Archivo de la categoría ‘Cine clásico’

Tarzán se hace centenario, en el cine

En blanco y negro

Johnny Weissmüller, excampeón olímpico de natación, es la imagen asociada en cine a Tarzán. Fuera en sus películas en blanco y negro o en color, una docena entre 1932 y 1948 y todas debiendo incluir la palabra «Tarzán» en su título, se convirtió en el verdadero rey de la jungla. Los que interpretaron después al célebre héroe creado por Edgar Rice Burroughs se quedaron en sucedáneos. El más reciente, un esforzado Alexander Skarsgård en La leyenda de Tarzán (2016) que por muchos efectos digitales y acción se quedaría a una diferencia abismal de la popularidad o los logros de las arcaicas cintas con Weissmüller.

El grito, el no menos famoso alarido de victoria de macho alfa simio, se oyó un poco antes, en 1929 y fue en Tarzán el tigre que protagonizó Frank Merrill. Era una película muda a la que se le añadió un sonido, más bien un fallido intento de gritito. Distaba muchísimo de esa potencia, de esa exhibición pulmonar inspirada en los cantos tiroleses, de las pelis de Weissmüller. Las comparaciones son odiosas, y en este caso aún mucho más (al final del texto pueden ver dos ilustrativos vídeos para contrastar). Y antes que ellos estuvo el pionero, Elmo Lincoln (con el joven actor Gordon Griffith para las escenas de la niñez) con Tarzán de los monos (Tarzan of the Apes), estrenada hace ya la friolera de 100 años, el 27 de enero de 1918 en Estados Unidos (cuatro años después de la primera de las novelas publicadas en libro, y cinco años y tres meses de la primera historia impresa en la revista pulp All Story Magazine).

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El primer orgasmo femenino en el cine, el de Hedy Lamarr en ‘Éxtasis’

En blanco y negro

Hedy Lamarr - Éxtasis (1933

( ©Slavia-Film, Gustav Machatý )

Hace 85 años. Un primer plano de un rostro femenino, bellamente esculpido, tumbado en la cama. Los ojos cerrados y los labios entreabiertos. Se intuye la excitación de su respiración, sus manos y brazos intentando suavizar los gemidos causados por el placer. A Hedy Lamarr se le recordará por ser una de las actrices más bellas de su generación, «la más bella» según algunos, aunque de entre las poco más de una veintena de largometrajes que protagonizó en Hollywood ninguna mereciera una calificación de diez. Sansón y Dalila (1949), La extraña mujer (1948), Cenizas de amor (1941), Fruto dorado (1940), Esta mujer es mía (1941) o Argel (1935) entre ellas. Pero las escenas que la hicieron inmortal, en el cine, estaban en Éxtasis (Ekstase, 1933), una producción checo-austríaca dirigida por el praguense Gustav Machatý.

Fue la primera película comercial y no pornográfica en mostrar el desnudo integral de una mujer y, ya puestos en el asunto, también un orgasmo, más o menos. Tanto su personaje, como el de su amante, un viril ingeniero interpretado por el alemán Aribert Mog, se mantienen completamente vestidos en el lecho. Caricias, besos y si hubo algo más, no se vislumbra. Hedy aún era menor de edad, 17 años, y dicen que mintió al director para lograr el papel. Éste le entregó un primer guion de apenas 5 páginas y que daban para casi hora y media de metraje. Se rodó en tres idiomas (checo, alemán y francés), aunque, con unas imágenes y una puesta en escena muy deudora del cine mudo, pocos diálogos y frases contenía.

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Bajo ‘La sombra de una duda’ de Hitchcock

En blanco y negro

La sombra de una duda (Shadow of a Doubt, 1943)

( ©Sony )

Del falso culpable al falso inocente. Hitchcock consagraba por primera vez el protagonismo de una de sus películas al villano. Le atrajo la idea de poner a un ser abyecto, el mal, en un apacible pueblo de esos en los que nunca ocurre nada o casi nada. En este caso un seductor asesino de viudas, Charlie (Joseph Cotten) para quien el cerco, con la policía y un par de detectives pisándole los talones, se le va estrechando. Su respiro será buscar refugio en casa de su hermana (Patricia Collinge), los Newton, en Santa Rosa (California). Quien le recibirá especialmente con los brazos abiertos es su sobrina (Teresa Wright), apodada «Charlie» en su honor y una joven que le idolatra.

La sombra de una duda (Shadow of a Doubt, 1943) tuvo su primicia mundial hace 75 años, un 12 de enero en Nueva York, y ponía en escena el contraste entre el bien y el mal, el asesino y el inocente, el perverso y el ingenuo, materializado en dos personajes similares. Charlie, que mata por dinero y por placer, tiene su reverso luminoso en la muchacha. De hecho, Hitchcock presentó a ambos personajes del mismo modo, tumbados en la cama.

En la escena de Charlie/Joseph Cotten, este se encuentra recostado en un discreto motel de segunda categoría y lo que destaca son montones de billetes de dólares esparcidos en la mesilla de noche y por el suelo. En la de Charlie/Teresa Wright la vemos recostada en su confortable habitación del hogar familiar. Ella tampoco tiene aún necesidad imperiosa de ponerse a trabajar, de la misma manera que su tío tampoco necesita matar para conseguir más dinero. Lo que se resalta de ella es que la joven Charlie está cansada de su día a día anodino, así como el carácter ingenuo y soñador, pensando que puede ser una visita de su amado tío la que le puede sacarla de su tedio. Con la llegada de Charlie, tío, a Santa Rosa será el humo negro del tren lo que anuncia la llegada de algo anormal, maligno, en ese lugar bucólico donde nunca pasa nada.

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Una habitación a oscuras con Grace Kelly y Cary Grant en ‘Atrapa a un ladrón’

Encuadres

Atrapa a un ladrón

( ©Sony )

Una habitación de un lujoso hotel a oscuras, fuegos artificiales perfectamente visibles con las puertas del balcón abiertas de par en par y una pareja de amantes. La escena podría ser un tópico de postal, una imagen idílica de la celebración del amor o de exaltación sexual si no fuera porque en la pieza de esta estancia con los deseos a flor de piel hay un componente especial que lo hace mítico, dos inquilinos de excepción: Grace Kelly y Cary Grant.

Grace Kelly fue una de las rubias preferidas del maestro Hitchcock, y de millones de espectadores y cinéfilos. Aún todo un icono de glamour hoy en día. Es lo que tienen algunas estrellas, cuyo fulgor tarda generaciones en apagarse si es que alguna vez termina de extinguirse. Personalmente, entre las actrices, siempre preferí a las morenas, con la maravillosa Gene Tierney en la cabecera. En cuanto a actores clásicos, Cary Grant y Humphrey Bogart (además de Groucho Marx, un galán atípico) son los que nunca me cansaría de ver, incluso por muy malas que fueran sus películas.

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Las adorables «hermanas» Bette Davis y Joan Crawford (¿Qué fue de Baby Jane?’, 1962)

En blanco y negro

¿Que fue de Baby Jane?

De entre todas las películas sobre exniños prodigio que al paso de los años se han convertido en birrias humanas, encapsuladas en un recuerdo de gloria fugaz, ¿Qué fue de Baby Jane? (What Ever Happened to Baby Jane?, 1962), protagonizada por las (ficticias) hermanas Hudson, es de las más grandes.

En la disputa, y a un lado del ring, la Baby Jane del título (Bette Davis), una exniña prodigio de angelicales ricitos dorados entonando melosas canciones con las que cautivar al público, la imagen idílica que tenía Norteamérica sobre la ingenuidad e infancia más candorosa; y al otro lado  del cuadrilátero, su hermana Blanche (Joan Crawford) que también experimentó tiempos muchísimo mejores, cuando era una actriz cotizadísima hasta que un fatal accidente de coche la hizo pasar de grácil y esbelta mozuela a mujer condenada a pasar el resto de su vida en una silla de ruedas, siempre dependiente del cuidado de los demás. Lo que ocurrió es que a lo largo de toda su convivencia y amor fraternal lo que se gestaron fueron celos y rencores. Un pasado amargando su presente, y por ello se dedicarán a lo largo de prácticamente toda la historia a putearse mutuamente.

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Han pasado 41 años, Travis, y todo sigue igual (‘Taxi Driver’, 1976)

Sunset Boulevard

Taxi Driver 1976

( ©Sony PIctures )

Travis desenfunda el arma frente a su propia imagen reflejada en un espejo mientras ensaya la frase “¿Me estás hablando a mí?” (You talkin’ to me). Más adelante se cortará el pelo al estilo de los indios tomahawk; o ensangrentado, se apuntará a la sien con el dedo a modo de arma (como seguramente su creador, Schrader, se habría imaginado a sí mismo mil veces antes), deseando desaparecer. La soledad, la depresión y una sociedad que uno siente le ha fallado parieron a Travis Bickle, todavía una de las figuras cinematográficas más icónicas y controvertidas. Excombatiente de Vietnam reconvertido en un insomne que aprovecha su trastorno de sueño para trabajar como taxista. Un pobre diablo adicto a los cines porno, un desgraciado al que temer u odiar, alguien que espera que algún día “la lluvia” limpie las calles de todas la escoria que la habita: prostitutas, macarras, ladrones, asesinos, yonkis y corruptos; alguien ansioso por apretar el gatillo contra algún objetivo humano.

Está el Travis reaccionario, racista, neurótico y paranoico. Un perturbado mental en una sociedad igualmente enferma en una década, los setenta, donde en cine triunfaban otros justicieros urbanos del calibre del Harry el sucio interpretado por Clint Eastwood o el justiciero Paul Kersey encarnado por Charles Bronson, todos ellos trazando su recorrido por el infierno situado aquí en la Tierra. Pero a la vez está el Travis lleno de pureza y buenas intenciones. también el patán ignorante, el hombre obsesivo y algo corto de entendederas o el soñador que fabula (escribiendo cartas a sus padres) con lo que querría que fuera su propia realidad. Estremece por la facilidad con la que nos repele o atrae, con la que podemos llegar a detestarle o amarle porque también está la otra cara de la moneda. Ingenuo, inocente, alguien que pide cariño en su silenciosa angustia.

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«Es un mundo extraño». 30 años de ‘Terciopelo azul’

Terciopelo azul

Isabella Rossellini en ‘Terciopelo azul’

La música elegante, evocadora y sinuosa de Angelo Badalamenti mece una tela de terciopelo azul a modo de cortina. Es la primera imagen, y sonido, del cuarto largometraje de David Lynch. Son los títulos de crédito y pronto darán paso a escenas idílicas de una (ficticia) población norteamericana llamada Lumberton: unas preciosas rosas rojas contrastando con un cielo muy azul, bomberos que saludan amablemente a su paso o colegiales cruzando libres de temor un paso de peatones, hasta llegar a un hombre que está regando tranquilamente el jardín de su casa. Todo de postal.

No transcurrirá mucho más tiempo para revelarnos que junto a ese remanso de paz convive algo oscuro, siniestro y repulsivo (quizá tan asqueroso como fascinante). El hombre que riega el jardín sufre un repentino ataque al corazón, un perro se acerca y aprovecha para beber del chorro de la desbocada manguera, sin dueño que la sujete, un bebé andando solo y desorientado cerca y allí mismo, a unos pocos palmos del cuerpo caído, la cámara nos acerca hasta ese submundo escondido mostrándonos centenares de hormigas inmersas en la frenética actividad de su propio otro cosmos.

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Doce perlas del cine erótico japonés

El imperio de los sentidos

( ‘El imperio de los sentidos ‘ )

Japón no solo nos ha dado grandes maestros como Kurosawa, Ozu, Mizoguchi, Kobayashi, Mikio Naruse o Hayao Miyazaki. También hay un buen puñado de clásicos que destacaron en el género erótico, y sin pixelar.

Varios autores de la década de los 60 y 70 del pasado siglo pusieron su granito de arena, y algo más, para romper los muros de los tabúes y crear un cine más libre y también más combativo, socialmente. Muchos de ellos se clasificaron dentro del subgénero japonés «pinku eiga» (también conocido en sus vertientes de «pinku violence» o «películas rosas»), por la proliferación de sus contenidos violentos y sexuales.

En España, el éxito más sonado fue el de El imperio de los sentidos cuyo título original, el de Ai no korîda, siempre me sonó un poco a lúbricamente gracioso (!). Aunque las más destacadas películas eróticas niponas no puedan considerarse precisamente así, divertidas, por grotescas o extremas que a veces sean sus historias.

Los protagonistas acostumbran a ser personajes atormentados, al borde de la locura; golpeados por las circunstancias de la vida o simplemente víctimas de una psicología compleja, en una comunión de placer y dolor, sexo y muerte. Un ejemplo, esta selección de títulos.

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No hay lugar para los segundones (‘Top Gun’, 1986)

Top Gun 1986

( ®Paramount )

«Caballeros, en esta escuela se aprende a combatir. No hay premio para el número dos». Lo decían, muy chulos ellos, en Top Gun. Y puede que la frase hoy en día no tenga nada de leiv motiv. En estos tiempos de crisis, también de valores, la lucha es otra. Lo importante es sobrevivir, ir haciéndose un lugar en el mundo, aunque uno no sea el mejor.

Pero entonces, las consignas de Top Gun, lideradas por su gurú y fuera de serie «Maverick» (Tom Cruise), fueron recibidas de otra manera. No solo fue un taquillazo en medio mundo sino que también lanzó el estilismo que más ha perdurado de las chupas de cuero militares, potenció la venta de gafas Ray-Ban y multiplicó por cinco los voluntarios que se apuntaron a formar parte de las Fuerzas Aéreas de la Armada de Estados Unidos.

Tony Scott plasmó unas prodigiosas imágenes aéreas y una filosofía de vida tan sencilla como efectiva. Top Gun invitaba a ser el número 1, al buen rollismo entre compañeros, a defender la patria de los enemigos externos. Y todo ello recompensado con el ligarse a la rubia más impresionante del lugar (aquí materializada en Kelly McGillis), que además no tenía nada de tonta. El sueño de todo machote ¿hetereosexual?

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Vídeo: ¿Qué películas tienen la mejor fotografía?

2001 Una odisea del espacio

( ‘2001: Una odisea del espacio’ ©Warner Bros. )

Personalmente me resultaría imposible confeccionar una lista breve de los mejores trabajos de fotografía de la historia del cine. A Scout Tafoya, crítico de cine y colaborador de la web Fandor, seguramente también. Por ello decidió preguntar entre su colegas cuáles serían sus diez favoritas. En total, una encuesta entre 60 compañeros.

El resultado, las 12 más votadas, le ha servido para elaborar un montaje en vídeo titulado Which Movies Have The Greatest Cinematography?

Echaremos de menos muchísimas, demasiadas, pero tampoco hay duda que entre las elegidas la dirección de fotografía fue magnífica.

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