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Si la arquitectura te rodea, deberías empezar a fijarte en ella

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Los arquitectos zombies atacan de nuevo

Cuando aquel cliente me dijo que rescindía el contrato no pude resistir el impulso de abalanzarme sobre él. Quizá no fuese una buena idea seccionarle el cuello de un mordisco y dejarle vagando por la ciudad para que propagase la epidemia, pero ya no puedo volver el tiempo atrás.

Desde aquel día, en que la ciudad se fue llenando de zombies, yo busco a todas horas algo que proyectar, pero no consigo nunca preguntar a los clientes como es el proyecto que desean, algo me hace indagar antes entre sus jugosas vísceras cuáles son sus deseos, y finalmente aunque el sabor de su bazo o de sus intestinos me indique si son más de cubierta plana o de tejado de pizarra, nunca consiguen terminar de darme toda la información antes de que llegue otro arquitecto-zombie con una bajada de honorarios y un hambre feroz.

Cuando el hambre de proyectar aprieta...

Cuando el hambre de proyectar aprieta…

Nunca pensé, antes de convertirme en arquitecto-zombie que el sabor del humano proporcionase tanta información sobre las necesidades de sus hogares. He visto abogados-zombies indagar sobre los actos de sus defendidos mientras le masticaban los abductores, sastres-zombies que tomaban medidas exactas a aquellos cuerpos que iban desmembrando y por supuesto constructores-zombies que meditaban como clavarle un precio contradictorio por un añadido en el proyecto, a ese cliente que gritaba aterrorizado entre sus mandíbulas.

Ayer, mientras vagaba por una callejuela devoré medio cuerpo de un hombrecillo que yacía en una esquina. Su ácido aroma me indicó que era el banquero que no le dio el crédito a aquel primer infeliz al que mordí para poder comer. Le miré a los ojos con compasión y comprendí que no era yo el que había extendido la epidemia.

Tengo que decir que su sabor no era de lo mejor, pero no pude dejarle allí entero. Es curioso, mientras lo saboreaba supe que deseaba con todas sus fuerzas un unifamiliar de líneas rectas y grandes cristaleras. Yo podría habérselo hecho, pero no con el estómago vacío.

Ñam.

Nota del arquitectador: Recordatorio, no más maratones de The Walking Dead ni más clientes perdidos porque los bancos no sueltan la pasta.

 

 

Aún se pueden inventar cosas con el ladrillo

En nuestro país, el ladrillo, el aparejo, ha sido el centro de la construcción durante muchos años. El ladrillo ha dado nombre incluso al sector de la construcción y así se denomina hoy a esa burbuja cuyo estallido nos ha dejado el cuerpo lleno de metralla en forma de deudas, las industrias al igual que los muros se llaman fábricas e incluso hay una profesión, que toma su nombre de la forma de colocar ladrillos, el aparejador o arquitecto técnico.

Parece mentira, que después de unos cuantos miles de años, nos hayamos anclado en la abundancia de arcilla en las tierras patrias para no innovar más allá de cambiar colores, texturas o tamaños a esas piezas que imitan hasta los juegos infantiles. Por eso me encanta leer esta noticia en la que un jubilado, uno de esos personajes de la urbe que parecen  gozar desde el otro lado de las vallas apuntando todo aquello que se hace mal a este lado, dentro de las obras, ha ido más allá y tras años de dibujos, pruebas, prototipos y el tedioso y desesperanzador proceso de conseguir una patente (1) ha inventado un ladrillo autocentrable que tiene como característica principal el encaje de unas piezas en otras para su mejor y más rápida colocación.

Andrés Villamarín, el inventor de los ladrillos. Foto de Elena Villamarín.

Andrés Villamarín, el inventor de los ladrillos. Foto de Elena Villamarín.

 

Después de analizarlo y buscarle todas las pegas posibles, he de reconocer que tiene una lógica aplastante y que a falta de probarlo y ver su evolución y comportamiento en el tiempo, la cosa tiene esa sencillez de las cosas geniales, mejorable seguramente, pero llena de promesas. Lástima que no haya en este momento obras donde probarlo debidamente.

Dice su inventor, que además son antisísmicos, cosa que habría que ver mediante pruebas, y que espera la llamada de aquél que lo quiera fabricar. Desde luego si a este país le falta algo es inversión, porque inventiva y materia gris tenemos tanta como arcilla. Lástima que le hayamos sacado más partido a ésta última.

Foto de los ladrillos patentados, gentileza de ladrilloantisísmico.com

Foto de los ladrillos patentados, gentileza de ladrilloantisísmico.com

(1) Nota del arquitectador : Me encanta esta historia por dos razones, primero por ser una innovación en un sector, el de la albañilería, con una tradición inmovilista que data de antes de que las murallas de Jericó se edificasen y segundo porque yo mismo estoy incurso en un proceso de patente y no puedo sino solidarizarme con cualquier español con una idea que tenga los bemoles suficientes como para llegar a buen puerto con ella. Que infierno señores, que infierno….

 

Toyo Ito, un premio Pritzker insatisfecho

Hoy, estaba planeado publicar un post incendiario sobre otro asunto, pero claro, van estos chicos del Pritzker y sacan la nota de prensa con la concesión del galardón a Toyo Ito y la actualidad manda.

Si tengo que describir la primera imagen que se me viene a la cabeza al pensar en Toyo Ito es una fachada tramada con distintas y aparentemente anárquicas formas, a modo de red irregular, con huecos triangulares, rasgones curvados o incluso formas amorfas. Este mismo ejercicio lo ha hecho Toyo Ito llevando esa imagen a la planta y en varias ocasiones, compartiendo esto en planta y alzado. No es, por supuesto, lo único que ha hecho, pero desde luego es una imagen marca de la casa, aunque Toyo Ito no se define con una sola imagen.

¿Cuantas asignaturas se pueden aprobar con esta misma fachada? Más de cuatro, os lo juro / TOD’S Omotesando Building, 2002—2004, Tokyo. Photo by Nacasa & Partners Inc.

El bueno de Toyo Ito, además, como todos los grandes arquitectos japoneses, aporta a la arquitectura una buena dosis de limpieza de formas y de bla,bla,bla,bla…esto lo podéis leer en esos blogs buenos de arquitectura, que los hay a centenares y mucho más versados que éste. Si es que a mí ,Toyo Ito -discúlpeme maestro- no me gusta, a mí el que me gusta es Tadao Ando, y el bueno de Sigheru Bahn que mira tu las cosas que se le ocurren -construir con cartón y cortinas, que arrestos tiene el tío- pero rayos y truenos, Tadao Ando ya ganó el Pritzker en el 95 y el post va a quedar muy desfasado y con Sigheru Bahn no es cuestión de anticiparse.

No es que yo le quite mérito, ni mucho menos. Es que no sé cuantos libros de arquitectura después, aún me cuesta ver lo de los japoneses, y sobre todo dejo de entenderles cuando leo las cosas que se escriben sobre sus obras. Que si es una arquitectura mutante, que si sus fachadas son etéreas, que si sus diseños son fluidos y sobrepasan los límites de la arquitectura moderna…me estomagan de tal manera las cosas que se escriben sobre la arquitectura que las más de las veces me pregunto a mí mismo si es que de verdad no la entiendo, si después de tantos años y tanta lectura, de tanta imagen y de tanto trabajo, debo desistir. Y es entonces cuando busco lo que el mismo autor dice de su obra.

Dice Toyo Ito que nunca estará satisfecho de sus obras y eso, me reconcilia con su arquitectura. Porque creo que la insatisfacción del arquitecto es perenne, universal y común a todos, a los arquitectos artistas y a los de andar por casa, a las estrellas del Pritzker y a los que hacen vivienda social. Incluso a Zaha. Y pienso que hasta yo, al hilo de ésto, podría escribir algunos párrafos llenos de epítetos cantarines para que nadie me comprendiese y se viesen obligados a asentir con la cabeza si lo digo con la convicción suficiente.

No estar satisfecho, invita a poner todo de tí en el siguiente proyecto, a hacer más de lo que eres capaz en cada trabajo y eso, solo eso, aunque solo eso, es una gran enseñanza para nosotros. No todos los días tiene uno algo en común con un premio Pritzker.

Nota del arquitectador: Tuve una compañera de carrera, que se mantuvo durante cuatro años en la Escuela haciendo copias descaradas de las fachadas de Toyo Ito y fue avanzando en las asignaturas de proyectos como si tal cosa. Oye entre lo que se aprovechaba de sus compañeros y la puñetera fachada de trama irregular fue avanzando en su formación a la velocidad del rayo. Quizá por eso le tengo algo de manía personal a la trama esa del demonio, pero tengo que reconocer que tiene mucho mérito, de lo contrario aquella estudiante se hubiese topado con la realidad unas cuantas asignaturas de proyectos antes. Algún día os contaré como se la encontró, porque es muy didáctico.

 

Edificios oficiales: ¿cumplen con sus propias leyes de ahorro energético?

Aunque estos fríos nórdicos nos dejen las orejas como un pimiento morrón en cuanto salimos a la calle, los humanos de a pie no podemos dejar nuestras obligaciones con el fisco y acudimos a los edificios oficiales. Esos mismos edificios oficiales que desde una orden del 2009 no pueden sobrepasar los 21ºC en invierno o bajar de los 26º en verano, si quieren ser los más eficientes, sostenibles y verdes de la marca España y además – ¿como no?- cumplir con las leyes que con tanto fervor y disciplina se empeñan en hacernos cumplir a los ciudadanos.

Adivinaréis, puesto que ya sabéis que no soy de dar buenas nuevas, que la noticia es la contraria, que ayer, mientras me despojaba de gorra, bufanda, guantes, abrigos, americanas y rebecas diversas al entrar en varios edificios oficiales, me iba subiendo el color y el calor, comprobando dos jersey de menos después, que  aquel ambiente pasaba de los 23 de largo, no sé si por exceso de celo de la caldera o por falta de cuidado del termostato, y ganas me dieron de que volvieran aquellos tiempos de la mili en los que se arrestaba a una puerta, una escoba o un barracon entero por haber hecho tropezar a un capitán. Ay, termostatos y calderas, si por mi fuera, ya teníais un precinto puesto.

Ayer vi uno así esperando su turno, se quedó un rato traspuesto y…. (Foto Chesi-Flickr)

Tengo que reconocer que es complicado dejar satisfechos y satisfechas a los usuarios de un edificio. Y en este caso el uso del masculino y el femenino no es protocolario o casual, sino que la sensación de confort en el hombre y la mujer, según he podido comprobar, está a una distancia aproximada de dos grados centígrados, siendo en ellas más fría y en los varones más calurosa y desaforada. No me preguntéis la razón, que seguro que existe biológica, antropológica o incluso metafísicamente. Es -y hablo muy en serio- absolutamente imposible establecer una temperatura de confort universal, por lo que se hace necesario establecer una temperatura óptima en función del sentido común, sabiendo que algunos de los usuarios tendrán frío y deberán estar en la oficina con una chaqueta y otros pasarán algo de calor y estarán en manga corta, todos ellos pondrán a parir al diseñador de la instalación y la mayor parte de ellos no entenderá el porqué de tal desatino, sin embargo, esa temperatura al menos, permitirá un uso lógico y un consumo mesurado. De eso se trata, puesto que con rebeca o en manga corta, estos usuarios sí pueden regular su temperatura corporal a su satisfacción.

Pero la pregunta que traigo hoy aquí, dado el sofoco que me pasé ayer es ¿quien controla que la administración, cumpla sus propias leyes y mantenga las temperaturas que ella misma establece? Recordemos aquí que el consumo energético no es solo una cuestión económica, sino también estratégica, como se han empeñado en enseñarnos en los últimos años.

Nota del arquitectador: En nuestras casas, una temperatura en torno a los 20-21º en invierno mejora mucho la sociabilidad de la pareja en invierno. Por encima de los 22º se le quitan a uno las ganas de tener ganas, como decían los inefables Gomaespuma.

¿De verdad crees que has estrenado tu casa?

La semana ha sido dura, hoy subo un post desengrasante, que deberías leer con atención si has comprado una casa nueva:

Sí. Has pagado la entrada. Has convencido al banco y te han dado la hipoteca. Has esperado más allá de lo que el santo Job hubiese osado jamás llegar. Y llega el gran día.

Te dan las llaves y entras en tu casa. Tu vivienda al fin. Tu pareja, con mirada arrobada y los ojos vidriosos, te mira como si fueses Superman, mientras metes la llave en esa cerradura.

Entras.

Apartas un cubo de goma viejo con el pie. Se lo habrán dejado olvidado. No importa. Tus pies van dejando la marca sobre el polvo. ¡Cuánto polvo, coño!.

Abres esa puerta del salón, que …bueno, roza un poco, no pasa nada. En cuanto limpies los churretes de los cristales esto se va a ver divino.

Esa cocina, lista para usarse. Bueno no, hay que amueblarla y poner electrodomésticos, pero no pasa nada.

El baño. Ah, el baño, ese lugar donde tan gratos e íntimos momentos pasarás. Ese baño que estrenaras sentándote con cuidado con parsimonia casi ceremonial.

¿Estrenarás?….Infeliz.

Corría el año 1984 aproximadamente cuando un allegado, siendo yo un chaval, me llevó a una obra por primera vez. Era uno de los técnicos que la dirigían. En mitad del paseo, se acerco a un tabique, aún sin dar de yeso y allí, mientras me contaba a voces el proceso de ejecución de la obra, orinó contra el tabique, cigarrillo en una mano, órgano miccionador en la otra.

Luego decidí, quien sabe por qué, dedicarme a esto.

No voy a contar más anécdotas escatológicas, al menos por hoy, pero que sepas, que apenas nada de lo que crees haber estrenado, era completamente nuevo. No digo más.

Nota  del arquitectador: Limpia cuidadosamente tus sanitarios antes de inaugurar tu nueva choza. Especialmente la bañera. Tú limpia, no pienses, ¡¡LIMPIA!!

¿El 1% del presupuesto para cultura se gasta adecuadamente?

Hoy he leído un estupendo artículo de arquitectura en el que hablaban de la defensa del 1% del presupuesto de las grandes obras públicas para un uso cultural, pero tengo que decir que estoy absoluta y radicalmente en contra de esto y paso a explicaros las razones.

He tenido la suerte de participar en algunos proyectos que por su volumen y su calidad eran dignos de emplear ese porcentaje en uso cultural y he visto como se gastó el dinero. En una de ellas, se hizo una maqueta en madera del propio edificio y unas medallas conmemorativas que estarán -en el mejor de los casos- en algún despacho oficial o en la casa de algún gerifalte de la época. Como no se llegaba al presupuesto total, sucedió la siguiente historia.

Uy, cuanto pilar junto, ¿no?

Uy, cuanto pilar junto, ¿no?

La obra, que contaba entre sus virtudes la abundancia de elementos de hormigón visto, comenzó con el derribo de no pocos pilares porque su acabado no era el adecuado. Durante el primer mes de obra debimos derribar unos veinte o treinta pilares, que hubieron de rehacerse correctamente. Cuando el arquitecto de la obra lo vio , además de darnos las gracias por cuidar de los acabados, ordenó guardar en un rincón los restos de aquellos dólmenes de hormigón, con sus varillas oxidadas por el paso de los meses. Al final de la obra, se organizó una suerte de bosque de pilares derribados, de diferentes alturas, todos enhiestos conformando una «escultura» con no recuerdo que advocación. Eso justificó el resto del presupuesto que había que reservar al 1% cultural.

La cultura, como tantas otras cosas, debe ser defendida y puede que también subvencionada, pues de lo contrario desaparecería o se convertiría en otra cosa mucho más mercantilista, pero de esta manera, con estas leyes tan poco cuidadosas y tan desdeñosas con el arte de verdad, ni el dinero de la subvención sirve para fomentar que un artista pueda dedicarse a su obra, ni los ciudadanos pueden contar en sus espacios públicos con obras que verdaderamente les hagan disfrutar del arte. En definitiva, es todo un fiasco. Como lo son tantas otras cosas en la vida.

Si queremos fomentar el arte, hagamos que gente que tenga los conocimientos necesarios gestionen de manera lógica esas cantidades del presupuesto y no pongamos en manos de otros la necesidad de justificar un gasto absurdo, sin ningún sentido ni artístico ni práctico.

Lo que la bola de cristal no pudo ver

Vosotros pensaréis que en la construcción todo es un proceso calculado y respaldado por unos números, y así es, podéis estar tranquilos. Aunque… algunas veces……(traveling de cámara y fundido en negro).

Esto me lo ha contado mi socio mil veces, así que os coloco en mis orejas y le pongo a él a escribir:

A lo largo de mis años de formación en el campo del cálculo de estructural, he aprendido numerosos conceptos y modelos construidos sobre una base científica en la que apoyar el diseño de las estructuras que construimos.
Normalmente dichos modelos y conceptos tienen su lógica en la obra….pero de vez en cuando todo eso se va al garete, y te das cuenta de que lo que hay bajo tus pies -o sobre tu cabeza- solo se sujeta porque Dios quiere, concepto este último que habría que buscar en libros de teología o esoterismo, más que en tratados de ingeniería.
Momentos tan místicos los descubres cuando revisando un edificio antiguo, compruebas que uno de los apoyos de la viga principal de madera está total y absolutamente podrido. Y te preocupas.
Lo que sucede al comprobar que el otro apoyo de la viga también está totalmente podrido no es preocupación, sino acojone. Dejas de dar golpes con el martillo, miras en silencio al resto de personas que están contigo, mientras telepáticamente nos preguntamos como se está sujetando el suelo que en ese mismo instante estás pisando, y lentamente  abandonas el lugar, no vaya a ser que a aquella ruinosa estructura le dé por recordar la lógica estructural y el suelo se caiga.
Con casos como este me doy cuenta de que soy un técnico sin fe.
En una ocasión comprobé como esa fe estructural puede mover montañas e incluso sujetar edificios.
Estaba trabajando en la rehabilitación de una vieja nave para instalar una discoteca, y necesitábamos quitar un pilar, pues molestaba. Ya sabemos que los pilares los ponen los arquitectos para jodernos la vida a la hora de aparcar. El caso es que la carga de ese pilar a eliminar la llevaríamos a otro pilar, ya bastante cargado por cierto. Ordené descubrir la cimentación de este último pilar para ver si aguantaría la carga y me fui para casa.
-Ring, ring
– Hola Jose Manuel, mira hemos abierto la cimentación del pilar que nos has dicho…y queremos que vengas a verlo.
Raudo y veloz me presento en obra y compruebo que la cimentación del pilar, por llamarle algo, es …inexistente. Pedí que todo el mundo saliera de la nave y ya fuera llamé al arquitecto.
-Hola Mengano, hemos abierto el pilar que queremos sobrecargar…..y….no tiene cimentación…
– Si ya me ha contado el jefe de obra, pero no te preocupes Jose Manuel… mi mujer ha consultado en la bola de cristal y dice que no se va  a caer
No estaba bromeando sobre las dotes adivinatorias de su mujer con la bola de cristal. Una carta astral que se le cayó unas visitas más adelante, y algunas amenas charlas con él me lo confirmaron.

-¿Tu ves algo, quillo? – Na de ná, chacho, será mejor calcular la estructura por el método tradicional

Mi escepticismo racionalista, me aconsejó apear la estructura, y arreglar aquel desaguisado sin contar mucho -ni poco- con las fuerzas del más allá.  
Acertó, el edificio no se cayó.
En lo que sí se equivocó fue en la carta astral, que preveía un futuro prometedor a la discoteca y sin embargo cerró al segundo mes de funcionamiento. Antes de que ni él ni yo hubiésemos cobrado nuestros honorarios.

Nota del arquitectador: Mi socio no es como yo, es un tipo muy cabal y muy serio. Podéis creer a pies juntillas todo lo que dice.

Cuando el amor y la arquitectura se enredan

Hace algunos meses escribí esta entrada que quiero hoy compartir con vosotros:

Hay que morir para que saquen tus mejores historias a la luz.

Los arquitectos de hoy en día, son, somos, (¿lo somos?) tipos grises, serios, sosos, con la vida social de una ameba y sin morbo digno de mención.

Pero no creáis que fue siempre así, queridos.

Mies Van der Rohe – del que ya hablaremos, ya, que él solito se merecería un blog- consiguió con sus diseños y a fuerza de labia, convencer a una clienta de que le encargase su segunda casa y de que un poco de contacto físico no les vendría mal a ninguno de los dos.

Sí, es cierto que acabaron en los juzgados por aquello de que la obra se fue unos dólares más allá de lo previsible, «pero querida» , -imagino yo que diría el bueno de Mies- «¿quien dijo que ésto te iba a salir gratis?».

Casa Farnsworth. Foto de Carol M. Highsmith via Wikimedia Commons

En favor de Mies, que me cae mejor según van pasando los años, hemos de decir que la casa Farnsworth, es uno de los mejores ejemplos de innovación en el diseño y no es que lo diga yo, pobre tipo gris, soso, etc, etc, sino que incluso ha llegado a “clonarse” recientemente y una familia de Maello en Ávila vive en una reproducción bastante aproximada de la misma.

Si la original en Illinois instalada a la orilla de un río, ha sufrido un par de inundaciones severas, a pesar de estar hábilmente elevada un metro sobre el suelo, parece que en Maello, que tienen menos problemas de humedad la casa funciona mejor.

Pero lo que más llama la atención a los visitantes es como su fachada, completamente acristalada, permite la vista desde el interior y del interior. Toda una experiencia.

Hay quien dice que la doctora Edith Farnsworth no compartía la afición “exhibicionista” de su arquitecto favorito, pero os aseguro que no puedo dejar de pensar en la celebración final de la obra entre estos dos personajes, sobre una mesa llena de planos, en un rojo atardecer como solo el cielo de Illinois sabe pintar…..ay, esto lo clavarían el Bardem y la Scarlett.

Nota del arquitectador: Esta obra, goza de una serie de bondades, que a mi, como a la malhumorada Edith, me enamoraron. Por un lado esa elevación y la escalera de acceso. Simplemente elegante. Por otro lado la ausencia de cortes visuales (tabiques) reducidos al mínimo. Y por supuesto, colocada adecuadamente en una parcela exenta donde no haya curiosos demasiado cercanos, esas cenas al caer el sol, ¿te lo imaginas……doctora?

Arquitectos de anuncio y anuncios de arquitectos

Uno ve los anuncios y no da crédito.

A mí, los que me impactan sobremanera hasta que mis allegados me piden calma y que deje de echar exabruptos y espumarajos, son aquellos en los que un impoluto o impoluta profesional de la construcción, con su casco reluciente a modo de soldado imperial mira un plano que con gesto elegante acaba de sacar de su cartera de piel y ante la mirada sonriente del operario, (también impoluto) indica (que no ordena) amablemente aquello que debe ser hecho sin demora.

los arquitectos

Aquí, los arquitectos. Vamos, lo normal.  Fotos de imagerymajestic. Freedigitalphotos

 

El operario, que por alguna extraña razón, lleva un peto y una camisa de cuadros, -indumentaria que jamás se ha visto en una obra- asiente y agradece al mismo tiempo esa genial idea con la que está tan de acuerdo. A veces, incluso enarca las cejas y parece decir: ¿cómo no se nos habrá ocurrido antes?

Es en  estos momentos cuando la bilis me sube e inunda el cristalino de mis ojos. Es el peor momento para te pongas a mi alcance. Mi familia, establece un perímetro de seguridad y clausura prudentemente todo acceso hasta mi persona.

Y es que la imagen que de la arquitectura y la construcción trasciende está a años luz de la realidad.

Especialmente en ese casco blanco e impoluto.

No, ‘my friend», en la obra todo sucede tras una capa de polvo y el trabajo en equipo, en general, parece ser una lucha entre aquello que uno pretende y lo que pretenden los demás, que por definición suele ser opuesto.

Del peto ni hablamos.

El casco. Ese casco blanco, virginal, suele estar mil veces mancillado por golpes, arañazos, graffitis y años de dar tumbos por las obras y en mi caso, en el maletero del coche, entre las botas de goma, llenas de barro seco y algunas muestras de materiales que llevan tanto tiempo allí, que sospecho que me las dieron en el concesionario.

Los planos. Es materialmente imposible mantener un plano seco (en cuanto lo abres, llueve) sin ensuciar y sin arrugar.

La ropa. En este trabajo sería mejor ir desnudo. Si te arreglas de más, das mala imagen, distante y casi prepotente y por supuesto esa americana tan chula que te has mercado en el «máximodutideturno», se mancha de algo que no sale. Jamás sale. Y si no te arreglas, peor, quedas como un perro-flauta. Ah, y también te manchas, de eso no te libra nadie.

Y todo junto hace que cuando veo ese anuncio de seguros con ese modelo vestido de Ken arquitecto, Ken operario y esa Barbie promotora, me salten los puntos de aquella operación de hernia de hiato y me vuelva un sociópata.

Nota del arquitectador: El texto es de antes de conocernos tu y yo, querido lector, de aquella época oscura en que no atracaba en estos puertos, pero hay cosas que no pasan de moda jamás. Como los lamparones de hormigón en la americana.

¿Cambiar? No gracias

Debido a cierta reforma que se trae un servidor entre manos, recupero hoy un post del pasado, de cuando aún no eramos íntimos usted y yo, paciente lector:

Tú caminas por uno de los pasillos de esos grandes almacenes tan molones… digamos «El Rasgón Soriano». Un suponer.

Y ves ese producto que estabas buscando. Coincide el color, el tamaño, el material. Vamos es exactamente lo que quieres. El precio es razonable. Al carro, como no puede  ser de otra manera. Reactivemos el país, te dices para justificarlo.

Vas a la caja y la cajera coge el producto, lo mira, lo pone al trasluz, lo olisquea, te mira a los ojos y coloca en su rostro una media sonrisa irónica, vuelve a mirar la caja, la mueve a ver si suena el aleluya de Haendel…

-No ha pensado que sería mejor coger el producto de al lado. Cuesta un poco menos y es EXACTAMENTE IGUAL.

-No, no, yo quiero este, además, el otro no es exactamente igual ni de coña.

-Igualico oiga, que lo tiene mi cuñado y le ha dado un resultado fantástico.

-…pero que cuñado ni que niño muerto. ¡Cóbreme éste, haga el favor!

Nada, nada-dice la cajera, muy segura de sí misma- si me lo va a agradecer usted, ya verá. Usted pruébelo, que yo se lo garantizo.

-Pero qué coño me va a garantizar usted, que mañana lo mismo ni está aquí. ¡Qué me cobre o qué venga el encargado! – le dices.

Viene el encargado, que te alaba tanto el producto ofertado por la cajera, que mirando a tu pariente/a, que lleva convencida media hora, acabas por llevártelo con tal de salir de allí, con cara de lechón segoviano esperando a que te crujan las costillas con un plato.

-Jefe, yo creo que cambiar el parquet por palillos mondadientes no es buena idea. -Otilio, mire que es usted coñazo.

Esto, que parece una broma, es absolutamente real, si hablamos de una obra de construcción. Os lo voy a explicar:

El arquitecto diseña. Intenta prescribir los materiales y las soluciones mejores, las que no den problemas en el futuro, las que cumplan con la misión para la que se les requiere a un precio que esté dentro de las perspectivas de la obra.

El promotor o dueño de la construcción lo acepta.

El constructor da un precio para hacer esa obra con esos materiales.

Empieza la obra.

Un día llega el constructor y le come la oreja al promotor: «esta estructura se puede hacer con la mitad de hierro. El arquitecto, que es bueno, no le digo que no, es que se ha curado en salud. Claro, así tampoco se me caen a mí las obras. Así también firmo yo. Y anda que lo hacen barato….claro como lo paga usted».

El promotor acaba por convencer al arquitecto de que tiene que cambiarlo. El arquitecto revisa sus cálculos (nadie le paga ese recálculo) y ve que están bien. El constructor ha tomado unas hipótesis de cálculo diferentes y claro, le da un cálculo distinto. Entra en normativa, pero justito, justito. Los coeficientes de seguridad tiritan. Pero ahí están. No se le puede decir que esté mal.

El promotor tiene poca pasta. Y la que tiene la quiere para él, no para enterrarla en hierros. Estructura cambiada.

La obra termina. Ya casi nada se parece al proyecto. Las ventanas de aluminio son de aluminio, sí, pero de una calidad ínfima. Las puertas de madera tropical, son de madera de… árbol, el grés porcelánico, es grés ‘porquésbaratico’… y así todo.

De todo lo que ha cambiado durante el transcurso de la obra, es responsable el arquitecto. Cualquier cosa que falle, será responsabilidad suya. Pero ha tenido que modificar sus criterios para mantener el cliente.

A partir de aquí, podría decir muchas cosas sobre unos y otros. Conste que no defiendo ni culpo a ninguno. Pero solo quiero exponer lo que sucede. La realidad que, como en tantas otras cosas de la vida, está llena de problemas y matices.

Nota del arquitectador:  Esa estructura, dos años después presenta grietas. Son inexplicables, no obedecen a esfuerzos ni a cedimientos, no van a colapsar la estructura, ni producen deformaciones aparentes. Pero están ahí.

Y así lo manifiesta el arquitecto. Delante de un juez.

Nota del arquitectador 2: Tengo que hacer un post, sobre el término «o similar«. Si pudiese encontrar al que lo invento, dad por hecho que el próximo post lo escribiría desde una bonita celda de Alcalá-Meco escuchando una cinta TDK de 90′  con los grandes éxitos de Camela.