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Si la arquitectura te rodea, deberías empezar a fijarte en ella

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Andamios, patíbulos y otras formas de suicidio

Hoy he pasado por delante de una obra. No os describo la escena porque atenta contra la mínima observancia de las normas de seguridad y salud, y el respeto por la propia vida y la de los demás. Me ha hecho recordar este post que escribí cuando aún no publicaba aquí, y que tiene la misma vigencia que entonces:

Salgo cabizbajo de la panadería, mientras sigo oyendo detrás mío como ese pintor, palillo entre los dientes, echa pestes de aquellos que decidieron que en las obras se ha de llevar casco y los condena al fuego eterno, convertido en andamio veraniego, soleado y perpetuo, casco incluido.

En los últimos veinte años, trabajando en las obras he presenciado un importantísimo avance en la toma de medidas para evitar accidentes laborales.

Afortunadamente.

Sé, que nuestro sector, es en el que mayor número de accidentes suceden, y no es menos cierto que es en el que hay una mayor atomización del sector en millones de empresas y una menor cualificación de empresarios y trabajadores.

En las grandes y medianas empresas se ha avanzado hasta niveles razonables de prevención, aunque siempre hay que insistir y mejorar en este asunto.

Pero, (ay) en las pequeñas obras, en esas que la comunidad de propietarios realiza con esa pequeña empresa, con ese autónomo que aporta sus propios medios auxiliares, sin un técnico que realice las labores propias de coordinación y control…pasan cosas como esta :

Barroca e imaginativa construcción de una plataforma de suicidio

Y otras mucho peores. Creen estos alegres operarios o su jefe, si es que lo tienen, o ambos, que ganan tiempo o quizá dinero organizando semejante torre de babel para alcanzar el tajo. Lamentablemente no tengo cuerpo de hacer bromas con esto.

Y ninguno de ellos parece estar convencido de que los que se rompen la crisma no son iniciales en un titular. Son personas. Pueden ser ellos.

Por cierto, doy fe de que un casco sí que había. Un casco de Mahou de litro.

Nota del arquitectador: Desgraciadamente, esto puede verse cada día. Podría decir que las condiciones del trabajo actuales son las que provocan estas situaciones. Pero os diré la verdad. Esta foto la hice yo mismo (tuve que parar mi coche) en el año 2001. En pleno auge de la construcción.

En nuestro sector si algo hace falta es la concienciación de todos.

Seguridad y salud en las obras: ¿algo más que papel?

De todas las cosas que hay que hacer al comenzar una obra -aaaaleluyahh- hay una que odio por encima de todas: el momento «estosiemprelohacemosasí» con que nos responden cuando pedimos a aquellos que van a realizar la ejecución de la misma los papeles correspondientes: plan de seguridad, plan de prevención de riesgos, libro de subcontratación, etc.

Hay, eso es cierto, un sinfín de documentos y justificaciones burocráticas que cumplimentar antes de poder poner siquiera la caseta de obra y ahí está el problema. Cada documento, cada trámite es considerado por todos los agentes que participamos, simplemente eso: un trámite. Y es muy difícil luchar contra esa inercia que lleva a repetir una y otra vez el mismo corta y pega cambiando apenas el título y poco más, hasta que los planes de seguridad -por ejemplo- se convierten en verdaderos pastiches reiterados mil veces y nunca leídos hasta que un coordinador de seguridad un poco más interesado en hacer el trabajo lo mejor posible se dedica a leerlos y descubrir que pillarse los dedos con la tapa de una tanqueta no debería aparecer entre los riesgos de una obra -¡De dónde habrán copiado ésto, dioses!- o que sería difícil en una obra de saneamiento ser arrollado por esa cosechadora que aparece en el veinte por ciento de las páginas del documento, o el más habitual catálogo de maquinaria desde el atornillador eléctrico hasta la grúa torre sobre raíles en obras donde apenas se va a alicatar unos vestuarios.

Cuando coincide, gracias a la confluencia de los astros, que ese tipo que se relee los documentos antes de aprobarlos es un profesional serio, sucede que todos, absolutamente todos los agentes participantes, incluido aquel que le ha contratado y que solo quiere que la constructora empiece cuanto antes la obra, le ven como el enemigo público número uno por aquello de ser «un pijotero» y pretender que los documentos establecidos para la mejor prevención de los accidentes se hagan para este fin y no solo para cumplir el expediente.

Esto es de las pocas, poquísimas cosas que no han cambiado en los últimos veinte años. Y yo me pregunto en qué momento de la vida, alguien en lugar de inventarse leyes absurdas que no conducen a nada se concentrará en hacer que la ingente cantidad de papel en que se ha convertido el inicio de la ejecución de una obra sea verdaderamente útil en lugar de un océano de papel e impresos.

¿Seré un romántico?

Nota del arquitectador: Este post ha sido escrito entre madre, suegra, suegro, sobrinas, mujer, cuñada, dos perros, y un cuñado tocando a la guitarra «soy currante» de Luis Aguilé, una de esas ventajas de marcharse de vacaciones. Os juro que han corrido verdadero riesgo de que un portátil aterrizase sobre ellos, quizá debería añadirlo entre los riesgos previsibles y no evitables de mi próximo plan de seguridad.

Las típicas anécdotas de obra (II)

Durante una de las obras en las que fui jefe de obra, el arquitecto proyectista trajo a de visita a algunos de los integrantes de su estudio: jóvenes arquitectos en prácticas. Durante la comida, en la que el aparejador estuvo extrañamente callado, estuve charlando con uno de ellos con cuyo padre, también arquitecto, había coincidido yo años antes en una obra. Mientras llevaba de nuevo a la caseta al aparejador, éste me confesó que él también había trabajado con el padre del chaval pero que no había continuado la relación laboral pues había llegado a tener un affaire con la esposa del otro y madre del mozo. Tras un silencio incómodo le pregunté:

-¿Hace mucho de eso?

Se volvió a mí y con aire lánguido me soltó:

-Más o menos la edad del chaval.

Nunca más volvimos a hablar de ello.

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Durante un periodo de tiempo muy corto participé en una obra en sustitución de otro compañero que se había marchado de la empresa en la que trabajábamos. El encargado, un hombre pequeño y rechoncho, era extraordinariamente amable conmigo y siempre estaba dispuesto a ayudarme en mi trabajo.

Una mañana en la que llegué más temprano que de costumbre, descubrí la agenda del encargado encima de la mesa. Al abrirla ví que llevaba un peculiar diario con todos los «errores» y «faltas» que a su juicio había cometido el compañero al que yo sustituía, con una peculiar narración del tipo «…hoy el señor fulano ha llegado a las 9,30, no sé en que estará pensando este hombre, aún no ha encargado el cemento que le pedí la semana pasada…, luego vendrán las reclamaciones….»

El día que abandoné aquella obra sentí una extraña y placentera liberación.

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A diferencia de los hermanos Grimm, todas mis historias son rigurosamente ciertas y el que las cuenta aún vive.

En aquella misma obra, teníamos un cerrajero peculiar al que llamábamos «el presupuesto» porque todas las frases las terminaba con un sonoro «por supuesto» y todos los tajos con un presupuesto adicional que se sacaba de la manga. Uno de sus cerrajeros era un chaval magrebí bastante trabajador. Durante un par de días dejé de verle y cuando le pregunté a su encargado a que tajo le había mandado, éste me llevó aparte y me dijo que el muchacho hacía el Ramadán y me dejó entrever que tenía que esconderse a ratos en el sótano pues estaba hambriento y cansado. Nunca me atreví a preguntarle si bajaba al sótano a comer o a dormir, lo cierto es que me alegré de no tenerle en el andamio cansado y mal alimentado.

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Hice una obra bastante singular aunque de pequeño tamaño a la que le tengo mucho cariño, en la que contábamos con un par de oficiales jóvenes muy espabilados. Uno de ellos había tenido un accidente en una ocasión durante la construcción de un famoso edificio que no destaca por su verticalidad. Me contó que durante la fase de postensado uno de los cables que están a una tensión brutal se soltó dando un monumental latigazo por el aire. El muchacho, vio como todos los compañeros le miraban aterrorizados y se miró hacia el pecho comprobando que el cable le había atravesado muy cerca del corazón, de lado a lado. La velocidad del cable había cauterizado la herida por el calor del rozamiento y tuvieron que cortarle el cable por delante y por detrás del pecho, llegando al hospital con un metro de cable de acero a modo de lanza atravesándole.
El muchacho me contaba muy serio que mientras entraba al hospital caminando por su propio pie, la gente se desmayaba a un lado y otro del pasillo.

Los médicos le consiguieron sacar el cable que milagrosamente no había tocado ningún órgano vital. Si hay ángeles de la guardia, no me cabe duda de que el chico tenía uno de los buenos.

-¡Vaya suerte que tuviste ese día! – se me ocurrió decirle.

Hombre, si crees que el que un cable te atraviese el pecho es tener suerte, pues sí- me dijo tranquilamente.

Una gran lección.

Nota del arquitectador : Cuento esta historia, que no viví en primera persona, por que he visto fotografías que el equipo médico hizo en su momento, que atestiguan su veracidad, además de ser verdaderamente espeluznantes.

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He oído durante mucho tiempo historias de sexo en las obras. Me las han contado de todos los colores: con las vecinas de los bloques colindantes, con las chicas que limpian la obra al final de ésta, con la dueña del piso que reclama por una gotera y cuando vas a resolverle la humedad resulta que ……

La verdad, la única verdad que puedo afirmar es que habiendo estado muchas veces en todas esas situaciones, JAMÁS, pero JAMÁS DE LOS JAMASES he tenido siquiera la sospecha o la duda razonable de que una buena señora guapa o fea, gorda o delgada se me estuviera insinuando levemente. Pero ni de lejos, óigame usted, ni de lejos.

Y ahora que me adorna el aura de la madurez y ya esperaba cumplir mi asignatura pendiente, van y se acaban las obras…

Cagüen.

 

 

 

¿Tienen la culpa a veces los accidentados de los accidentes laborales?

Ayer mientras leía este articulo pensaba en como podrá influir esta crisis nuestra en el cambio de mentalidad tan necesario que ha de producirse en la política de tratamiento y prevención de los riesgos laborales en una obra.

No es nuevo que la tasa de siniestralidad del sector es de las más altas de panorama laboral y lo es en gran medida por que los riesgos en construcción son evidentes e inherentes a la propia actividad: trabajo en altura, medio de trabajo cambiante, falta de formación del sector empresarial, abundancia de microempresas y autónomos, etc.

Pero tengo que decir -mientras os doy la oportunidad de que hagáis una diana detrás de vuestra puerta con este blog- que no solo el empresario es el culpable de los problemas de seguridad y que no escucho en ningún medio de comunicación -no habré coincidido el día que lo pusieron en prime time- hablar de las altas cuotas de irresponsabilidad que los operarios de la construcción tienen a la hora de velar por su propia seguridad.

Barroca e imaginativa imagen de una plataforma de suicidio. Foto propia tras parar el coche ante tal creativa filigrana, año 2001

Sucede con demasiada frecuencia, o así ha sido al menos hasta el estallido de esta burbuja, que el técnico a pie de obra, tiene que luchar hasta el infinito y más allá para conseguir que un albañil trabaje en el andamio con el arnés puesto, o que no se suba sin ninguna precaución a un tablón sobre un hueco que está exactamente a tres o cuatro pisos de altura de su propia muerte, muchas veces con andamios y barandillas que el mismo trabajador ha retirado y que despues de su trabajo, por pereza, falta de atención o simple desidia no ha vuelto a colocar. Con la misma agilidad con que se sube al andamio, el operario le contesta al jefe de obra que trabaja mejor así o incluso -durante muchos años de burbuja- que si tenía que trabajar con casco, arnés o botas de seguridad, cogía la herramienta y se iba a otra obra.

Y no nos engañemos, no se trata de que el operario se vea sometido a larguísimas e interminables jornadas de trabajo para llevar el pan a sus vástagos. Esto ha sucedido durante muchos años en los que los trabajadores del sector han ganado sueldos muy razonables y han impuesto en gran medida sus condiciones al empresario.
Soy muy consciente de que decir esto es entrar en lo políticamente incorrecto, pero tengo para mí, que sí todo el tiempo que gobiernos, sindicatos, colegios profesionales, empresarios, sistemas de educación, padres, madres, compañeros de trabajo han dedicado a criticar situaciones, lo hubiesen empleado en buscar las causas y cortarlas de raíz, hoy tendríamos unos niveles mucho más bajos de siniestralidad laboral, con todo lo que eso implica.

Me explico. El sector de la construcción ha sido el  que más mano de obra ha generado y absorbido, pero también ha sido el que menos cualificación ha pedido. No es necesario ningún carnet para ser ferralla, carpintero, forjador o albañil, aunque se trabaje con elementos y en condiciones de elevado peligro y con una siniestralidad lamentable. No es preciso aportar ninguna prueba de la experiencia previa  (basta la categoría profesional que un empresario dice que tiene el operario) para que se suba a lugares donde el humano no debe estar sin sujeción o medidas de seguridad excepcionales. Tenemos puntos para poder conducir, sin embargo si trabajas en una cubierta de teja y no te atas disponiendo de los medios para ello, nadie te quita un punto que influya en tu capacidad para poder volver a subirte a un sitio así. Tu vida en ese momento es responsabilidad de otro. Si tú decides tirarte, alguien pagará por ello o incluso irá a la cárcel.

Por supuesto que hay empresarios deleznables y míseros que anteponen su dinero a la vida de los trabajadores y es a estos a los que hay que perseguir y eliminar del panorama laboral. Pero no continuemos con esta demagogia estúpida que nos ha llevado a no ser capaces de colocar nuestros índices de seguridad donde debían estar, pues no es ni mucho menos la generalidad del asunto. Al contrario, en los últimos años los medios de seguridad personal y colectiva han tomado presencia en la obra y ya nadie -en su sano juicio- discute el coste de las medidas de seguridad.

Pues sí. Abogo por una formación específica, seria y reglada para los trabajadores de la construcción, no solo en lo laboral, sino también en lo profesional. Defiendo que no pueda existir un oficial de primera subido en un andamio que antes no haya cumplido determinadas fases previas y una formación real que lo avale. Pido un carnet profesional vivo y creciente que incluya un historial del trabajador, un currículum veraz y también una toma de datos de los «expedientes abiertos» por la falta de utilización reiterada de los medios de seguridad a su disposición y en los casos recalcitrantes de desobediencia una inhabilitación para su trabajo. Porque su vida depende de ello, pero la mía también.

Nota del arquitectador: De la facultad que se le debe dar a un técnico responsable para poder hacer controles de alcoholemia a la puerta de una obra hablamos otro día, que por hoy ya me van a caer bastantes palos.

Si Le Corbusier hubiese tenido un martillo

Pienso yo que si Le Corbusier hubiese tenido que picar piedra o servir baguettes recalentadas para ganarse el brioche -perdón, el pan- tal vez hoy la arquitectura que conocemos hubiese ido por otros derroteros, aunque yo creo que no, que hubiese seguido el mismo camino pero más tarde. En todo caso, estaríamos en otro lugar histórico y haríamos determinadas cosas de forma diferente. Pero me cuesta trabajo pensar que se hubiese convertido en un personaje anodino y sin nada que aportar, en el Brutus de Popeye, en el Mac Meck del Corsario de Hierro o el Goliath del Capitán Trueno. No, el Corbu, no.

Digo esto porque a diario, dentro y fuera de las obras, me encuentro individuos que nacieron de madre y padre como cualquiera, que fueron a la escuela y jugaron al balón  o a las muñecas, o a «tu la llevas» y en algún momento de su vida, alguien les dio un martillo y los puso a practicar. Estas feroces criaturas, que derivan con frecuencia en seres vociferantes y que llevan a gala llegar al final del día con las neuronas justas, agotadas, exhaustas, son exactamente igual que cualquiera de nosotros. Podríamos ser uno de ellos o aún  peor, tu amigo, tu hermano o tu vecino ya es uno de ellos.

Es de temer cuando entre sus manos cae una maza, una piqueta o un martillo, pero lo verdaderamente terrible es cuando, pasados unos años, llega a la conclusión de que lo maneja con la pericia de Thor y es capaz de ejecutar filigranas en el aire y golpear en el punto preciso, como un buen cirujano.

Yo, salgo por la mañana de casa siempre temeroso. En una obra mía puede haber uno de estos y no haberlo detectado. Que el espíritu del Corbu no lo permita.

Lo importante es que os centréis en dos reflexiones, viendo los siguientes videos:

No se hacen obras sin que alguien que sepa salir del metro sin preguntar, esté pendiente de lo que se hace. Bueno, bueno, si el tipo en cuestión tiene algún conocimiento de construcción me haréis feliz. Si además el tío fuese aparejador o arquitecto es que se me saltarían las lagrimas.

-Fijaos, aún con burradas por el camino, como se sostienen las cosas, empecinadas, obstinadas en seguir en su lugar. Y es que hay que ser muy burro para que algo se caiga, pero recordad, cada vez que leemos una noticia en la que se cae un edificio o parte de él, alguien estaba haciendo una obra, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, ni a técnico ni  a enteradillo alguno.

 

Nota del arquitectador: Anda, no seáis membrillos, no juguéis con la maza. El Corbu no lo hubiese hecho. O por lo menos así no.