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Si la arquitectura te rodea, deberías empezar a fijarte en ella

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La habitación de invitados o cómo arruinar un espacio y una buena amistad

Este fin de semana de comienzo de verano he sido invitado de unos grandes anfitriones. Ellos, como todo buen anfitrión, han puesto su casa a disposición de los advenedizos Gorrónez que hemos dado buena cuenta de sus viandas, disfrutado del confort de sus instalaciones y degustado sus fermentados y destilados con fruición. Esto ha hecho que recuerde algo que escribí en otro tiempo:

Medir la arquitectura residencial en tiempo es una práctica poco habitual, pero que personalmente creo que da un enfoque muy pragmático a lo que va a ser nuestra casa. Un criterio de proporcionalidad entre cantidad y calidad de espacio y tiempo que vamos a pasar en él.

Aquí, habrá quien piense que su cónyuge pasa demasiado tiempo en el baño, y que con estos criterios, su contrario/a, construiría un baño quitando espacio a la cocina y al dormitorio y se dejaría sus buenos denarios en mármoles, espejos y lozas que hiciesen de tan íntimos momentos, un placer de dioses.
Pues no seré yo quien lo niegue, pero sin llegar a eso nos encontramos a menudo con casos en los que la visión directa de la medida tiempo ofrece un catálogo de incongruentes alegrías que nos permitimos en el diseño de nuestra vivienda y que a largo plazo genera espacios vacíos de vida y llenos de trastos o simplemente metros cuadrados sin uso definido, cuando en nuestros quehaceres mundanos precisamos de esos metros y no podemos disponer de ellos.
Me estoy refiriendo a dos elementos, que en las viviendas de 60-100 m2 que podemos habitar (en el mejor de los casos) son, a mi modo de ver, un lujo absurdo y un derroche de metros cuadrados  que no podemos permitirnos: el recibidor y la habitación de invitados.

Reconozco que si el primero me altera los biorritmos e incluso los algoritmos, cuando estoy buscando infructuosamente los metros para que el cliente pueda colocar una nevera como es debido, el segundo hace que me salten las alarmas, tics nerviosos en el párpado y una incontinencia verbal irrefrenable.

 

Os juro por Akhenaton que no he encontrado una foto más apropiada. ¡Lo que me costó decirle que precisaba la habitación para meter trastos!

 

Y es que medido en tiempo, ese famoso dormitorio de invitados, es en el mejor de los casos utilizado un fin de semana cada dos años, lo que supone 2/730= 0.0027 = 0,27% del tiempo de uso, sin embargo, no es descabellado encontrar un dormitorio de 10m2 en una casa de 60 cuyo único uso es ese, es decir 10/60= 16,67% del espacio utilizado en una habitación que no usamos.

Desde mi punto de vista, justificar el 16% del espacio requeriría un 16% del tiempo de uso (o al menos aproximarnos) y eso supone que tener invitados 58 días al año, es decir, dos meses.Y yo comprendo que queráis agasajar a vuestros invitados, pero es que una cama hinchable colocada en un salón que tuviese 10m2 más del que tiene vuestro hogar, es perfectamente asumible, me parece, cuando el uso va a ser tan limitado, y las ventajas de 10 m2 más de casa son, queridos míos, inenarrables.

Nota del arquitectador: El día que tengáis durante 58 días invitado a alguien en casa habréis de asumir que ya dejó de ser invitado y vive allí, por lo que habréis de comunicarle por escrito que ha de participar en los gastos de manutención, comunidad, limpieza y demás. Mano de santo para volver a disponer de esa maldita habitación de invitados y poder seguir acumulando trastos.

Maldiciones de la arquitectura cotidiana: la cocina-pasillo

Os lo voy a confesar. Cada vez que veo esas cocinas-pasillo en las que no cabe una mesa para comer, recito todo el santoral bien adornado con gruesos epítetos  Rememoro varias generaciones de redactores de planes urbanísticos, de promotores, de arquitectos y hasta de amas y amos de casa por engendrar o permitir esta aberración social.

Me explico. Pertenezco a esa generación que tenía prohibida la entrada al salón de la casa salvo en ocasiones especiales, en las que para entrar había que bajar descolgado del techo -en plan Tom Cruise en misión imposible- y permanecer arrobados, mirando la televisión en torno a un sofá inmaculado cubierto con una tela guardapolvo antiniños. La vida en aquel entonces, la realizábamos en la cocina o en un pequeño cuarto cercano a la misma.

Una cocina puede ser tendedero, comedor y granja de animales

Una buena cocina puede ser tendedero, comedor y granja de animales

Esta forma de vida, heredada de nuestros rurales ancestros tiene la lógica aplastante de la necesidad. Nuestros abuelos aprovechaban el calor de la cocina para conformar en torno a ella el hogar. Bancos de madera, escaños y largas mesas que albergaban el sustento de catervas de infantes -necesarios para cultivar el campo- servian para rematar una amplia estancia en la que se hacía casi el cien por cien de la vida diurna. Esta disposición  con las lógicas diferencias regionales, fue en nuestro país -eminentemente rural- una constante durante siglos, hasta que la revolución industrial -tardía en la piel de toro- trasladó el grueso de la población a las ciudades, y otras formas de hogar surgieron para degenerar en esa cueva alargada que hoy llamamos cocina y en la que no pueden circular dos personas en paralelo o girar paellera en mano, supone un ejercicio de inverosímil contorsionismo.

Yo os maldigo durante varias generaciones, inventores de la cocina-pasillo, y os condeno a hacer una fuente de torrijas al día, en semejante engendro arquitectónico.

Pero vamos al turrón. Ésta deformación del espacio, que sirve para no poder cocinar ni vivir todos juntos cómodamente, es culpable de que los habitantes de la casa se desperdiguen y estén cada uno a su propia pantalla o tablet, según gustos, y procede de la necesidad imperiosa que nos hemos generado de tener cuatro habitaciones en ochenta metros cuadrados. Cuatro habitaciones para familias de cuatro o cinco personas, una puerta que nos pueda separar a cada uno de los demás por encima de todo. La intimidad lo llaman. El desarrollo individual de la personalidad. El derecho a uno mismo.

Pamplinas.

Cuando un cliente me encarga la remodelación de su casa, lo primero que hago es imaginar la casa sin tabiques. Tirarlos todos mentalmente. Después y en función de las necesidades de la familia en cuestión, habrá que distribuir espacios, sí, pero ¿hay que hacer tabiques y puertas por todas partes? ¿de verdad necesitas más habitaciones que miembros tiene una familia? ¿de verdad la zona común tiene que estar dividida en cocina-salón-estar-comedor? ¿seguro que quieres perder un quince por ciento de tu pequeña casa en pasillos tubo y sacrificar un espacio donde convivir?

Ahí lo dejo.

En breve y cuando me recupere del sofocón, os caerá una buena reprimenda por esa otra patochada que os ronda la cabeza: la habitación de invitados.

Nota del arquitectador: Os va a caer la del pulpo.