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Si la arquitectura te rodea, deberías empezar a fijarte en ella

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¿Necesitamos los símbolos?

Esta semana santa, mientras paseaba por valles verdes y carreteras secundarias me he encontrado con no pocos hogares y caseríos de los que jalonan aquí y allá los prados y montes del norte de nuestro país, adornados ostentosamente con las banderas y los escudos de los equipos de futbol de sus orgullosos dueños. Banderas ondeantes, soberbios estandartes, brillantes colores.

Las señales y los símbolos, nos identifican, nos agrupan, nos otorgan pertenencia al clan y nos alejan de la soledad, y desde siempre, nuestras arquitecturas se han dejado empapar por ellos, siendo en muchos casos el centro, la seña principal de identidad de nuestros edificios.

Casa "Los Rosales" en la plaza de Almagro, Ciudad Real. Dibujo Miguel Morea
Casa «Los Rosales» en la plaza de Almagro, Ciudad Real. Dibujo Miguel Morea

 

 

Creemos, que los primeros hombres, celebraban ritos de caza en sus cuevas alrededor del fuego, mientras se conjuraban para abatir mamuts, y otros grandes mamíferos, reflejándolo primero en sus pinturas, en sus paredes. Esto les ayudaba a vencer sus miedos, a crear una profecía autocumplida en sus pinturas y a dotarse de buenos augurios, pero además les agrupaba en torno a un objetivo y marcaba su hogar como propio, dejando fuera de toda duda que aquella cueva era la suya, para que otros clanes lo supieran.

Con el paso de los años, la ornamentación de los hogares, de los pueblos, de las villas y aldeas ha sufrido grandes variaciones en sus materiales y en su estética, adaptándose a los tiempos y civilizaciones.

Hoy, el escudo del equipo de futbol de nuestros desvelos o de la selección, equivale sin duda ninguna a esos majestuosos blasones que adornan las portadas manchegas, las casas solariegas navarras, los caseríos castellanos o las masías del Penedés.

Hemos sustituido la piedra por el nylon, el gris por el abanico cromático y colorista, pero seguimos eligiendo la arquitectura como lienzo, como marco.

Y es que la casa, el hogar, es un escaparate siempre, un espejo en el que queremos que nos miren los demás.

Nunca la arquitectura es solo funcional, nunca cumple solo la misión de albergarnos, de cobijarnos, sino que si lo analizamos con detenimiento comprenderemos que es un reflejo permanente de nosotros mismos, de nuestro estatus, del grupo al que pertenecemos, de nuestra procedencia. Y para ello debemos marcarlo, sellarlo, dotarlo del símbolo correspondiente.

Pero hay mucho más. En esta arquitectura nuestra, que nos rodea y ofrece refugio no solo los escudos o banderas son símbolos. ¿Acaso no lo son las balaustradas torneadas, las falsas cornisas de madera, las barandillas de forja andaluza….en Burgos?  ¿los toldos de tela tensados en forma de vela marinera…en Badajoz?, ¿los tejados de pizarra…en Ciudad Real?

Yo, debéis perdonarme, creo que sí. Creo que suelen tener mucho que ver con nuestro origen, incluso con nuestros deseos. Símbolos de los que no lucimos blasón en nuestro pedigree, pero que humanos al fin, deseamos sobre todas las cosas pertenecer al grupo.

Y por supuesto, de nuevo humanos, distinguirnos dentro de él.

La casa sin barrer

 

Escribir de arquitectura es escribir de la realidad. Unas veces nos gusta y la mayoría de las veces no. Unas veces piensa uno en piedras, torres, estilos y otras, la mayoría, en por qué aquellos que nos dirigen no utilizan el enorme conocimiento que tienen alrededor mientras hacen de su capa un sayo y de nuestro patrimonio un erial.

La cosa viene, por aquello del cierre de los paradores debido a la ola de recortes. No dudo del ahorro, pero quizá hay que meditar también en las consecuencias posteriores.

Los edificios, y aún más los que tienen una edad y forman parte de un patrimonio precisan de un constante mantenimiento y unos cuidados delicados. Pero la tentación de cerrar de manera permanente o incluso temporal durante varios meses al año, algunos de los paradores, en los meses en los que resultan menos rentables puede tener a priori un ahorro económico cuantificable.

En todo caso me pregunto si nuestros bienpensantes prohombres han meditado sobre el coste de mantenimiento añadido que supondrán esas instalaciones de calefacción ociosas, esas tuberías congeladas por que nadie las vigile, esas puertas que crecerán y acabaran encajadas,  esas bisagras chirriantes y esas goteras que a la vuelta de dos temporadas aparecerán y crecerán sin que nadie, hasta que llegue la primavera, tenga a bien arreglarlas.

Lo sé, lo sé. Mi estupendo cabreo es rebatible e injustificado. Habrá equipos de conservación al quite. Todo esto estará debidamente previsto. Los edificios se cuidaran y nada tiene por qué deteriorarse. Por supuesto. Nuestro patrimonio está a salvo.

Aquí el mas tonto te hace un monólogo y acabas por reírte. De hecho, yo ya me estoy riendo. No me creo nada.

Y para evitar que me tachéis de escéptico irrecuperable, de cantamañanas gratuito, os recomiendo la lectura de la wikipedia (antes de que la borren) en la que no ha mucho, esos mismos bien pensantes que hoy piensan en cerrar y dejar que nuestro patrimonio se eche a perder, tenían unos planes bien distintos:

El Plan de Expansión de Paradores incluye la apertura de nuevos establecimientos y la remodelación de gran parte de sus hoteles en los próximos años. La empresa ha marcado como objetivo superar los 100 Paradores próximamente, a la par que tiene como objetivo expandirse internacionalmente  y mejorar la experiencia de sus clientes. 

Planes de crecimiento del plan 2009-2012. Antes del final del plan, el cierre. Unos por otros, la casa sin barrer.

Nota del arquitectador: Ese trabajador que habrá de revisar las luces a finales del otoño para revisar que el castillo, el palacio o el antiguo monasterio quede totalmente vacío y sin actividad, saldrá por un pasillo y tras pulsar la clave de la alarma, dará dos vueltas al llavín con una última mirada al cuadro de ese personaje desaparecido hace cuatrocientos años. ¡¡Qué momento señores, qué momento¡¡