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Si la arquitectura te rodea, deberías empezar a fijarte en ella

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La arquitectura es construcción, pero a la inversa no necesariamente

Podría deciros que el término arquitectacion llegó tras una iluminada aparición virginal y que debe su indudable chispa a la intervención divina y a un talento innato para la originalidad. Nada más lejos. El término, que surgió unos años antes de comenzar este blog, aunaba en solo vocablo la descripción de dos profesiones, la de arquitecto y aparejador y los conocimientos de dos materias, la arquitectura y la construcción.

Por todo ello, me parece oportuno que la construcción forme parte importante de lo que aquí se lea, ya que como nos han enseñado, incluso algunos programas de televisión (megaconstrucciones y algún que otro reality show de triste recuerdo), arquitectura y construcción van indefectiblemente de la mano, aunque en este caso os traiga un vídeo que sí tiene mucho que ver con la construcción, pertenece más al mundo de la ingeniería civil donde toda la obra es estructura y no hay fachadas, ni ventanas, ni obra de albañilería, ni ventilaciones, ni iluminaciones, ni usos cotidianos, ni instalaciones de habitabilidad, es decir lo que suele ser una obra de ingeniería al uso.

Una muy interesante explicación de como se construye un puente de voladizos sucesivos.

Nota del arquitectador: Reconozco todos los elementos que aparecen en el vídeo, lo cual no me faculta para construir un puente. Espero que nadie pueda diseñar edificios por el hecho de saber qué es el hormigón y vivir en uno.

La arquitectura y la ley de servicios profesionales

Las niñas ya no quieren ser princesas dijo el maestro Sabina en aquella canción, hace unas décadas. Hoy, tenemos muchas dudas sobre las aspiraciones futuras de  los niños y las niñas, probablemente anhelaran convertirse en futbolistas, modelos y concursantes de gran hermano o campeones de taekwondo,-cosa que recomiendo para poder repartir galletas con elegancia- pero hace ya mucho que no escucho a ningún infante pretender ser arquitecto. Hombre, la chavalería está medianamente mal formada y las hormonas los hacen inmanejables, pero tontos tampoco son.

Veréis, allá por los sesenta, la trilogía de películas sacrosanta en España, fue La gran familia, La familia y uno más y la familia, bien gracias. Viene al caso porque el protagonista, abnegado padre de dieciséis criaturas era aparejador. El sufrido señor, llenaba tanta boca, más la del inefable abuelo que hacía Pepe Isbert, trabajando como un burro y haciendo planos y mediciones hasta las mil y una, en uno de aquellos  tableros de dibujo culpables de más de una hernia. Pero sus desgracias no acababan ahí. El hijo mayor, orgullo de su padre, se le hace arquitecto, -ah, maldito- y el buen hombre enjuaga orgulloso sus lagrimas cuando el chaval aprueba el ultimo examen de la carrera y presenta su proyecto final.

Corrían las lagrimas y la emoción por los fotogramas desde el NoDo hasta que aparecía el FIN. A partir de ahí, estábamos perdidos. O nos veíamos emulando a Santillana en un inverosímil salto que culminaba en gol por la escuadra, o utilizábamos la ídem y el cartabón para convertirnos en padre, o en hijo, o en ambos dos. La santísima trinidad del papel vegetal. Queríamos ser arquitectos.

Hoy, el numero de arquitectos por metro cuadrado y habitante supera con creces lo que es capaz de soportar una sociedad que no sea de postguerra y las ideas descabelladas e infundadas de los ministros de economía son casí tan enormes como su influencia. Todo lo demás da igual, lo que diga el ministerio del billetaje va a misa de doce. A ver si no como se explica que las competencias sobre quien debe hacer un edificio donde la gente habite y conviva, duerma y estudie, crie a sus hijos o los mande a paseo, las dirima entre cafe y recorte el ministerio de economía. Yo cada día entiendo menos.

A partir de aquí, ingenieros y arquitectos a defender quien la tiene más larga. Los unos burlándose de la formación estética de los otros y olvidando que la formación técnica se avala con los créditos que indudablemente nos meten a fuego durante muchos años, y los otros, los míos, defendiendo que no solo de momentos flectores vive el que edifica. ¡Construcción!, claman por babor ¡Arquitectura! berrean por estribor, ¡A todo gas, más madera! dicen desde el ministerio. El ministro, serenamente, da un sorbo de café: ponedlos a pelear entre ellos, ganemos tiempo y que alguien por Dios me diga que demonios hacen todos estos para cobrar lo que cobran y firmar lo que firman. Liberalizad, liberalizad, todos contra todos.

No. La liberalización no es que cualquiera, tenga la formación adecuada o no, pueda hacer todo. La liberalización es la facultad que damos a las grandes corporaciones, farmacéuticas, de ingeniería, de construcción o de venta de ropa para copar el mercado y ser capaces de poner los precios por debajo de lo que es razonable. Pero no importa. De sobra sabemos que un jersey que cuesta quince euros ha utilizado la mano de obra de un niño o tiene una fibra de calidad pésima, que durará infinitamente menos o se ha tejido a costa de un infeliz. Solo queremos que nos lo oculten. No saberlo. Que el edificio lo haga quien quiera, pero que lo pongan barato. Oferta y demanda. Ampliemos la oferta hasta el infinito, aunque no hayan hecho un edificio en su vida, no importa, ya buscaran quien lo haga y pondremos el sello de alguna mastodóntica firma de proyectos. Con un logo chulo, chulo. Eso también va a misa. Y por el camino todos, los que estén de acuerdo con este post y los que están en contra por que crean que la nueva Ley de Servicios Profesionales les favorece con su flamante titulo de ingeniero, estaremos todos trabajando por dos perras gordas para una de estas empresas en pocos años.

Ah, se me olvidaba. Estoy en contra de la Ley de Servicios Profesionales. Porque quiero ir al médico, comprar medicinas al farmacéutico y que mi casa la proyecte un arquitecto y su ejecución la dirija un arquitecto técnico o aparejador. Caprichoso que estoy hoy. Aunque no creo que cuando los niños de hoy se den cuenta de que su formación de hoy puede ser su ruina del mañana quieran emplear su tiempo entre libros y lapices. Eso sí que es perder la credibilidad.

 

 

 

Nota del arquitectador: En la versión completa del director, hay dieciséis segundos finales en los que el pequeño Chencho, traumatizado por aquella tarde que pasó perdido en los puestos de la Plaza Mayor, arremete contra el mundo tras una carrera meteórica en los despachos y se hace ministro de economía. La lía tan gorda que no hubo ni segunda ni tercera parte. Obviamente la productora cambio el final.

Por otra parte, fijate bien que el escenario elegido es la plaza Mayor, una plaza, un lugar lleno de arquitectura y en todo momento, como escenario, como presentación y como salida de la situación el director pone la arquitectura en primer plano. Por algo será.