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Si la arquitectura te rodea, deberías empezar a fijarte en ella

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Mitos y torres que se caen

Mientras estudiaba, era frecuente que algún famoso arquitecto viniese a la universidad para darnos una conferencia o una clase magistral. En una ocasión, uno de esos afamados compañeros, acudió para hablarnos de sus obras. Yo esperaba aquella charla con verdadero entusiasmo porque unos años antes había estado estudiando como jefe de obra un proyecto suyo, una iglesia que finalmente no llegó a realizarse.

gottfried böhm, pilgrimage church, neviges 1963-1972

Iglesia de la peregrinación en Neviges, Alemania. Arq:Gottfried Böhm. En algunos aspectos parecida a aquella iglesia de la que os hablo. Foto de Seier+Seier

Cuando aquel hombre al que todos a mi alrededor veneraban, empezó a hablar, contó  cómo elegía un material, unas veces vidrio, otras aluminio, otras piedra y decidía que así iba a ser la próxima vivienda que realizase. Así, cuando un cliente entraba por la puerta del estudio para pedir una casa, le encasquetaban la casa de determinado material, ya estuviese en mitad de un páramo de León o en la soleada Mancha. Y de aquel rostro, que asomaba risueño sobre las gafas de marca, salió aquella frase que aún hoy puedo oír :

¨….y cuando le veo entrar por la puerta en mi cabeza resuena una palabra….VIDRIOOO¨.

Tras el jolgorio general del auditorio y la enorme sonrisa de satisfacción de mi ídolo caído, quedó mi desesperanza. Uno pensaba y piensa que la arquitectura no es un juego con el que modelar estatuillas y formas a mayor gloria de su autor, que hay que ponerle cariño a las orientaciones y a los materiales, al confort y la usabilidad de ese lugar donde -nada menos- nuestro cliente pasará probablemente el resto de sus días. Y mientras yo, que había entrado al salón de actos admirándole, me hacía cruces, él caminaba por el estrado de un lado a otro con la sonrisa de suficiencia del que se sabe aupado al éxito entre los aplausos y la aceptación de sus acólitos.

Nota del arquitectador: Todo lo anterior no quita para que me siga atrayendo la arquitectura de este autor, al que no voy a mencionar, aunque os aseguro que he estado tentado, de verdad. Así para no azuzar los malos pensamientos he buscado una ilustración de un autor con el que no tengo ninguna relación, aunque la iglesia de la foto, tiene algunas similitudes formales con aquella que no llegamos a levantar.

 

 

¿Hay arquitectura después de la muerte?

Nunca había imaginado nada tan kitsch como esta tumba-dormitorio de la casa del finado, a escala real, para que no eche de menos nada y lo tenga todo muy a mano.

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Cuando hablamos de arquitectura, imaginamos de una u otra forma los espacios y lugares donde nos gustaría pasar etapas o situaciones de nuestra vida, pero rara vez visualizamos ese lugar donde preferiríamos terminarla. Todo lo más, decidimos que es mejor terminarla en horizontal, sobre un cómodo tálamo y con nuestros deudos reunidos en torno a nosotros, unos con desgarrado dolor y otros con ansiado alivio, pero  no vamos más allá.

Viene al caso por que he leido esta entrevista a Juhanii Pallasmaa, arquitecto finlandés (juro por Akhenaton, que yo tampoco lo conocía) y no he podido evitar fijarme en la última pregunta que le hacen:

«….P: ¿Donde le gustaría morir?

R: Me he inspirado bastante por las pinturas de comienzos del Renacimiento, y estoy constantemente buscando libros acerca de ese periodo. Al observar la pintura de Fra Angélico “San Cosme y San Damián, bla,bla,bla,bla…»

Yo, confieso que es un momento que he decidido procrastinar hasta el infinito y más allá, pero cada vez que visito un cementerio, y veo esas lápidas, esos panteones, aquellos mármoles y columnas que rememoran arquitecturas en las que vivimos, no puedo sino pensar en aquel que las diseñó y el mal cuerpo con el que debió quedarse la criatura.

Sin embargo y mira tú por donde, los arquitectos pusimos más interés, más cariño desde el principio de los tiempos en los proyectos para muertos que en los que destinados a los vivos. Ahí están las mastabas, las pirámides… y sin embargo poco más queda de aquellas antiguas civilizaciones.

Más allá del lugar que nos va a albergar, al menos mientras los gusanos se nos meriendan, quizá debiera tomar importancia el diseño de un buen lugar para morir, y es que no se me ocurre nada peor que mirar a tu alrededor en el último momento, más allá de esas caras compungidas y pensar :  «¡vaya mierda de sitio!».

Nota del arquitectador: A pesar de que los usuarios de estas arquitecturas son los clientes que menos problemas dan, los que jamás se quejan, yo preferiría diseñar para los vivos. Por aquello de la conversación y de que solemos cobrar mucho más después de que el usuario tome posesión de la obra.

 

Para el buen albañil, para su peón…

Vivimos en un país de ladrillo (hoy en día, decir esto es como nombrar la bicha, pero eso lo dejo para otro post) por muchas razones. Lo es por tradición y por historia, y también por que tenemos tanta arcilla en nuestra tierra como sol en nuestro cielo.

En mis comienzos, uno de los arquitectos con los que trabajaba me dijo que seguíamos haciendo las cosas como los caldeos, que había que intentar hacer las obras sin ladrillos, sin mortero. Obra seca. Sin cubos de masa.

Y él lo intentaba, creedme. Pero después de muchos planos y muchas definiciones previas, al final siempre llegaba un tipo con el mono dos tallas más grandes y un cubo italiano a rematar aquello con una paleta y una buena pellada de yeso o mortero. Por la cara del arquitecto del que hablo, se sucedían distintos tonos, desde anaranjado al morado, y se oían sus bufidos del último sótano a la cubierta.

Con el tiempo aprendí que el oficio de albañil no era poner un trozo de ladrillo aquí y otro allá, sino que el verdadero, el auténtico profesional del ladrillo era un tipo que no iba a ningún lado sin su nivel y su goma de agua, sin su plomada ni sus miras a las que cuidaba más que a sus hijas adolescentes, y que había cosas para las que era imprescindible en una obra.

Dentro de unos años, hablaremos de ellos con cierta reverencia, estoy seguro, con esa nostalgía de los oficios perdidos. Y solo los que entonces seamos muy mayores los recordaremos.

Por el momento os dejo un vídeo que merece la pena ver. Pocos, muy pocos profesionales hoy en día son capaces de hacer ésto os lo puedo asegurar. Ah, y un regalazo, la banda sonora, que por cierto podéis comprar en iTunes y que es un jitpareid de muchos kilates.

Construcción de una bóveda de crucero sobre dos arcos rebajados. Con un par… de arcos.

Van un francés, un inglés y un español…y el español construye la obra

Ayer leí, con una malévola sonrisa, que los alemanes llevan dos años de retraso en los trabajos del nuevo aeropuerto de Berlín y, por tanto, también en la inauguración, con la mala imagen que eso conlleva. Y no daba crédito, óiganme  Eso lo tenemos en la piel de toro más que superado. Es posible que el aeropuerto, centro cultural o museo del botijo no llegue nunca a abrirse, pero, hombre de Dios, aquí le organizamos una inauguración que ni la boda de un cantaor. Tanto si está terminado como si no.

Y es que en tecnología punta no vamos a enmendarles la plana a nuestros entrañables teutones. En automoción nos llevan kilómetros de ventaja – ¿lo pillan?-, pero en construcción, ay, amigo, ahí les hemos dado. En este país nuestro, donde la mayoría de las grandes empresas son extranjeras: ¿no les llama la atención que no haya grandes empresas francesas, alemanas o incluso estadounidenses liderando nuestro ranking de grandes constructoras?. Y no ya en el liderazgo, sino ni siquiera presentes en la lista. Al contrario, las grandes y medianas empresas españolas son auténticos y temibles rivales en los concursos para realizar grandes las obras internacionales. Como ejemplo otra noticia de ayer mismo: la construcción de la nueva sede del museo del Louvre en Abu Dhabi por una empresa española.O esta otra: la posible contratación de 50.000 viviendas en Argelia.

 New Airport Under Construction

Construcción aereopuerto en Amman. Foto de Mikecogh
 

Para explicarme ese fenómeno, alguien me dijo una vez :

-«…..Miguel, en España para trabajar en construcción hay que ser muy listo, porque todo el mundo quiere engañarte…..»

Como ejemplo algo que ya escribí una vez:

Comencé a trabajar en una obra donde la empresa constructora era extranjera. Aquellos pobres europeos sudaban sangre española en su intento por explicar porqué en este país del sur no lograban  lo que sí habían hecho en otras grandes obras en remotos países del tercer mundo.

Un día, en una reunión de alto nivel, ante el arquitecto de la obra, los promotores y otros técnicos de todo tipo, el director de la constructora, un francés educadísimo, un auténtico gentleman, viendo la jugada que le estaban haciendo entre todos, puso sus manos abiertas en la mesa y tras enarcar como pudo una ceja, espetó:

-”…señogues, si de vegdad van a hacegme haceg eso, sincegamente, yo…ME ENFADO”.

Yo, que era el último mono de entre los muchos últimos monos que estábamos allí, supe que se la iban a liar. Un caballero en una taberna de rufianes, acostumbrados a peleas en callejones, solicitaba un duelo de honor al amanecer tras el campanario y con padrinos. Alguien lo atravesaría con una daga traidora antes del alba. Y así fue.

Hoy, que ha pasado casi un cuarto de siglo, sigo sin ver constructoras extranjeras en  España y puedo decir, (y además creo que hace falta decirlo ahora más que nunca) que aquí tenemos un valor propio que va más allá de los sistemas de aseguramiento de la calidad, los protocolos de actuación y las estrictas planificaciones de proyecto: la impagable capacidad de reacción necesaria para que cualquier actuación, ya sea en una obra o en la gestión de un estanco, salga adelante y no se detenga ante la más grave de las eventualidades. Y eso, en un sector que atraviesa por el momento actual, hay que tenerlo presente y felicitarnos por ello.

Y en todo caso, ofrecernos a terminar los aeropuertos allá donde estén, claro está. Faltaría más.

Nota del arquitectador: La maldad no tiene límites. Lo cierto es que los retrasos no son porque nuestros rubicundos compañeros de la Unión Europea no presten la atención debida a la obra, sino por problemas políticos, pero claro, no todos los días podemos salir victoriosos en algo. Que no todos los días hay fútbol.

La casa por el tejado, o al revés

Empezar la casa por el tejado es algo verdaderamente complejo, aunque algún día hablaremos (por ejemplo) de las torres de Colón, que se hicieron así más o menos.

Demoler un edificio comenzando por abajo en lugar de desde arriba tampoco es precisamente fácil. Que sí, que todo es ponerse, pero hay que darle mucho a la materia gris para que a uno se le ocurra la maldita idea de no dejar ni un solo pilar de la planta inferior, quedarte al lado del edificio y que tu esfínter no haga el vacío. Y no quiero ni pensar en lo que tiene que pasar después de que se te ocurra, para que alguien (el que tiene el parné, para costearlo) flete un barco y te ponga rumbo a Japón. Y es que si tan descabellada idea se le puede ocurrir a cualquiera, solo a estos nipones les puede salir bien.

Pues sí señor, estos señores serios y protocolarios, además de untarse el morro a base de bien en los programas de televisión, han puesto en práctica un sistema de demolición inversa de edificios que consiste en «bajar» el edificio mediante gatos hidráulicos demoliendo las plantas de abajo a arriba, sin montaje de andamios, sin peligrosas detonaciones, sin riesgos (?) para los operarios…

Hace aproximadamente unos 16 años, tuve la suerte de participar en la construcción del nuevo edificio politécnico de la universidad de Alcalá de Henares, donde construimos la bóveda circular del salón de actos en el suelo para subirla de una sola pieza a su lugar. La instalación de la grúa que se utilizó y que tuvo que venir de allende los Pirineos, tardó casi tres días completos. En el momento de la subida, yo andaba por allí, transmisor en mano, rezando para que no hiciese viento. Y en el momento en que la cúpula estaba sobre mí, llegando a su destino, de repente me pregunté: ¿Y si la hubiésemos subido con unos gatos aunque fuese más caro? En fin, la cúpula allí está, cubriendo algún que otro discurso.

Siempre he dicho que es un placer ver crecer los edificios, pero os diré que me causa verdadera desazón verlos mermar. Menuda metáfora macabra de nuestra propia existencia en la que nacemos, crecemos, nos reproducimos (algunos), decrecemos (esta parte siempre se la saltan) y morimos.

Sistema de demolición inverso. Esos japoneses son unos tipos de cuidado, ya lo dijo McArthur.

Pies fríos, zapatos sucios

Llego aquí tan de rebote, de manera tan inesperada, que me resulta muy difícil presentarme así, a lo vivo y sin anestesia de ningún tipo.

Y no me refiero solo al blog, sino a la arquitectura y a la construcción en general.

Servidor, que llevaba camino de habitar en un banco del parque (juro por Akhenaton, que en una ocasión suspendí  hasta gimnasia) terminó por estudiar, siquiera no fuese por no oír a su santa madre. Le fui sacando el gusto a aquello y al final he pasado más de la mitad de mi vida en un aula. La mayor parte de ella en el lado malo del pupitre y el resto en el lado bueno, como profesor, por aquello de que estás solo y todo el mundo te escucha (?).

La otra mitad la he vivido en la obra. Pisando barro, subiendo a forjados sin hormigonar y sufriendo por todo. Que si se ponga usted el casco, que si me pone usted un hierro más aquí, que si no le importa me vuelve a hacer ese tabique de allí, sí el tabique que está más torcido que la nariz de un boxeador, oiga que me da igual que su abuelo fuese de Pisa, que aquí somos así de caprichosos y nos gusta derecho.

Uno es lo que podéis leer ahí arriba, a la derecha. Y el espíritu de este blog es hablar de arquitectura y construcción,  de urbanismo y de ciudadanía  que al fin y al cabo todo ello, arquitectura, construcción y urbanismo son la misma cosa, formas de cubrir las necesidades de los ciudadanos y mejorar su vida. Y como se trata de ciudadanos, y no solo de arquitectos, procuraré huir de lenguajes académicos y de conceptos abstractos, pues creo que no son necesarios para descubrir la mejor arquitectura, ni siquiera para explicarla. Es más, os diré, y lo repetiré con frecuencia, que la buena arquitectura no se explica. Se hace comprender perfectamente ella solita

Plaza Mayor de Madrid. Dibujo a tinta de Miguel Morea

 

En definitiva, que he renunciado tras todos estos años a tener los zapatos limpios y los pies calientes, que me gusta salir a la calle, pisar las obras, que soy carne de jubileta apostado tras una valla, mirando ese hormigón que cae sobre la zanja y acabaré el día menos pensado con la nariz como un boxeador  al chocarme con un árbol por mirar de forma constante hacia arriba en lugar de donde pongo los pies. Pero mientras llega ese día, os espero por aquí descubriendo lugares.

Nota del arquitectador: Os decía más arriba que he llegado aquí por casualidad, y es que no estaba en mis planes ésto de la construcción. Porque no, no pretendía ser lo que soy cuando era un chaval. Yo lo que quería era ser cajero:

-¿Para manejar mucho dinero, hijo?– decía mi señora madre.

No, para hacer cajas, mamá.

Y despues de todo, quizá no iba tan desencaminado.

Pero ojo con las cajas, que aunque en estos días se habla despectivamente de ellas, no son poca cosa. La catedral de Reims, el museo Guggenheim o el panteón de Roma, también fueron y son cajas.

 

 

No volveremos a hacerlo

Cuando en el final de los ochenta estudiaba arquitectura técnica, teníamos en Madrid una clase de maderas con un tipo que sabía las virutas de serrín que había en cuarto kilo. Recuerdo –es una de las pocas cosas que se me quedó grabada- que nos decía que cuando en la obra alguien cogía un trozo de madera y lo olía intentando adivinar la calidad, la clase o vaya usted a saber que cualidad no tangible, podíamos tener una absoluta certeza: el tipo era un cretino y no sabía nada de maderas.

Al comenzar a trabajar, un par de años después, empecé a ver como en las obras, hay todo tipo de actitudes en los recorridos de los técnicos por las mismas. Algunos acarician los tabiques con mimo de enamorado, otros dan dos golpecitos suavemente en las puertas, los hay que, frunciendo los labios sobre el mentón en un semicírculo perfecto mueven la cabeza rítmicamente arriba y abajo como aquellos perretes de bandeja trasera de coche, aseverando la calidad o dudando de la misma. El gesto vale para todo. Y si, algunos huelen las cosas.

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Un día, un superior mio, vino a la obra y ante unas puertas de madera noble que estábamos instalando se agacho, cogió un trozo de cerco, me miro fijamente, lo olfateo con fruición y volvió a mirarme. Yo, que recordé aquellas enseñanzas sabias, hice de tripas corazón  me agaché, cogí un trozo de madera, lo olfatee cual sabueso y dije ¿no está mal, eh?. Mi jefe sonrió satisfecho y pasamos al siguiente asunto.

Viene al caso, por que acabo de ver la última escena de «Quemar después de leer», esa en la que un jefe de una agencia de inteligencia norteamericana le pregunta a un subordinado tras un enredo fenomenal, qué habían aprendido, y el otro, que en realidad no tenía ni idea, le contesta «..a no volver  a hacerlo,…supongo,…sea lo que sea que hayamos hecho».

Vivimos tiempos raros para los que trabajamos en construcción, y yo también me pregunto, ¿que habremos aprendido de todo esto?. Y claro, así, sin madera que oler, no se me ocurre nada.

Nota del arquitectador: Durante los últimos días he leído en más de un lugar que la solución a nuestros problemas de hoy está en sentar las bases para poder volver a construir. Si eso no se merece este post, no sé que más puede hacerlo.

Proyectando cuando no hay proyectos

Detrás del silencio de las ultimas semanas no se esconde la abulia ni la falta de temas, sino un profundo sentimiento de lejanía entre este humilde arquitectador y la arquitectura. Y no es falta de atracción entre nosotros. Es que la muy…me ha salido casquivana y se ha ido con otros.
Y no es que yo la haya tratado mal. Al contrario, me empeño cada día en quererla bien, en tenerle llenita la nevera, que decía aquel, en idearla con cariño, con mimo, en crearla donde puedo. Pero no parece importarle.
Por el camino, y sabedor de que no podré olvidarla, me haré amante consentidor, y soportaré con resignado silencio que vaya de aqui para allá con unos y otros. Incluso con otras.
Y como todo amor, estúpido y desproporcionado, injustificado e irreal, este mío continuará. Y seguiré haciendo proyectos, aunque nadie los compre, aunque nadie viva en ellos, con la esperanza de que ella y yo coincidamos un día en que alguien pueda gozar de nuestro amor y llenar los espacios que creemos juntos.
Como una familia.
Nota del arquitectador: En estas semanas hemos ideado algunas modificaciones en la casa de un amigo, ideas etéreas que van tomando forma. Y que bonito es cuando a la gente le gusta mínimamente lo que propones.