Una habitación a oscuras con Grace Kelly y Cary Grant en ‘Atrapa a un ladrón’

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Atrapa a un ladrón

( ©Sony )

Una habitación de un lujoso hotel a oscuras, fuegos artificiales perfectamente visibles con las puertas del balcón abiertas de par en par y una pareja de amantes. La escena podría ser un tópico de postal, una imagen idílica de la celebración del amor o de exaltación sexual si no fuera porque en la pieza de esta estancia con los deseos a flor de piel hay un componente especial que lo hace mítico, dos inquilinos de excepción: Grace Kelly y Cary Grant.

Grace Kelly fue una de las rubias preferidas del maestro Hitchcock, y de millones de espectadores y cinéfilos. Aún todo un icono de glamour hoy en día. Es lo que tienen algunas estrellas, cuyo fulgor tarda generaciones en apagarse si es que alguna vez termina de extinguirse. Personalmente, entre las actrices, siempre preferí a las morenas, con la maravillosa Gene Tierney en la cabecera. En cuanto a actores clásicos, Cary Grant y Humphrey Bogart (además de Groucho Marx, un galán atípico) son los que nunca me cansaría de ver, incluso por muy malas que fueran sus películas.

Atrapa a un ladrón 1955

( ©Sony )

En Atrapa a un ladrón (To Catch a Thief) el venerado Alfred Hitchock obligaba a salir de su voluntario retiro en la Costa Azul a un ex ladrón de guante blanco, y héroe de guerra, llamado John Robie, tras la caza de otro amigo de lo ajeno con predilección por las joyas y diamantes. Su modus operandi es rápido y sigiloso, como un gatito, las mismas maneras que le valieron su apodo a Robie «el gato». Así que a Robie no le quedará más remedio que, en esa trama tan de Hitchcock del falso culpable, descubrir al verdadero ladrón para demostrar su inocencia. De paso, y fuera de la ficción de la pantalla, el gran Hitch logró otro propósito, sacarle de la cabeza a Cary Grant la idea de retirarse a los 50 años.

Grace Kelly representaba para Hitchcock uno de esos modelos tan queridos por él de «rubia gélida» cuya sexualidad no era ostentosa, fría por fuera, tremenda por dentro. En otra de las escenas más recordadas, su personaje, de apariencia tan refinada, educada y modosita, es el que tiene la iniciativa del primer beso al bueno de Robie y, por muy curtido que creía estar en esto de los asuntos de mujeres, cuando menos se lo esperaba.

Reconozco que cuando la vi por primera vez, hace bastantes años, me pareció una película «aburrida», y de lo mismo podría ser tildada según los estándares del público actual. Pero, ¿es aburrida?… para nada. Vista con el tiempo, Atrapa a un ladrón sigue exhibiendo hallazgos en cada plano, en cada secuencia magistral; y diálogos tan ingeniosos como cargados de segundas intenciones. Fue una de las películas más taquilleras de Hitchcock. Poco después trajo otra recompensa por parte de los colegas de la industria, la del Oscar a la mejor fotografía en color para Robert Burks.

Aunque la perspectiva del tiempo también nos golpea con una trágica ironía, la de pensar que la misma Grace Kelly, ya como princesa de Mónaco en lugar de actriz, encontraría veintisiete años después la muerte, un 14 de septiembre de hace 35 años, precisamente en una de esas curvas de la Riviera Francesa en las que Grace y Cary rodaron unas secuencias en coche y un breve picnic en un alto en el camino. La realidad tiene estas collejas. Pero afortunadamente las imágenes, interpretaciones y genialidades autorales cortesía de Hitchcock permanecen para reconfortar nuestros sentidos.

 

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