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Si la arquitectura te rodea, deberías empezar a fijarte en ella

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Pies fríos, zapatos sucios

Llego aquí tan de rebote, de manera tan inesperada, que me resulta muy difícil presentarme así, a lo vivo y sin anestesia de ningún tipo.

Y no me refiero solo al blog, sino a la arquitectura y a la construcción en general.

Servidor, que llevaba camino de habitar en un banco del parque (juro por Akhenaton, que en una ocasión suspendí  hasta gimnasia) terminó por estudiar, siquiera no fuese por no oír a su santa madre. Le fui sacando el gusto a aquello y al final he pasado más de la mitad de mi vida en un aula. La mayor parte de ella en el lado malo del pupitre y el resto en el lado bueno, como profesor, por aquello de que estás solo y todo el mundo te escucha (?).

La otra mitad la he vivido en la obra. Pisando barro, subiendo a forjados sin hormigonar y sufriendo por todo. Que si se ponga usted el casco, que si me pone usted un hierro más aquí, que si no le importa me vuelve a hacer ese tabique de allí, sí el tabique que está más torcido que la nariz de un boxeador, oiga que me da igual que su abuelo fuese de Pisa, que aquí somos así de caprichosos y nos gusta derecho.

Uno es lo que podéis leer ahí arriba, a la derecha. Y el espíritu de este blog es hablar de arquitectura y construcción,  de urbanismo y de ciudadanía  que al fin y al cabo todo ello, arquitectura, construcción y urbanismo son la misma cosa, formas de cubrir las necesidades de los ciudadanos y mejorar su vida. Y como se trata de ciudadanos, y no solo de arquitectos, procuraré huir de lenguajes académicos y de conceptos abstractos, pues creo que no son necesarios para descubrir la mejor arquitectura, ni siquiera para explicarla. Es más, os diré, y lo repetiré con frecuencia, que la buena arquitectura no se explica. Se hace comprender perfectamente ella solita

Plaza Mayor de Madrid. Dibujo a tinta de Miguel Morea

 

En definitiva, que he renunciado tras todos estos años a tener los zapatos limpios y los pies calientes, que me gusta salir a la calle, pisar las obras, que soy carne de jubileta apostado tras una valla, mirando ese hormigón que cae sobre la zanja y acabaré el día menos pensado con la nariz como un boxeador  al chocarme con un árbol por mirar de forma constante hacia arriba en lugar de donde pongo los pies. Pero mientras llega ese día, os espero por aquí descubriendo lugares.

Nota del arquitectador: Os decía más arriba que he llegado aquí por casualidad, y es que no estaba en mis planes ésto de la construcción. Porque no, no pretendía ser lo que soy cuando era un chaval. Yo lo que quería era ser cajero:

-¿Para manejar mucho dinero, hijo?– decía mi señora madre.

No, para hacer cajas, mamá.

Y despues de todo, quizá no iba tan desencaminado.

Pero ojo con las cajas, que aunque en estos días se habla despectivamente de ellas, no son poca cosa. La catedral de Reims, el museo Guggenheim o el panteón de Roma, también fueron y son cajas.