me va bien, pero el sector va fatal».

Como es habitual, El Roto nos ilumina con su sarcarmo, ácido y lúcido, para que no nos creamos las noticias; sólo las profecías.

Y mucho ojo con los economistas: son muy buenos para predecir el pasado.

Ahora que está remitiendo el pánico por la nueva gripe A , porcina o mexicana, la crisis económica vuelve a ser el centro de las conversaciones de ascensor, superando incluso al tiempo.

También ha vuelto la crisis a la primera página de El Mundo, a cuatro columnas, con este gran titular:

Salgado ve «brotes verdes» en la economía española

Elena Salgado recurrió a las bellas metáforas primaverales de Bernanke, presidente de la Reserva Federal de EE.UU, en su anuncio/profecía de los «brotes verdes» y en su indumentaria, pues vestía un estampado llamativamente florido.

Me ha sorprendido el silencio de El País en su portada sobre el Consejo de Ministros extraordinario de ayer y la posterior rueda de prensa de las dos vicepresidentas insuflando prudente optimismo sobre la marcha de la economía.

El País ha preferido una gran imagen del machego Iniesta con este pie de foto:

El Barça llega a la gran final en el último suspiro

Entre Elena Salgado y Andrés Iniesta, no se quién de los dos contribuirá más a animar la actividad económica. Me dicen que el fútbol es corazón. O sea, como la economía. Quizás, por eso, anoche más de media España estalló de júbilo, espontáneamente, al ver o escuchar el excelente golazo de Iniesta.

Han sido dos días fantást¡cos para el buen humor (y, por supuesto, para la economía) de los españoles, gracias al lehendakari Patxi López y al Barça extraordinario de Guardiola.

A la hora del partido, estaba con unos amigos en Madrid , sin televisión ni radio. Me enteré de gol al instante (¡digo en Madrid!) por el inmenso grito de júbilo que salió de las ventanas de las casas que nos rodeaban. Aunque, desde niño, soy del Atletic de Bilbao, me alegré enormemente de ese gol del Barça que lo llevó de golpe a la final de Roma. Soprendido por el ruido, los gritos y la fiesta de los vecinos me pregunté:

¿Acaso puede haber tantos seguidores del Barça en este barrio madrileño tan castizo?

La mayoría serían del Real Madrid o del Atlético de Madrid. Sin embargo, la alegría era extraordinaria. Así somos en Madrid, en Barcelona o en Bilbao.

Luego, de pronto, me preocupó la idea de que un Barça tan crecido podría caer en la tentación de querer acaparar los tres grandes trofeos del año: la Liga, la Copa de Europa y (hasta ahí podíamos llegar) la Copa del Rey. Para conseguir esta última tendría que ganar la final contra el Atletic de Bilbao el próximo 27 de mayo. Eso ya me parece demasiado. Lo digo por darle otra alegría al nuevo lehendakari López y un disgusto al honorable president Montilla y al presidente Zapatero.

Al final, el fútbol -derrochando júbilo- va a reaminar más a la economía española que las profecías de la vicepresidenta económica.

Como dice El Roto, el virus del miedo sí que es contagioso. Tanto como el de la felicidad. Yo llevo ya dos días razonablemente felices, sin entrar en detalles. Gracias a Patxi López y al gol de Iniesta.

Mañana será otro día.